Amanece un espléndido día de sol, y eso por aquí es algo poco usual. ¿Subimos hoy al Jungfrau? No, mejor dejemos la nieve de traca final, vayamos hoy a hacer turismo de ciudad, a Lucerna, que nos pilla cerquita. Y allí fuimos.
Lucerna es una preciosa ciudad, no muy grande, al pie del Lago de los Cuatro Cantones. Está en una zona muy histórica y de gran valor sentimental para los suizos, porque allí se fraguó la confederación helvética, el origen del país. Y ahí está también el mito-historia de Guillermo Tell.
¿Cosas para ver en Lucerna? Muchas: el Puente de la Capilla sobre el río Reuss (un puente techado de madera, con hermosas pinturas en todo su interior, la Capilla que está en medio del puente es uno de los monumentos más fotografiados de Suiza, con sus flores y sus cisnes); el Puente de los Molinos (algo más pequeño que el anterior, pero del mismo estilo, muy bello); las casas de las orillas del río y del centro de la ciudad, con pinturas en sus paredes; las preciosas plazas a las que se abren las estrechas calles, las antiguas murallas arriba del todo, con unas maravillosas vistas sobre la ciudad y el lago; la torre del reloj; el monumento al León (bastante impresionante, otro de los top de Suiza, con una historia más que curiosa)... como veis, una ciudad para pasear y disfrutar.
Pero también hay museos interesantes: el Museo de los Alpes, el Museo del Tráfico, el Museo Picasso (sí, Picasso)... y varias iglesias que merecen una visita.
¿Nuestra experiencia en Lucerna? Nosotros ya habíamos visto varias ciudades centroeuropeas en otros viajes, y en ese caso, Lucerna no defrauda, pero tampoco sorprende como la primera vez que ves una ciudad de este tipo. El "espléndido sol" transformó la mañana en un baño turco ¡qué calor!. Y en los sitios más emblemáticos había montones de turistas en grupo, aquí sí, practicamente sin tregua entre unos y otros. A todo esto sumadle otra cosa: ¿alguna vez habéis pretendido disfrutar de un pacífico paseo mientras uno de vuestros hijos canta a pleno pulmón "a la torre del poder, a la torre del poder", la otra pide galletas porque tiene muchíííííísima hambre, se os escapan mientras hacéis una foto o tenéis que llevarlos de la mano como si arrastráseis a siete ranas encadenadas? Tremenda experiencia.
Lucerna es una preciosa ciudad, no muy grande, al pie del Lago de los Cuatro Cantones. Está en una zona muy histórica y de gran valor sentimental para los suizos, porque allí se fraguó la confederación helvética, el origen del país. Y ahí está también el mito-historia de Guillermo Tell.
¿Cosas para ver en Lucerna? Muchas: el Puente de la Capilla sobre el río Reuss (un puente techado de madera, con hermosas pinturas en todo su interior, la Capilla que está en medio del puente es uno de los monumentos más fotografiados de Suiza, con sus flores y sus cisnes); el Puente de los Molinos (algo más pequeño que el anterior, pero del mismo estilo, muy bello); las casas de las orillas del río y del centro de la ciudad, con pinturas en sus paredes; las preciosas plazas a las que se abren las estrechas calles, las antiguas murallas arriba del todo, con unas maravillosas vistas sobre la ciudad y el lago; la torre del reloj; el monumento al León (bastante impresionante, otro de los top de Suiza, con una historia más que curiosa)... como veis, una ciudad para pasear y disfrutar.
Pero también hay museos interesantes: el Museo de los Alpes, el Museo del Tráfico, el Museo Picasso (sí, Picasso)... y varias iglesias que merecen una visita.
¿Nuestra experiencia en Lucerna? Nosotros ya habíamos visto varias ciudades centroeuropeas en otros viajes, y en ese caso, Lucerna no defrauda, pero tampoco sorprende como la primera vez que ves una ciudad de este tipo. El "espléndido sol" transformó la mañana en un baño turco ¡qué calor!. Y en los sitios más emblemáticos había montones de turistas en grupo, aquí sí, practicamente sin tregua entre unos y otros. A todo esto sumadle otra cosa: ¿alguna vez habéis pretendido disfrutar de un pacífico paseo mientras uno de vuestros hijos canta a pleno pulmón "a la torre del poder, a la torre del poder", la otra pide galletas porque tiene muchíííííísima hambre, se os escapan mientras hacéis una foto o tenéis que llevarlos de la mano como si arrastráseis a siete ranas encadenadas? Tremenda experiencia.
Después de comer nos fuimos. Decidimos volver a la naturaleza, que era lo nuestro, y visitar un monte cercano a la ciudad: el Pilatus.
Había una recorrido chulísimo: con un único billete, se podía ir en barco de Lucerna a Alpnachstad, de allí coger el tren cremallera más empinado del mundo y subir al Pilatus, bajar luego en teleférico hasta Kriens, y de allí en autobús de vuelta a Lucerna ¿habéis notado ya lo que me encanta montarme en cacharros? pues nada, para variar, llegábamos tarde, así que ¡qué remedio! fuimos en coche hasta Alpnachstad y al menos cogeríamos el tren cremallera. Realmente era un tren muy, muy empinado.
El recorrido duraba una media hora, en la que se subía, a veces a la vista y otras veces por túneles, una montaña que se elevaba desde el lago hasta unos 2000 m de altitud.
Fue lo mejor del día, divertidísimo, vimos muchísimas vacas, ardillas, montones de cabras montesas y hasta un lirón, a medida que subíamos desde un frondoso bosque hasta el paisaje de alta montaña. Las vistas arriba, espectaculares y todo increíblemente preparado: un solarium con hamacas, senderos muy bien señalizados (en los bordes del camino ¡cada planta alpina tenía su cartelito explicativo!), unas palomas negras muy monas a las que los niños les cedieron sus bocadillos (eran cuervos). Pero a medida que iba pasando la tarde, una gran nube se iba aposentando de la cumbre, lo que nos impidió bajar a la "segunda zona", en la que había muchas atracciones preparadas para niños, aunque para los nuestros cazar nubes ya era una fantástica atracción.
De haberlo sabido, y es lo que os recomiendo, hubiéramos hecho este recorrido completo por la mañana, y hubiéramos visto la ciudad por la tarde, pero bueno, otra vez será.
Había una recorrido chulísimo: con un único billete, se podía ir en barco de Lucerna a Alpnachstad, de allí coger el tren cremallera más empinado del mundo y subir al Pilatus, bajar luego en teleférico hasta Kriens, y de allí en autobús de vuelta a Lucerna ¿habéis notado ya lo que me encanta montarme en cacharros? pues nada, para variar, llegábamos tarde, así que ¡qué remedio! fuimos en coche hasta Alpnachstad y al menos cogeríamos el tren cremallera. Realmente era un tren muy, muy empinado.
El recorrido duraba una media hora, en la que se subía, a veces a la vista y otras veces por túneles, una montaña que se elevaba desde el lago hasta unos 2000 m de altitud.
Fue lo mejor del día, divertidísimo, vimos muchísimas vacas, ardillas, montones de cabras montesas y hasta un lirón, a medida que subíamos desde un frondoso bosque hasta el paisaje de alta montaña. Las vistas arriba, espectaculares y todo increíblemente preparado: un solarium con hamacas, senderos muy bien señalizados (en los bordes del camino ¡cada planta alpina tenía su cartelito explicativo!), unas palomas negras muy monas a las que los niños les cedieron sus bocadillos (eran cuervos). Pero a medida que iba pasando la tarde, una gran nube se iba aposentando de la cumbre, lo que nos impidió bajar a la "segunda zona", en la que había muchas atracciones preparadas para niños, aunque para los nuestros cazar nubes ya era una fantástica atracción.
De haberlo sabido, y es lo que os recomiendo, hubiéramos hecho este recorrido completo por la mañana, y hubiéramos visto la ciudad por la tarde, pero bueno, otra vez será.