¿Dónde íbamos el primer día? Llevábamos ocho o nueve rutas muy preparadas, pero "sin ordenar", dejando su elección a expensas del tiempo que nos hiciera y del cansancio.
Las nubes y la paliza de kilómetros de los días anteriores nos llevaron a decidirnos por la visita al Museo de las Granjas en Ballenberg. Las carreteras están tan bien indicadas que, a pesar de no llevar gps, no tuvimos ningún problema. Una cosa curiosa es que las autovías están señalizadas en verde y las carreteras en azul, de todos modos tanto unas como otras están bastante bien porque ¡primera sorpresa! en una de las zonas más montañosas de Suiza (que ya es decir mucho) prácticamente no hay carreteras de montaña, se va siempre por los valles (algunos realmente angostos) o por túneles.
El Museo de Ballenberg es sorprendente e interesantísimo. Es un macromuseo etnográfico que, en una amplia extensión de bosque, muestra las casas en las que vivían los granjero suizos hace siglos. Las granjas están ordenadas por regiones y es increible la gran diferencia en los estilos arquitectónicos de las diferentes zonas de un país tan pequeño. En cada una de las casas se puede entrar y todas son distintas: unas están dedicadas a viejos oficios, otras muestran costumbres, otras simplemente muebles y vestidos. Para los niños fue genial, porque al ser un museo al aire libre podían correr a sus anchas, además había animales (bueyes enormes, gallinas...), muchas cosas preparadas para que ellos las pudieran tocar, y estaba todo pensado para ir en familia: una pequeña zona de columpios, posibilidad de comer en merenderos... Realmente era una visita que daba para todo el día, pero después de comer los niños ya estaban cansados de casitas, vaquitas y demás, así que volvimos al coche y, mientras ellos se echaban una siestecilla, nos acercamos a Brienz.
Las nubes y la paliza de kilómetros de los días anteriores nos llevaron a decidirnos por la visita al Museo de las Granjas en Ballenberg. Las carreteras están tan bien indicadas que, a pesar de no llevar gps, no tuvimos ningún problema. Una cosa curiosa es que las autovías están señalizadas en verde y las carreteras en azul, de todos modos tanto unas como otras están bastante bien porque ¡primera sorpresa! en una de las zonas más montañosas de Suiza (que ya es decir mucho) prácticamente no hay carreteras de montaña, se va siempre por los valles (algunos realmente angostos) o por túneles.
El Museo de Ballenberg es sorprendente e interesantísimo. Es un macromuseo etnográfico que, en una amplia extensión de bosque, muestra las casas en las que vivían los granjero suizos hace siglos. Las granjas están ordenadas por regiones y es increible la gran diferencia en los estilos arquitectónicos de las diferentes zonas de un país tan pequeño. En cada una de las casas se puede entrar y todas son distintas: unas están dedicadas a viejos oficios, otras muestran costumbres, otras simplemente muebles y vestidos. Para los niños fue genial, porque al ser un museo al aire libre podían correr a sus anchas, además había animales (bueyes enormes, gallinas...), muchas cosas preparadas para que ellos las pudieran tocar, y estaba todo pensado para ir en familia: una pequeña zona de columpios, posibilidad de comer en merenderos... Realmente era una visita que daba para todo el día, pero después de comer los niños ya estaban cansados de casitas, vaquitas y demás, así que volvimos al coche y, mientras ellos se echaban una siestecilla, nos acercamos a Brienz.
Nuestra idea era coger en Brienz un tren de vapor turístico (el Brienz-Rothorn) que llevaba a una montaña con vistas fantásticas al lago, pero se ve que no le habíamos cogido el ritmo al país, y a las 17:00 ya no había posibilidad de coger tren ninguno. Bueno, pues subamos en coche y disfrutemos igualmente de las vistas -nos dijimos. Ja, ja, segunda sorpresa: no hay carreteras que suban a la montaña. Cada montaña tiene su remonte, teleférico, tren o algo parecido y miles de senderos estupendamente trazados y señalizados, pero no carreteras. Pues nada, cogamos un barco por el lago -dijimos dispuestos a montarnos en lo que fuera. Ji, ji, tercera sorpresa: todo, absolutamente todo, está cerrado sobre las 17:00. Así que, atención a los que pensáis hacer este viaje, si vais con niños planificad vuestras rutas cuidando los horarios. Si, ya sé diréis que llevando preparados los horarios de las cosas, lo que aquí aparecen como sorpresas no deberían haber sido tales, pero es que realmente todo se cierra a primeras horas de la tarde (sitios turísticos, comercios normales ¡que abren a las 6:00 de la mañana!, los escaparates, las casas de las gentes...), con nuestra mentalidad del sur es en todo punto impensable.
De cualquier modo, no creais que dimos el día por perdido, ni mucho menos. Bordeamos el lago Brienz con el coche pasando por pueblecitos encantadores: arquitectura de madera, mucha talla en los balcones, flores por todos lados.
Para que os hagáis una idea: Brienz y Thun son dos grandes lagos, bordeados de bosques y altas montañas, casi conectados por una estrecha franja de tierra donde está Interlaken. Y ¿cómo se puede contar el color de las aguas de estos lagos? son de un turquesa intenso que cambia según la luz que le dé: desde un azul profundo hasta un verdoso caribeño en poco tiempo. Nos pasamos un buen rato sentados en un recodo, en la orilla... mi hijo lloraba como un poseso porque la siesta le había sentado mal, mi hija tiraba palitos al agua y casi se iba ella detrás... ¡qué paz!
De cualquier modo, no creais que dimos el día por perdido, ni mucho menos. Bordeamos el lago Brienz con el coche pasando por pueblecitos encantadores: arquitectura de madera, mucha talla en los balcones, flores por todos lados.
Para que os hagáis una idea: Brienz y Thun son dos grandes lagos, bordeados de bosques y altas montañas, casi conectados por una estrecha franja de tierra donde está Interlaken. Y ¿cómo se puede contar el color de las aguas de estos lagos? son de un turquesa intenso que cambia según la luz que le dé: desde un azul profundo hasta un verdoso caribeño en poco tiempo. Nos pasamos un buen rato sentados en un recodo, en la orilla... mi hijo lloraba como un poseso porque la siesta le había sentado mal, mi hija tiraba palitos al agua y casi se iba ella detrás... ¡qué paz!
Ya de vuelta, y siguiendo las orillas del lago Brienz, pasamos por un desvío que indicaba "Giessbach" y recordé haber leído algo sobre una cascada, podía ser interesante, así que nos acercamos y llegamos a un aparcamiento desde el que salía un cuidado camino hacia el hotel Giessbach (un hotel de lujo, precioso, en medio del bosque con vistas al lago) y hacia la cascada. No os podéis imaginar cómo estaba cuidado el camino. La subida era considerable, pero ni los niños la notaban. La cascada, allí, en medio de ninguna parte, espectacular, con un camino que permitía pasarla por detrás (¿qué os puedo contar del miedo-nervio inicial de los niños y de sus risas después?) y unas vistas sobre el lago al atardecer, cambiando a rosa, naranja, rojizos... y todo para nosotros solos, no había nadie más, y esto fue una constante en casi todos los sitios que visitamos en el viaje.
Con la cabeza llena de estas imágenes volvimos "a casa". Una cena tranquila, y a dormir.