¡Otro día de sol! ¡Qué suerte! ¿Subimos hoy a la nieve? No, no, no. Total, nos quedan unos cuantos días, ya subiremos. Hoy nos decantamos por una de las cosas que más ilusión les hacía a los niños (junto con la nieve): ¡el camino del enanito Muggestuzt!, pero primero iríamos en busca del dragón escondido en la estrecha garganta del Aar.
La garganta del Aar está en la región de Hastital, cerca de Meiringen (el pueblo donde veraneaba Sir Conan Doyle, donde "murió" Sherlock Holmes, y donde dicen que se inventaron los merengues). Es un lugar con montones de sitios preciosos a los que ir (cascadas, montañas espectaculares, muchas actividades para hacer), aparte de que es una zona fantástica y un poco más viva. Nos gustó tanto que la próxima vez, nos quedaremos cerca de Meiringen, y es lo que os aconsejo.
Como todas las cosas ya sabíamos que no nos iba a dar tiempo a hacer (por fin le íbamos cogiendo el truquillo a los horarios suizos) nos quedamos con esta garganta que, según los comentarios de los foreros, era única. Indiscutiblemente todo el mundo tenía razón. Es un sitio de una belleza incomparable. La garganta mide un kilómetro y medio aproximadamente, y la recorre un camino artifical en ocasiones excavado en la roca y en ocasiones colgado de ella. La garganta es tan estrecha que tiene muchas zonas en las que hay poco más de un metro de pared a pared y eso sobre cinco o seis metros de alto. El estruendo del agua del río, bajando con una fuerza impresionante; los juegos de luces y sombras entre las paredes de roca verdosa y parda; los contrastes de las zonas de túneles y las zonas de camino... es para verlo.
El camino dura unos tres cuartos de hora (con niños y fotos) y hay que volver a hacerlo para atrás porque no es circular. Si se va sin niños, fantástico, doble sesión, pero con niños... la verdad es que, en contra de lo que podáis pensar, fue muy fácil. El anagrama de la garganta es un simpático dragón, así que ¡hala! a buscar dragones, y encima, tienen un fantástico parquecillo de columpios a la salida, con lo que otro aliciente más. Con todo esto, hicieron el camino estupendamente, y es que ¡los suizos están en todo!.
La garganta del Aar está en la región de Hastital, cerca de Meiringen (el pueblo donde veraneaba Sir Conan Doyle, donde "murió" Sherlock Holmes, y donde dicen que se inventaron los merengues). Es un lugar con montones de sitios preciosos a los que ir (cascadas, montañas espectaculares, muchas actividades para hacer), aparte de que es una zona fantástica y un poco más viva. Nos gustó tanto que la próxima vez, nos quedaremos cerca de Meiringen, y es lo que os aconsejo.
Como todas las cosas ya sabíamos que no nos iba a dar tiempo a hacer (por fin le íbamos cogiendo el truquillo a los horarios suizos) nos quedamos con esta garganta que, según los comentarios de los foreros, era única. Indiscutiblemente todo el mundo tenía razón. Es un sitio de una belleza incomparable. La garganta mide un kilómetro y medio aproximadamente, y la recorre un camino artifical en ocasiones excavado en la roca y en ocasiones colgado de ella. La garganta es tan estrecha que tiene muchas zonas en las que hay poco más de un metro de pared a pared y eso sobre cinco o seis metros de alto. El estruendo del agua del río, bajando con una fuerza impresionante; los juegos de luces y sombras entre las paredes de roca verdosa y parda; los contrastes de las zonas de túneles y las zonas de camino... es para verlo.
El camino dura unos tres cuartos de hora (con niños y fotos) y hay que volver a hacerlo para atrás porque no es circular. Si se va sin niños, fantástico, doble sesión, pero con niños... la verdad es que, en contra de lo que podáis pensar, fue muy fácil. El anagrama de la garganta es un simpático dragón, así que ¡hala! a buscar dragones, y encima, tienen un fantástico parquecillo de columpios a la salida, con lo que otro aliciente más. Con todo esto, hicieron el camino estupendamente, y es que ¡los suizos están en todo!.
Y luego, al camino del enanito Muggestutz. Este enanito es un personaje muy popular entre los niños suizos (busqué cuentos suyos, pero en español no hay nada), y en el cuaderno de viaje que les preparé a los míos fue la estrella, así que estaban deseando. Nosotros íbamos más en plan padres condescendientes, pero ¡cómo disfrutamos!.
No sabíamos muy bien qué encontaríamos, y, después de una agradable subida en teleférico desde el puerto de Bruning (que era lo único que había que pagar), iniciamos un recorrido de bajada fácil, de unos cinco kilómetros, hasta una estación intermedia del teleférico. Para los niños fue algo genial, porque a lo largo de todo el camino había juegos que hacían referencia a los enanitos: campanitas de los deseos, puentes colgantes, pequeñas casitas entre los árboles, con su ropa colgada y todo...y ¡lo mejor! casitas de madera a tamaño niño ¡con todo! cocinita, cama, comedor... todo allí dispuesto para que ellos jugaran (nada incompleto ni roto, ¡y sin vigilancia!), una gozada.
Con respecto a nosotros ¡qué paisaje! prados con las majestuosas montañas nevadas al fondo y mágicos bosques como sólo los hay por centroeuropa. Encima, los niños entretenidos, dejándonos ver ¡que más se puede pedir! Para no variar, casi casi perdemos el teleférico intermedio (cogimos el último) y tenemos que bajar la montaña entera, aunque la verdad, tampoco nos hubiera importado.
No sabíamos muy bien qué encontaríamos, y, después de una agradable subida en teleférico desde el puerto de Bruning (que era lo único que había que pagar), iniciamos un recorrido de bajada fácil, de unos cinco kilómetros, hasta una estación intermedia del teleférico. Para los niños fue algo genial, porque a lo largo de todo el camino había juegos que hacían referencia a los enanitos: campanitas de los deseos, puentes colgantes, pequeñas casitas entre los árboles, con su ropa colgada y todo...y ¡lo mejor! casitas de madera a tamaño niño ¡con todo! cocinita, cama, comedor... todo allí dispuesto para que ellos jugaran (nada incompleto ni roto, ¡y sin vigilancia!), una gozada.
Con respecto a nosotros ¡qué paisaje! prados con las majestuosas montañas nevadas al fondo y mágicos bosques como sólo los hay por centroeuropa. Encima, los niños entretenidos, dejándonos ver ¡que más se puede pedir! Para no variar, casi casi perdemos el teleférico intermedio (cogimos el último) y tenemos que bajar la montaña entera, aunque la verdad, tampoco nos hubiera importado.