Nuestro día de regreso a casa iba a ser desproporcionadamente largo y cansado (después de aterrizar nos quedaba una hora de metro y cinco horas de coche...), de modo que no madrugamos demasiado, aunque los basureros nos despertaron... Sobre las diez de la mañana dejamos el hotel y con nuestras mochilas a cuestas nos fuimos a la estación para desayunar (para qué romper la constumbre...), y de ahí hasta la Piazza del Duomo para subir a la catedral, aprovechando que esta vez teníamos un sol radiante.
A la catedral se puede subir en ascensor (12 euros) o por las escaleras (7 euros). Como el paro no nos permitía subir en ascensor y mi novia estaba cansada pues subí yo solo por las escaleras. Más que por las vistas, merece la pena subir para ver el bosque de pináculos y esculturas, y caminar entre los arbotantes. Lástima que la aguja estuviera en obras, afeaba un poco el conjunto.
Aprovechamos el sol para hacer unas fotos en la Plaza de la Scala (donde también compramos todos los souvenirs que pensábamos traernos de Milán), y volvimos al Duomo.
Desde la plaza parte la animadísima Via Torino con gran cantidad de negocios de grandes cadenas y mucha gente.
Esta calle va a parar a la Via Porta Ticinesse, donde se encuentra la Iglesia de San Lorenzo Maggiore, una basílica octogonal del siglo IV (de hecho tiene mosaicos romanos), con un pórtico de columnas romanas en su plaza. Yo tenía muchas ganas de verla, pero la encontramos cerrada... Junto a la iglesia se levanta la Porta Ticinesse que da nombre a la calle, la única puerta medieval que se conserva.
Cogimos el Parque de la Basílica, y llegamos hasta la Iglesia de San Eustorgio, donde se encuentra la famosa Capilla Portinari, y un museo cuya entrada son 6 euros. Dentro de la Capilla, el vigilante se prestó a hacernos una visita guiada en inglés italianizado, pero era tan pesado y tan monótono hablando que tuvimos ganas de pedirle que acabara más de una vez...
Cerca de San Eustorgio se encuentran los Navigli, pero como parece ser que la gracia que tienen es por la noche, pues nos dimos la vuelta. De nuevo en la plaza del Duomo, compramos unos bocadillos buenísimos en un pequeño establecimiento bajo los soportales y nos los comimos sentados en la plaza. Nuestra siguiente parada fue el castillo Sforzesco, una fortaleza del siglo XIV muy modificada posteriormente, pero vaya decepción, cubierto de andamios y el patio tomado por una carpa de un desfile de moda...
Detrás del castillo se sitúa el Parco Sempione, un bonito parque con un par de lagos artificiales y un par de monumentos además de la Arena y el Acuario Cívico.
Después de dar una vuelta por el Parco Sempione, nos dirigimos hasta la iglesia de Santa Maria delle Grazie, que está muy cerca. No teníamos entrada para ver el Cenacolo Vinciano (fue imposible conseguirla), pero la iglesia estaba abierta y se puede entrar gratis. La iglesia se comenzó y se terminó en el siglo XV, y presenta elementos góticos y renacentistas, con una elegante cúpula de Bramante. Su interior es muy bello, y merece la pena acercarse aunque no podamos ver la Última Cena...
Nuestra última visita en Milán fue la Iglesia de San Ambrosio, patrón de la ciudad. Se trata de un templo del siglo IV, modificado en el XI, y aunque conserva gran parte de su estructura romana, hoy es una obra maestra del románico lombardo. Conserva los restos íntegros de un par de santos (puaj!), un altar obra maestra de la orfebrería carolingia y un bellísimo mosaico del siglo IX.
De ahí, ya solo nos quedaba despedirnos de la catedral, e iniciar el camino hacia el aeropuerto (se puede ir en tren hasta Bérgamo, o cogiendo un autobús por 5 euros en la estación de trenes, que te lleva directo al aeropuerto), y desde allí el regreso a España.
A la catedral se puede subir en ascensor (12 euros) o por las escaleras (7 euros). Como el paro no nos permitía subir en ascensor y mi novia estaba cansada pues subí yo solo por las escaleras. Más que por las vistas, merece la pena subir para ver el bosque de pináculos y esculturas, y caminar entre los arbotantes. Lástima que la aguja estuviera en obras, afeaba un poco el conjunto.
Aprovechamos el sol para hacer unas fotos en la Plaza de la Scala (donde también compramos todos los souvenirs que pensábamos traernos de Milán), y volvimos al Duomo.
Desde la plaza parte la animadísima Via Torino con gran cantidad de negocios de grandes cadenas y mucha gente.
Esta calle va a parar a la Via Porta Ticinesse, donde se encuentra la Iglesia de San Lorenzo Maggiore, una basílica octogonal del siglo IV (de hecho tiene mosaicos romanos), con un pórtico de columnas romanas en su plaza. Yo tenía muchas ganas de verla, pero la encontramos cerrada... Junto a la iglesia se levanta la Porta Ticinesse que da nombre a la calle, la única puerta medieval que se conserva.
Cogimos el Parque de la Basílica, y llegamos hasta la Iglesia de San Eustorgio, donde se encuentra la famosa Capilla Portinari, y un museo cuya entrada son 6 euros. Dentro de la Capilla, el vigilante se prestó a hacernos una visita guiada en inglés italianizado, pero era tan pesado y tan monótono hablando que tuvimos ganas de pedirle que acabara más de una vez...
Cerca de San Eustorgio se encuentran los Navigli, pero como parece ser que la gracia que tienen es por la noche, pues nos dimos la vuelta. De nuevo en la plaza del Duomo, compramos unos bocadillos buenísimos en un pequeño establecimiento bajo los soportales y nos los comimos sentados en la plaza. Nuestra siguiente parada fue el castillo Sforzesco, una fortaleza del siglo XIV muy modificada posteriormente, pero vaya decepción, cubierto de andamios y el patio tomado por una carpa de un desfile de moda...
Detrás del castillo se sitúa el Parco Sempione, un bonito parque con un par de lagos artificiales y un par de monumentos además de la Arena y el Acuario Cívico.
Después de dar una vuelta por el Parco Sempione, nos dirigimos hasta la iglesia de Santa Maria delle Grazie, que está muy cerca. No teníamos entrada para ver el Cenacolo Vinciano (fue imposible conseguirla), pero la iglesia estaba abierta y se puede entrar gratis. La iglesia se comenzó y se terminó en el siglo XV, y presenta elementos góticos y renacentistas, con una elegante cúpula de Bramante. Su interior es muy bello, y merece la pena acercarse aunque no podamos ver la Última Cena...
Nuestra última visita en Milán fue la Iglesia de San Ambrosio, patrón de la ciudad. Se trata de un templo del siglo IV, modificado en el XI, y aunque conserva gran parte de su estructura romana, hoy es una obra maestra del románico lombardo. Conserva los restos íntegros de un par de santos (puaj!), un altar obra maestra de la orfebrería carolingia y un bellísimo mosaico del siglo IX.
De ahí, ya solo nos quedaba despedirnos de la catedral, e iniciar el camino hacia el aeropuerto (se puede ir en tren hasta Bérgamo, o cogiendo un autobús por 5 euros en la estación de trenes, que te lleva directo al aeropuerto), y desde allí el regreso a España.