Coronada por el volcán que le da nombre (y por cuyo cráter se accede, según Julio Verne, al mismísimo centro de la tierra) esta península era el motivo de nuestro viaje, nuestro principal objetivo, el que no viene en ningún tour de los básicos y que fue, sin duda, nuestro favorito.
Aunque nuestra intención era subir al cráter glacial del volcán en motonieve, no fue posible debido a que las últimas lluvias habían convertido la excursión en una actividad de alto riesgo. A cambio, tuvimos un día entero, desde que llegamos a las 10 de la mañana hasta que vimos la puesta de sol a las 11:30 de la noche, para contemplar un resumen de los paisajes islandeses: zonas verdes con flores pelusonas, caballos islandeses y ovejas acolchadas, playas negras, campos de lava y, por supuesto, un inmenso volcán coronado en la cima por un glaciar.
Contemplamos los acantilados de Svörtuloft, Hellnar, la playa negra con increíbles formaciones rocosas de Dritvík donde es también obligado el levantamiento de una serie de piedras para ver si eres apto para dedicarte a la pesca (yo no, está claro), el verde camino hasta la iglesia de Ingjaldshóll (la primera de cemento del mundo), y las vistas del volcán desde todos los ángulos, desde Arnarstapi hasta Olafsvik. El puro azar nos llevó a realizar una excursión no prevista, ni mencionada en ninguna guía, por una cueva de lava a los pies del Snaefells. Con nuestros cascos y luces de mineros expertos recorrimos con el privilegio de un guía exclusivo para nosotros (por ser los únicos visitantes que no hablaban islandés) los túneles y las formaciones dejados por la lava varios siglos atrás: rocas de varios colores, algunas incluso que brillan en la oscuridad, estalactitas y estalagmitas que, al contrario que las que conocemos normalmente, se formaron en segundos, etc.
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