La última jornada fructífera de nuestro viaje empezó temprano. Julián nos había invitado a desayunar en el centro de la ONG por lo que de buena mañana cogimos un tuk tuk y nos fuimos con Llilly. Cuando llegamos al comedor las cocineras ya habían preparado todo y estaban sacando los platos a la mesa. Nos sentamos con Julián que aprovechó, mientras llenábamos el estómago con comida típica malgache, para contarnos qué hace la organización y qué cosas íbamos a poder visitar durante aquel interesante día.
En el tuk-tuk camino de la sede de Fami
Toni recolectando una papaya
¡¡Menuda papaya!!
FAMI Bongolava es una ONG independiente que actúa de manera directa a través de sus voluntarios en tres regiones de Madagascar: Bongolava, Itasy y Analamanga. Fundada por Julián, la organización trata de dar a los niños acceso a la educación y a la sanidad y erradicar la pobreza tras observar la pésima situación en la que viven los hijos de los campesinos.
Educación ante todo
La falta de alimentos y de agua potable son de los principales problemas a los que se enfrenta causando desnutrición, raquitismo e incluso la muerte. Fami actúa con programas de prevención de la malnutrición de madres lactantes y menores de cinco años, intervenciones quirúrgicas y rehabilitación para niños con raquitismo.
Secuelas del raquitismo
Desde la ONG se promueven programas de educación como base para la reducción de la pobreza mediante apadrinamientos (aseguran la educación de un niño), escuelas comunitarias, residencias para estudiantes, promoción de la mujer y emisoras de radio. La Ong actua también directamente construyendo pozos para garantizar el agua potable y dando créditos solidarios para evitar endeudamientos de agricultores con usureros. Dona medicinas y material de hospital a centros públicos o campañas contra VIH, contra el paludismo, paga vacunas y ha construido varios centros de salud y maternidad. En cuanto a higiene bucal ofrece tratamientos dentales en personas carentes de recursos económicos.
Julián y su gran labor al frente de la ong Fami
Solo con lo que nos había contado ya había conseguido dejarnos con la boca abierta así que estábamos deseosos de verlo todo y terminar de sorprendernos. Nos levantamos de la mesa y salimos al patio, en el mismo centro se encontraban las habitaciones de los niños con raquitismo o pies zambos, sus aulas y el lugar donde hacían rehabilitación. Lo primero que visitamos fueron las aulas, lugar en el que Julián nos dio permiso para grabar y hacer las fotos que quisiéramos. Al principio nos quedamos en la puerta y la ventana temerosos de interrumpir las explicaciones de los profesores, pero los niños hicieron alarde de su buena educación y tras alguna que otra sonrisa tímida ante las cámaras siguieron muy centrados en sus estudios mientras nosotros nos entrometíamos en su clase.
Los niños en clase
Allí estaban ellos, concentrados en lo que decía el maestro y copiando las frases de la pizarra y, pese a no poder evitar mirar los aparatos de las piernas que corregían su enfermedad, tras un rato observándoles me di cuenta de que allí dentro los chicos no le daban importancia y los únicos que nos estábamos fijando en eso éramos nosotros. Lo que verdaderamente les importaba a ellos en ese momento era la lección de francés que estaban dando mientras sin darse cuenta me daban a mí una de superación. Hicimos lo mismo en el aula contigua y la respuesta fue la misma.
Ellos a lo suyo, al cole
Entonces Lilly nos avisó de que estaba a punto de empezar la rehabilitación y fuimos a la otra parte del patio donde los niños ya estaban quitándose los aparatos en la puerta del gimnasio. Un gimnasio en el que tan solo había unas cuantas mesas y unos pocos aparatos, pero mucha voluntad por parte de los pequeños que se esforzaban en hacer bien los ejercicios. Siguiendo las instrucciones del fisioterapeuta daban vueltas a la mesa, pedaleaban en una bicicleta estática o hacían estiramientos, pero siempre manteniendo el orden y siendo respetuosos con sus compañeros.
Las clases de rehabilitación en el gimnasio
Una vez finalizada la sesión los niños salieron, se volvieron a poner los aparatos con la misma destreza que quien se ata los cordones de los zapatos, y se fueron a jugar con el resto de sus compañeros. Nosotros nos volvimos a reunir con Julián en el patio donde los profesores organizaban a los niños en filas para cantar el himno de Madagascar y levantar la bandera, cosa que tuvimos la oportunidad de grabar.
Cantando el himno de Madagascar e hizado de bandera
También pude entrar en la habitación de las niñas, cosa que a alguna le hizo gracia y entre risas correteaba delante de mi señalando todo para que no perdiese detalle sin que el idioma fuese un impedimento.
La habitación de los más pequeños
Como terminamos pronto de ver todo lo que hay en esa parte del centro, Lilly y Ribo quisieron llevarnos de paseo por Tsiroanomandidy. En las afueras del pueblo se celebraba un mercado de intercambio de cebús entre ganaderos y les pareció que debíamos ver algo así. Verdaderamente fue una actividad digna de ver. En un descampado en las afueras se habían reunido decenas de propietarios con sus animales que campaban a sus anchas. Nos acercamos peligrosamente a la zona con todos los sentidos despiertos pues de vez en cuando algún cebú decidía escaparse del rebaño y salir corriendo en dirección a otro mientras el ganadero corría detrás de él dando golpes contra el suelo con una vara. En más de una ocasión tuvimos que apartarnos rápidamente para no ser topados por alguno de ellos y a lo pocos minutos Lilly pensó que solo estaría segura dentro del coche, así que decidió esperarnos allí. Hicimos unas cuantas fotos pero no nos excedimos mucho en la tarea, nosotros tampoco estábamos precisamente en nuestra zona de confort…
El mercado de cebús con Toni de pastor
Un refresco en un bar precedió a la comida en el comedor del centro. Las visitas por la tarde empezaron también temprano. En primer lugar fuimos a ver la residencia de estudiantes, donde decenas de niñas nos recibieron cantando una canción. Julián nos explicó que por un módico precio dan alojamiento a las niñas de los pueblos que realizan sus estudios en la ciudad y no se pueden permitir pagar un alquiler, facilitándoles así la oportunidad de estudiar. Algunas de las jóvenes curiosas que no querían perderse nuestra visita subieron con nosotros al edificio y nos invitaron a ver algunas de las habitaciones haciéndonos de guías improvisados. En el edificio había también cocina, comedor y sala de estudio y mientras les grabábamos unas sonreían y otras se escondían.
El edificio donde estudian y duermen las niñas mañores
Una de las habitaciones
Aprovechando que teníamos que volver al edificio de Tsiroanomandidy porque Julián quería mostrarle cosas de la web a Toni en el despacho, visitamos la radio, medio de difusión que funciona gracias al autofinanciamiento mediante mensajes que deja la gente, anuncios y dedicatorias. En el momento que entramos estaban emitiendo un programa de karaoke y un grupo de niñas cantaba una canción malgache.
La emisora de radio con la chica cantando
Una vez terminadas las visitas de rigor Julián nos dijo que unos cuantos de la ONG iban a ir a dar el pésame a un hombre que había trabajado hace un tiempo con ellos y acababa de morir su mujer. La familia, que era de raza merino, no podían esperar al día siguiente para hacer el velatorio por supersticiones, pues quería evitar el mal fario. Fuimos con ellos a la casa del hombre en cuya entrada habían puesto decenas de sillas para que la gente esperara su turno. Se trataba del fallecimiento de la mujer de una persona pública y por lo tanto muy conocida en Tsiroanomandidy. La cola de gente que iba a dar sus condolencias empezaba en la habitación de la primera planta en la que reposaban los restos y terminaba dando la vuelta a la casa.
Nos pusimos en la cola a esperar nuestro turno y mientras tanto los chicos pensaron que sería bonito cantarles una canción para dar el pésame. Nos encontrábamos en el último lugar que hubiese imaginado estar el último día de nuestro viaje por Madagascar, sin duda una forma muy peculiar de aprender sobre la cultura y las tradiciones malgaches. Cuando estábamos a punto de entrar en la casa empezó a llover y nadie llevaba paraguas, suerte que para cuando empezó a llover más fuerte ya habíamos llegado a una especie de hall y nos pudimos refugiar.
Todavía tardamos una media hora hasta que le tocó el turno a nuestros amigos de la ONG y cuando terminamos y salimos de allí la tormenta estaba en pleno apogeo. Llovía a cántaros y los estridentes truenos ponían a una la piel de gallina, así que ir andando no entraba dentro de los planes. Eramos muchos y tan solo había un coche, aun así fuimos corriendo hasta el vehículo y nos metimos todos allí dentro como pudimos. Dejamos a unos cuantos en el edificio del pueblo y los demás nos fuimos al centro a cenar.
Con tanta actividad durante el día no nos había dado tiempo ni a notar el cansancio, pero cuando nos sentamos en la mesa del comedor, una sensación de descanso nos hizo darnos cuenta de lo que nos había cundido el día. No habíamos podido ver todo lo que hace la ONG, para eso hubiésemos necesitado muchas semanas, pero habíamos tenido tiempo suficiente de percibir la ilusión y las ganas con las que se hacían las cosas, el esfuerzo de cada uno de los voluntarios, el agradecimiento de los niños y los estudiantes más mayores y la voluntad de Julián por seguir haciendo lo que hace porque sabe que merece la pena. Cada granito que se ha sembrado durante todos los años de dedicaión ha obtenido su fruto, y las sonrisas de los beneficiarios de las ayudas de la ONG dan fe de ello.
Esperando para cenar con el equipo de Julián
Julian quién se había mostrado alegre con nuestra visita desde el momento en que llegamos y a parte de abrirnos las puertas de la ONG, se había preocupado en enseñarnos el pueblo, nos había dado alojamiento y comida y una guía muy simpática, pues Lilly nunca perdía su sonrisa ni con cebús corriendo detrás de ella.
Julián y Toni junto con Lilly
Visitar Tsiroanomandidy y la ONG Fami Bongolava había sido la mejor elección para rematar un viaje tan especial como el de Madagascar, el día siguiente pondríamos rumbo a Tana para coger coger el avión que pondría punto final a nuestras aventuras por la gran isla.