DÍA 1
Comenzamos la visita a la ciudad por la zona más próxima a la Haupbahnhof, la estación de trenes. Esta estación es muy grande y alberga un centro comercial, con cantidad de tiendas de todo tipo. Cerca está la Reformierte Kirche y el zoológico, como nos indicaban las huellas de distintos animales que habían dibujado en el suelo para indicar el camino. Al zoo no entramos, solo vimos el edificio, antes de dar un paseo por Rosental, uno de los muchos parques de Leipzig. Tiene varios senderos y un pequeño lago, y se veía mucha gente corriendo, en bici, paseando al perro o jugando con los niños.
Desde allí, bajando por Friedrich Elbert Straße vimos a lo lejos las cúpulas del Palacio de Justicia, y fuimos en esa dirección. Es un edificio enorme, que cuesta un rato rodearlo. Cerca está la Biblioteca Albertina de la Universidad de Leipzig, un edificio muy bonito. Por esa zona hay edificios bastante interesantes, a mi me llamó la atención uno amarillo con un curioso tejado.
Por esa zona se encuentra también el Ayuntamiento Nuevo, un edificio bastante peculiar, con unas torres redondas que llaman la atención desde lejos. Es curioso el reloj con la frase en latín “la muerte es cierta en hora incierta”. Entramos a preguntar si se podía visitar, pero la señora no sabía ni una palabra de algún idioma que no fuera alemán, así que al final desistimos, tras intuir (porque nuestro alemán no da para mucho) que solo se podía visitar de forma guiada, y mucho me temo que en alemán.
Seguimos hacia la plaza del Ayuntamiento por Peterstraße, una calle peatonal con mucho ambiente comercial. Por esta zona, la música en la calle es una constante y, como pudimos comprobar en otras ciudades de Sajonia, hay bastante nivel en las actuaciones de algunos músicos callejeros (algunos, otros no). Había un cuarteto de cuerda que sonaba muy bien.
El Markt, con el precioso ayuntamiento, tenía mucho ambiente, a pesar de las obras del túnel del tren, que ocupaban una parte de la misma. La plaza en sí es preciosa, no solo por este edificio, sino por otros también muy bonitos, además de la cantidad de pasajes que salen y van a parar a la plaza. Hay también muchas terrazas de restaurantes y bares. Cuando nos entró hambre, entramos en uno de estos locales, a comernos una nuestra primera salchicha de este viaje a Alemania, con una vista privilegiada del ayuntamiento, a pesar de las obras.
Después de un breve descanso en el hotel, visitamos la Nikolaikirche, que estaba justo enfrente. Su interior es muy llamativo, ya que está decorada en tonos rosas y verdes, con columnas en forma de palmera, con lo que te da la sensación de estar en un palmeral. Como muchas de las iglesias de Sajonia, tiene forma de teatro, con palcos a los lados. Y es que allí se celebran muchos conciertos, sobre todo de música de órgano. No pudimos comprobarlo, pero según cuentan la acústica es muy buena.
Desde allí nos fuimos a Augustplatz, donde destaca el edificio de la Universidad, con la fachada de cristal, construida sobre una iglesia, guardando las formas originales.
Se encuentra también en esta plaza el moderno Gewandhaus, una sala de conciertos, además de la Ópera, que a mi personalmente me parece un edificio feo, de líneas rectas y sobrias.
Después dimos un paseo hasta la Iglesia de Peterkirche, que no sale en los mapas turísticos. Es una iglesia de estilo neogótico y es el edificio más alto de la ciudad y sus torres (de 88 metros de altura) se ven desde lejos, por eso nos acercamos a visitarla. Es muy bonita, aunque está algo descuidada, se ve que necesitan continuar con las obras de reparación.
Más tarde, nos preparamos para ir a un concierto frente al memorial de Bach en la Thomaskirche. Se trata de conciertos que hacen los lunes de julio y agosto, y la gente se lleva las sillas de su casa para poder sentarse. No sé por qué, pero siendo frente al Memorial de Bach, y en Leipzig, me esperaba música clásica, pero no. Era un grupo de rockeros mayorcitos que interpretaban versiones, y que sonaban realmente bien. Pasamos un rato muy agradable.

Una vez terminó el concierto nos fuimos a cenar. Nos habían recomendado acercarnos a la zona sur, que es la zona de bares y restaurantes donde va la gente de la ciudad. Comimos en el restaurante Orange, con una relación calidad precio aceptable.
DIA 2
Lo primero que hicimos el segundo día en Leipzig fue visitar la Thomaskirche. Aunque el día anterior habíamos estado de concierto junto a la iglesia no nos había dado tiempo a ver el interior. Esta iglesia es conocida por ser el lugar donde Johann Sebastian Bach trabajó como director y donde se encuentran sus restos mortales. Es bonita, aunque creo que más por fuera que por dentro (a mí me gustó más la Nikolaikirche). En esos momentos había un coro ensayando, que sonaba bastante bien.
Después fuimos a visitar el Museo de la Stasi en la Esquina Curva. Personalmente no me dijo mucho, porque estaba todo en alemán y, salvo algunos artefactos curiosos, que se sabía para que sirvieron sin necesidad de explicaciones, lo que me llamó la atención fue el ambiente, de un edificio de los 70 sin reformar, como si hubiesen estado trabajado dentro hasta ayer mismo.
El resto de la mañana lo dedicamos a pasear por los pasajes del centro. Los más conocidos son los Pasajes Madler y Specks Hof, pero hay otros, que dan a las traseras de los restaurantes a la vez que comunican calles, y en los que se pueden encontrar rincones con mucho encanto.
Esa mañana, en el Markt había un enorme mercado con puestos de frutas, quesos, plantas, especias, panes,… Se ve que la plaza no ha perdido su esencia original.
En los arcos del Antiguo Ayuntamiento estaba tocando un grupo que nos gustó mucho, de Ohio, que tocaban música bluegrass, con guitarra, banjo, mandolina, violín y bajo. Se llamaban Hunnabee & The Sandy Tar Boys y nos quedamos un rato a escucharlos.
Fuimos a la estación de trenes, y aproveché para comprarme unas sandalias y un pantalón corto, que no me había llevado ropa para el calor que hacía. Comimos allí mismo, en el NordSee, una franquicia que está por toda Alemania, que sirve básicamente pescado. Me encantaron los bocadillos de pescado, sobre todo los de arenque curado (Bismarckhering), que ya había probado en un viaje anterior por tierras alemanas.
Tras el almuerzo, cogimos el tranvía 15 dirección al Monumento a la Batalla de las Naciones. Por el camino paramos en el Jardín Botánico, que está algo descuidado. En algunos sitios las plantas invadían el camino, y el calor de esos días había hecho estragos (en ese momento estaban regando).

Nos bajamos también para ver la Iglesia Rusa, pero estaba tapada con andamios, así que nos quedamos sin verla. Por cierto, lo de las obras es un no parar, debe ser que en invierno no pueden por el frío, y en cuanto llega el verano sacan todos los andamios a la calle.
El Monumento de la Batalla de las Naciones en sí no dice mucho. Lo más chulo es la vista desde delante del lago, aunque, como no, tenía grúa incluida. Junto al lago hay un parque donde se reunían algunos grupos de gente joven. A la torre no subimos, pero se puede subir por 6 euros.
Tras un descanso y una ducha para reponernos del calor, salimos a cenar. Decidimos comprar la comida en un supermercado y sentarnos en uno de los muchos parques de la ciudad, cerca de la Universidad. Compramos cervezas frías a muy buen precio en una tienda cercana, al comienzo de Peterssteinweg, según se cruza Rossplatz. Se estaba muy a gusto, hasta que empezó a llover. Es normal, con tanto calor y la humedad del ambiente, al final tenía que llover. No le dimos importancia, eran unas gotas, y nos quedamos allí comiendo. Cuando empezó a llover más fuerte, nos refugiamos bajo un árbol, pero ya la lluvia pasó a diluvio, y tuvimos que recoger todo, cervezas en mano, y correr hacia algún portal “saltando” los enormes charcos que se habían formado en cuestión de minutos. La suerte es que justo al lado había un cajero automático, donde acabamos nuestra cena en la compañía de otros transeúntes igual de mojados. Según parece, esto es normal por allí, y no les incomoda ponerse como una sopa en verano.
Después nos fuimos para el hotel, porque con la ropa mojada no apetecía mucho pasear, y teníamos que hacer las maletas, que al día siguiente cambiábamos de ciudad.