A la salida de Dimma y después de atravesar un viejo puente de hierro, entramos en otro mundo, un viaje al pasado. El paisaje ha cambiado totalmente, nos encontramos en la sabana, el verde de la hierba y el azul del cielo son espectaculares.
Comenzamos a ver los primeros Surma semidesnudos, estamos realmente en el África profunda. La pista se complica hay mucho fango en el suelo, nos topamos con un autobús atollado en mitad de la carretera, nosotros gracias a la pericia de nuestro conductor Brahano conseguimos continuar.
Llegamos al campamento al atardecer, una explanada donde acampar, cerca de Kibish, rodeados de guardias Surma sin más atuendo que una espacie de abrigo-gabardina y una ducha sin agua, porque según nos dijeron se había roto la tubería que traía el agua desde el río.
Fuimos a ver la puesta de sol a un alto cerca del campamento y conocimos al otro huésped del lugar, un fotógrafo francés que viajaba sólo y a pie y llevaba varios días en la zona esperando para ver una pelea de donga, que al parecer iba a tener lugar finalmente al día siguiente, increíble nuestra suerte!
8 de octubre
Por la mañana después de un maravilloso desayuno con el que nos obsequió Zelalem nos dirigimos al poblado Surma de Kibish. Ya por el camino nos vamos encontrando a algunos surma provistos de su inseparable gula,un palo de tamaño considerable que utilizan en la lucha de donga , de defensa contra los animales, o de simple apoyo.
Los surma son muy altos, impresionan tanto ellos como ellas. Las mujeres con el labio inferior distendido a causa del plato que se colocan en ocasiones desde muy niñas, extrayéndose incluso los dos incisivos inferiores para acomodarlo mejor.
Al llegar al poblado hay que sacar un permiso y contratar un guardia armado que te proteja durante la visita, más bien me parece una manera más de ganarse la vida, que una necesidad real, ya que no vimos ninguna muestra de rechazo en ningún momento,si no todo lo contrario.
Acompañamos al jefe de la tribu a su cabaña para asistir a la práctica de escarificaciones en el brazo de una niña de 13 años por el módico precio de 100 bir. Utilizan un espino para ir estirando la piel y una cuchilla para los pequeños cortes, que después cubren con cenizas para que cicatrice formando pequeños bultos, que son considerados signos de distinción y belleza entre los surma.
El poblado consiste en unas cuantas cabañas dispuestas alrededor de una esplanada a modo de plaza donde se reune la gente. Es como si nos hubiéramos metido en la máquina del tiempo, las mujeres realizando sus tareas cotidianas,moliendo maiz y sorgo,cocinando una especie de albóndigas gigantes en una gran olla sobre el fuego, cuidando de sus pequeños. Nos dejan sacar fotos, pero después te piden dinero, un bir por disparo y los cuentan todos!
Tomamos un refrigerio con el jefe de la tribu en una especie de bar que increíblemente estaba fresco, a pesar del sofocante calor que hacía. Nuestro guia nos comenta que en sus tiempos mozos, cuando peleaba enla donga había matado a cuatro hombres , motivo de orgullo y respeto entre los suyos.Después el jefe nos explicò sus experiencias en Holanda, donde había pasado unas semanas para grabar un reportaje sobre la lucha de donga.Nos cuenta que lo que más le había llamado la atención había sido el ascensor y la cantidad de ropa que tenía que ponerse “incluso en las manos”, comentaba él. Increíble imaginarse a semejante personaje en Holanda.
Para finalizar la visita nos llevó a una zona preciosa cerca del poblado por donde pasa un río y ni corto ni perezoso se deshizo de la única prenda que llevaba, una especie de túnica y se dio un baño delante de nosotros sin ningún tipo de pudor. Para ellos el uso de ropa es algo sucio, consideran la desnudez un símbolo de pureza.