Nos despertamos a las 07:30 e hicimos el checkout. Tras el desayuno dejamos las maletas en la recepción del hotel y acto seguido fuimos con Phally, en coche, a conocer el pueblo flotante de Kompong Phluk, un lugar que no deja indiferente a nadie.
Durante el camino, mantuvimos una charla interesante sobre la guerra civil y el posterior genocidio que hubo en Camboya. Voy a hablar un poco sobre esta parte negra de la historia de Camboya.
Cuando los Jemeres Rojos llegaron al poder en el año 1975, con Pol Pot como dirigente principal, cambiaron todas las normas establecidas en ese momento.
Pol Pot quiso que el campo tomase poder y con ello quiso que fuera el principal motor económico del país. En consecuencia decidió eliminar todos los núcleos de población de las ciudades, a los que consideraba oposición. La táctica para convencer fue tajante: informaron a la población que dicho procedimiento en forma de evacuación era debido a prevenir un ataque aéreo de los Estados Unidos sobre las ciudades del país y el día señalado fue un 17 de abril del año 1975. A partir de ese momento más de 2 millones de personas no regresaron al hogar.
Con los Jemeres Rojos en poder y con Pol Pot al mando mando crearon Kampuchea Democrática y declararon el inicio del "año cero", en el que la historia del país empezaría a reescribirse.
Había que eliminar todos los vestigios del detestable pasado capitalista. Los vehículos a motor se destruyeron, y el carro de mulas fue nombrado medio de transporte nacional. Se quemaron bibliotecas y fábricas de todo tipo, y se prohibió el uso de medicamento.
Sólo los campesinos permanecían a salvo de la peste capitalista y burguesa que contaminaba el país. Ésos eran los ciudadanos ejemplares. El resto, un peligroso despojo de tiempos pasados que había que reeducar o eliminar. Y eso fue lo primero que Pol Pot ordenó: que se acabara con todos los elementos subversivos que podían considerarse un lastre para el país. Durante días se ejecutó a altos funcionarios y a militares. Luego, a profesores, a abogados, a médicos. Después, a aquellos que sabían un segundo idioma. Finalmente, se asesinó a todos los que llevaban gafas, pues los lentes eran síntoma de veleidad intelectual.
Todos los ciudadanos de Camboya que no pertenecían a la guerrilla fueron convertidos en campesinos y obligados a trabajar en los campos de arroz en jornadas de 12 y 14 horas. Las ciudades quedaron despobladas, y en las aldeas se organizó una forma de vida muy particular, con familias separadas, comedores colectivos y sesiones de reeducación.
Pol Pot y los jemeres rojos estuvieron en el poder 44 meses. El 7 de enero de 1979, la intervención militar vietnamita obligó al tirano a salir del país y poner fin al genocidio. No hay cifras exactas de cuántas personas murieron bajo el terror rojo, pero se sabe que más de dos millones perdieron la vida ejecutados o en los campos de la muerte: un tercio de la población del país. Una barbaridad.
Cuando la pesadilla terminó, Camboya tuvo que admitir su condición de país arrasado material, científica y tecnológicamente, pero también humanamente. De los más de 500 médicos con los que contaba en 1975, sólo 54 habían sobrevivido a la masacre de los esbirros de Pol Pot. Tampoco había profesores, ni ingenieros, ni funcionarios cualificados. Por no haber, no había ni deportistas: Camboya renunció a su participación en los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976 y de Moscú en 1980. Todos los atletas de los equipos nacionales habían sido exterminados. Practicar deporte también era una ocupación burguesa en la Kampuchea de Pol Pot.
Pufff, habíamos leído sobre la guerra civil de Camboya en la asignatura de Historia pero desconocíamos la magnitud del exterminio. Nos quedamos perplejos. Phally nos contó muchas cosas y pronto nos dimos cuenta de que era mejor cambiar de tema. Su cara reflejaba el horror que padecieron los camboyanos. Durante el genocidio él tenía, creo recordar, solo 6 años y se acordaba de bastantes cosas. Creo que nos dijo 2 veces que nunca entenderá la razones que les llevaron para hacer una masacre tan brutal.
Con los rostros serios cambiamos de tema y nos centramos en cosas más agradables. Nos preguntó sobre nuestras vidas, familia, casa, trabajo… vamos la vida cotidiana. Se interesó mucho. Se sorprendió bastante con nuestras explicaciones y nos reímos mucho. Así pues poco a poco llegamos en un ambiente alegre a Kompong Phluk.
Al igual que el pueblo Kompong Khleang, éste es una aldea que rodea el lago Tonle Sap. Cuando es temporada de lluvias el agua inunda todos los caminos y las casas tienen que estar suspendidas a muchos metros de altura con estructuras de madera. En estos meses los barcos son el único medio para moverse y la pesca se convierte el motor económico de la gente. Hay que imaginarse despertarse y tener que coger un barquito para ir a la escuela en la misma puerta de la casa. A donde sacar el perro? Jeje. Es muy curioso. Sin embargo en temporada seca el poblado toma otra forma de vida y los habitantes no dejan de trabajar sobre la tierra rojiza.
Cuando nosotros estuvimos en Kompong Phluk había mucho movimiento entre los habitantes; sobre todo trabajaban la madera para retocar las estructuras, ida y vuelta de carros con animales…
Lo realmente increíble del lugar es el poblado y sobre todo su gente. Al igual que en Kompong Khleang, Phally nos dejó en el final del pueblo donde había una escuela. Era la única construcción de hormigón en el pueblo, todo lo demás eran de madera. Según salimos del vehículo muchos curiosos niños se nos agolparon a nuestro alrededor. Era la primera evidencia de que nos esperaba 2 horas intensas llenos de emociones.
Al igual que Kompong Klheang, Kompong Phluk hace que se te remueven muchas cosas por dentro, es un lugar que te fascina, impresiona, sorprende, emociona, maravilla… los adjetivos se quedan corto para describir lo que se siente allí interactuando con los habitantes. Es un pueblo que vibra en medio de la intensa vida que llevan y así te transmiten.
El pueblo es una calle muy alargada, a un lado el río y en el otro está la jungla que se pasa 6 meses al año inundado. En medio de esa calle, en el centro, hay una pagoda y una escuela.
Según avanzamos por el pueblo nos acercábamos a las casas y les dábamos Chupa Chups a los niños. Les encantaban… qué cara de alegría llevaban al ir a contar a sus madre… puff…hay que estar allí para poder sentir esas emociones ya que las palabras o las fotos no transmiten lo suficiente lo que pudimos vivir allí. Solo pensar en sus caras y me pone la piel de gallina, me arranca la sonrisa. Había niños por todos los sitios...
Conocimos una bella camboyana de 21 años (hablaba algo inglés) y nos enseñó su casa, su bebé, sus quehaceres… pasamos un rato muy agradable con ella la verdad. Nos preguntamos muchas cosas y al ver que estábamos de buena onda, sus vecinos se acercaron y entre todos mantuvimos una conversación muy amistosa.
El río estaba casi seco y los barcos esperaban las deseadas lluvias para poder pescar y proseguir la vida tradicional del pueblo inundado. Las casas desnudas construidas en pilotes de madera daban una imagen interesante y llamativa. Las escaleras de madera que parten de sus puertas tienen que ser muy agotadoras para las personas mayores
Aquí la pobreza es evidente; son gente muy humilde pero se puede ver que la gente no pasa hambre. Están sanos y tienen muy buena salud. Para ducharse utilizan cubos o pozos de agua y la electricidad llega a todos los sitios.
Además se enseña inglés a lo más pequeños, lo que pudimos comprobar en primera persona. Nos metimos de lleno en una clase de inglés y el profesor estaba enseñando los verbos y todos los niños muy obedientes cantaban al son de la batuta del profesor. Qué dulces que eran. Nosotros a su edad éramos auténticos “chicho terremotos” jejej, éramos incapaces de estar quieto.
Éramos los únicos turistas que habían pisado ese día (nos dijo una señora que en la temporada “baja” de Kompong Phluk apenas vienen turistas). Había sido una visita muy intensa, muy gratificante. Uno se puede sentir más vivo que nunca en un sitio tan humilde; es lo que pasó a nosotros. Sus caras nos cautivaron.
Poder pasear por las calles viendo cómo se duchaban, jugaban, cocinaban, como le arrancábamos una sonrisa tanto a los mayores y los más pequeños… ha sido una experiencia inolvidable de esas que te marcan para toda la vida.
Al cabo de 2 horas llegamos a la otra extremidad del pueblo donde Phally nos esperaba con su inseparable sonrisa leyendo un libro. Siempre atento, nos preguntó cómo había ido la visita y nos explicó como lo haríamos la siguiente visita a los pueblos flotantes de Chong Kneas.
El pueblo flotante Chong Kneas, vive bajo las aguas durante prácticamente todo el año. Parte de él no tiene un lugar fijo por su flotabilidad, por lo que en función de la estación del año, se puede ir desplazando de un lugar a otro.
[b]Phally nos gestionó la entrada y nos cobraron 15 $ por persona por 1hora y 20 minutos de visita en una lacha para nosotros solos. Nuestro amigo Phally nos recomendó hacer el “sueco” ante el conductor por querernos vender cualquier cosa para darles a los niños que supuestamente viven en estado precario y así hicimos. Nos preguntaba sin cesar el conductor en inglés y nosotros le hacíamos señas de que no entendíamos el idioma y así nos dejó en paz para el resto del viaje.
La lancha, una de las muchas barcazas viejas que contaminan el ambiente tanto por el ruido como por el humo de los motores, avanzaba a través de un estrecho canal. No nos imaginábamos que en pocos kilómetros la estrechura del canal se convertiría en una amplia llanura cubierta en su totalidad por agua. [/b]
Poco a poco empezamos a ver edificaciones, que por su construcción estaba claro que se habían realizado con el objetivo de evitar la crecida de las aguas.
Llegamos a Chong Kneas, un pueblo cualquiera de Camboya si no fuera porque no tiene carreteras sino agua por todos los lados. La gente se debe desplazar en canoa para salir de casa y poder realizar cualquier tarea, desde comprar comida hasta poder ir a trabajar.
Durante el trayecto pudimos ver como pescaba la gente con sus redes a pulso.
Y luego pasó lo que tantas veces habíamos leído. Una barca pequeñita se nos acercó donde había una familia entera con su niño de protagonista por tener una gran serpiente en su cabeza. Nos pedían comprar sus artículos y nosotros que no. Madre mía!! A los 5 minutos otra mujer en su bote nos invitaba a comprar todo tipo de frutas.. eso ya estaba pareciendo a un mercado flotante.
A continuación una barca se acercó y de ella se subió al nuestro un amigo del conductor de nuestra barca. Nos pedía que compráramos arroz de 50 kg valorados en 50$ para los niños que habían “supuestamente” en el horfanato. Puff!! Todo es mentira, una estafa… esos niños tienen padres y los utilizan para aprovecharse del turista. Si no les compras nada, como fue nuestro caso, la visita se hizo más simple sin “callejear” demasiado por sus casas aunque pudimos ver lo que a nosotros nos interesaba: la vida de la gente. Como curiosidad el conductor también paró en una granja de cocodrilos para invitarnos a comprar algo de comida para dar de comer… en ese momento pensé que gustosamente llevaría a él como comida a los cocodrilos, jajaja. Solo por sacar un dólar hacen lo que les antojan.
Lo que más nos gustó fue el hecho de ver la vida cotidiana de la gente en medio del agua y sus quehaceres como la pesca
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Tras bajar de la barca nos reunimos con Phally otra vez y ante la pregunta que le hicimos sobre la maquinaria obrera que se encontraba en la explanada de al lado, nos dijo que en las inmediaciones tenían intenciones de construir un gran hotel para el futuro visitante del pueblo flotante de Chong Kneas. Puffaa… que mala pinta tiene eso. Alguien tendrá que meter mano en el asunto para llevar en buen camino esta actividad interesante, que lo es.
Eran las 12:45 y Phally nos llevó de vuelta a nuestro hotel Hanuman Ayala. Pudimos ducharnos sin coste alguno, muy buen detalle por parte del hotel, y tras recoger todas las mochilas fuimos en coche al aeropuerto de Siem Reap.
Eran las 14:30 y a las 16h salía nuestro avión. En la entrada del aeropuerto nos despedimos, seguramente para siempre, con nuestro amigo conductor Phally. Las emociones eran visibles y nos costó lo suyo dar el último adiós. Fue un momento inolvidable. Había sido la mejor persona de todo el viaje y era él quién tenía mucha culpa de habernos sentido tan bien en Camboya. Sin duda recomiendo a esta gran persona para ser conductor en la visita de los templos de Angkor y alrededores. Algunas opiniones en tripadvisor y su pagina web:
www.tripadvisor.es/ ...vince.html
angkorguia.blogspot.com.es/
Tras facturar las maletas el avión despegó a las 16h rumbo a Bangkok
y una hora más tarde llegamos a Bangkok, otra vez en Tailandia. A pesar de que solo era 1 hora de trayecto nos dieron de comer con la compañía Bangkok Airways. Ya en el aeropuerto majestuoso de Bangkok, en Suvarnabhumi, nos tocó esperar en la puerta de embarque de Koh Samui. No nos dejaron adelantar el vuelo (era posible pero había un coste adicional bastante importante por lo que desistimos la idea) y tuvimos que esperar hasta las 21h cuando de nuevo despegó el avión de la compañía Bangkok Airways hacia la esperada Koh Samui. Ahora tocaba playas de ensueño, relax, arena, coral, snorkel…
A las 22:15, con puntualidad, el avión aterrizó en la isla de Koh Samui, situado en el golfo de Tailandia. Como es mayo, aquí es temporada seca por lo que aparcamos la idea de ir a la zona de Andaman debido que allí era temporada de lluvias.
Según recogimos las mochilas grandes una persona del nuestro hotel “The Floris Resort” nos estaba esperando para llevarnos al hotel.
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Lo reservamos por estar muy próximo a la parada del ferry Lomprayah. Teníamos comprado el billete hacia Koh Tao a las 08h de la mañana siguiente.
Este hotel está bastante bien, situado en Mae Nam Beach, al norte de la isla Koh Samui. Tiene una bonita piscina y está al borde de una bonita playa.
Llegamos casi a las 23h al hotel y tras dejar las mochilas listas para el día siguiente pasamos casi una hora sentados en la arena al borde del agua contemplando el infinito. Un momento íntimo muy bonito, con el susurro de las olas, abrazados… todo lo que estábamos viviendo era especial, único.
Estábamos muy contentos; Camboya había sido excepcional en todos los sentidos. Extraordinario.