Nuestro último día en Toledo amaneció despejado y muy frío. Tras el desayuno, después de recoger y hacer el check-out del hotel, fuimos dando un paseo al Puente de Alcántara, que no quedaba lejos. Es un puente medieval, con dos puertas fortificadas, situado a los pies del Castillo de San Servando. Desde allí hay unas vistas fabulosas de la muralla y del Alcázar.
Después de subir unas interminables escaleras (por cierto, muy sucias, había muchos botellas vacías tiradas por allí), fuimos a visitar la Mezquita del Cristo de la Luz (entrada incluida en la pulsera). Construida en el año 999, es una pequeña mezquita que estaba a la entrada de la ciudad, como lugar de oración para los viajeros que entraban o salían de la ciudad. Es la muestra de arte islámico más importante de Toledo. Se adaptó al culto cristiano y se añadió una cabecera románico-mudéjar. Por dentro aún está en fase de rehabilitación, pero si se dispone de tiempo merece la pena, porque a pesar de su pequeño tamaño tiene detalles de lo más interesantes.
Hay una leyenda sobre esta mezquita, que dice que en la reconquista de Toledo, el caballo del rey cayó de rodillas al llegar a la altura de mezquita, y no quería levantarse. Lo tomaron como una señal divina, así que se excavó el interior del edificio donde encontraron un Cristo Crucificado que los cristianos habían escondido durante la ocupación musulmana. Por eso se conservó la mezquita, dedicándola al culto cristiano.
Aprovechando nuestra última mañana en Toledo, fuimos a ver la Iglesia de San Ildefonso, el último monumento incluido en la pulsera que nos quedaba. La iglesia es bonita tanto por dentro como por fuera, es estilo barroco. Pero su principal atractivo son las impresionantes vistas de la ciudad desde la torre. Se sube de forma cómoda, ya que es una escalera moderna, de escalones metálicos y no de caracol, y se utiliza una torre para subir y otra para bajar. Lo malo es que no calculamos que por la mañana da el sol de frente y no pudimos hacer fotos en condiciones. Pero aun así merece la pena la subida.
Ya para terminar fuimos a visitar el Museo de la Santa Cruz. No teníamos mucha fe en este museo, pero siendo gratuito, fuimos a echar un vistazo. No podíamos estar más desinformados, porque la verdad es que nos encantó, ya no tanto por el contenido sino por el edificio, que es precioso. Es un antiguo hospital, fundado por el Cardenal Mendoza, y tanto la portada como el claustro y las escaleras son una maravilla. En la planta baja, junto al claustro, hay expuestas piezas de arqueología. Lo que más me llamó la atención fue un mosaico que representaba las 4 estaciones. En el piso de arriba está la pinacoteca, donde destacan algunas de las obras más importantes de El Greco. En definitiva, una visita imprescindible en Toledo, aunque solo sea por el edificio.
Nos despedimos de Toledo tomando una caña y una tapa en El Trébol, mucho más tranquilo que el sábado. Y nos fuimos a por el coche, para poner rumbo a casa. Disfrutamos mucho de Toledo, una ciudad que necesita de al menos dos días para poder apreciar todo lo que ofrece: sus impresionantes monumentos, resultados de las culturas que vivieron y convivieron en la ciudad, sus callejuelas donde es fácil perderse (lo que es parte de su encanto), sus obras de arte, su gastronomía,… Eso sí, calzado cómodo porque todas las calles están adoquinadas y en cuesta. Yo llegué a casa con agujetas después de dos días pateando la ciudad.