Hola! Se me había quedado colgada la última mañana antes de despedirnos (por ahora) de esta ciudad tan maravillosa.
Queremos exprimir nuestra última mañana en la ciudad, y aunque estamos agotaditos, a las 8 ya estamos pateando las calles, desayuno de despedida en el Brioche Dorée (adiós napolitanas de chocolate gigantes!) y ponemos rumbo a los Inválidos.
Habíamos hecho mil fotos ya al puente de Alexandre III, pero como volvemos a pasar por allí, hacemos mil más. Total, el puente las merece.
Según nos vamos acercando, vemos que hay muy poca gente por la zona, miramos nuestras notas, y justo! nos hemos confundido, no abren a las 9 sino a las 10. Qué hacemos? (tengo que decir que no hacía tiempo de andar paseando con la ropa que llevábamos, íbamos bastante desabrigados y hacía mucho aire). Decidimos ir al Arco del Triunfo, ahora o nunca! jajaja, se nos había estado resistiendo todo el viaje. Cogimos otra vez el puente, volvimos a ver el Grand y el Petit Palais (no nos cansamos de verlos) y hala! Campos Elíseos para arriba. Tardamos un ratito porque nos fuimos parando en los escaparates y demás, todo nos llama la atención, pero al final llegamos.
A mi la primera vez que vi el Arco me impresionó, me lo imaginaba más pequeño, no se por qué, y a mi marido le ha pasado lo mismo. Alucina de lo grande que es. Nos tiramos un buen rato rodeándolo, viéndolo desde todos los ángulos, pero decidimos no subir, y es que hace muchísimo frío ahora mismo, las temperaturas han pegado un bajón que nos ha pillado desprevenidos y hemos salido con chaquetilla en vez de con el abrigo. Lástima.
Decidimos desandar lo andado de nuevo hacia Los Inválidos, y ahora si, entramos a ver la tumba de Napoleón. Qué impresión. No se explicaros lo que sentí al verla tan grande y majestuosa.
Nos dio pena no poder visitar el museo, sobre todo por la exposición de los Mosqueteros, pero no teníamos mucho tiempo y para verla corriendo o a medias, mejor dejarlo. Dimos una vuelta por fuera y nos dimos cuenta que no habíamos comprado nada, ni un imán, ni una taza, ni un regalito para nadie. Drama.

Decidimos acercarnos a Montmatre, y de paso comer por allí, que el primer día no nos había cuadrado, así que por allí estuvimos comprando cositas y callejeando hasta llegar a Le Relais Gascon. Aquí nos dimos la última comilona con sus ensaladas gigantes cubiertas de patatas fritas, original y muy rico todo. Mi marido además se atrevió con la sopa de cebolla gratinada y le encantó, se puso como el kiko el tío.
Desde aquí la historia ya es metro al hotel, maletas, metro a la ópera, Roissybus, una hora de retraso, macarons en el ladurée del aeropuerto (para endulzarnos la vuelta, snif), avión, llegada a Madrid y homenaje en restaurante gallego para olvidar que ya se acabó este viaje tan genial.
Pero volveremos. Está claro. Tenemos que subir al Arco del Triunfo

