Tal vez va siendo hora de que te comente brevemente algo del hotel Luitpold donde nos alojamos. Un hotel digno y con una ubicación excelente para quien, como nosotros, piense hacer varias excursiones en tren desde Munich. La estación central quedaba a unos 100 metros y la entrada al centro histórico, la Karslplatz, a unos 300 o 400 metros. Para nuestros planes, la ubicación idónea.
Habitación de un tamaño correcto, mobiliario en perfecto estado, los muebles en madera clara, pequeña televisión (que sólo encendimos una vez) y calefacción central. Nos llamó la atención la ropa de cama. Al estilo centroeuropeo, tan sólo un gustoso edredón por persona (sin sábanas ni mantas).
[align=center]Hotel Luitpold
Habitación de un tamaño correcto, mobiliario en perfecto estado, los muebles en madera clara, pequeña televisión (que sólo encendimos una vez) y calefacción central. Nos llamó la atención la ropa de cama. Al estilo centroeuropeo, tan sólo un gustoso edredón por persona (sin sábanas ni mantas).
[align=center]Hotel Luitpold
*** Imagen borrada de Tinypic ***
El baño pequeñito e impoluto, diría yo que recientemente reformado.
El comedor estaba en el 2º piso, donde se podía desayunar de 7:00 a 10:00. El desayuno ofrecía zumo de naranja, café, leche, cacao, huevos cocidos, salchichitas, fruta, mermelada, miel, nutella, corn flakes, embutidos, queso, panes, yogourth…. Lástima que no ofreciese bollería o galletas para los que estamos acostumbrados a desayunar a base de ello. El comedor nos gustó, con cierto aire típico bávaro en su mobiliario (muebles de madera tallada), muy chulo.
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Una de las cuestiones que nos inclinó por este hotel, aparte de la magnífica ubicación, fue que, a diferencia de otros, el Luitpold ofrecia desayuno y wifi gratis (cosas que todos los demás que miramos cobraban aparte). Lo contratamos a través de Booking.com
Como dato curioso diré que la recepción era diminuta y parte del personal que la atendía, señores de mucha edad. Nos hizo gracia al llegar ver cómo comprababan nuestra reserva en un enorme libro lleno de tachones y apuntes (a la antigua usanza, ni ordenador ni otras moderneces!!).
Comedor del hotel
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En vez de la típica tarjeta para la habitación, en el Luitpold siguen utilizando la llave con gran llavero que se ha de entregar en recepción al salir. Estuvimos muy a gusto, no me cabe la menor duda de que si alguna vez vuelvo a Munich, por ubicación y precio volveré al Luitpold.
Nuremberg desde el castillo
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Pero volvamos a la jornada que teníamos por delante. Hoy tocaba Nuremberg, Bayern Ticket de nuevo y un viaje de 1 hora y 48 minutos. La estación de tren de Nuremberg queda pegadita a la entrada del centro histórico de la ciudad así que marchamos directamente a visitar el Handwerkerhof, un pequeño recinto acogido junto a la muralla medieval de la ciudad y que reune un conjunto de coquetas casas que albergan tiendas y talleres de artesanos y algún restaurante. Empujamos la enorme puerta de madera y no se movió ni un centímetro… “oh, oh”…. Aquello tenía pinta de estar cerrado.
Recinto del Handwerkerhof
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Vimos a escasos metros de allí la oficina de información y turismo donde nos confirmaron que el mercado estaba cerrado por ser Viernes Santo. Nos dió mucha pena porque las fotos que habíamos visto anunciaban unas callejuelas de los más pintorescas. Tomamos un plano de la ciudad en la oficina y marchamos a conocerla. Tras unos centenares de metros dimos con Lorenzkirche, una iglesia de la que habíamos leido maravillas, pero un amable señor nos cerró el paso y nos pidió que volviésemos en 20 minutos, que no se podía visitar en ese momento (supusimos que había misa). Dos fallos de dos objetivos, mal empezábamos…..

Heilig Geist Hospital
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Al pasar sobre el primer puente que atraviesa el rio Pegnitz vimos desde allí el Heilig Geist Hospital (un hospital creado entre 1.332 y 1.339 para atender a ancianos y que hoy en día alberga un restaurante).
Nos faltaba la tercera, la vencida, así que encontramos el mercado de Hauptmarkt también cerrado por el Viernes Santo. Todos los puestos mantenían sus toldos echados y no había ni pizca de animación en la plaza. Nos dirigimos a la Schoner Brunnen de la plaza, una fuente del siglo XIV y que recuerda a una torre gótica.
Fraunkirche y Schoner Brunn
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Entramos a ver Fraunkirche, una iglesia ubicada allí mismo y que nos pareció muy sencilla. Así que emprendimos sin demora camino hacia el castillo, no sin antes parar en San Sebaldo, la iglesia más antigua de la ciudad. El templo tampoco es nada del otro mundo, pero la exposición que hay en su interior sobre los daños causados por la guerra mundial en la iglesia y aledaños da qué pensar y mucho.
Por si habíamos encontrado pocas cosas cerradas ese día, pasamos junto a la Bratwursthausle que mantenía sus persianas echadas.
Bratwursthausle y al fondo San Sebaldo
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Este local tiene fama de ser quien mejor elabora las famosas salchichas rostbratwurste asadas a la parrilla. Pensamos que era por lo temprano de la hora y nos propusimos volver después. Optamos por subir hasta el castillo imperial, el Kaiserburg, cruzando los dedos para que estuviese abierto, como así fue.
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Los patios exteriores del castillo y las torres tenían una pinta formidable así que sacamos entrada para verlo por dentro (7 € entrada al castillo y la torre). Sinceramente, no merece la pena entrar al castillo. El edificio es austero a más no poder, poco digno de verse (tal vez exceptuando la llamada capilla doble) y las exposiciones de su interior tampoco nos cautivaron (en su gran mayoría armas, alguna joya, pantallas interactivas…).
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Subimos a la torre donde vimos una vistas parecidas a las que habíamos obtenido dentro del castillo (tenedlo en cuenta ya que la entrada varía de precio con o sin torre). Según salimos del castillo vimos un local que parecía llamarnos, Burgwatcher se llama, donde tomamos un par de cervezas y el simpático camarero chileno ofreció a mi mujer un curioso aparato al que denominó “calentador de cervezas”: un cilindro metálico lleno de agua hirviendo y que se introduce en la jarra para que temple un poco la temperatura de la cerveza.
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Estuvimos muy a gusto en el pintoresco local, el camarero muy simpático y a pesar de estar al aire libre, las estufas proporcionaban un calorcito de lo más agradable. Animados con los tragos cerveceros, salimos en pos de la plaza que se abre frente a la que fuera casa del pintor Alberto Durero. La plaza rebosa un encanto medieval increible, recogida bajo el castillo, con edificios como la casa del citado pintor, la torre Tiergartnertor o la casa con vistoso entramado de madera Pilatus Haus.
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También una estatua de una liebre de la que no teníamos noticia previa y que al parecer es un homenaje a Durero. Desde allí subimos a echar un vistazo por las antiguas murallas de la ciudad y sin liarnos mucho más, fuimos a buscar la Bratwursthausle y sus salchichas, pero continuaba cerrada. La fiesta de Viernes Santo nos estaba haciendo la Pascua (¡perdón por el pésimo chiste!), aunque de lo malo, malo, el cielo empezaba timidamente a mostrar claros.
Escultura y la casa de Alberto Durero
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No teníamos ganas de buscar un restaurante agradable así que volvimos donde el amigo chileno. Mi mujer pidió un bocadillo y yo Ritter Brot o “pan al caballero” que era una rebanada de pan moreno con obatzter (queso) y rebanadas de cerdo asado con cebolla y tomates. Me fijé que en la carta ofrecían vinos de Franconia (una de las 7 regiones en que se divide Baviera y de la que Nuremberg es capital).
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Así que asesorado por el camarero pedía un Spätburgunder, un vino tinto (0,2 litros por 5 euros). Lo cierto es que el vino ni me gustó ni me disgustó, ni fú ni fá, pero al menos lo probé.
Acabamos de comer y decidimos cambiar de zona en Nuremberg y caminamos hacia el rio. Encontramos el Weinstadel, un antiguo almacén de vino junto al rio que anteriormente fue leprosería y algún otro edificio que ofrecían panorámicas preciosas para las fotos.
Weinstadel
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También allí quedaban la torre y el puente del verdugo, pegaditos al Weinstadek. Al parecer el verdugo de Nuremberg residía en esa torre, alejado del resto de la ciudadanía y el puente cubierto sobre el río Pegnitz, era el que tenía que atravesar para cumplir con su macabra misión.
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El puente de madera puede atravesarse caminando (está abierto al paso) y la torre alberga una exposición que no vimos porque andábamos pillados de tiempo ya. Toda esta zona del rio es preciosa, pero el reloj iba avanzando y teníamos que acabar con nuestra visita a Nuremberg. Me quedó la sensación de haber dedicado demasiado poco tiempo a esta parte de la ciudad.
Torre y puente del verdugo
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Buscamos y encontramos la Weiser Turm, una torre fortificada junto a la cual se encuentra una de las fuentes más raras y estrambóticas que he visto en mi vida: la Ehekarussel Brunnen, una fuente que refleja con despiadada ironía las diferentes fases del matrimonio. Francamente curioso el monumento en cuestión (el autor deja bien clara su despiadada opinión sobre la unión conyugal

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No quedaba muy lejos la Calle de los Derechos Humanos. La calle que comienza al atravesar un arco tras el cual aparecen 27 columnas, dos losas y un roble en los cuales están los textos abreviados de los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No quedaba mucho más que hacer en Nuremberg salvo intentar por segunda vez entrar en Lorenzkirche, pero esta vez encontramos las puertas cerradas a cal y canto. Así que al tren y rumbo a Munich!!!
Un rincón de Nuremberg
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Al volver a la capital bávara no teníamos claro qué hacer y se nos ocurrió ir a conocer la Theresienwiese, la enorme explanada donde se celebra la Oktoberfest. Con un par de transbordos de tren y metro desde la estación central (la Bayern Ticket te permite utilizarlos de manera gratuita) llegamos al punto en cuestión. La explanada estaba en parte cubierta por atracciones y puestos de la Frühlingfest, una feria que empezaría la semana siguiente, del 25 de abril al 11 de mayo, pero así y todo pudimos percibir sus colosales dimensiones que, francamente, nos sorprendieron.
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Resulta increible que en el centro de una ciudad como Munich se mantenga sin edificar un solar de tan impresionante tamaño (aunque sea para celebrar una de las fiestas más importantes a nivel mundial). Presidiendo todo el terreno está Bavaria, la estatua que se eleva 20 metros, elaborada por mandato de Luis I y que representa al estado de Baviera. A espaldas de la estatua se levanta el Ruhmeshalle, eficio de estilo clásico. A lo lejos vimos las torres de una iglesia que no conocíamos, St Paul, según nuestros planos.
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Después de admirarnos ante la inmensidad de la explanada y de sentirnos muy chiquitos ante la colosal Bavaria, no nos quedaba mucho más que hacer por allí así que decidimos tomar una cervecita antes de cenar. No muy lejos de allí debía quedar la Augustiner Braustuben, una cervecera con casi 700 años de historia, ubicada en la fábrica de cerveza más antigua de Munich. Así que para allí nos fuimos. No fue muy buena idea.
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Desde la Theresienwiese tardamos unos 15 minutos en llegar andando hasta la cervecera y, para colmo, estaba hasta la bandera, no cabía un alma. Nos supusimos que tomarnos una cerveza allí, entre que nos sentamos y nos servían, nos iba a suponer un buen rato y como ya estaba muy próxima la hora de la cena, volvimos hacia el metro. Esa noche habíamos pensado repetir en Hanxbauer, y es que el codillo estuvo tan suculunto la vez anterior y el trato fue tan amable que nos apetecía repetir.
Tulipanes en Neuhaser strasse
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Llegamos a Hanxbauer y encontramos mucha más gente que la vez anterior. Seguramente el hecho de ser viernes, además del aluvión de visitantes de Semana Santa, tendría mucho que ver con el asunto. Tuvimos que hacer cola en la entrada para que nos diesen mesa. Nos atendió un camarero con malas pulgas (nada que ver con el del otro día) y cuando pedimos codillo, nos trajo una bandeja con 4 piezas enormes para elegir la que quisiésemos. Le pedimos alguno más pequeño y el muy “simpático” nos dice que no hay (lo que no hay son ganas de agradar, está claro). Pedimos el más pequeño del lote, que aún asi era grande para dos, y que lucía una bandera de 35 € (recuerda que el del otro día nos costó 27).
Cervecera en el patio del Ayuntamiento
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En la mesa de al lado tres parejas catalanas pidieron 2 codillos de cerdo y uno de vacuno para compartir (hasta ese momento no sabía yo que también los ofrecían de res). También pedimos un par de tortitas de patata. El áspero camarero tardó más de la cuenta en traernos el codillo y llegó a la mesa templado, en vez de caliente. El codillo era enorme y fue una pena todo lo que nos sobró. La factura subió considerablemente con respecto a la de la vez anterior y salimos con una sensación muy diferente a la de la primera experiencia en el local.
Calle muniquesa
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Pero como ya hemos dicho anteriormente, nada mejor para pasar un mal trago que un buen trago de cerveza muniquesa, así que podrías dejar de leer tanto y hacer el favor de pagarte una ronda, que ya es hora, vamos, digo yo!!!
Nos fuimos a una muy cercana, hasta Augustiner Am Platzl, donde me pedí una weitzenbier de litro. La jarra pesa lo suyo y lo cierto es que se pueden ejercitar biceps y muñeca mientras se disfruta de charla y cerveza.
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Por cierto, en todas las cerveceras hace un calor terrible, tienen la calefacción a tope, y muchas veces pasan holgadamente de los 20º. Llegar a una cervecera y empezar a despojarse de ropa es todo uno. También en algunas tiendas se nota la calefacción elevada. Pasamos un buen rato en Augustiner Am Platzl, muy cercana a la famosa Hofbräuhaus, una zona con más cerveceras, algún que otro pub irlandés y el Hard Rock Café.[/align][/size]