El Marais y Montmartre. Dos distritos encantadores antes de partir. ✏️ Diarios de Viajes de Francia

París, París, París. ¿Hay algo mejor que levantarse de la cama y comprobar cuando miras por la ventana que aun sigues ahí? ¡Pues sí!, Que encima haga un sol, como así era. A priori se presentaba una jornada excelente.

Queríamos completar el viaje con la visita al distrito de Marais, el barrio judío de París, y a Montmartre y así redondear nuestra estancia en la ciudad.

Según lo previsto nos levantamos de nuevo bastante temprano para cambiarnos, desayunar y salir a aprovechar nuestra última mañana en la ciudad.

Queríamos pasar primero por St-Eustache, en la zona de Beaubourg –Les Halles. Fuimos de nuevo andando porque estaba relativamente cerca del hotel. Por el camino nos cruzamos con la entrada de la Bolsa de Comercio que, al parecer, el guasón de Víctor Hugo decía que su cúpula era como un casco de jockey, y no le faltaba razón.

En pocos minutos nos plantamos delante St-Eustache y nos dedicamos a jugar un rato con la escultura de la cara gigante que hay delante de la iglesia.

Como íbamos contra-reloj no pudimos dedicarle más tiempo a esta zona. Una lástima ya que lo poco que habíamos visto invitaba a adentrarse un poco más por esas calles. Por esa misma razón nos vimos privados de ir andando hasta la siguiente visita, por lo que cogimos la línea 4 en Étienne Marcel para llegar hasta la Bastilla previo transbordo en Chatelet con la línea 1.

Llegamos al distrito Marais con intención de entretenernos tranquilamente por la plaza de París que a nuestro gusto es la más bonita, la Place dus Vosges y para conocer mejor las calles de el barrio judío, así es que le dedicamos poco tiempo al Genio de la libertad y a la Ópera de París Batille.

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Pasamos por el Boulevard Beaumarchais siguiendo las indicaciones de los carteles y en poco nos dimos cuenta que entrábamos en el Barrio Judío ya que empezaban a ver tiendas con carteles en lengua semita, y al poco nos plantamos en la añorada Place dus Vosges. La otra vez la vimos de noche y estaba preciosa. De día no tiene nada que envidiar al panorama nocturno. Además tiene la ventaja de que las verjas de la plaza están abiertas y así tienes una perspectiva mejor de la zona. La misma simetría en cada lado le da un aura especial que te transporta a la época de los mosqueteros. De hecho, el Cardenal Richelieu fue uno de los vecinos, y hasta Víctor Hugo se alojó en una de las casas de la plaza.

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Pasamos luego bajo los pórticos para visitar con calma el centro del Marais, por eso nos dirigimos a Rue des Rosiers. Antes de llegar, cerca de Rue Pavee encontramos otra librería que sin llegar a la originalidad de la Shekespeare and Co. también nos llamó la atención. Monalisait se llama y al parecer es una cadena de librerías que se puede encontrar en diferentes puntos de la ciudad. En la puerta tenían algunos libros de oferta, y por 1 Euro pudimos comprar un libro con dibujos de las zonas más populares de París para quien ya sabéis. Indiscutiblemente en cuestión de regalos nuestro hijo salió ganando por goleada, jejeje.

Llegamos luego a Rue Rosiers donde hay cantidad de tiendas decoradas con motivos judíos. Así mismo encontramos una escultura metálica bastante curiosa dedicada a un rabino.

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Estuvimos caminando sin ruta un poco más por la zona hasta que buscamos el metro para ir en dirección a una zona que nos quedaba muy alejada de aquí, Montmartre. ¿Y es qué sería de un par de días románticos en París sin visitar la Place du Tertre? Pues eso.

En St Paul subimos a la línea 1 hasta Concorde y así realizar el cambio con la línea 12 hasta Pigalle.

Pasear por Montmartré es una delicia. Las calles empinadas, los bares en las esquinas, las escaleras para salvar los desniveles, el ambiente bohemio de Tartre... aquí se respira un aire diferente al resto de París.

Subimos hasta los pies de Sacré-Coeur en Funicular, aunque no me estuve de pedir a mi mujer que me hiciese una foto en las escaleras, como si hubiese tenido el valor de subirlas a pie.

El Sacré-Coeur se presentaba frente a nosotros con un cielo totalmente azul como telón de fondo. Impresionante estampa. Desistimos, pero, de entrar en la iglesia. Ya la conocíamos y seguíamos con la idea de no perder tiempo en lugares cerrados, así que nos fuimos a dar una vuelta por los alrededores de la famosa plaza de los pintores.

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Disfrutamos pasando por las angostas “rues” del distrito, Muy peculiares e inconfundibles. Nos dirigimos hacia “Au Lapin Agile”, antiguo Cabaret des Assassins, que toma su nombre actual al dibujo que se puede ver en la fachada en que se representa a un conejo escapando por los pelos de una cazuela. Este Club era frecuentado por intelectuales, literarios y pintores y a eso debe su fama.

Delante del Conejo Ágil encontramos dispuestos en una pequeña ladera uno de los tesoros que guarda celosamente escondidos la ciudad, el último reducto de viñas de París. Allí las tienen dispuestas ordenadamente en fila a la espera que llegue el fin del verano para empezar así la vendimia.

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Luego nos dirigimos, ahora sí, a la Place du Tartre. Vayas a la hora que vayas siempre está lleno de curiosos mirando pintar a los artistas allí reunidos. Entre ellos encontramos el sitio que tiene montado la artista que le compramos un par de cuadros hace 4 años. Lástima que ella no estaba. A esas horas debía rondar por los cafés cercanos. El ambiente de la plaza era distendido y agradable, así que es nos tomamos las cosas con calma y disfrutamos al máximo de la escena.

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Para volver a Pigalle preferimos bajar por unas escaleras y así ver un poco más de la zona. Al poco llegábamos a la entrada del metro, así que combinando líneas 12 y 10 nos podíamos plantar en el Barrio Latino y así resolver los últimos flecos que nos quedaban, dejar un recuerdo en la pared de la Shekespeare and Co y almorzar en la terraza de nuestro exclusivo restaurante parisino.

Bajamos en Cluny La Sorbone y aprovechamos para fomentar de nuevo nuestra relación con los Mc Donald’s. Vale la pena apuntar que justamente ya visitamos este reducto de descanso en nuestra anterior visita a la ciudad, así que, una vez más, ahondamos nuestro estrecho lazo con los lavabos de este preciado local.

Teníamos tiempo antes de comer. Además no había problema para encontrar mesa al aire libre en nuestro restaurante por mucho que hiciese un sol increíble y que las terrazas de los locales de comida estuviesen llenos hasta la bandera, así que tras caminar de nuevo por estas animadas calles, nos plantamos en la Shekespeare and Co para poner una pegatina del brucelee2000 en el techo del piso superior. Si alguien va próximamente a París espero que pueda ver el chino karateka allí colgado, jejeje.

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Al salir dimos un rodeo por Rue Galande hasta el Boulevard Saint Germain. Nos detuvimos un rato en las numerosas tiendas de cómics para luego salir sin más dilación en busca de nuestro exclusivo restaurante. Así pues dirección al Mc Donald’s... para pedir en el chiringuito que hay al lado dos hot-dogs gigantes con queso e ir los jardines del Museo del Cluny para degustar nuestra comida tranquilamente sentados en uno de los bancos del parque, tal y como ya hicimos en nuestra anterior estancia en la ciudad. ¡Pero que bueno resulta poder comer bajo el sol en París!

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El tiempo se acababa, ya que la hora de tomar el bus de retorno al aeropuerto estaba al caer, aun así teníamos tiempo para hacer un último paseo por los muelles del Sena. La gente aprovecha los muelles para tomar el sol o pasear, así que pensamos que era una buena idea para exprimir al máximo nuestras nuevas rutas por París.

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Salimos al nivel superior por la Place du Vert-Galant, desde donde parten los cruceros la compañía Vedettes du Pont Neuf y realizamos el paseo inverso al que hicimos nuestra primera noche. Al llegar a la altura del Louvre entramos por el arco del Jardín de los Infantes y así dar una vuelta por los patios del palacio. Eran nuestra última visita. Pasamos por debajo del Ala Sully para acceder al Patio Napoleón y luego cruzamos el Pabellón Richelieu para salir enfrente del Palais Royal. Llegar al hotel sólo era cuestión de pocos minutos.

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Recogimos bolsas y maletas y, al igual que en Londres, pegué la pegatina del brucelee2000 debajo de la única mesita de noche que tenía la habitación. Finalmente fuimos hacia el metro.

Antes de marchar nos ocurrió la última peripecia. Estaba haciéndole una foto a mi mujer en la entrada del metro, entonces en el suelo había un anillo, supuestamente de horo, entonces apareció una mujer, lo recogió y me lo ofreció. Habíamos visto antes estra triquiñuela. Al parecer si dices que el anillo es tuyo te pide una compensación a cambio. Por suerte sabíamos de qué iba y no picamos.

Sin más contratiempos, subimos a la línea 1 del metro y nos plantamos en Porte Maillot, no sin antes ver la zona de la Defense desde el autobús. En el propio metro hay indicaciones que te ayudan a encontrar la puerta de salida que te lleva a la estación de autobuses y al cabo de poco ya nos estábamos montando en el nuestro.

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Tampoco tuvimos complicación alguna en el viaje de vuelta, así que llegamos a la hora prevista a nuestro destino.

Terminaba así nuestro “fin de semana inter-semanal” en París, una estancia corta pero productiva ya que gracias a la excusa de la cena de aniversario, pudimos descubrir lugares donde aun no habíamos estado y disfrutar de aquellos que ya conocíamos pero que es inevitable volverlos a ver por su belleza.

Saludos a todos y gracias por visitar el diario.