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Día 11: Camino a Palas de Rey.
(26-Mayo-2014)
La cafetería está cerrada hasta las 7:00 y yo, como viene siendo costumbre, ya estoy despierto a las 5:00 y con todo listo para la salida a las 6:00. No tengo ganas de quedarme esperando a que abran la cafetería y pienso que cerca habrá alguna abierta donde poder tomarme un café, así que empiezo a caminar pese a que mi café por las mañanas es algo sagrado. La cafetería más cercana la encuentro ni más ni menos que a unos 9 Km. Durante los cuales atravieso una fábrica de camas de cascarilla de arroz para animales, que no tengo ni idea de lo que es, pero que emite un olor que casi me hace vomitar. Como me gusta salir tan temprano me encuentro pocos peregrinos por el camino y estoy prácticamente sólo. Al llegar bar me tomo mi merecido café y un bocadillo de tortilla con jamón bastante malo mientras me pongo a escribir durante un buen rato. Van apareciendo peregrinos y cuando decido continuar la marcha la cafetería está llena de los ya habituales peregrinos. Al lado de esa cafetería hay un banco donde me siento un momento a pegarme un vistazo en los pies… noto mucho dolor en los dedos y tengo la mitad inferior de la pierna derecha bastante hinchada, como viene siendo habitual desde hace días. Al quitarme la zapatilla veo una gran ampolla en un dedo, supura y huele mal. La pincho y hago una cura general a los dedos y ampollas de las plantas antes de continuar. Pese a que continúo con molestias, la cojera y el dolor general se han reducido respecto a los días anteriores y me permiten avanzar a una velocidad mayor, a mi ritmo, como me gusta. Me pongo mis auriculares con música y continúo la marcha disfrutando del paisaje y del ambiente que da la gente.
Más adelante me encuentro a un grupo de peregrinos junto a una vivienda antigua habilitada como “oasis” del peregrino, donde dos chicos muy agradables me ofrecen café o té y un descanso de unos minutos. No me piden nada pero al lado de la mesa hay una hucha donde está escrito “la voluntad”. Me parece bien pero me da la sensación de negocio camuflado. Los jóvenes que están en el puesto son uno norteamericano y el otro sudamericano. Muy simpáticos y captando la mayor cantidad de peregrinos que pasan por esa zona. Pongo un euro en la hucha y me sirvo un café con leche. Me siento fuera con un cigarro y le pregunto al chico sudamericano, por curiosidad, si esta iniciativa les permite vivir, que me parece interesante. Me comentan que ellos son voluntarios y que esta casa, que también tiene alguna cama para servir como albergue, pertenece a una asociación de amigos del camino de origen estadounidense, según creo recordar. Y que ellos por estar ahí tienen que abonar una pequeña cantidad de dinero. Me comenta que viven en ese sitio. Me sorprende la respuesta. Hablamos un rato y continúo la marcha despidiéndome antes de estos chicos. La ruta es bonita, llegado a un punto no puedo evitar salirme un poco del camino e introducirme unos metros en un bosque precioso, de los típicos en la zona, con los troncos llenos de musgo, enredaderas colgando, sonidos de pájaros… y sentarme ahí en medio un buen rato. Pese a salir temprano, como he parado varias veces me encuentro en medio del pelotón de peregrinos. Gente ya conocida gran parte de ellos a la que voy saludando. Casi al final de la ruta me uno a unos chicos españoles que llegaban de Madrid hasta la entrada de Palas de Rey, donde Víctor (el brigada) ya nos había reservado cama. Al entrar en el albergue, cojeando bastante, me recibe el propietario muy amablemente y me enseña dónde está mi cama. Le comento que me gustaría coger otra habitación, le digo que es por los ronquidos de Camilo pero es porque me quisiera evitar presenciar un espectáculo como el de la noche anterior. El hombre se apura un poco y empieza a mirar sus notas buscando un hueco diciéndome que está complicado, que todo está reservado y que igual a última hora me podría cambiar… le digo que no se preocupe, que no pasa nada y que me quedo donde estoy… me sabe mal complicarle la vida al hombre y tampoco creo que pase nada. Me encuentro a Víctor y le comento que en mi caso no hace falta que continúe reservándome albergues, que se lo agradezco mucho pero que soy consciente de que se ha metido en un compromiso incómodo y yo por lo menos por mi parte quiero liberarlo, además de querer distanciarme un poco de los protagonistas del incidente de la pasada noche. Yo he venido sólo y a estar tranquilo. El hombre me entiende perfectamente y me comenta que en efecto no se siente nada cómodo con tener que reservar albergues para varios si no saben comportarse adecuadamente y que va a dejar de hacerlo. Me dirijo a la ducha y a curarme los pies. Tras quitarme las zapatillas veo que los pies tienen muy mal aspecto. Dedos enrojecidos, hinchados, doloridos… parecen infectados. Me asusta y decido que después de comer me marcharé al centro médico más cercano a que me los miren. Como un menú no demasiado bueno en el albergue, me pego una siesta y al despertar me voy a la farmacia a ver que me recomiendan. Voy en chancletas y con los pies destapados, la gente pone cara rara cuando me los mira. Me confirman en la farmacia que no tienen ningún buen aspecto y que debería ir al médico. Les pido el teléfono de un taxi, ya que el centro médico se encuentra dos KM, los cuales no me siento capacitado en ese momento para caminar, pero un chico que había en la farmacia se ofrece en seguida para acercarme ya que se dirige a la zona. Nos subimos en el coche, un chico muy agradable y me despido de él en el centro médico. Al entrar no hay nadie esperando y me atienden enseguida. El enfermero, al verme los pies, pone un gesto que no me gusta nada y me comenta que tengo que dejar ya el camino o voy a tener complicaciones graves, que tengo los dedos infectados, que ahora vendrá la doctora a echarles un vistazo.
Pido un taxi para volver, compro el antibiótico que me tomo en seguida y me aparto a un sitio tranquilo y solitario del pequeño pueblo, no estoy deprimido, lo entiendo y estoy satisfecho con estos diez días de camino, Pero siento la necesidad de apartarme y llorar un rato. A los pocos minutos veo que por la calle baja un hombre con el que he coincidido alguna vez durante estos últimos días por el camino. De unos 60 años y con cara de bonachón, con una sonrisa muy cálida y ojos pequeños. Se acerca a saludarme pero en seguida nota que me pasa algo. Me pregunta y le comento lo sucedido sin poder evitar que se me salgan un poco las lágrimas. Se sienta conmigo y empezamos a hablar, me anima, se presenta, Juanjo se llama, y me dice que tranquilo, que no hay ningún problema en tener que dejarlo, que el camino continuará ahí y todo eso. Le doy las gracias, le digo que lo sé y que pese a esta reacción normal tras el saber que tengo que renunciar estoy muy satisfecho, y que el objetivo no es Santiago ni Finisterre, si no el propio camino del cual creo que he disfrutado lo suficiente durante estos diez días para saber lo que significa y para repasar las cosas que tenía que pensar encontrando la objetividad necesaria para enfrentarme a mi situación actual. Tenemos una conversación muy agradable y al rato ya me encuentro mucho mejor. Le agradezco el que se haya sentado conmigo, me dice que se alegra mucho de conocerme. Se marcha, me fumo un último cigarro bastante más animado. Le comento a Víctor con un mensaje la noticia y me dice que en cuanto salga del fisioterapeuta, al que se ha ido por alguna molestia, me llama, pero se me acaba la batería. Vuelvo al albergue, pongo el móvil a cargar, y me tomo un café en la terracita exterior. Voy comentando la noticia, ya mucho más animado, y despidiéndome de la gente que sé que es probable que no veré luego. Me da pena perderles ya de vista y todos me dan ánimos, con algunos intercambio correo y teléfono. Tras pasar un rato subo a por el móvil y llamo a Víctor , el cual me responde con su voz acelerada de siempre que están en un bar junto al ayuntamiento y que me vaya para allá que han pensado en un plan para que llegue a Santiago que solo quedan unos días…. – vale, vale – le digo voy para allá y nos hacemos algo. Pero yo sé que no puedo continuar, y no me valen las trampas. Al llegar están Camilo el templario, los vascos, Juanjo (el señor de antes que se acercó a animarme) y Víctor … al acercarme me comentan en seguida que puedo ir en autobús a las siguientes etapas y coincidir con ellos hasta Santiago, pero ya les explico que no he venido a eso y que lo correcto es que al día siguiente vuelva a casa. Víctor se acerca y me dice que soy un tío genial, muy buena persona y que está seguro de que todo me va a ir bien, que no se me ocurra cambiar. Que al principio al verme me vio así grandote y majo, pero que luego se dio cuenta de que era un tío genial y con muy buen fondo… no sé bien cómo interpretar lo de “grandote” pero noto el aprecio y el cariño que nos hemos pillado en estos pocos días y estoy contento, aunque me da pena despedirme de ellos. Vamos a algunos sitios tomándonos algo y me voy encontrando a más gente, muchos de ellos ya lo saben porque alguien se lo ha comentado y nos despedimos, abrazamos, me dan ánimos…
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Contando con protección desde los años setenta, se ha librado de repoblaciones salvajes. Hay todavía en España bastantes espacios donde disfrutar de la variedad de los bosques autóctonos así que, esta vez uno y en otra ocasión será otro
