Cpntinuación de la etapa anterior: aquí está el enlace.
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19 de marzo.
La mañana amaneció nublada y hacía viento, pero afortunadamente no llovía. Fuimos a desayunar (en el hotel el desayuno costaba 12 euros por persona, así que pasamos) a una de las numerosas cafeterías que hay alrededor de la Plaza del Ayuntamiento: aceptable sin más (cafés, zumo y bollos ya que no vimos buenas tapas) y algo caro en relación con lo que conocemos en Madrid. Supongo que se notaban las Fallas o que no acertamos con el sitio. Después fuimos hacia la plaza del Mercado. El mercado estaba cerrado porque era festivo, pero pudimos entrar en la Lonja de la Seda o Lonja de los Mercaderes, una obra maestra del gótico civil valenciano Siglo XV), que es Patrimonio de la Humanidad desde 1996. Otra visita completamente imprescindible. Ese día era gratis, pero normalmente cuesta 2 euros.
Al salir, entramos en la vecina iglesia de los Santos Juanes, donde estaban desfilando cofradías (perdón por si no se dice así) de falleros con sus trajes típicos, para oír misa y supongo que realizar su ofrenda.
Después, nuevo recorrido fallero. Nos gustó especialmente una de las proximidades de la calle Corretgeria. Escondía mucha acidez tras su inocente apariencia infantil.
Caminando, caminando, llegamos cerca del puente del Puente del Real y, como nos pillaba cerca, decidimos aprovechar para cruzar el antiguo cauce del Turia y visitar los Jardines de Monfort (sobre los que habíamos comentado en el foro), que se encuentran en la calle Monfort, junto a la Plaza de la Legión Española. Muy cerca, vimos otra falla grande, bastante simpática.
La verja de entrada a los jardines está un poco disimulada y si no vas con cuidado, te la pasas. Está a la izquierda, del edificio municipal donde se celebran las bodas. ¡Qué sitio tan chulo! Las fotos de los novios deben de quedar estupendas, ya que el escenario es realmente muy bonito, con fuentes y estatuas, y está catalogado como uno de los 8 lugares más románticos de Valencia. Una lástima que no pudiésemos visitarlos en primavera, con las flores en todo su esplendor. Tiene que ser una gozada la pérgola coronada con buganvillas y las rosas moteando de colores los setos verdes. Es pequeñito y se tarda poco en ver, pero merece la pena. Es un rincón solitario y encantador muy cerca del centro de Valencia (se llega caminando, en unos 20 minutos desde la Plaza de la Virgen).
Además, los jardines tienen una curiosa historia que contar. En su interior hay dos leones que fueron esculpidos en 1850 por José Bellver para la escalinata del Congreso de los Diputados en Madrid. Sin embargo, fueron rechazados porque eran demasiado pequeños y no gustaron a la prensa y a la gente de Madrid, que los calificó de "perros rabiosos" en vez de los elegantes y fieros leones que esperaban. Y las esculturas fueron rescatadas por el entonces propietario de este hermoso parque valenciano, que es Monumento Histórico-Artístico.
A las dos, cita ineludible en la Plaza del Ayuntamiento para la mascletá. Así que regresamos, viendo desde el puente el enorme parque en que se ha convertido el antiguo cauce del Turia y la Puerta del Mar.
Cuando la mascletá acabó, fuimos viendo y escuchando otras mascletás según íbamos buscando un sitio para comer, tarea imposible sin reserva, como es lógico; pero con la mascletá se nos fue el santo al cielo y terminamos en un local de comida rápida (imperdonable, lo sé). Para postre unos buñuelos en un puesto callejero (no nos gustaron nada). Por el camino, otro icono de Valencia, la Torre de Quart.[/align]
Después fuimos a la zona de Ruzafa, para ver las fallas de la sección especial que nos faltaban y, de paso, la falla Convento de Jerusalén. Entonces conocimos la zona que nos pareció más espectacular por el tamaño de las fallas, el ambiente y las luces: las calles Cuba, Sueca y Puerto Rico, con las fallas Literato Azorín y el montaje de lo que debía ser una fantástica iluminación nocturna: había que visitarlo por la noche. Había fallas dedicadas a la política, al deporte, una de egipcios, otra de romanos, pero la del cine me gustó mucho.
Por la tarde, antes de que anocheciera, me acerqué a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, recordando otras dos ocasiones que habíamos estado por allí. No conocía el polémico Palacio de las Artes, ahora cubierto de andamios en la fachada donde ha habido algún desprendimiento de los azulejos que la recubren, pero me pareció impactante su imagen de platillo volante. Pese a que alguna zona de agua estaba en fase de mantenimiento, el conjunto no deja de sorprender y me sigue pareciendo un lugar en otro planeta; aunque la obra de Calatrava puede gustar o no gustar, sigo pensando que para Valencia ha sido algo muy grande poder contar con una arquitectura tan innovadora, que no deja a nadie indiferente, con independencia de otras consideraciones, que no vienen al caso en un foro de viajes.
Por la noche, regresamos para dar otro paseo y fotografiar las construcciones iluminadas. De nuevo mereció la pena la caminata.
Regresamos por Ruzafa y cenamos en una marisquería (pulpo y verduras de temporada a la parrilla, todo muy bueno), donde había muy poca gente ya que estaba un poco alejada de la zona del “lío”. Volvimos a las calles Sueca, Cuba y Puerto Rico, ya iluminadas: una pasada; hay que contemplarlo y vivir el ambiente.
También me pareció que las fallas grandes ganaban con la luz artificial, sobre todo teniendo en cuenta que durante el día no habíamos tenido sol y no destacaba tanto su colorido.
Estando por allí, empezó la cremá de las fallas infantiles y se formó una gran humareda negra, que provocó algunas carreras y toses. El problema era el viento, que soplaba con mucha fuerza y había hecho peligrar las figuras más frágiles (incluso alguna llegó a caer); la clave era mantener a raya el fuego, de lo que se ocupaban diligentemente un buen número de bomberos, que refrescaban con manguerazos de agua los edificios colindantes. Aún faltaba bastante para la cremá de las fallas grandes y fuimos paseando hacia la plaza del Ayuntamiento, viendo por el camino los restos negros y humeantes de las fallas infantiles, ya extintas. Ya había mucha gente cogiendo sitio, pero no nos apetecía esperar de pie tanto rato (el gigantesco león de la Plaza del Ayuntamiento no ardería hasta la 1 de la madrugada), así que subimos a descansar al hotel. Un rato antes de la hora, bajamos y ocupamos nuestro lugar entre la multitud. Con un ligerísimo retraso, comenzaron los fuegos artificiales y, a continuación, prendió la última figura de las fallas valencianas, dejando una imagen espectacular, presidida desde nuestra posición por la estatua de Francesc de Vinatea. Y así, con la Cremá, acabaron las fallas 2015.
20 de marzo.
Ya no había fallas. Los ninots habían desaparecido, pero para compensar había vuelto el tráfico. Se echaba de menos a los “muñecos” y de más a los coches, que ya no nos permitían a los peatones patear a nuestro antojo por el centro de la ciudad. Y, para empeorar las cosas, llovía a cántaros. Desayunamos en una cafetería diferente de la del día anterior con idéntica poca suerte; fuimos hasta el Mercado Central, que estaba abierto y muy concurrido. Es realmente bonito, y grande, todo el edificio, de estilo modernista, del que destaca la cúpula central. Merece la pena visitarlo y, además, es gratis.
Antes de conocer el interior de la Catedral, se me ocurrió (¡no faltaba más!) la genial idea de subir al campanario o torre del Miguelete o Micalet (2 euros y 207 escalones más altos que yo; pero estoy acostumbrada y sarna con gusto no pica). Lo malo no fueron los escalones, sino la lluvia y el viento inmisericorde que soplaba arriba y que hacía imposible dominar el paraguas y cualquier disfrute de las buenas vistas; así que para hacer unas fotos tuve que jugarme el tipo y la cámara, cuyo objetivo quedó empañado primero y remojado después.
Habiendo podido contemplar apenas la gran campana Miquel, bajé a toda prisa antes de que se me llevara el viento campanario abajo y aproveché para recorrer con tranquilidad el interior de la Catedral donde, claro está, ni llovía ni acechaba el huracán (5 euros con audioguía incluida). En valenciano se denomina “Seu” y está dedicada a la Asunción de Santa María. Su construcción se inició en 1262, en el lugar donde había existido una primera catedral visigoda y la antigua mezquita. Su estilo predominante es el gótico valenciano, que se caracteriza por ser menos alto y más alargado, aunque como suele suceder en obras que tardan siglos en ejecutarse (no se terminó hasta el siglo XVIII), también aparecen elementos de otros estilos como renacentista, barroco y neoclásico. En el interior, destacan el cimborrio, el Altar Mayor con el Retablo y los Frescos renacentistas, cuya restauración terminó en 2006. Además, la capilla de la Resurrección, con la reliquia de San Vicente Mártir, la capilla de San Francisco de Borja con dos cuadros pintados por Francisco de Goya y la capilla del Santo Cáliz (la más rica por su ornamentación), donde se conserva una copa del siglo I d.C., que según se cuenta pudo ser la que utilizó Jesucristo en la última Cena; se refiere únicamente a la taza de ágata, ya que las asas y el pie de oro con naveta de alabastro son bastante posteriores. Sobre este tema, existe bastante literatura (por ejemplo, en la página web de la propia Catedral de Valencia) para los que estén interesados. El museo diocesano estaba cerrado por obras de mantenimiento, pero algunos de los tesoros se exponían en las capillas.
Al salir de la Catedral, entré en la Basílica de Nuestra Señora de los Desamparados (gratis), que me gustó bastante. Es de estilo barroco, tiene forma elíptica y un exterior peculiar. Destacan los frascos de la bóveda pintados por Palomino y la imagen de la Virgen (Patrona de la ciudad) de estilo gótico.
Luego, otro paseo por la zona centro, entrando en las iglesias que me encontraba de paso (fueron varias, pero no recuerdo sus nombres). El tiempo había mejorado y, aunque seguía el viento, ya no llovía e incluso asomaba muy ligeramente el sol. No olvidé acercarme a ver la fachada del Palacio del Marqués de Dos Aguas, realmente extraordinario. Sentí mucho no disponer de tiempo para visitar el interior, que alberga también el Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias, porque nuestro tren ya tenía próxima su salida y no era cuestión de arriesgarse a perderlo.
Recogimos la maleta y fuimos caminando hasta la estación del Nord, donde puede cogerse un autobús gratuito hasta la estación Joaquín Sorolla, pero como íbamos bien de tiempo y no estábamos muy lejos, decidimos continuar a pie; tardamos una media hora en total. Nuestra estancia en Valencia había terminado. Como resumen final, puedo decir que quedamos muy satisfechos con el viaje, excepto por los precios exagerados del alojamiento, si bien nos gustó el hotel y su ubicación. Nos lo pasamos muy bien, pese a que no somos demasiado aficionados a este tipo de fiestas de afluencia tan masiva; pero hay que reconocer que las Fallas también tienen un algo muy especial. ¡Enhorabuena a los valencianos! Únicamente, una pequeña crítica: las Fallas son unas fiestas de rango internacional, que atraen a miles de visitantes españoles y extranjeros. Me parece fenomenal los carteles explicativos en valenciano, pero creo que no vendría nada mal añadir algunos en español y en inglés (al menos, uno como resumen de cada falla grande) para que su significado quede más claro para todos. Y, por cierto, perdonad por no poner “carrer”, “plaça” y demás nombres en valenciano, pero es que tendría que ir consultando cita por cita y sería interminable, así que para hacerlo mal, prefiero hacerlo así
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