No es que seamos especialmente aficionados a las fiestas populares y menos aún en grandes ciudades, pero teníamos curiosidad por ver las Fallas en alguna ocasión. De otros viajes a Valencia, conocíamos la playa, la Albufera y la Ciudad de las Artes y las Ciencias, pero sólo habíamos pisado el centro de la ciudad en coche y de paso. Por fin se presentó la oportunidad este año, ya que San José caía en jueves y era fiesta en Madrid, con lo cual podíamos disponer de un interesante puente, si bien la escapada estuvo a punto de estropearse por problemas familiares y tuvimos que reducir nuestra estancia a sólo tres días. No queríamos llevar coche, así que en cuanto aparecieron las ofertas del AVE, pillé la mejor, 21,70 euros por trayecto y persona. Los precios de los hoteles del centro se disparan en época de Fallas hasta límites escandalosos, pero luego compensa por el ahorro de tiempo y la comodidad que supone ir caminando a todos sitios y tener la habitación siempre muy cerca para descansar un rato si se tercia. Así que empecé a buscar en noviembre y reservé en el hotel Excelsior Catalonia, en la calle Barcelonina, una de las adyacentes a la Plaza del Ayuntamiento. Al principio, me preocupaba que fuera imposible dormir tan cerca de todo el “lío”, pero me decidí por comentarios de que las habitaciones de ese hotel están muy bien insonorizadas y que las que dan a la callejuela lateral son muy tranquilas. Confirmo que fue un acierto, aunque fue bastante caro (300 euros las dos noches, claro que eran las más demandadas de todas las fiestas). En fin, por una vez… esperemos que no se entere “nadie”.
Aunque ya llevo varios diarios escritos, resulta un tanto especial hacer el relato de un viaje cuyo objetivo no es visitar lo permanente en un lugar, lo que supone su esencia, su entorno y su patrimonio intemporal, sino precisamente todo lo contrario, unos monumentos que ya sólo existirán en las fotografías. Claro que pensándolo bien, eso no debe importar, porque el año que viene serán sustituidos por otras figuras tan atractivas, ingeniosas e incisivas (o más aún) que las de este año y seguramente muchos de los personajes se repetirán.
18 de marzo.
Llegamos en el AVE, desde Madrid, a la estación Joaquín Sorolla, que está a una media hora caminando de la Plaza del Ayuntamiento. Mucho más céntrica se encuentra la estación del Nord, que tiene conexión directa con la de Joaquín Sorolla mediante unos autobuses lanzadera gratuitos (al menos con el billete del AVE), que salen cada 10 minutos. Sin embargo, no lo utilizamos. Llegamos a las 14:20. Desde el mismo tren había reservado mesa en un restaurante que nos habían recomendado, El Bolón Verde, ubicado en la calle Mariano Ribera 33. Aunque esa calle está bastante cerca de la estación, para no perder tiempo, cogimos un taxi; en el corto trayecto pudimos escuchar el estruendo de las mascletás de los barrios. Tomamos el menú degustación, que consta de varios entrantes (ensaladilla picante, esgarraet, anchoas con tomate, huevas de calamar, ajoarriero y alguno más) y como plato principal el arroz del senyoret (un arroz muy fino), que estaba realmente rico. El precio por persona fue de 35 euros e incluía bebida (con vinos muy aceptables a elegir entre varias posibilidades), postre y café. Quedamos bastante satisfechos y los dueños, los hermanos Seguí, muy amables en todo momento, con una atención personal hacia la clientela que se agradece. Desde luego, es una opinión totalmente particular, teniendo en cuenta que para preferimos la variedad y un poquito de innovación a la cantidad.
Como solo llevábamos una maleta pequeña con ruedas, decidimos caminar los 2,2 Km que nos separaban del hotel. Guiados por el google maps, surcamos las calles valencianas, casi desiertas por esa zona, descubriendo muy pronto las primeras y casi solitarias fallas.
Según nos acercábamos a la almendra central, se veía más gente y menos coches, hasta que llegamos a un punto que estaba prohibida la circulación de vehículos particulares: este es uno de los grandes alicientes de las Fallas, el centro de Valencia casi totalmente peatonal: ¡una gozada para los sufridos habitantes de las urbes! No tardamos en llegar a una amplia avenida (no sé si era la Gran Vía de Ramón y Cajal) por donde estaban desfilando las falleras y falleros en la ofrenda floral a la Virgen de los Desamparados, Patrona de Valencia. Realmente muy emotivo ver a tantos valencianos (especialmente mujeres, pero también hombres, niños y hasta bebés en sus carritos) luciendo sus trajes típicos (auténticas obras de arte algunos de ellos), con su ramo en la mano.
Después de ver otras fallas por el camino, llegamos al hotel, ocupamos la habitación, y volvimos a salir inmediatamente, teniendo como referencia un par de planos que nos dieron en recepción. Muy útil nos resultó uno del ayuntamiento, que incluía la ubicación de los principales monumentos, incluidos los falleros: el “mapa de fallas” que comentaban en el foro. Así, al tiempo de ver las fallas también podríamos descubrir los mejores rincones valencianos del centro.
Lo primero que vimos fue la Plaza del Ayuntamiento (una de las visitas imprescindibles), con una fuente, varios edificios modernistas, destacando el de la Casa Consistorial, de principios del siglo XX y la estatua de Francesc de Vinatea, un personaje bastante desconocido, pero que jugó un importante papel en 1333 como “jurat”, erigiéndose en portavoz de las reivindicaciones populares ante el Rey Alfonso II de Valencia. Presidiéndolo todo, frente al balcón municipal, la enorme figura fallera de un león (“hermano” de los de las Cortes), que sería la última en arder en la noche de la Cremá.
Vimos otra falla grande y muy "de cuento" en la Avenida Marqués de Sotelo:
Después llegamos hasta la bonita estación del Nord, de estilo modernista (merece la pena visitar el vestíbulo) y, a su lado, la plaza de toros.
En ese punto, decidimos volver sobre nuestros pasos y encaminarnos hacia la plaza de la Virgen para intentar ver la ofrenda floral. Pese a las pésimas predicciones meteorológicas, el cielo estaba cubierto pero no llovía y tampoco hacía frío. La Avenida de San Vicente Mártir estaba a rebosar de gente, viendo el desfile de los falleros hacia la plaza de la Virgen. Sorteamos las multitudes por callejuelas laterales y, dejando a nuestra espalda la Torre de Santa Catalina, volvimos a encontrarnos con el desfile en la Plaza de la Reina, donde pudimos descubrimos una de las fachadas de la Catedral con su pórtico principal y el célebre campanario llamado el Micalet o Miguelete en castellano. Por la calle de los Caballeros, salimos a la Plaza de la Virgen, donde volvimos a ver el edificio de la Catedral con la Puerta de los Apóstoles, el cimborrio y unas curiosas galerías, formadas por tres arcadas sobrepuestas sostenidas por pilastras de orden dórico, y un arco que, sobre la calle de la Barchilla, conecta la fachada de la Catedral con la de la Basílica de la Virgen de los Desamparados; también vimos el edificio del Palau de la Generalitat. Sin embargo, lo más destacado en ese momento era la figura de la Virgen y el manto de flores que se estaba construyendo con las ofrendas de falleros y falleras. Muy bonito el incesante desfile y la colocación de las flores. Naturalmente, había muchísima gente; pero se veía bien.
Continuamos por el carrer de Navellos hasta encontrarnos con el viejo cauce del Turia, hoy convertido en un parque enorme. Seguimos hacia la izquierda hasta la puerta de las Torres de los Serrano, junto a cuya fachada interior había otra simpática falla.
Ya se había hecho de noche y seguimos por la izquierda para ver otras dos fallas de la sección especial: la falla Na Jordana, muy llamativa y también polémica por su temática de ciencia ficción y con una iluminación nocturna que cambiaba de color.
Seguimos pateando el centro, encontrándonos con bastantes conjuntos falleros, unos más grandes y otros más pequeños, pero todos llamativos e interesantes, y entre ellos la falla Nou Campanar, que ganó el premio al ninot indultado en su versión infantil.
Al fin, aparecimos en la Plaza del Mercado (otra de las imprescindibles de Valencia), con los edificios, entre otros, del Mercado Central y la Lonja de la Seda (que visitaríamos en otro momento pues estaban cerrados). Aquí el gentío era inmenso, disfrutando de los bares y los innumerables puestos de comida y mercadillo. También había una enorme falla. Perdonad que no cite los nombres de todas las fallas, pero ya no los recuerdo y, además, quizás sería un sin sentido puesto que ya no existen. Tuvimos suerte y encontramos un hueco en un bar para cenar unas tapas: muy ricas las croquetas de bacalao. Nuevamente en marcha, vimos otra falla emblemática: la de la Plaza de la Merced.
¿Y qué mejor forma de rematar la jornada que visitar la falla que había obtenido el primer premio de la sección especial? Por segundo año consecutivo era la de la Plaza del Pilar, una gigantesca construcción de más de 20 metros de altura, que parecía aún más espectacular al estar situada en una plaza bastante pequeña. Allí, por primera vez, sufrimos el agobio de la fiesta. Hasta entonces nos habíamos topado con mucha gente, pero no fue ese estar atascados en medio de una multitud que no podía moverse ni para atrás ni para delante. Hasta entonces, pudimos ver todas las fallas bastante bien, en primer fila, desde fuera de las vallas que protegen el interior al que se accede pagando, si acaso esperamos unos segundos a que se quitasen las personas que estaban delante y se podían fotografiar sin problemas; pero en aquella falla era imposible, quizás fue el peor momento para verla. Fue la única donde pagué (encima la más cara, 3 euros) por entrar al recinto vallado, pero es que desde fuera no se veía más que la parte superior, donde destacaba la figura de Pablo Iglesias, aposentando en las alturas. Y es que los políticos, o más bien, la crítica a los políticos y, en especial, a la corrupción, fue una constante en esta edición fallera (no se salvaba ni uno, jajaja).
Entre unas cosas y otras, eran más de las 10 de la noche y el cansancio empezaba a notarse. Claro que a la 1:30 de la madrugada tendría lugar la Nit del Foc, es decir, los Fuegos Artificiales en el antiguo cauce del Turia que, naturalmente, no era cuestión perderse. Así que subimos a la habitación a descansar un rato, ¡qué ventaja estar alojados en el centro!. A media noche, cuando nos disponíamos salir, vimos con horror que llovía a cántaros. Estuvimos esperando un rato en el vestíbulo del hotel, para ver si paraba. Lo peor de todo es que no sabíamos si se suspenderían los fuegos, lo que se había estado comentando durante toda la jornada si el tiempo empeoraba. A las 12:30 dejó de llover y como todo bicho viviente nos dirigimos hacia los puentes del antiguo cauce del Turia. Para llegar allí, no hacía falta conocer Valencia, simplemente había que seguir a la multitud. Por el camino, vimos un precioso edificio iluminado (luego nos enteramos que era el Palacio del Marqués de Dos Aguas), cruzamos el Puente del Real y, en ese momento, vi una indicación hacia los Jardines de Monfort (estupendo, ya tenía la referencia exacta para volver por la mañana y ver el jardín del que habíamos comentado en el foro). Seguimos caminando por el Paseo de la Alameda, hasta donde la policía tenía cortado el paso. Había una multitud a la espera de ver los fuegos. Comenzó de nuevo a llover y otra vez la incertidumbre hasta que las tres tracas anunciaron el comienzo del espectáculo pirotécnico. Todos los años vemos los fuegos artificiales en la bahía de Santa Pola, pero éstos duran más y son más variados, como cabe esperar de la capital de la Comunidad Valenciana. Un poco molesta la lluvia, pero no nos impidió verlos bastante bien. Después, regresamos al hotel. Volvía a llover con fuerza.
19 de marzo (San José). Sigue en siguiente etapa del diario. Aquí tenéis el enlace:
www.losviajeros.com/ ...hp?e=45419