Nos levantamos, desayunamos tranquilos y como no había prisa, nos lo tomamos con mucha calma. Cogimos el metro hasta la parada de Denfert Rochereau, salimos y cruzamos la calle hasta nuestro primer objetivo: las catacumbas (8 € los adultos, 4€ los mayores de 12 años, y gratis el enano).
Aconsejo un calzado con buena suela, porque se patina una barbaridad, ya que el techo está goteando continuamente.

No se puede usar flash cuando entras en el osario, pero de vez en cuando hacíamos trampa porque no se veía un pimiento.














Al final del recorrido pueden observarse las marcas de los distintos estratos del subsuelo.

Aviso, te piden abrir las mochilas a la salida por si has chorizado algo. Y doy fe de que hay gente que lo hace, porque en una mesa que tenían al lado había ya una mandíbula, una calavera y una tibia.
Volvimos a coger el metro y nos dirigimos a la Torre Eiffel. Era el último intento que hacíamos para subir. Y no subimos, porque si la cola para el ascensor era inmensa, la de ir a patita era el triple de grande.



Nos rendimos, total, tenemos vistas de París desde las alturas en un montón de sitios.
Ahora nos quedaba un antojo pendiente, la Estatua de la Libertad. Así que nos encaminamos al Puente de Bir Hakeim. Se cruza de acera y hay un camino bordeado de árboles por el que hay que meterse. En el lado izquierdo está el embarcadero del Capitán Francaise.
El paseo hasta la estatua fue muy relajante y la verdad es que se estaba muy a gusto. Por fin llegamos, cogiendo un desvío del camino hacia la derecha, hicimos las fotos de rigor y nos marchamos porque corría un airecito de narices.


Volvimos al camino principal, subimos al puente de Grenelle y tomamos la dirección del edificio de Radio France. Al final del puente, torcimos a la derecha, hasta llegar al Rer de Av. du President Kennedy. Hicimos transbordo y llegamos a Bastille para ver la Columna de Juillet y el edificio de la Ópera.


Continuamos hasta la Plaza des Vosgues, donde comimos tirados en la hierba, rodeados de un montón de estudiantes. El ambiente de la plaza es muy agradable y se está muy relajado.



Volvimos sobre nuestros pasos y nos acercamos hasta el Hotel de Sully, para después seguir la Rue Rivoli con intención de acercarnos a casa.


Pero nos encontramos con la iglesia de Saint Paul-Saint Louis y no pudimos resistirnos a entrar.





Seguimos andando hasta el Hotel de la Ville, donde los padres aprovechamos para sentarnos, y los hijos para usar el tíovivo. Y para casa.


Aparcamos las mochilas, miramos internet por si había algún cambio en el vuelo y volvimos a salir.
Nos acercamos otra vez hasta el Palais Royal y atravesamos los jardines callejeando un rato. Nuestro objetivo era la exposición “Bodies”, que habíamos visto el primer día, pero no fuimos capaces de encontrarla de nuevo.
La verdad es que ya estábamos un poco hasta el gorro de París, eran muchas cosas en pocos días y no teníamos ganas ya de ir a ninguna parte. Así que nos limitamos a callejear sin rumbo, disfrutando del paseo.
Encontramos una tienda de manga y los frikis de mis hijos se metieron como locos. Y les dejamos, porque ya era hora de que los pobres hicieran lo que les diera la gana.
Encontramos después una tienda de una japonesa (casi toda la calle tenía negocios orientales) y entramos a cotillear las perlas cultivadas. Acabé comprando dos pares de pendientes por 70 € después de estar pelando la pava con la señora en inglés un buen rato.
Salimos a la calle que lleva a la Ópera Garnier, la dijimos adiós y entramos en una pastelería a darnos un homenaje. Y además compramos unas minigalletitas de sabores para llevar.
También nos despedimos del Louvre y nos fuimos al apartamento. Estábamos muertos y había que ir pensando en hacer las maletas que nos íbamos al día siguiente.