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Hoy tocaba el Arco del Triunfo, pero como no abrían hasta las 10, arrastré a mi prole hasta el metro de Courcelles para ver la catedral rusa de Saint Alexandre-Nevsky. Fue difícil de encontrar, está en el nº 12 de la Rue Daru, una calle totalmente anodina y embutida entre bloques de pisos.
Por fuera es una monada, pero por dentro es aún mejor. No dejaban hacer fotos y lo intentamos desde fuera mientras otro sujetaba la puerta, pero se dieron cuenta y nos echaron la bronca. O eso suponemos, porque como nos soltaron el exabrupto en ruso, no entendimos ni torta. Aunque oscura, tiene unos frescos en la cúpula preciosos y allí estaba el sacerdote ruso, con su pelo largo y su modelito de colores igualito que en las películas.
Luego fuimos a buscar una Pagoda China que hay muy cerca de allí, en la Rue de Monceau, casi llegando a las puertas del Parc Monceau. Y la encontramos, pero no pudimos entrar al estar cerrada.
Así que con el plano bien estiradito (dentro de sus posibilidades, porque a estas alturas ya era casi un trapo informe), buscamos la mejor manera de llegar al Arco del Triunfo. Cogimos la Avenida de Friedland y llegamos sin más novedad.
Teníamos el subterráneo delante de las narices, pero tuvimos que preguntar para encontrarlo.
Apenas esperamos, enseñamos la tarjeta y para arriba al grito de guerra de ¡Más escaleras! Pero por lo menos aquí tienen el detalle de habilitar salas para que podamos hacer paraditas. Curiosa la cámara que te permite ver la llama de la Tumba del soldado desconocido y las que hay más arriba (con forma de arco) que te deja apreciar los detalles de fuera.
Por fin arriba, fantásticas las vistas y tropecientos españoles allí arriba porque era el primer día del puente. Aprovechamos para ver el Grande Archer en la distancia, ya que no teníamos planeado ir a La Defense.
Cuando bajamos, paseamos por la Avenida de los Champs Elysees hasta llegar al Grand y al Petit Palais, una preciosidad. Caminando hacia el puente de Alexandre III, tuvimos un percance con la valla de un jardincito y la chaqueta de mi hijo mayor resultó con un enorme 7 en la manga. Menos mal que por la noche pudimos echarle un remiendo, ya que no me habían confiscado el costurero en el aeropuerto.
A pesar del disgusto, admiramos el hermoso puente y nos dirigimos al complejo de Les Invalides.
Primera parada, la sala dedicada a las Armaduras y las Armas antiguas. Es una gozada, hay cosas increíbles, aunque tanta vitrina dificulta las fotos. Muy curiosas las pistolas con tres y cuatro cañones y algunas escopetas que necesitaban por lo menos tres tíos para llevarlas de lo largas que eran. Las protecciones de los caballos y los trajes de samuráis, alucinantes.
Luego echamos un vistazo a la Catedral de Saint Louis des Invalides, y a por el plato fuerte, la Iglesia del Domo y la tumba de Napoleón. No me la esperaba tan grande, a pesar de saber que los restos están encerrados en seis ataúdes.
Comimos en los jardines de Les Invalidades y luego intentamos entrar en el Departamento Moderno, digo intento porque la mujer de la puerta nos dijo que teníamos que ir a por entradas para los niños, aunque no pagaran, al culo del mundo. Así que con las mismas, subimos las escaleras, le vimos el culo a la estatua de Napoleón, y nos metimos en el Departamento de las Dos Guerras Mundiales.
Nos gustó mucho. Había cantidad de uniformes, armas, cartelería, el micrófono y el texto con el que Charles de Gaulle se dirigió a la nación en 1940 cuando entraron los alemanes, los primeros trajes NBQ (¡qué ilusos!), trajes y escafandras para meter a los bebés…
Y a la salida, un montón de vitrinas con pequeñas figuritas vestidas con distintos uniformes.
Pasamos por el Museo Rodin, aunque no entramos porque estábamos un poco saturados, llegamos al edificio de la Asamblea Nacional y cruzamos el puente de la Concorde para ir a la plaza del mismo nombre.
Volvimos a cruzar y nos dirigimos al último destino previsto del día, el Museo de Orsay que cierra tarde los jueves. Había poca gente, así que entramos por la puerta normal en lugar de por la C. Pasamos el escáner y en la taquilla cogimos las entradas gratuitas de los niños.
Aunque la sala central nos llamaba con insistencia, seguimos lo previsto y primero subimos a la planta 5ª, la de los impresionistas: la obsesión de Degas por las bailarinas, Van Gogh, Monet, Touluse-Lautrec, y los cuadros de Fantin Latour, que no conocía y me gustó mucho.
Bajamos por las escaleras y nos quedamos sobrecogidos con la Puerta del Infierno de Rodin. Impresionante, con cantidad de detalles y figuras que parecían saltar de la escultura.
Las salas de Naturalismo y de Simbolismo fueron una maravilla. Las obras tenían gran cantidad de detalles y algunos personajes parecían tener vida.
Las edades del obrero, de Frederic.
La joven hija y la muerte, de Stokes.
Caín, de Fernand.
Luego nos sentamos un rato en la galería, contemplando La Naturaleza se descubre a la ciencia, de Barrías; antes de bajar a la entrada otra vez.
Entramos en las salas de la derecha. Me encantó el cuadro de La ejecución sin juicio, de Regnault.
Vimos la maqueta de la Ópera Garnier, muy bonita y con muchos detalles.
Y dimos la vuelta por las otras salas, para ver más cuadros impresionistas.
Orsay me gustó infinitamente más que el Louvre y lo disfruté mucho más.
Salimos fuera, descansamos un rato en los bancos de fuera comentando lo que habíamos visto y nos fuimos a casa. Cada vez se notaba más lo que nos cansaba París.
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