Dia 31 -07 - 2016 Metiendo un pie en Alsacia. Eguisheim y Colmar
El dia anterior, durante nuestra visita a Friburgo, el sol había apretado de lo lindo, y esto fue un verdadero inconveniente… es decir, está claro que la lluvia puede arruinarte un día, pero una temperatura alta y el sol cascando en todo lo alto tampoco ayuda si vas con la idea de caminar y conocer una ciudad o un pueblo. En esta zona, los veranos pueden ser realmente agobiantes, cosa que por suerte no nos ocurrió a nosotros salvo ciertos días.
En fin, como la jornada se presentaba bastante suave en ese sentido, decidimos visitar pueblo y dejar el bosque para otro día. Una de las muchas ventajas que tiene Friburgo (y por añadidura Vörstetten) es su situación privilegiada, que te deja a la misma distancia de la zona de la Selva Negra que de Alsacia, así que nos preparamos para cruzar la frontera y visitar algún pueblo en la Ruta del Vino de Alsacia.
Si no me equivoco, la ruta consta de nada menos que 67 pueblos, cada uno de los cuales tiene su punto de importancia si lo haces centrándote en el vino, bodegas, viñedos y cosas de estas, pero lo que a nosotros nos interesaba era no tanto el vino como los pueblos vistosos, así que ese primer día nos fijamos como objetivo dos de ellos: Eguisheim y Colmar.
ERROR!!!!
Si me aceptáis un consejo, dejad estos para el final, porque cualquier cosa que veáis después de esto parecerá poco. A ver, cada pueblo en si mismo es una verdadera joya, pero es que estos (y otros que veremos) es algo que se escapa a cualquier expectativa.
Aparcar en Eguisheim fue muy fácil, muy cerca del casco antiguo, en una calle normal. No sé si fue cuestión de suerte. De todas formas había varios parkings disponibles, unos gratis y otros de pago. En cualquier caso, Eguisheim no es exactamente un pueblo amurallado, si no que la disposición de sus casas forma una especie de anillos concéntricos, en cuyo interior está el conjunto histórico del pueblo. Nosotros, como he dicho, aparcamos fuera de dicho núcleo (no puede ser de otra manera, porque la circulación está restringida a los repartidores) y ya en el corto trayecto que nos llevaba hacia él, debimos hacer tres docenas de fotos. Se trata de una pequeña calle llena de hotelitos y bodegas, cuyas fachadas están decoradas al gusto alemán y cuidadas al extremo. Son edificios no demasiado antiguos, supongo que construidos como fruto de la expansión histórica del pueblo, cuyo núcleo sí que tiene solera ya que hablamos de casas del siglo XIII en adelante.
Pasear por esas calles empedradas debe ser lo más parecido a vivir dentro de un cuento que puedes estar. Limpio, colorido, cuidado… llega a darte la impresión de que estás en algún tipo de decorado.
La Plaza de Saint-Leon, con su iglesia, hace las veces de centro de la diana, tanto geográficamente, como por su actividad y es uno de los pocos puntos destacables de Eguisheim (lo digo porque TODO es destacable).
El inconveniente, como puedes entender es el tema de la comprensible masificación, que tampoco es que sea desbordante, pero puede ponerte en dificultades a la hora de encontrar un sitio para comer… tanto es así, que decidimos buscar un sitio para hacerlo fuera ya del pueblo, en dirección a Colmar, donde pasaríamos la tarde.
Encontramos una pizzería a medio camino y como era ya un poco tarde allá nos metimos por no complicarnos mucho la existencia. Esto fue algo constante a lo largo del viaje por nuestro desconocimiento tanto del alemán como del francés, que nos cohibió en muchas ocasiones a la hora de entrar en restaurantes por no saber qué demonios comer.
Entre una cosa y otra llegamos a Colmar hacia las cinco de la tarde del domingo, con tan buena suerte que encontramos sitio para dejar el coche en el “Champ de Mars”, un parque cercano a la zona vieja.
Como decía, después de haber visto Eguisheim, resulta difícil encontrar algo a esa altura, aunque Colmar casi lo está. Realmente no son comparables, porque el primero es un pueblecito y con Colmar hablamos de una pequeña ciudad de cerca de 100.00 habitantes. Resulta sorprendente que esto se nota incluso en la zona vieja, ya que las casas son de idéntica construcción a las de Eguisheim, pero con tres o cuatro alturas, en lugar de las dos que tienen (como mucho) las del pueblecito. También es verdad que se mezclan los edificios antiguos y modernos, pero manteniendo cierto equilibrio y respeto por el patrimonio. Las calles están empedradas aunque aquí sí se permite el tráfico y hay muchísimos más comercios de todo tipo, digamos que todo el casco viejo es una especie de eje comercial.
“La petite Venise” sería quizá el higlight de Colmar, con sus puentes y canales donde tienes que pegarte con diez japoneses y otros tantos habitantes del resto del planeta para poder hacer una foto. También, como no, la Iglesia de San Martín (que en su día fue catedral) robusta e imponente por fuera (no llegamos a entrar) encajando como un guante en el entorno medieval o la Mansión Pfister y alrededores.
Sin duda son entorno únicos y que justifican el viaje al cien por cien porque no se ven todos los días cosas así.
Al final, el tiempo se nos echó un poco encima, y con el reloj marcando las siete de la tarde los comercios empezaban a echar el cierre y poco apoco disminuía el ambiente, por lo que un poco cansados del día, decidimos volver a Vörstetten. El recuerdo del primer día en Alsacia no podía ser mejor.
En fin, como la jornada se presentaba bastante suave en ese sentido, decidimos visitar pueblo y dejar el bosque para otro día. Una de las muchas ventajas que tiene Friburgo (y por añadidura Vörstetten) es su situación privilegiada, que te deja a la misma distancia de la zona de la Selva Negra que de Alsacia, así que nos preparamos para cruzar la frontera y visitar algún pueblo en la Ruta del Vino de Alsacia.
Si no me equivoco, la ruta consta de nada menos que 67 pueblos, cada uno de los cuales tiene su punto de importancia si lo haces centrándote en el vino, bodegas, viñedos y cosas de estas, pero lo que a nosotros nos interesaba era no tanto el vino como los pueblos vistosos, así que ese primer día nos fijamos como objetivo dos de ellos: Eguisheim y Colmar.
ERROR!!!!
Si me aceptáis un consejo, dejad estos para el final, porque cualquier cosa que veáis después de esto parecerá poco. A ver, cada pueblo en si mismo es una verdadera joya, pero es que estos (y otros que veremos) es algo que se escapa a cualquier expectativa.

Aparcar en Eguisheim fue muy fácil, muy cerca del casco antiguo, en una calle normal. No sé si fue cuestión de suerte. De todas formas había varios parkings disponibles, unos gratis y otros de pago. En cualquier caso, Eguisheim no es exactamente un pueblo amurallado, si no que la disposición de sus casas forma una especie de anillos concéntricos, en cuyo interior está el conjunto histórico del pueblo. Nosotros, como he dicho, aparcamos fuera de dicho núcleo (no puede ser de otra manera, porque la circulación está restringida a los repartidores) y ya en el corto trayecto que nos llevaba hacia él, debimos hacer tres docenas de fotos. Se trata de una pequeña calle llena de hotelitos y bodegas, cuyas fachadas están decoradas al gusto alemán y cuidadas al extremo. Son edificios no demasiado antiguos, supongo que construidos como fruto de la expansión histórica del pueblo, cuyo núcleo sí que tiene solera ya que hablamos de casas del siglo XIII en adelante.
Pasear por esas calles empedradas debe ser lo más parecido a vivir dentro de un cuento que puedes estar. Limpio, colorido, cuidado… llega a darte la impresión de que estás en algún tipo de decorado.
La Plaza de Saint-Leon, con su iglesia, hace las veces de centro de la diana, tanto geográficamente, como por su actividad y es uno de los pocos puntos destacables de Eguisheim (lo digo porque TODO es destacable).


El inconveniente, como puedes entender es el tema de la comprensible masificación, que tampoco es que sea desbordante, pero puede ponerte en dificultades a la hora de encontrar un sitio para comer… tanto es así, que decidimos buscar un sitio para hacerlo fuera ya del pueblo, en dirección a Colmar, donde pasaríamos la tarde.
Encontramos una pizzería a medio camino y como era ya un poco tarde allá nos metimos por no complicarnos mucho la existencia. Esto fue algo constante a lo largo del viaje por nuestro desconocimiento tanto del alemán como del francés, que nos cohibió en muchas ocasiones a la hora de entrar en restaurantes por no saber qué demonios comer.
Entre una cosa y otra llegamos a Colmar hacia las cinco de la tarde del domingo, con tan buena suerte que encontramos sitio para dejar el coche en el “Champ de Mars”, un parque cercano a la zona vieja.


Sin duda son entorno únicos y que justifican el viaje al cien por cien porque no se ven todos los días cosas así.
