Marsella se encuentra a tan solo 22km, así que no desaprovechamos la ocasión de acercarnos y es la excursión prevista para hoy. Elegimos ir en autobús porque la estación de tren se encuentra bastante a desmano.
El billete nos cuesta 2,10€, se compra en el propio bus y la duración es de unos 50 minutos hasta el centro. No va por la autopista, sino por la carretera panorámica de la Gineste, que proporciona unas vistas impresionantes de toda la costa. A mitad del camino nos cae un pequeño chaparrón que dura apenas 5 minutos y que será la única lluvia que veamos en todas las vacaciones.
Nos apeamos en la última parada, en la place Castellane, es la más cercana al centro. De camino pasamos por delante estadio Velodrome con su ultramoderna silueta a lo nave espacial y por Cité Soleil, la no menos moderna obra del gran Le Corbusier, recientemente declarada patrimonio de la Unesco y que me hubiera encantado visitar. Marsella, la ciudad cuyo nombre está indisolublemente unida a la inmortal novela El Conde de Montecristo, poco o nada tiene que ver ya con el escenario que nos retrata Alejandro Dumas. El viejo puerto pesquero ha dado paso al actual puerto deportivo, con cientos de amarres y modernos yates. Nada queda del ir y venir de pescadores, marineros y maleantes y el incesante bullicio que con tanta maestría nos describe el genial autor.
Tan sólo la Isla de If, terrible prisión del protagonista, se avista en el horizonte escalofriantemente siniestra igual que en aquellos tiempos.
Debido al calor ascendemos penosamente hasta NotreDame de La garde, La cuesta se las trae y por poco necesitamos un desfibrilador al llegar. La iglesia es de estilo neobizantino y se yergue en lo alto de una colina desde la que se obtiene una vista espectacular de 360º de la ciudad y el mediterráneo frente a ella.. La extensión de Marsella es gigantesca, desde aquí arriba te das cuenta lo inabarcable que es, no en vano es la segunda ciudad más poblada de Francia, con casi 1 millón de habitantes. Notre dame de la Garde es la patrona de los marineros, cuenta innumerables exvotos en el interior, solicitando protección o dando gracias por las mercedes concedidas. Como dato curioso los baños de la planta baja son lujosa marca española de cerámica Villeroy-Bosch.
Descendemos de nuevo hasta el puerto, allí entramos en la tienda-museo de los jabones La Licorne, según ellos el más auténtico jabón de Marsella. En cuanto a esto, comentar que el jabón se puede encontrar en muchísimas tiendas, pero creo que conviene no precipitarse y comparar un poco precios y calidades. Nosotros lo compramos en una tienda en una calle un poco apartada a muy buen precio.
Después llegamos a la plaza Thiars, muy colorida y animada, poblada de multitud de terrazas repletas de gente disfrutando del buen tiempo. Muchos de ellos aprovechan para tomarse un pastis, bebida de referencia en el país galo, y especialmente en Marsella, de donde es originaria y donde se encuentra la destilería de la marca más famosa, Ricart. Nosotros no lo degustamos, yo lo había probado tiempo atrás y no guardo buen recuerdo de su sabor. Orihunda de Marsella, fue una creación del industrial Paul Ricard en 1932, y en toda Francia es uno de los aperitivos más apreciados y populares, junto con el Aperol, pero para gustos… Orangina forever!!
Llega la hora de comer, nos decidimos e una terracita muy cuqui que corresponde a un restaurante tunecino. Comemos fenomenal, bien picante como a mí me gusta, pero es tanta la cantidad que nos es imposible acabarla y queda una buena parte en el plato.
Necesitamos movernos o morimos, rodeamos el puerto y llegamos hasta la catedral de Santa María la Mayor, construida a mediados del SXIX en estilo neobizantino, se identifica fácilmente por su exterior a franjas verdes y blancas y lo enorme de sus dimensiones. La pena es que está en obras y los andamios tapan buena parte de la fachada y las torres.
Desde ahí nos dirigimos a la iglesia de la Vieille Charité, construido como hospital en 1671 para acoger a los mendigos y a los pobres. Es una las más hermosas realizaciones arquitectónicas de Pierre Puget, arquitecto marsellés nacido en el barrio de Le Panier. El conjunto, finalizado en 1749, está compuesto por cuatro alas de edificios cerrados al exterior y abiertos a un patio rectangular interior por una galería de tres niveles. Contiene amplios espacios colectivos de trabajo y de convivencia que separaban a los hombres de las mujeres. En el centro del patio se encuentra la capilla construida entre 1679 y 1707, admirable obra arquitectónica de cúpula ovoide que es un perfecto ejemplo del puro estilo barroco italiano. En la actualidad alberga el Museo de Arqueología Mediterránea, el Museo de Arte Africano, Oceánico y Amerindio.
Para el final dejamos, a mi modo de ver, lo más interesante de Marsella, el barrio de le Panier. Revoltijo de calles serpenteantes y fachadas desconchadas en color albaricoque que componen el barrio histórico de Marsella, heredero de la antigua Massilia griega. En ellas se agolpan tiendas de artesanía, ateliers y los más variopintos negocios, siendo el aire bohemio el denominador común para todos ellos. Con sus callejuelas adoquinadas, sus estrechas fachadas color pastel, sus contraventanas entornadas y la ropa colgada al sol, constituyen el barrio con más sabor de la ciudad, el único que atesora algo de la atmosfera canalla y decadente de antaño.
De vuelta al bus pasamos por el barrio de los anticuarios, siempre me encanta curiosear en este tipo de tiendas, pero al ser sábado por la tarde está todo cerrado, una pena. Nos despedimos de Marsella con muy buen sabor de boca, nos ha sorprendido gratamente. La imaginábamos más decadente, más sombría, más peligrosa, y nada que ver, al menos en la zona turística. Quiero señalar que es frecuente la comparación con Nápoles, con la que se da un aire por su condición de puerto de mar, pero cada una tiene su carácter y sería imposible confundir una con otra. (Marsella nos encanta pero personalmente me quedo con la ciudad italiana, con la que mantengo un idilio que ya dura casi una década).
Llegamos a Cassis con tiempo todavía para disfrutar un rato de la playa. Lo habíamos previsto así, por lo que llevamos los bañadores en la mochila. En ella pasamos el resto de la tarde, la mayor parte del tiempo sumergidos en las cálidas aguas mediterráneas, que gustazo. Ya muy tarde volvemos al camping, para cenar y tomarnos unas cervezas disfrutando de la cálida noche veraniega.
El billete nos cuesta 2,10€, se compra en el propio bus y la duración es de unos 50 minutos hasta el centro. No va por la autopista, sino por la carretera panorámica de la Gineste, que proporciona unas vistas impresionantes de toda la costa. A mitad del camino nos cae un pequeño chaparrón que dura apenas 5 minutos y que será la única lluvia que veamos en todas las vacaciones.
Nos apeamos en la última parada, en la place Castellane, es la más cercana al centro. De camino pasamos por delante estadio Velodrome con su ultramoderna silueta a lo nave espacial y por Cité Soleil, la no menos moderna obra del gran Le Corbusier, recientemente declarada patrimonio de la Unesco y que me hubiera encantado visitar. Marsella, la ciudad cuyo nombre está indisolublemente unida a la inmortal novela El Conde de Montecristo, poco o nada tiene que ver ya con el escenario que nos retrata Alejandro Dumas. El viejo puerto pesquero ha dado paso al actual puerto deportivo, con cientos de amarres y modernos yates. Nada queda del ir y venir de pescadores, marineros y maleantes y el incesante bullicio que con tanta maestría nos describe el genial autor.
Tan sólo la Isla de If, terrible prisión del protagonista, se avista en el horizonte escalofriantemente siniestra igual que en aquellos tiempos.
Debido al calor ascendemos penosamente hasta NotreDame de La garde, La cuesta se las trae y por poco necesitamos un desfibrilador al llegar. La iglesia es de estilo neobizantino y se yergue en lo alto de una colina desde la que se obtiene una vista espectacular de 360º de la ciudad y el mediterráneo frente a ella.. La extensión de Marsella es gigantesca, desde aquí arriba te das cuenta lo inabarcable que es, no en vano es la segunda ciudad más poblada de Francia, con casi 1 millón de habitantes. Notre dame de la Garde es la patrona de los marineros, cuenta innumerables exvotos en el interior, solicitando protección o dando gracias por las mercedes concedidas. Como dato curioso los baños de la planta baja son lujosa marca española de cerámica Villeroy-Bosch.
Descendemos de nuevo hasta el puerto, allí entramos en la tienda-museo de los jabones La Licorne, según ellos el más auténtico jabón de Marsella. En cuanto a esto, comentar que el jabón se puede encontrar en muchísimas tiendas, pero creo que conviene no precipitarse y comparar un poco precios y calidades. Nosotros lo compramos en una tienda en una calle un poco apartada a muy buen precio.
Después llegamos a la plaza Thiars, muy colorida y animada, poblada de multitud de terrazas repletas de gente disfrutando del buen tiempo. Muchos de ellos aprovechan para tomarse un pastis, bebida de referencia en el país galo, y especialmente en Marsella, de donde es originaria y donde se encuentra la destilería de la marca más famosa, Ricart. Nosotros no lo degustamos, yo lo había probado tiempo atrás y no guardo buen recuerdo de su sabor. Orihunda de Marsella, fue una creación del industrial Paul Ricard en 1932, y en toda Francia es uno de los aperitivos más apreciados y populares, junto con el Aperol, pero para gustos… Orangina forever!!
Llega la hora de comer, nos decidimos e una terracita muy cuqui que corresponde a un restaurante tunecino. Comemos fenomenal, bien picante como a mí me gusta, pero es tanta la cantidad que nos es imposible acabarla y queda una buena parte en el plato.
Necesitamos movernos o morimos, rodeamos el puerto y llegamos hasta la catedral de Santa María la Mayor, construida a mediados del SXIX en estilo neobizantino, se identifica fácilmente por su exterior a franjas verdes y blancas y lo enorme de sus dimensiones. La pena es que está en obras y los andamios tapan buena parte de la fachada y las torres.
Desde ahí nos dirigimos a la iglesia de la Vieille Charité, construido como hospital en 1671 para acoger a los mendigos y a los pobres. Es una las más hermosas realizaciones arquitectónicas de Pierre Puget, arquitecto marsellés nacido en el barrio de Le Panier. El conjunto, finalizado en 1749, está compuesto por cuatro alas de edificios cerrados al exterior y abiertos a un patio rectangular interior por una galería de tres niveles. Contiene amplios espacios colectivos de trabajo y de convivencia que separaban a los hombres de las mujeres. En el centro del patio se encuentra la capilla construida entre 1679 y 1707, admirable obra arquitectónica de cúpula ovoide que es un perfecto ejemplo del puro estilo barroco italiano. En la actualidad alberga el Museo de Arqueología Mediterránea, el Museo de Arte Africano, Oceánico y Amerindio.
Para el final dejamos, a mi modo de ver, lo más interesante de Marsella, el barrio de le Panier. Revoltijo de calles serpenteantes y fachadas desconchadas en color albaricoque que componen el barrio histórico de Marsella, heredero de la antigua Massilia griega. En ellas se agolpan tiendas de artesanía, ateliers y los más variopintos negocios, siendo el aire bohemio el denominador común para todos ellos. Con sus callejuelas adoquinadas, sus estrechas fachadas color pastel, sus contraventanas entornadas y la ropa colgada al sol, constituyen el barrio con más sabor de la ciudad, el único que atesora algo de la atmosfera canalla y decadente de antaño.
De vuelta al bus pasamos por el barrio de los anticuarios, siempre me encanta curiosear en este tipo de tiendas, pero al ser sábado por la tarde está todo cerrado, una pena. Nos despedimos de Marsella con muy buen sabor de boca, nos ha sorprendido gratamente. La imaginábamos más decadente, más sombría, más peligrosa, y nada que ver, al menos en la zona turística. Quiero señalar que es frecuente la comparación con Nápoles, con la que se da un aire por su condición de puerto de mar, pero cada una tiene su carácter y sería imposible confundir una con otra. (Marsella nos encanta pero personalmente me quedo con la ciudad italiana, con la que mantengo un idilio que ya dura casi una década).
Llegamos a Cassis con tiempo todavía para disfrutar un rato de la playa. Lo habíamos previsto así, por lo que llevamos los bañadores en la mochila. En ella pasamos el resto de la tarde, la mayor parte del tiempo sumergidos en las cálidas aguas mediterráneas, que gustazo. Ya muy tarde volvemos al camping, para cenar y tomarnos unas cervezas disfrutando de la cálida noche veraniega.