Hoy de nuevo toca desmontar y guardar todo, nos movemos hasta Antibes, a 170KM.(17,70€ PEAJE) Escogemos este sitio por encontrarse equidistante de todos los puntos que pretendemos visitar, por lo que será nuestro último asentamiento y desde él nos moveremos a los distintos sitios. Llegamos a media mañana, preguntamos en el primer camping que tenemos en la lista y ¡horror! Está completo.
Por suerte hay otro a la vuelta de la esquina, mucho más espacioso y con pinta de ser más tranquilo. Aquí pasaremos las próximas 6 noches. Los dueños nos acogen muy bien y nos asignan una parcela comodísima, espaciosa y con sombra durante todo el día. De lujo.
Levantamos nuestra pequeña casita ambulante y nos vamos a descansar a la playa. Tan solo hay que cruzar la carretera y allí la tenemos. Es una playa inmensa, en este tramo se denomina La Brague, pero en realidad es una única playa que recorre todo el litoral durante kilómetros. De nuevo nos concedemos unas horas de relax, la verdad es que en este viaje estamos vagueando como nunca antes, pero fue un invierno intenso y necesitamos reparar nuestros maltrechos cuerpos y mentes. A mí esta playa, aunque el piso sea de piedra, me parece una maravilla, con el agua tan limpia y tranquila como una balsa. Solo un pequeño pero, de cuando en cuando se avista alguna medusa, no parecen muy terribles, pero bueno, mejor mantenerse lejos.
A media tarde decidimos ir a dar un paseo caminando hasta el pueblo, a unos 3 km. Lo primero que nos encontramos en Antibes es el Fort Carré, cuya ampliación se debe al gran Vauban en el SXVII. El puerto deportivo se extiende a sus pies.
Nos sorprende que en un pueblo tan pequeño haya un puerto de este tamaño y sobre todo las dimensiones de los yates allí atracados, que son enormes, enormes, enormes y tan lujosos como los que se puedan encontrar en Cannes o Mónaco. Pasamos un buen rato admirando esos palacios flotantes.
A la entrada mismo del pueblo hay una noria enorme, tan de moda en los últimos tiempos, y un mercado de artesanía.
Antibes fue y es el refugio de pintores y artistas, muchos de ellos exhiben sus obras en pequeños ateliers a lo largo del laberinto de calles empedradas que conforma el Vieux Antibes. La joya de la corona de su oferta turística es sin duda el museo Picasso, ubicado en el antiguo palacio de los Grimaldi del SXIV. El universal malagueño instaló allí su estudio en 1946 y por ese motivo el museo cuenta con una nutrida colección de pinturas, litografías, cerámicas y dibujos del artista.
Pasamos mucho rato en el pueblo, no perdonamos la Orangina, y llegamos al camping bastante tarde. Solo nos da tiempo a cenar y cruzar un momento hasta la playa para sentarnos a contemplar el mar a la luz de la luna. Pero no estamos solos, muchísima gente, lugareños, diría yo, vienen en familia a pasar sus soirées en la playa con el equipo de picnic al completo, mesas, sillas, neveras e incluso barbacoas. Nos hace gracia verlos trasnochar de esta forma, a estas horas se encuentran en plena sobremesa, algo poco frecuente al otro lado de los Pirineos.
Por suerte hay otro a la vuelta de la esquina, mucho más espacioso y con pinta de ser más tranquilo. Aquí pasaremos las próximas 6 noches. Los dueños nos acogen muy bien y nos asignan una parcela comodísima, espaciosa y con sombra durante todo el día. De lujo.
Levantamos nuestra pequeña casita ambulante y nos vamos a descansar a la playa. Tan solo hay que cruzar la carretera y allí la tenemos. Es una playa inmensa, en este tramo se denomina La Brague, pero en realidad es una única playa que recorre todo el litoral durante kilómetros. De nuevo nos concedemos unas horas de relax, la verdad es que en este viaje estamos vagueando como nunca antes, pero fue un invierno intenso y necesitamos reparar nuestros maltrechos cuerpos y mentes. A mí esta playa, aunque el piso sea de piedra, me parece una maravilla, con el agua tan limpia y tranquila como una balsa. Solo un pequeño pero, de cuando en cuando se avista alguna medusa, no parecen muy terribles, pero bueno, mejor mantenerse lejos.
A media tarde decidimos ir a dar un paseo caminando hasta el pueblo, a unos 3 km. Lo primero que nos encontramos en Antibes es el Fort Carré, cuya ampliación se debe al gran Vauban en el SXVII. El puerto deportivo se extiende a sus pies.
Nos sorprende que en un pueblo tan pequeño haya un puerto de este tamaño y sobre todo las dimensiones de los yates allí atracados, que son enormes, enormes, enormes y tan lujosos como los que se puedan encontrar en Cannes o Mónaco. Pasamos un buen rato admirando esos palacios flotantes.
A la entrada mismo del pueblo hay una noria enorme, tan de moda en los últimos tiempos, y un mercado de artesanía.
Antibes fue y es el refugio de pintores y artistas, muchos de ellos exhiben sus obras en pequeños ateliers a lo largo del laberinto de calles empedradas que conforma el Vieux Antibes. La joya de la corona de su oferta turística es sin duda el museo Picasso, ubicado en el antiguo palacio de los Grimaldi del SXIV. El universal malagueño instaló allí su estudio en 1946 y por ese motivo el museo cuenta con una nutrida colección de pinturas, litografías, cerámicas y dibujos del artista.
Pasamos mucho rato en el pueblo, no perdonamos la Orangina, y llegamos al camping bastante tarde. Solo nos da tiempo a cenar y cruzar un momento hasta la playa para sentarnos a contemplar el mar a la luz de la luna. Pero no estamos solos, muchísima gente, lugareños, diría yo, vienen en familia a pasar sus soirées en la playa con el equipo de picnic al completo, mesas, sillas, neveras e incluso barbacoas. Nos hace gracia verlos trasnochar de esta forma, a estas horas se encuentran en plena sobremesa, algo poco frecuente al otro lado de los Pirineos.