Son las 14:30h y el tren llega con aceptable puntualidad a la estación de Jhansi Junction. Hay mucho movimiento, y a la salida no faltan los conductores de autoricksaws que se ofrecen para llevarte al destino probable. 300, 200, el precio ofrecido va bajando a medida que te alejas de la estación. Un hombre con el vehículo a medio llenar se ofrece llevarme a Orchha por 150 rupias, algo menos de 2€ por recorrer los 18km que me separan de mi destino.
La estación está a las afueras de Jhansi. Atravesamos la ciudad en medio del bullicio típico indio de gente, bazares, vehículos, bocinazos, vacas, más gente. Ruido y más ruido que se va difuminando a medida que nos alejamos y llegamos a Orchha.
La llegada a esta población es a través de dos arcos minúsculos, que son como el ojo de dos cedazos por los que sólo se permite el paso de unos pocos privilegiados, filtrando todo el ruido posible.
El ricksaw me deja delante del hotel Monarch Rama, donde me alojo. Las habitaciones son básicas, pero muy espaciosas. Me aseo y rápidamente me voy a dar una vuelta. Son las 15:30 y me quedan dos o tres horas de luz.
Me paseo por el pueblo y observo el lento quehacer diario, mujeres que cargan los cántaros con agua de pozos, hombre jugando a algo que se parece el parchís, niños jugando… Es un corto paseo que me lleva hasta el Templo Chaturbhuj, una antigua construcción abandonada cuyas impresionantes torres dominan el horizonte de Orchha. Allí, un muchacho me ofrece subir al tejado para contemplar las vistas por unas 100 rupias. Chapurrea el español e insiste en ‘cuidado con la cabeza’ mientras subimos por las angostas escaleras.
Las puestas de sol en la India no son especialmente bonitas, el sol luce grande y naranja, pero una bruma lo engulle antes de descender por el horizonte.
El ambiente parece festivo, como si estuviese a punto de llevarse a cabo una gran ceremonia, pero no acierto a entender el qué. Tras la puesta de sol, se empieza a oír cada vez más fuerte una agitación en el vecino templo de Ram Raja y me acerco a ver qué se celebra.
Me sorprendo al ver que aquel pueblo de calles vacías era capaz de congregar tanta gente. Una inmensa cola aguardaba paciente su turno para entregar sus ofrendas al religioso que custodiaba el lingam. No se permite hacer fotos, apenas hay turistas y acabo cenando solo en una terraza en la carretera que lleva al fuerte.
Al día siguiente desayuno en la terraza del hotel y me dirijo al fuerte. A primera hora hay poca gente. Pago la entrada y empiezo a ver que aquello tiene miga y decido contratar un guía que, por 300 rupias, me explique un poco aquello. Chapurrea el español. No me ofrece mucha información, pero la suficiente como para pararme en los lugares de más interés y tener una idea general de cómo se las gastaban los Maharajás (Señor). El fuerte consiste en dos edificaciones del siglo XVII fantásticamente conservados con esculturas y pinturas de la época, realizadas con tintes naturales que se mantienen intactos. Las murallas del recinto que protegía el espacio de lo que era una amenazante jungla poblada de fieras salvajes, ahora lo delimita de verdes campos de labranza.
A medida que pasan las horas, van llegando hordas de turistas a visitar el recinto, lo hacen en una vista rápida camino de Khajuraho, perdiéndose así la tranquilidad de este extraordinario enclave.
Es la una y decido alejarme para acercarme al río y pasar la última hora viendo cómo transcurre un día cualquiera en un pueblo indio, aunque nunca es un día cualquiera y hoy se estaban preparando para la festividad de Durga.