12 de septiembre de 2016

Mapa de la etapa 19
Vaya, vaya, mira quién está aquí. Volvemos a encontrarnos, técnica del “flash forward”. ¿Recuerdas nuestra última vez? Parece que haya pasado una eternidad desde aquella buena noche en la que descansábamos rodeados por la comodidad de una habitación del Glacier View Inn frente al glaciar de Athabasca. Las cosas han cambiado bastante desde entonces. Mucho más terreno recorrido, muchas más maravillas contempladas… y aquí estamos, pasadas las 22:00 en una misteriosa cabaña de Mont… no, espera, es la misma cabaña a la que llegamos ayer, esta parte del misterio no tiene mucho sentido. Pero sí, estamos en las Glacier Trailhead Cabins y es una noche tranquila y despejada en el exterior con amenaza de helada durante la noche. Nuestros pies suplican un poco de reposo, y es que ha sido una jornada dura. No es que esperásemos un camino de rosas, pero la verdad es que el esfuerzo ha sido algo mayor de lo que imaginábamos. Eso sí, el esfuerzo ha tenido una recompensa acorde a su magnitud. ¿Qué recompensa es ésa? Empecemos desde el principio…

Los exteriores de nuestra acogedora cabaña

Un porche que no vamos a usar debido al frío

El interior de la cabaña comunitaria
El Visitor Center de St. Mary nos recibe mucho más solitario que ayer pese a que lleva abierto desde las 8:00, pero según pasan los minutos con nosotros sentados cerca de la calefacción y portátil en mano empieza a poblarse de visitantes. La previsión es buena, volviendo a indicar que a las 12:00 empezará a asomar el sol. A nuestra reentrada al parque nos han informado de que la “Going to the sun road”, precisamente la carretera que nace en St. Mary y atraviesa Glacier National Park, tiene un tramo cerrado por el temporal unas millas más adelante. Sin embargo no nos afecta ya que nuestra excursión planificada para hoy nace en Many Glacier, otro centro neurálgico del parque al que se accede mediante otra entrada unos kilómetros al norte.
Pasamos más rato del esperado en el interior del centro de visitantes, viendo con ilusión como las nubes se van levantando poco a poco e incluso empiezan a dejar ver las montañas nevadas. Aprovechamos la discreta pero suficiente conexión a Internet para hacer acopio de nuevos capítulos de televisión, empezando por el estreno de la última temporada de Masters of Sex. Las noches sin televisor ni Internet en la cabaña pueden hacerse muy largas y todo entretenimiento es bienvenido. Pasadas holgadamente las 10:00 decidimos que ya está bien y ponemos rumbo a Many Glacier.
Unos 30 kilómetros nos separan del aparcamiento que andamos buscando. Recorrerlos nos lleva un poco más de lo esperado debido a que la carretera que entra a Glacier por este lado presenta varios tramos que necesitan urgentemente una revisión, con baches que acabarán saliendo caros algún día a una empresa de coches de alquiler. Llegamos sanos y salvos y alrededor de las 11:00 nos alejamos del coche abrigados hasta las cejas para afrontar el reto del día. Nos vamos a Grinnell Glacier.
Hasta el último momento mantuvimos abierto el debate sobre a qué excursión destinar la jornada de hoy. El Parque Nacional de los Glaciares tiene itinerarios para dar y tomar, suficientes para justificar permanecer en sus alrededores durante más de una semana. Lamentablemente el presupuesto y días disponibles para vacaciones son limitados, y eso condicionó nuestro paso por aquí a tan solo tres días. Uno de ellos, el de ayer, se fue casi totalmente al traste por culpa del mal tiempo. Otro de ellos, el de mañana con garantías de buen tiempo, está reservado para la que es nuestra excursión más prioritaria. Eso nos deja el día de hoy para dedicarlo a otra “gran excursión”, entendiendo por grande cualquiera que pase de los 10 kilómetros y requiera ascender varios cientos de metros a lo largo de esa distancia.
Dos candidatos llegaron a la gran final tras nuestra investigación sobre Glacier National Park: uno era Iceberg Lake y el otro Grinnell Glacier. Ambos iniciaban su recorrido desde puntos cercanos, accediendo al parque por ese acceso de Many Glacier que acabamos de atravesar. Ambos presentaban distancias y ascensos respetables, si bien Grinnell salía ganando por unos tres o cuatro kilómetros adicionales entre la ida y la vuelta y algo más de desnivel a superar. Y sobre todo, la gran diferencia es que mientras la excusión a Iceberg Lake consiste principalmente en visitar el lago glaciar al final del camino –que no es poco-, con el Grinnell Glacier Trail íbamos a tener el paquete completo: también nos espera en la meta un lago glaciar con la correspondiente masa de hielo sobre ella, pero su itinerario parece estar dispuesto a otras vistas y atractivos que le otorgan más variedad que a su competidor. Así que tras sopesar pros y contras y tras verificar que incluso una Ranger del centro de visitantes aportaba las mismas razones que nosotros, el “Glaciar de Grinnell” se proclamó ganador. Y hacia allí vamos: nueve kilómetros para ir, otros nueve para regresar, y entre una cosa y la otra un desnivel superior a 500 metros que debemos superar para alcanzar el final del camino.

Lo que nos espera
Los primeros cuatro kilómetros tienen lugar rodeando primero el lago de Swiftcurrent y dejando atrás después el Lake Josephine a nuestra izquierda. Los paisajes que presenta ya son de nota aunque tenemos la esperanza de que a nuestro regreso el cielo, todavía cubierto a estas horas, se haya destapado y eso mejore todavía más la postal. Pero lo preocupante es el poco, casi nulo ascenso de esos primeros 4.000 metros. Eso significa que los más de 500 metros de altura a ganar estarán concentrados en la segunda mitad del recorrido, y a más pendiente mayores problemas. Mientras tanto, las nubes al fin deciden comenzar a ascender, despejando la vista y dándonos más razones para continuar. Empieza a subir la temperatura, por lo que comienzan a sobrar capas de ropa que debemos o bien guardar en las mochilas o bien atarnos a la cintura.

El ferry que atraviesa Lake Josephine

Primeros kilómetros llanos y rodeados de vegetación

Lake Josephine, de lado a lado
Pasamos de largo el desvío que nos llevaría hasta Grinnell Lake, un lago alimentado por las aguas del glaciar que no hay que confundir con el “lago glaciar” de verdad, ése que queda a los pies de la superficie helada recogiendo su masa en forma de líquido. Cuando pasamos el hito de los cinco kilómetros pequeñas concentraciones de nieve empiezan a aparecer sobre la vegetación que dejamos a lado y lado. Cuando hemos superado los seis kilómetros la tímida nieve se ha convertido en completa protagonista de paisaje, invadiendo copas y ramas de árboles y acumulándose en grosores de entre tres y seis centímetros. Avistamos a lo lejos varios ejemplares de cabra “Big Horn”, también llamadas carnero de las rocosas y caracterizadas por unos descomunales cuernos en forma de ensaimada sobre su cabeza. Nos cruzamos con un fotógrafo con aspecto de profesional, equipado con una cámara y teleobjetivo de esos que cuestan los ingresos de varios meses y mostrando una calma y tranquilidad que solo alguien que ha pasado cientos de horas en soledad esperando el momento de sacar la instantánea perfecta puede conseguir.

Comenzamos a subir

Para las vistas, ganar altura siempre es agradecido

El grupo que no sigue nos sirve para tener perspectiva de la altura

Grinnell Lake queda ya bajo nosotros

El paisaje comienza a teñirse de blanco...

... y terminará siendo el casi único protagonista

Una Big Horn posando para la ocasión

Donde hay nieve, también suele haber agua

Algunos tramos requieren precaución para no resbalar
Cuando la cuenta ya pasa de siete kilómetros y hemos incluso empezado a dejar atrás Grinnell Lake desde las alturas, el glaciar comienza a asomar en el horizonte más allá de la tímida pero extensa catarata que conecta ambos puntos. A los ocho kilómetros de recorrido, con muchos metros ya a la espalda de desnivel y terreno irregular lleno de raíces y rocas con aspecto resbaladizo, uno comienza a preguntarse cuánto más debe apretar los dientes antes de alcanzar la meta. La nieve cubriéndolo todo ha dejado ya de sorprender, quedando asimilada en el paisaje. Y por fin, tras unos últimos 600 metros que ponen a prueba tus reservas de energía la pendiente más pronunciada del día y un final en zig-zag dispuesto a quebrar las piernas, ahí lo tenemos. Un lustroso ejemplar de bloque de hielo que nace más allá del horizonte hasta llegar casi a nuestros pies, solo interrumpido por un precipicio en el que el hielo se torna agua y esta se precipita a un lago completamente el calma. Grinnell Glacier es considerado un glaciar “moderno” ya que no fue descubierto hasta 1887, y sin embargo sufre igual que todos el imparable avance del cambio climático con su superficie helada retrocediendo varios metros año tras año. Si nada lo remedia, desaparecerá junto a todos los demás glaciares de la zona en 2030.

Grinell Lake, cada vez más lejos

La vista se va despejando

Al fondo, a mano izquierda, ya se distingue el glaciar

Y por fin llegamos a la meta
Hemos acertado con nuestra decisión que relegó la visita a Glacier a los últimos días del viaje. Presenciar esto durante las primeras jornadas hubiera restado mucho impacto al resto de atractivos de naturaleza visitados a los que, si bien admirables, no se les puede exigir competir con esta monstruosidad. El blanco impoluto de la nieve y el hielo –no como en Athabasca, donde casi veíamos más marrón que blanco por la explotación del glaciar-, el entorno con árboles nevados donde solo falta el trineo de Santa Claus tirado por Rudolf y las vistas de escándalo de los tres lagos a superar antes de llegar a esta meta en las alturas. Todo contribuye a que la llegada a Grinnell Glacier sea desde el minuto uno –bueno, desde el minuto cinco, tras recuperar el aliento por el ascenso final- uno de los momentos cumbre de un viaje que está llegando a su fin. A buen seguro que Iceberg Lake debe despertar también todo un abanico de emociones, pero no dudamos de haber tomado la decisión correcta ni por un instante.
Alcanzar lo más alto del “Grinnell Glacier Trail” no es sinónimo de haber alcanzado el final del camino. Todavía faltan unos 200 metros que ahora ya se antojan un paseo para llegar hasta la mismísima orilla del lago glaciar. Y es entonces, cuando se expande ante ti, cuando te percatas de que más de la mitad del lago se mantiene estático por un motivo: está helado, cubierto por una finísima capa de hielo a buen seguro incapaz de soportar el más mínimo peso sobre ella. Éste es el lugar donde soltar la mochila, buscar una piedra relativamente cómoda y observar en silencio. Y tras hacerlo y antes de pasar a la metralleta de fotos y videos, echar mano de esos sándwiches que hemos cargado a la espalda y tan merecidamente nos hemos ganado. Recuperamos las capas de ropa perdidas durante la subida, y es que la sensación térmica no es la misma parados que en marcha. No hace un frío de los que te hagan desear volver bajo techo, pero esta cantidad de nieve y hielo no se mantiene sólida sin motivo. Mientras saboreamos tanto las vistas como la comida oímos el crujir de algún trozo de hielo que ha quebrado a la distancia y que ninguno de los siete u ocho visitantes presentes se atreve a interrumpir con su voz.

Ahora sí, lo más cerca posible... Grinnell Glacier

La fina, muy fina capa de hielo sobre el lago glaciar

¿Qué es esto en el suelo tan blanco...?

Uops

El tremendo paisaje que hemos dejado atrás

Y el tremendo paisaje que tenemos delante

El frágil hielo de la superficie
Entre la subida y la visita a la meta han pasado ya las 16:00. Más vale que empecemos a regresar si no queremos que el atardecer, y por ende el momento perfecto para que los osos merodeen las zonas con vegetación, nos alcance en pleno regreso. Nos permitimos un último vistazo con el que dejar grabada a fuego la escena en nuestra retina y damos media vuelta.
Como siempre ocurre, la vuelta se hace más pesada tras desaparecer esa sensación de acercarse a lo desconocido. Y con nueve kilómetros por delante hay muchísimo tiempo para comenzar a aburrirse, si bien que el cielo y el sol sean mucho más óptimos que durante la subida aporta cierto aliciente al camino de regreso. Intentamos sobrellevarlo de la mejor manera posible, haciendo alguna foto por aquí y por allá, charlando, bromeando.

Los primeros minutos de regreso siguen regalando vistas

La tímida catarata que conecta Grinnell Glacier y Grinnell Lake

Esperando a que el blanco comience a desaparecer

Descendiendo de nuevo hacia el lago
Casi olvidamos esa alerta constante que hay que tener al caminar por la zona hasta que nos topamos con algo. En el centro exacto del camino una masa con aspecto de vómito pero de dimensiones impropias para proceder de un ser humano reposa en el suelo. Además se puede distinguir claramente en ella decenas, casi cientos de esas pequeñas bayas rojas que al parecer tanto atraen tanto a osos negros como grizzlis. Recordaríamos perfectamente habernos cruzado con algo así durante la subida, así que el indigesto animal puede haber pasado por aquí hace cuatro horas o cuatro minutos. Ni qué decir tiene que a partir de ese momento incrementamos el paso y comenzamos a hablar a mucho mayor volumen y con una tensión en la voz inédita hasta ahora. Siguiendo las recomendaciones del parque alternamos la charla con palmadas –incluso me pongo a dar palmas, que se note la sangre andaluza- con ir cantando lo primero que se nos viene a la cabeza, en este caso una de M-Clan, la sintonía de Padre de Familia y el Twist and Shout de los Beatles. Spotify en versión especial para osos, muy pronto disponible para las largas noches de hibernación.

Las bayas...

... y los avisos

No solo osos habitan la zona
Pasamos el tramo con mayor probabilidad de avistamiento de osos y nos permitimos comenzar a relajarnos de nuevo. Alcanzamos, y ya se está haciendo muy larga la vuelta llegados a este punto, el embarcadero de Lake Josephine donde un barco pasa el día atravesando el agua de orilla a orilla para aquellos que quieran acortar ligeramente la distancia a pie hasta el glacier –aunque la altura a ganar sigue siendo la misma-. El barco lleva ya más de una hora aparcado sin visos de volver a moverse hasta mañana, pero el lago nos ofrece uno de los mejores efectos espejo del viaje reflejando casi con total precisión las cumbres nevadas ante él.

Apartaderos de Lake Josephine

Y la imagen de postal desde el embarcadero
Completamos los nueve kilómetros de regreso mirando de reojo a la descomunal fachada del “Many Glacier Hotel”, al otro lado del último lago que bordear. Son las 19:20 cuando por fin podemos deshacernos de casi medio vestuario y entrar de nuevo en el coche, con una temperatura de cuatro grados que apenas supone una diferencia respecto a los dos grados centígrados con los que iniciamos la excursión hace ya seis horas. No tenemos tiempo para más y, aunque lo tuviéramos, probablemente ni nos plantearíamos recorrer nada más. Sabíamos que iba a ser una etapa dura pero el tratarse de un recorrido lineal sin tantas paradas como el itinerario circular de Lake Louise lo ha hecho más cansado que el esfuerzo de aquel día. Nos despedimos de la zona y por ende de Many Glacier bajo un cielo que, ahora sí, ya está completamente despejado y augura un día de infarto para la jornada de mañana.

El Many Glacier Hotel, desde la orilla opuesta
Todavía querría obsequiarnos el acceso a Many Glacier con dos presentes antes de que le dijéramos adiós definitivamente. Primero con un nuevo avistamiento de un oso en libertad, en esta ocasión a unas cinco millas de la entrada al parque y sin posibilidad de inmortalizarlo con una cámara que descansa en el maletero. Al poco de nuestra llegada el oso decide que ya ha habido función suficiente y arranca a galopar cuesta abajo, en dirección a uno de los incontables lagos que acompañan a la carretera. En segundo lugar, los últimos rayos de luz del día coinciden con nuestros últimas millas antes de alcanzar la carretera principal, dándonos así la excusa para una última parada en la que contemplar los distintos tonos que el cielo adopta ante la atenta mirada de los “Muchos glaciares” –traducción literal de Many Glacier-.
Son las 20:00 cuando ya hemos dejado atrás Many Glacier, y lo hacemos para aparcar en el supermercado abierto hasta las 22:00 entre los cuatro edificios contados que componen el pueblo de St. Mary. No es un Walmart pero tiene lo suficiente para cubrir necesidades básicas como algo de comida precocinada, bebidas, snacks o proteínas para cocinar. Cumplido el trámite, regresamos al aparcamiento del Centro de Visitantes de St. Mary, en el que reposan varias decenas de coches pese a que el centro lleve cerrado ya tres horas. ¿Por qué entonces tanta afluencia de público? Pues porque la conexión a Internet no tiene horario y desde la zona de aparcamiento más cercana a la entrada todavía puede detectarse. Parados de forma un tanto precaria invertimos unos 15 minutos en poner al día las redes y saber de nuestras familias. Y ahora sí, vámonos de una vez a casa.
La alcanzamos muy poco antes de las 21:00 y con las energías justas. La cena de hoy, que consiste en sendos platos de pollo con distintas preparaciones y unos tallarines calentados al microondas, nos sabe a gloria pese a lo austero de su elaboración. La ducha termina de hundirnos en esa necesidad de descanso tras un día que ha exigido lo mejor de nosotros, pero que nos ha regalado a cambio algo que ha hecho que merecía muchísimo la pena.
Y así llegamos a este punto, querido “flash forward”. Son las 23:10, una hora demasiado tardía para un país como Estados Unidos donde el prime time de la televisión ha terminado ya, y nuestro único objetivo restante es apagar la lámpara y descansar para afrontar mañana un día más. No, miento, no se trata de un día más. Se trata de nuestro último día en Glacier, y por lo tanto nuestro último día en el corazón de un parque natural. Tras él solo quedará por delante una pequeña propina en forma de carreteras, centros comerciales y parques urbanos, pero nada comparable a escenarios capaces de brindarnos espectáculos como hoy. Mis pies dicen que ya está bien de escribir, así que este capítulo termina… aquí.