SÁBADO EN MILÁN ✏️ Diarios de Viajes de ItaliaCementerio Monumental, Castillo Sforzesco, Duomo, Galerías Vittorio Emanuele, Teatro de La Scala, "Última Cena", Navigli...Diario: Un fin de semana en MILÁN - Febrero de 2017⭐ Puntos: 5 (8 Votos) Etapas: 4 Localización: ItaliaAquí dejo un plano del centro de Milán donde señalo la situación de la Estación Central, de nuestro hotel y de los lugares que nos dio tiempo de visitar durante el sábado entero y la mañana del domingo: El desayuno-buffet en el hotel costaba 7 € por persona. Decidimos salir a buscar algo más barato de camino hacia el Cementerio Monumental, que era el primer punto de interés que teníamos previsto para hoy. Caminamos desde el hotel hacia la Estación Porta Garibaldi atravesando el distrito financiero de Milán. En esta zona destacan algunos edificios de oficinas de arquitectura moderna, como la Torre Pirelli, que está justo enfrente de la Estación Central, o la Torre UniCredit, al lado de la Estación Porta Garibaldi. Edificio Pirelli: Torre Unicredit (foto tomada de internet porque las mías no quedaron bien): Otro edificio llamativo en esta zona es el “Bosco Verticale”, un complejo residencial inaugurado en 2014 que ha recibido varios premios. Está compuesto por dos torres de 26 y 18 plantas de viviendas cuyas fachadas y terrazas están cubiertas por miles de plantas de diferentes especies, en un intento de contribuir a la regeneración climática. Bosco Verticale (ídem anterior): Aprovecho a comentar que todo el fin de semana estuvo nublado y lloviendo en Milán, por lo que lamentablemente las fotos no quedaron muy lustrosas. Al pasar por el lateral de la Estación Porta Garibaldi vimos una cafetería bastante grande llamada Bar Atlantic, donde decidimos entrar a desayunar. Allí nos tomamos un cafetito y un croissant cada uno por 4€ en total. Poco antes de llegar al Cementerio Municipal llama la atención la Torre Arcobaleno, un antiguo depósito de agua de treinta y cinco metros de altura con forma de diábolo, que fue recubierto con miles de azulejos de colores en 1990 con motivo del Mundial de Fútbol. Llegamos al Cementerio Monumental, una especie de gran museo escultórico y arquitectónico al aire libre que fue construido en 1886 para refundir en un solo espacio todos los pequeños e insalubres cementerios que había en Milán hasta ese momento. El edificio de acceso es imponente y la galería abovedada interior, previa al campus de las sepulturas, es preciosa. El acceso al Cementerio es totalmente libre y gratuito. Cúpulas de la galería abovedada: Pero aún más impresionante es toda la colección de preciosos mausoleos, panteones y demás obras de arte, de diversos estilos, que guarda en sus jardines. Merece la pena invertir un rato en pasear por entre ellos. Hay incluso un gran grupo escultórico en uno de los enterramientos que representa la Última Cena a tamaño natural. Desde aquí nos dirigimos hacia el Parque Sempione bordeando el barrio chino, cosa que nos quedó bien patente por el tipo de comercios que íbamos viendo a lo largo de todo el recorrido. En el Parque Sempione había mucha gente disfrutando de la mañana del sábado; bien paseando, bien corriendo o montando en bicicleta, a pesar de que el tiempo estaba muy nuboso e incluso había algo de neblina. También había una feria de atracciones montada con motivo del “Carnevale Ambrosiano”. En un extremo del parque está el Arco de la Paz, y en el otro el Castillo Sforzesco. Este último fue construido en el S.XIV y, aunque ha sufrido destrucciones y reformas a lo largo de su historia, aún conserva el foso que lo rodea. A finales del S. XV fue una de las Cortes más lujosas de la época, hasta el punto de que artistas de la relevancia de Leonardo da Vinci o Bramante fueron llamados para decorar algunas de sus estancias. El Arco de la Paz, en un extremo: El Castillo Sforzesco al otro, con las atracciones de la feria por delante: La decoración de corazones que se ve en la foto del patio del Castillo era con motivo de San Valentín, ya que ese fin de semana coincidía la fecha. En el interior del Castillo hay museos y salas de exposiciones, pero no somos muy partidarios de invertir tiempo en museos cuando tenemos pocas horas para visitar una ciudad, así que continuamos ya hacia el centro de Milán. Llegamos enseguida a la Plaza del Duomo. Las fachadas del Duomo son increíblemente bonitas. Impresiona pensar cuánto trabajo tuvieron que invertir aquellos artesanos medievales en labrar toda esa decoración en piedra. Es una pena la horrorosa pantalla publicitaria que han colgado en el lateral izquierdo; no entiendo cómo han podido permitir algo así. El acceso al interior de la catedral cuesta 3 € y la subida a pie a las cubiertas 9 € (13 € en ascensor). Hay un bono que por 12 € incluye lo anterior más la visita a unas excavaciones arqueológicas que hay debajo de la plaza, justo delante del Duomo, correspondientes a una antigua iglesia que hubo allí. Este bono puede utilizarse durante las 72 horas siguientes a su compra. Las taquillas están en la calle, en el lateral derecho de la catedral, pero también hay otras en la parte de atrás, junto a la cabecera del Duomo, donde hay muchísima menos gente y además son a cubierto. Compramos los bonos de 12 € y nos fuimos a buscar un sitio para comer antes de subir a las cubiertas porque ya empezaba a dejar de hacernos efecto el desayuno. Comimos en la Pizzería Flash, muy cerquita del Duomo (Vía Bergamini 1). Una pizza de anchoas y aceitunas, un plato de pasta con pez espada y tomate, dos cafés y dos bebidas nos costó 34,50 €. La pasta estaba buena, pero la pizza era muy pobre; grande, sí, pero fina como papel de fumar y con los ingredientes muy escatimados. Si volviéramos a Milán no repetiríamos allí porque el lugar no tenía nada de especial. mamma mia, la pizza, che tristezza! Volvimos hacia el Duomo para subir a las cubiertas. Son unos 200 peldaños para desembocar en un bosque alucinante de contrafuertes, pináculos y gárgolas donde no queda un solo rincón sin decorar. Merece absolutamente la pena subir, no sólo por las vistas que hay desde allí arriba sino por esa sensación de encontrarte inmerso en un lugar tan especial. Sobre la aguja más alta está la estatua de la Madonnina, símbolo de la ciudad, realizada en cobre dorado y colocada en su atalaya a 108 metros sobre el suelo de Milán en 1774. Lamentablemente, la torre donde se sustenta estaba llena de andamios, lo que la deslucía un tanto. Entramos después al interior del Duomo. ¡Qué preciosidad! Es una de las catedrales más bonitas que hemos visto, si no las que más. Aparte de sus majestuosas dimensiones (la nave central tiene 45 metros de altura y en el interior de la catedral caben hasta 40.000 personas) y del impresionante tamaño de sus vidrieras, llaman la atención la elegante labra de las bóvedas de las naves laterales, la decoración de los capiteles de los pilares, y hasta el diseño del despiece del suelo. Es una pena que no dejan acercarse hasta las vidrieras del coro, en la cabecera, porque son las mayores que se conocen y debe de ser impresionante verlas de cerca, sobre todo en un día soleado. Nosotros tuvimos la mala suerte de tener un día tan gris… Dentro del Duomo es curioso también acercarse a ver la macabra estatua de San Bartolomé despellejado, del S. XVI, que representa al santo con los músculos y las venas al aire y sujetando su propia piel sobre los hombros como si de un manto se tratara. La expresión de su rostro es muy realista, escalofriante. En el pedestal hay una inscripción: “Non me Praxiteles, sed Marc' finxit Agrat” (“No me hizo Praxíteles, sino Marco d'Agrate”). La dejó escrita el autor, un discípulo de Leonardo da Vinci que quería dejar bien clarito quién había realizado la obra de arte. Mediante una escalerita que hay en el interior del Duomo, junto a la fachada principal, se baja a las excavaciones arqueológicas. Son restos de la gran iglesia de Santa Tecla que estuvo donde hoy está la Plaza del Duomo, y de un baptisterio cristiano del S. IV que tenía un inteligente sistema de abastecimiento de agua. Es bastante interesante ver los planos de la reconstrucción de estos restos que están expuestos allí. En esta foto se ven los restos del baptisterio, que tenía planta octogonal y estaba pegadito a donde ahora se levanta la fachada de la catedral. Salimos ya de la Catedral y fuimos a ver las Galerías Vittorio Emanuel II, cuyo acceso principal está en la misma plaza. Se trata de dos galerías dispuestas en forma de cruz y cubiertas por una estructura abovedada de metal y cristal. En el cruce de las dos galerías se conforma una cúpula octogonal de 47 metros de altura sobre el suelo. El conjunto fue construido a finales del S. XIX y se considera precursor de los modernos centros comerciales cubiertos. Allí se encuentran las tiendas de las más prestigiosas marcas de moda y restaurantes, componiendo una exhibición de escaparates de exquisito diseño. Bajo la cúpula central hay un mosaico en el suelo que representa el escudo de los Savoia, que es la figura de un toro. Según la tradición, si se quiere volver a Milán hay que dar tres vueltas con el talón de un pie sobre los atributos varoniles del pobre toro. Tenía ya tal desgaste el animalico en esa zona tan delicada, que las autoridades han decidido recortar directamente un agujero. Saliendo de las Galerías por el extremo opuesto fuimos a parar a la plaza donde se encuentra el Teatro de La Scala, que por fuera no es nada del otro mundo y por dentro no lo vimos. Se puede visitar el vestíbulo y un palco por 7 €, o bien, si hay tiempo y dinero, aprovechar a asistir a alguna representación. Desde aquí fuimos hacia la heladería Le Tre Gazzelle, en el Corso Vittorio Emanuele II nº 22, muy cerquita del Duomo. Nos tomamos un par de helados de dos bolas a 3 € cada uno, pero la verdad es que no nos parecieron nada del otro mundo para la fama que tienen los helados italianos. Eran casi las 18:00 y había que darse prisa para llegar hasta la iglesia de Santa María delle Grazie, donde se encuentra el mural de La Última Cena (“Cenacolo Vinciano”) de Leonardo da Vinci, porque teníamos entradas para verlo a las 18:30. Además, en la web ponía que había que estar un poco antes. Nos habíamos despistado con el tiempo en la heladería y se nos estaba echando la hora encima. Habíamos sacado las entradas anticipadamente por internet en esta web: www.vivaticket.it/ ...loVinciano Conviene sacarlas cuanto antes porque se suelen agotar, pero no hay que desistir si el primer día que intentas comprarlas aparece agotada la fecha elegida. A nosotros nos pasó, pero los días siguientes seguí entrando a mirar y observé que, curiosamente, cada día iba variando la disponibilidad. Hasta que un día de repente apareció disponible la fecha que nosotros queríamos y conseguí las entradas, apenas una semana antes del viaje cuando ya prácticamente daba por hecho que nos quedaríamos sin verlo. Casi corriendo por las ya anochecidas calles de Milán llegamos bastante agobiados, al límite de las 18:30, a Santa María delle Grazie. Una vez allí hay que dirigirse a unas taquillas que hay unos cincuenta metros a la izquierda de la entrada, para canjear el resguardo de la compra por los tickets propiamente dichos. Por fin, con nuestros tickets en la mano, pudimos incorporarnos al grupo de las 18:30 que entraba ya al recinto donde se encuentra la pintura. Se trata del refectorio de la iglesia, antiguo convento de los Dominicos. Leonardo pintó “La Última Cena” entre 1495 y 1497 en uno de los lados cortos de la estancia. La obra mide 8,80 metros de anchura y 4,60 metros de altura, y fue realizada con témpera y óleo sobre una preparación de yeso. Actualmente se encuentra bastante descolorida con respecto a lo que debió de ser originariamente, a pesar de la restauración a que ha sido sometida recientemente y que ha durado veinte años. Me pregunto si esa puerta que hay en mitad del muro estaba ya cuando Leonardo pintó el mural o la ha abierto algún insensato posteriormente. En la pared opuesta hay otro mural, “La Crucifixión”, de Giovanni Montorfano, que tampoco es desdeñable: La visita dura quince minutos. Una empleada entra en la sala advirtiendo que hay que ir saliendo por el otro extremo porque tiene que entrar el siguiente grupo. Ha durado más la carrera que nos hemos pegado para llegar hasta aquí que la contemplación del mural. Salimos al exterior y caminamos hacia la zona de los Navigli, uno de los barrios más de moda de la ciudad, gracias a sus restaurantes, pubs y su animada vida nocturna. Nuestra intención es disfrutar del ambiente y tomar algo para cenar por allí. Los Navigli son unos canales artificiales que se construyeron entre los siglos XII y XVI para el transporte de mercancías hacia Milán desde lagos y ríos de los alrededores. El propio Leonardo Da Vinci intervino en su diseño. El barrio se convirtió en un punto de comunicaciones fundamental para Milán y conoció gran esplendor hasta mediados del siglo XIX cuando, con la aparición de otros medios de transporte más eficaces, los canales cayeron en desuso y prácticamente todos acabaron cubiertos. Actualmente sólo quedan unos pocos, de los cuales el Naviglio Grande y el Naviglio Pavese son los más importantes. Estas dos calles recuerdan un poco a Ámsterdam, aunque con un carácter mucho menos elegante. Estuvimos dando una vuelta por la zona intentando encontrar un local donde tomar el famoso “aperitivo milanés”, consistente en pagar una cantidad fija por una bebida y con ello tener derecho a un buffet libre de picoteo. Lo suelen hacer los locales de la zona desde las 19:00 hasta las 22:00 aproximadamente. Todos los locales estaban a rebosar, incluso había colas de espera en algunos, y encima empezó a llover, así que finalmente nos metimos en el único en el que encontramos sitio, una barcaza anclada en el Naviglio Pavese llamada Il Barcone. Era el sitio más caro de todos, 11 €, pero tampoco nos pareció excesivo para una cena si realmente salíamos satisfechos. La verdad es que el sitio estaba bien, y si algún día volvemos a Milán seguramente repetiremos. Por 11 € podías elegir cualquier bebida de la carta (incluso cócteles que costaban más de 11 €) y coger tantas veces como quisieras del buffet. Pensábamos que el buffet sería de picoteo, pero ¡qué va!... No era muy grande, pero había un poco de todo: pasta, arroces, pollo, pizza, ensaladas, fiambre… Total, que al final cenamos muy bien y a buen precio. No sé si en los otros sitios más baratos el buffet sería como este o más sencillo, pero desde luego este mereció la pena. Cuando salimos de Il Barcone eran las diez menos cuarto. Había dejado de llover y el ambiente estaba bastante animado, así que nos apeteció volver andando hacia el hotel, aunque la distancia era de casi 5 kilómetros. Como había que atravesar el centro, podríamos ver la catedral con iluminación nocturna. El Duomo de noche está precioso y, como no hay apenas gente en la plaza, su belleza luce con más intensidad. Aquella noche además el pavimento mojado reflejaba destellos de luz, creando un escenario aún más dramático. El Duomo junto a las Galerías Vittorio Emanuel II: Continuamos camino del hotel avanzando por la Vía Alessandro Manzoni, dejando a nuestra derecha el “Cuadrilátero de la Moda”, que visitaríamos al día siguiente. Allí encontramos la embocadura de la Vía della Spiga muy amorosamente decorada con motivo de San Valentín: Llegamos al hotel rendidos y descansamos como angelitos. Calculamos que ese día habíamos andado en torno a 20 kilómetros. Índice del Diario: Un fin de semana en MILÁN - Febrero de 2017
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