El viaje en tren a Lijiang apenas dura dos horas y media, relativamente corto para lo que son las distancias en este país. En el compartimento nos acompaña un joven que no se despega de sus auriculares durante todo el trayecto, lo que nos facilita dedicarnos a dormir y descansar.
Una vez llegados a Lijiang, la primera impresión no puede ser más equivoca, la estación está situada en una especie de tierra de nadie, sin apenas personas ni tampoco taxis.
A fuerza de buscar e insistir conseguimos que una taxista nos lleve hasta una de las puertas de la ciudad vieja -se supone que es la más próxima a nuestro hotel- con la recomendación que preguntemos en el kiosco de información turística -hay unos cuantos diseminados por la ciudad vieja-, para que nos indiquen cómo llegar.
Localizar nuestro hotel no acaba siendo una aventura fácil. La ciudad antigua de Lijiang es un intrincado laberinto de calles y callejuelas donde, al menos la primera vez, resulta muy difícil orientarse. Por ello es recomendable concretar con tu alojamiento el traslado desde el aeropuerto o estación. Desgraciadamente, el correo de nuestro hotel donde nos ofrecían el servicio fue a parar a la carpeta de spam y no tuvimos ocasión de poder acordarlo.
Conseguimos localizar la calle de nuestro hotel, pero descubrimos horrorizados que el número no existe. Después de múltiples idas y venidas, carreteando las maletas por calles empedradas, y con un calor de justicia, un grupo de estudiantes chinos de visita en la ciudad se apiadan de nosotros y deciden convertirnos en su buena acción del día y hacen lo que nosotros deberíamos haber hecho hace tiempo y no se nos ocurrió, llamar al hotel.
En menos de dos minutos una persona del hotel se nos acerca y nos conduce los apenas 15 metros que nos separaban de nuestro destino y descubrimos asombrados el misterio de los números desaparecidos: la numeración de la calle continúa por el lateral y por la parte trasera hasta volver a la calle principal una vez cubierto todo el cuadrado. Un sistema que no habíamos visto nunca y que nos deja absolutamente alucinados.
El recibimiento en el Jun Bo Xuan Boutique Guesthouse compensa con creces los sinsabores de la llegada. El Jun Bo Xuan es una magnífica casa tradicional donde todas las habitaciones dan al patio central.
Antes de conducirnos a nuestra habitación, nos sirven unos vasos de pu-erh, el afamado te de Yunnan, que tomamos a la manera tradicional esperando que los pedacitos de las hojas se posen en el fondo del vaso antes de beber el preciado líquido. También nos ofrecen fruta para alegrar nuestra llegada. Aprovechamos para informarles de los dos lugares que queremos visitar estos días, Yulong y el Salto del Tigre, nos responden que no hay problema y que ya lo concretaremos por la tarde. Quedamos a una hora determinada y aprovechamos para descansar y visitar un poco la ciudad.
Lijiang es la capital de los Naxi, la minoría étnica que puebla este indómito territorio definido por el río Yangtzé y la Montaña del Dragón de Jade, justo los dos lugares que visitaremos en los próximos días.
Los Naxi, unos 320.000, habitan mayoritariamente en Yunnan aunque también los hay en la vecina Sichuan. Forman un grupo humano excepcional pues conservan el único sistema de escritura de pictogramas que aún sigue siendo utilizado en el mundo.
Su religión, Dongba, también es de una originalidad sorprendente, siendo su mito de la Creación del Mundo un buen ejemplo, quien lo quiera conocer a fondo que no se pierda el libro La Creación del Mundo y otros mitos de los Naxi de Pedro Ceinos Arcones.
La ciudad antigua de Lijian es un auténtico laberinto de calles, callejuelas y canales conectados por los más de 300 puentes de piedra de los que dispone la ciudad. En 1996 un terremoto la destruyó habiendo sido totalmente reconstruida.
La plaza Sifang Jie (plaza del mercado viejo) es el centro humano y vital de la ciudad vieja. A ella acuden y de ella parten ríos y ríos de gente que colapsan las calles que dan a la plaza. Antes de que se convirtiera en un mercado al aire libre seguro sería una ciudad preciosa, con los canales, las calles empedradas, las casas de madera... A simple vista lo continua siendo, pero tan solo es una fachada, no parece que la gente viva ya en la ciudad vieja, únicamente hay hostels, restaurantes, bares y tiendas turísticas (de té, artesanía, música) y ríos y ríos de gente. No podemos quejarnos, nosotros somos uno de ellos, pero sí que está en nuestra mano alejarnos un tanto.
Lejos del centro y las calles principales todavía puedes encontrar un resquicio de la calma y la atmósfera que seguro había tiempo atrás, antes de que se convirtiera en una atracción turística y la adaptaran a los gustos modernos del turista chino (el 99,99% de los que hay en la ciudad).
Nos alejamos de la plaza Sifang Jie y subimos por Shizi Shan (la colina del león) que tiene unas vistas inmejorables de la ciudad vieja, además de una interesante pagoda, un relajante jardín y las recurrentes torres del tambor y de la campana.
Empieza a anochecer y el arroz con pollo picante que comimos al medio día ya está totalmente olvidado, de regreso a la ciudad vieja paramos en una de las paraditas de comida que pueblan la ciudad y disfrutamos de sendas Baba, la tradicional torta naxi de harina rellena de carne, que sacian nuestro apetito.
Es ya negra noche y por las calles principales no hay ningún problema, pero cuando tomas algún callejón secundario la cosa cambia, no hay luz y las linternas pequeñas que siempre nos acompañan demuestran ser una buena idea.
Llegamos al hotel y directos a la cama, lo necesitamos