¿Existe algún animal que nos despierte más ternura que un oso panda? Probablemente no. Su aspecto de peluche y su aparente mansedumbre ejercen una extraña fascinación. Por eso hoy estamos felices y excitados ante la visita al Centro de Conservación de Osos Panda Gigantes de Chengdu.
Como esta tarde tenemos que coger el avión a Kunming, queríamos asegurar una hora concreta de regreso a la ciudad por eso, por 120 Y con entradas incluidas, contratamos la visita de medio día que ofrecía el Flip-Flap Hostel y que nos garantiza estar de vuelta en Chengdu antes de las 12:00 horas.
Es domingo, es temprano, y vamos camino de la plaza Dongsheng por unas calles prácticamente vacías. La ciudad, de normal tan activa y ruidosa, tiene un despertar lento en el día de fiesta. Tenemos que estar en el hostel a las 7:30 horas y hemos llegado un poco temprano así que hacemos tiempo sentados en un banco de la plaza.
Aquí la actividad se ha vuelto frenética: un niño juega incansable con un globo, una pareja de ancianos lo hace al ping-pong, otro realiza ejercicio practicando con una peonza gigante, los hay que dan vueltas a la plaza a paso vivo y los que practican en aparatos gimnásticos o de juego que hay diseminados por toda la plaza. Siento una sana envidia de la vitalidad de los ancianos en China, no es la primera vez que vemos el espectáculo pero siempre consigue sorprendernos y maravillarnos.
Junto con otras diez o doce personas embarcamos en tres minivans que, en poco más de 45 minutos nos dejan ante la puerta del Centro. Es temprano y no hay todavía demasiada gente, empezamos a caminar flanqueados por densos bosques de bambú, hasta una casona donde, tras unos vidrios, vemos a los pandas ya un tanto impacientes por ir a comer.
Salimos de nuevo al aire libre al tiempo que la familia de pandas se abalanza sobre los brotes de bambú. Es absoluta lujuria mezclada con glotonería, los osos se sitúan frente a nosotros componiendo divertidas estampas al tiempo que se dedican a observarnos de la misma manera que nosotros a ellos.
A partir de aquí, el recorrido por el recinto es una sucesión de diferentes y divertidas estampas con los pandas. Empezamos por la incubadora donde están plácidamente durmiendo unos recién nacidos, continuamos por los recintos cercados donde algunos duermen plácidamente sobre los árboles. El juego de una madre con su hijo nos retiene un buen rato, lo hace subir una pequeña ladera y cuando llega arriba lo empuja rodando ladera abajo para que vuelva a subir. Y ay que no lo haga, el pequeño panda exige su empujón como si en ello le fuera la vida. Unos adolescentes juegan sobre una construcción uno arriba quiere impedir que otro suba y al final acaban cayendo los dos y, por supuesto, vuelta a empezar.
Empezamos a ver algunos pandas rojos durmiendo por los árboles y encontramos alguno que tranquilamente camina en libertad a nuestro lado. Parecen más pequeños zorros que osos pero son tranquilos y pacíficos.
Nos despedimos con una visita rápida al museo y al salir nos damos cuenta de lo acertado de nuestra decisión, centenares de personas esperan para poder entrar en medio de un tráfico infernal. Gracias a la pericia de nuestro conductor, llegamos a la hora acordada a la ciudad y tras recoger las maletas nos dirigimos al aeropuerto para emprender camino a Kunming, el inicio de nuestro recorrido por Yunnan.
Comemos magníficamente en uno de los numerosos restaurantes del aeropuerto y, como prácticamente siempre, nuestro vuelo sale puntualmente, pocos minutos después de las tres y media, y a las cinco nos deja en Kunming, la capital de Yunnan.
Aunque ahora no lo parezca, durante algunos años, Kunming fue la ciudad más norteamericana de China. Entre 1942 y 1945 funcionó un puente aéreo desde el norte de la India que, atravesando el Himalaya, llegaba hasta Kunming, la zona de aterrizaje más cercana en China. Se le conoció como The Hump (la joroba) y en palabras de Max Hasting, autor de Némesis la derrota del Japón “era una de las misiones menos populares y más peligrosas de la guerra: comportó la pérdida, en total, de cuatrocientos cincuenta aparatos”. Organizado por el general William H.Tunner, fue hasta el de Berlín, -que también organizó el general Tunner-, el mayor puente aéreo estratégico del mundo.
No vemos nada de la antigua influencia americana y probablemente sea la ciudad más china de todas las que hasta ahora hayamos conocido. Nuestro hotel, el Grand Park Kunming, nos reafirma en esa idea, lleva hasta el límite la superstición del número 4 –para los chinos el de mala suerte-, no es que no haya piso número 4, sino nada que lo contenga, ni piso 14 ni habitaciones terminadas en 4 ni nada.
Después de descansar un poco bajamos a recepción para intentar ligar la visita del día siguiente a Shilín. Ningún problema, el botones, tiene un amigo que conoce a un vecino, que tiene un cuñado… que por un precio pactado nos puede llevar. Acordamos un día entero que vamos a dedicar al bosque de piedra de Shilin y a las grutas de Jiuxiang y salimos a pasear por el lago y las calles alrededor del hotel, en lo que es un agradable final de día.