Shangri-la, cuando el camino honora al viaje ✏️ Diarios de Viajes de ChinaNuestro destino de hoy tiene un nombre poderoso. Un nombre lleno de resonancias míticas, Shangri-la. Nos encaminamos al paraíso imaginario descrito por James Hilton en su novela de 1933, Horizontes perdidos . Hilton imaginó un lugar donde reinara...Diario: Por el sur de China y mucho más⭐ Puntos: 5 (14 Votos) Etapas: 19 Localización: ChinaNuestro destino de hoy tiene un nombre poderoso. Un nombre lleno de resonancias míticas, Shangri-la. Nos encaminamos al paraíso imaginario descrito por James Hilton en su novela de 1933, Horizontes perdidos. Hilton imaginó un lugar donde reinara por siempre la felicidad y estuvieran desterradas la enfermedad y la vejez y el director de cine Frank Capra lo recreó magistralmente en 1937 en una maravillosa película ganadora de dos premios de la academia. Pero el lugar al que vamos hoy, poco tiene que ver con el poblado tibetano imaginado por Hilton. Nuestra Shangri-la es una más de las poblaciones que a lo largo de los años y en el Tibet, Pakistán o Nepal, se han reclamado fuente de inspiración del escritor. No es la única, pero es la que consiguió llevarse el gato al agua, el 17 de diciembre de 2001, la pequeña localidad china de Zhongdian cambió oficialmente su nombre y pasó a convertirse en Shangri-la. James Hilton jamás pisó Zhongdian, y lo cierto es que se sirvió de los relatos de viajes del botánico Joseph Rock, publicados en el National Geographic, para dar forma a su paraíso himalayo. Hoy poco importa todo eso, vamos a conocer a la única y real Shangri-la, una de las ciudades más bellas del Tibet chino. A pesar o tal vez gracias a su pequeño tamaño, la terminal de autobuses de Lijiang resulta sencilla para el extranjero (a la vuelta nos daremos cuenta que hay más de una estación de autobuses y que ésta –donde nos ha dejado el taxi que nos han pedido desde el hotel- no es la más grande). Después de comprar en la única ventanilla existente nuestros billetes -60 yuanes por persona- y tras una pequeña espera subimos a un relativamente moderno autobús que, en cinco horas de carretera, nos dejará en Shangri-la. El autobús va lleno y, junto con una pareja de holandeses, seremos los únicos occidentales del viaje. De entrada repetimos el trayecto que ayer utilizamos para llegar al Salto del Tigre, siguiendo el recorrido del Yang-tse que fluye a nuestra derecha. Cuando llevamos unas dos horas de camino, paramos en un pequeño ensanche de la carretera poblado de paraditas de comida y bebida. Como el resto de pasajeros, aprovechamos para cargar provisiones de las que iremos dando buena cuenta a lo largo del viaje. Reemprendemos la marcha y, a poco dejamos el río atrás e iniciamos una larga y espectacular subida. La carretera se enfila por montañas imposibles que flanquean valles interminables. Tomamos con calma las curvas sin perder de vista el abismo que se proyecta a nuestra derecha. La increíble belleza del paisaje nos aísla de la inquietud que produce la carretera. Después de varias horas de subida llegamos a una altiplanicie en la que el paisaje cambia radicalmente, hemos llegado a la Prefectura autónoma tibetana de Dêqên, que en tibetano quiere decir lugar de felicidad y de buena suerte. No hay que confundirla con la actual Región Autónoma del Tíbet de capital en Lassa, pues, a diferencia de ésta nadie discute su histórica pertenencia a China. Dêqên formó parte del Imperio Tibetano que, entre 629 y 841, se extendió desde Mongolia al golfo de Bengala, ocupando los territorios de Bhutan, Nepal, parte de Sichuan y Yunnan. A la muerte del último esperador tibetano, Langdarma, el imperio colapsó y los territorios de la actual Dêqên unieron su suerte a la de los reinos chinos. Desde el autobús vemos multiplicarse las señales que nos anuncian que ya estamos en territorio tibetano: estupas, ristras de coloridas banderas de oración que nos hacen llegar sus bendiciones, y hombres y mujeres ataviados a la manera de los tibetanos o de los lisus, que juntos representan más del 50% de la población de Dêqên. Curiosamente, a lo largo del camino se hacen muy visibles también las banderas del Partido Comunista Chino (con la hoz y el martillo) que, de alguna forma, sustituyen a las de la República Popular. Estamos a más de 3.000 metros pero todo es verde, inmensas praderas donde pastan los rebaños de yaks, riachuelos, cascadas y altas montañas conforman el paisaje. Un conjunto de una belleza difícil de explicar. Unos cerdos sueltos por la calle, nos dan la bienvenida a Shangri-la, por fin hemos llegado, ahora tan solo nos resta esperar a que, tal y como hemos quedado con Rose, la propietaria del Timeless Inn, que será nuestro alojamiento en la ciudad, nos pasen a recoger. A los pocos minutos de nuestra llegada vemos como se acerca un fornido joven con una larga cabellera culminada en el tradicional moño tibetano con un cartel con nuestro nombre, le hacemos señas y se aproxima sonriendo, Hello, my name is Anso and I’m tibetan. Anso es el marido de Rose, la propietaria del Timeless Inn, nos lleva hasta su furgoneta y nos conduce al hotel. Mientras nos acercamos a la ciudad vieja de Shangri-la, vemos para nuestra desgracia como se confirma el peor de nuestros temores, el incendio del 10 de enero ha dejado poca cosa en pie. La ciudad vieja parece arrasada por un terremoto: manzanas enteras de casas completamente derrumbadas, polvo, calles inexistentes, y aquí y allá misteriosamente en pie alguna que otra casa a la que las llamas inexplicablemente han respetado. El paisaje me recuerda mucho al de las fotografías de Hiroshima después de la bomba. Antes de decidir viajar a Shangri-la éramos conscientes de que nos podíamos encontrar con esta realidad, pero aún y así decidimos ir porque el viaje por carretera ya es en sí una experiencia que sabíamos valía la pena vivir. No nos arrepentimos. Nuestro hotel es una de las casas que milagrosamente ha sobrevivido, una tradicional casa tibetana de madera con planta y piso y un pequeño jardín a la entrada donde dormita el pequeño perro de la familia que nos recibe sonoramente. Un pequeño de unos cinco años de la mano de su madre, Rose, no saluda lleno de curiosidad. Rose habla un inglés impecable lo que facilita la comunicación, nos explica que ellos también viven en la casa y nos indica cual es nuestra habitación, espaciosa y decorada al estilo tibetano. Una fotografía de Chökyi Gyalpo, el undécimo Panchen Lama, preside la recepción de la casa. No tenemos demasiado tiempo, así que sin apenas descansar nos encaminamos a tomar el autobús número tres que nos llevará al Monasterio Songzanlin, conocido como el pequeño Potala. El autobús conoció días mejores, es antiguo y con asientos de plástico pero lo verdaderamente curioso es el sistema de cobro, junto al conductor hay un enorme barreño donde al subir o al bajar vas depositando el billete de un yuan que cuesta el trayecto. Es una estampa graciosa y extraña. Para asegurarnos de que hemos tomado el autobús adecuado le enseñamos a nuestra vecina el papel donde llevamos escrito nuestro destino, nos sonríe y asiente dejándonos más tranquilos. El tráfico es escaso y al autobús se mueve sin problemas por la ciudad, recorremos las calles hasta que se detiene en una especie de puesto de control. El conductor nos indica que hablemos con el policía quien en inglés nos pregunta si vamos al monasterio y al responderle que sí nos indica donde hemos de sacar las entradas y coger el autobús del propio monasterio que nos conducirá hasta la puerta. La llegada a la explanada ante la colina donde se alza el monasterio ofrece una visión espectacular. El monasterio es realmente impresionante y majestuoso. Songzanlin es el monasterio budista tibetano más importante de la escuela Gelugpa en el sur de China. Los monjes de esta escuela son conocidos por los llamativos sombreros amarillos que usan en sus ceremonias. El Dalai Lama es la cabeza de la escuela Gelugpa además de ser el maestro de todas las órdenes del budismo tibetano. Su construcción data de 1679 y durante la Larga Marcha, cuando en el verano de 1936, el Segundo Ejército Rojo atravesó Shangri-la, el general Xiao Ke se personó en el monasterio, donde fue cordialmente recibido por los lamas que proporcionaron guías y alimentos al ejercito. El general, en agradecimiento, caligrafió sobre un brocado “Lograr la prosperidad para la minoría”, el brocado se exhibe actualmente en el Museo Militar de la Revolución Popular China en Beijing. Xiao Ke también fue uno de los cinco generales retirados que se opusieron a la intervención militar en Tiananmen en una carta pública a la Comisión Militar Central: "el Ejército Popular pertenece al pueblo, y no se puede usar en contra del pueblo". Durante la Revolución Cultural el monasterio fue severamente dañado. Desde entonces es objeto de una continua restauración. El monasterio es en sí una ciudad en pequeño. Subimos la empinada escalera que nos ha de conducir a las edificaciones más altas. El conjunto del monasterio está formado por tres templos rodeados de una gran cantidad de lamasterios. En el pabellón del templo principal podemos verlas 108 columnas de madera que soportan el peso del edificio. Lo de 108 no es casual, este es uno de los números mágicos del budismo tibetano. El monasterio ha llegado a alojar a más de 3000 monjes aunque en la actualidad nada más viven en él unos 700. Hay gente, pero poca, lo que nos permite una visita tranquila y sosegada, en muchos momentos en soledad. Las cúpulas, las figuras doradas… mires donde mires la belleza te atrapa, quieres almacenar todos los detalles en la memoria, porque sabes que éste será uno de los grandes recuerdos del viaje. En autobús, regresamos al centro de la ciudad y nos acercamos a la plaza central, un increíble microcosmos de lo que es Shangri-la. Tiempo tendremos de disfrutar de la plaza, ahora subimos las escaleras que desde la misma plaza nos llevan al parque Guishan y al monasterio que se alza en la cima de la pequeña colina. Desde aquí tenemos una vista privilegiada de la ciudad, es una impresión desoladora, se encoge el corazón pensado en lo que fue y en lo que queda de ella, el fuego fue devastador. Sobrecogidos, nos sumamos al grupo de gente que sin cesar empuja la que es una de las mayores ruedas de oración del mundo. Una magnífica rueda dorada visible desde cualquier punto de la ciudad. Se necesitan unas quince personas para girarla y nunca faltan manos para hacerlo, es un giro que nunca parece tener fin. De regreso a la plaza nos espera otra agradable sorpresa, son las siete de la tarde y como todos los días los altavoces empiezan a emitir una cadenciosa melodía y en segundos se forma un gigantesco círculo de mujeres y hombres de todas las edades, muchos vestidos a la manera tradicional tibetana, pero también jóvenes con jeans y zapatos de tacón que danzan en una coreografía perfecta. Cada melodía que suena tiene su propia coreografía que todos saben seguir. Es impresionante, me recuerdan danzas incas o mayas en honor al sol, solo que trasplantadas al Himalaya. Nos sentamos tranquilamente a observar y disfrutar, sin prisas, tranquilos, relajados, en paz, disfrutando del baile y la alegría de esta gente, sin olvidar que hace unos pocos meses, muchos de ellos vieron como lo perdían todo en una noche de fuego interminable. Paseando de nuevo por la parte que todavía queda en pie, vamos buscando un lugar para cenar. Es como un pueblo de montaña, con las casas de madera, las calles empedradas, interminables y coloridas ristras de banderas de plegaria. En su momento debió ser una maravilla, ahora está en reconstrucción y deseamos que también sepan reconstruir lo que debió ser el alma de esta maravillosa ciudad. Cenamos en un pequeño y agradable restaurante que encontramos por el camino, tiene el mismo aire que el restaurante tibetano de Lijiang, todo de madera y con las paredes decoradas con fotos antiguas en blanco y negro de la vida cotidiana en Shangri-la. La propietaria nos pregunta de dónde venimos y cuando se lo decimos se le ilumina la cara recordando el sabor del jamón serrano que conoció en un viaje a Sevilla. El mundo es un pañuelo y el jamón nos hermana a todos, todavía recordamos la cara de un adorable anciano que en nuestro primer viaje a Japón nos confesó que todavía soñaba con el jamón que había conocido en un viaje a España. Nosotros dejamos el jamón para nuestro regreso dentro de unos días y ahora disfrutamos de unos tallarines con mantequilla y carne de yak regados por una potente cerveza tibetana. El regreso al hotel no es fácil, es negra noche, no hay iluminación y el inexistente camino está poblado de hierros retorcidos y agujeros traicioneros. La imprescindible linterna nos vuelve a mostrar su utilidad y con mucha precaución conseguimos llegar a nuestro hotel. Necesitamos descansar, ha sido un día largo y fatigoso, pero sin dudar haríamos mil veces más el camino para vivir y disfrutar lo que hoy hemos vivido. Las noticias que llegan de Shangri-la es que la ciudad ya está plenamente reconstruida y, lo que es más importante, se ha hecho preservando la planificación y fisonomía original. Índice del Diario: Por el sur de China y mucho más
01: Sin dejarnos influir por los malos presagios
02: Calor, humedad, bochorno... o diga simplemente Shangai
03: Tongli y Suzhou, la tranquilidad cerca de Shanghai
04: Dando la vuelta al Lago Oeste de Hangzhou
05: En Chengdu nos enteramos de por qué la comida de Sichuan tiene fama de picante
06: Sin palabras para explicar la experiencia del Buda de Leshan
07: Con los Pandas nos despedimos de Sichuan e iniciamos el camino de Yunnan
08: Por el Bosque de Piedra de Shilin y las grutas de Jiuxiang
09: Dali, la ciudad dónde la vida no tiene fin
10: Lago ErHai, el que llueva o no llueva, no está en la boca de la rana
11: Perdidos en el laberinto de Lijiang
12: Yulong, conocido como el paraíso de los suicidas, inspira a nuestro conductor
13: En el Salto del Tigre el Yangtsé no está para bromas
14: Shangri-la, cuando el camino honora al viaje
15: Adiós al paraíso perdido
16: Un país, dos sistemas
17: Por el camino de los nueve dragones hacia las estrellas
18: Cidade do Santo Nome de Deus de Macau
19: Adiós Hong Kong, adiós China
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