CARRANZA / SANTURCE / PORTUGALETE / GUECHO / CASTILLO DE BUTRÓN. Noche en Balmaseda.
Itinerario aproximado según GoogleMaps. Unos 136 kilómetros de recorrido y un tiempo en coche de 2 horas y media, aunque el trayecto entre Portugalete y Guecho no es correcto, ya que cruzamos por el Puente de Vizcaya, ahorrando mucho tiempo y kilómetros.
El drástico cambio de tiempo que nos encontramos por la mañana no nos pilló por sorpresa porque lo habíamos estado viendo en las predicciones meteorológicas: nos esperaba un día fresco, lluvioso y nublado, completamente diferente del anterior. Parece mentira lo rápidamente que varía el panorama en el norte, donde en cuestión de minutos pasas de un sol espléndido a un cielo lúgubre, cubierto de nubes y con lluvia. Menos mal que al final durante el conjunto de las vacaciones el tiempo no estuvo tan mal como se presentó aquella tenebrosa jornada. Desde la terraza de nuestro alojamiento, el paisaje seguía siendo hermoso, aunque había variado su tono desde la tarde anterior, cubriéndolo unos densos y negros nubarrones. Además, estaba chispeando
Valle de Carranza desde la terraza del hotel rural la tarde anterior.
Después de desayunar, salimos en dirección a la costa por Sopuerta, sin hacer caso al navegador, que pretendía desviarnos hacia la costa santanderina, pasando por Castro Urdiales. Así que cruzamos el Valle de Villaverde, que mostraba el mismo aspecto lúgubre que habíamos dejado en el de Carranza y se puso peor cuando empezó a llover con ganas.
Desde el Valle de Carranza hacia Santurce, pasando por el Valle de Villaverde.
Ya en el litoral, el panorama pareció aclararse, aunque sólo muy ligeramente. Fuimos hasta Santurce, ya que queríamos ver el Puente de Vizcaya, también conocido como Puente de Hierro o Puente Colgante. Igualmente, teníamos en la agenda hacer una caminata hasta la cima del Monte Serantes (451 metros), desde donde nos habían asegurado que se contempla una de las mejores vistas de la ría y alrededores. Dadas las adversas condiciones meteorológicas, tuvimos que desistir de esa actividad senderista.
Santurce: puerto deportivo. Al fondo el Monte Serantes (el de las antenas), adonde no pudimos subir.
SANTURCE (SANTURTZI) Y PORTUGALETE.
Intentamos aparcar en Santurce sin mucho éxito, pese a que dimos varias vueltas por los mismos sitios, pretendiendo en vano llegar hasta las proximidades de la Oficina de Turismo para pedir información. Como fue imposible, seguimos hacia Portugalete (están una a continuación de la otra). Tampoco logramos dejar el coche en la calle, así que hartos de vagar, decidimos meter el vehículo en un parking subterráneo, justamente al lado del acceso al Puente. Fue una buena decisión porque a veces pagar unos pocos euros (tres en este caso) ahorran tiempo, problemas y, sobre todo, mal humor.
Vistas de Santurce desde el muelle nuevo.
Habíamos reservado previamente una mesa para comer en el restaurante Tamarises-Ibarra de Guecho (nos lo habían recomendado), pues era nuestro aniversario y queríamos tomar algo especial. Como teníamos tiempo de sobra, estuvimos dando un paseo por las inmediaciones del Puente Colgante, conociendo un poco de Portugalete.
Ayuntamiento neoclásico de Portugalete.
Después fuimos caminando por el paseo paralelo a la ría y llegamos hasta el muelle de hierro, ya frente a Santurce, desde donde se tienen unas buenas vistas de la ría de Bilbao con Guecho de frente y, al fondo, la Playa de Ereaga y los acantilados de Punta Galea. A principios del siglo actual la zona fue recuperada y acondicionada, eliminando fábricas y astilleros y depurando sus aguas.
Mientras tanto, el tiempo seguía loco y tan pronto llovía un poquito como salía un tímido sol, pero se podía pasear con tranquilidad mientras íbamos leyendo varios paneles informativos, que contaban algunas cosas sobre los lugares y edificios que estábamos recorriendo: el muelle viejo, la antigua estación de la Canilla, la Basílica de Santa María, la Casa-Torre Salazar, el Monumento a Víctor Chávarri, el edificio neoclásico del Ayuntamiento, la Plaza del Solar, la Casa Bustamante de estilo modernista, el Convento de Santa Clara, etc.
Pero, sin duda, lo más destacable es el Puente Colgante, que une las dos partes de la ría, entre Portugalete y Guecho en un trayecto que apenas dura cinco minutos y que evita una vuelta de varios kilómetros y casi veinte minutos por carretera, pasando por las inmediaciones de Bilbao y Baracaldo.
Sin embargo, no estamos hablando de un puente corriente, sino del puente transbordador en servicio más antiguo del mundo, lo que le ha valido la consideración de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Obra del arquitecto Martín Alberto de Palacio y Elisague, tiene 61 metros de altura y 160 de longitud y fue inaugurado el 28 de julio de 1893. Tiene un curioso sistema de transporte de personas, vehículos y mercancías mediante una barquilla colgante, sostenida por varios cables. En la plataforma central van los coches (me pareció que caben seis, no sé si ocho siendo pequeños) y a los lados hay dos habitáculos cubiertos para los peatones.
Recomiendo no solo ver el puente sino también vivir la experiencia de utilizarlo: cuesta 1,60 euros el pase del vehículo y 0,80 por cada persona. El vehículo paga como tal y las personas que van dentro tienen que adquirir también su billete. Asimismo se puede cruzar el puente caminando por la pasarela superior, pero esto lo contaré después.
GUECHO/GETXO.
Pasamos a Guecho y fuimos en el coche hasta la zona de las Arenas, frente a cuya playa se encuentra el restaurante Tamarises-Izarra, que ocupa la primera planta del local, ya que en la planta baja se sirven pinchos y menús más, digamos, normalitos. Como era una ocasión especial, nos decidimos por el menú degustación que cuesta 47 euros, con vino Rioja crianza y café incluidos, y que cuenta con los siguientes platos: aperitivo, terrina de foie con pan de pasas y nueces, tataki de atún rojo con crema montada de tomate y ajo, arroz cremoso de vieira y carabinero, lomo de merluza asada con alga wuakame, solomillo sobre hongos confitados y aroma de trufa y de postre una torrija caramelizada en confitura de naranja y helado de caramelo. Estaba todo buenísimo.
Sé que mucha gente prefiere otro tipo de comida, con platos más contundentes y colmados, mientras que a nosotros nos apetece probar sabores variados e incluso diferentes a que la comida nos salga por las orejas, sobre todo en ocasiones especiales. Por eso, me limito a comentar lo que comemos y si nos ha gustado, pero sin hacer recomendaciones porque no quiero equivocar a nadie.
Playa Ereaga, frente a la que se encuentra el restaurante.
Después de comer queríamos volver hasta el Puente Colgante para cruzarlo a pie, por la pasarela superior, y se nos ocurrió la genial idea de ir caminando desde la playa de las Arenas para, de paso, conocer un poco Guecho. El camino parecía entretenido porque hay una especie de paseo junto al mar, desde el que se pueden apreciar edificios de arquitectura destacada de varios estilos, correspondientes a la nobleza y la alta burguesía del siglo XIX. Hay paneles informativos a lo largo de todo el recorrido con la historia de las construcciones y a nosotros, que nos gusta la arquitectura, nos llamó la atención. Sin embargo, este paseo no atraerá especialmente a los no aficionados.
Desde la playa de las Arenas hasta el Puente Colgante se ven edificios muy llamativos.
A medio recorrido (una media hora más o menos) el tiempo se puso realmente desagradable pues empezaron a caer auténticas cortinas de agua que, aunque eran intermitentes, al venir acompañadas por un viento racheado muy fuerte hacían inútil cualquier intento de dominar nuestros paraguas, que pronto terminaron hechos trizas. Como no había ningún sitio donde cobijarnos, decidimos volver al coche. Entre unas cosas y otras perdimos más de una hora y pese a los chubasqueros terminamos empapados, menos mal que la temperatura no era fría.
Ya con el coche, volvimos al acceso del Puente Colgante. Aparcamos en zona azul (creo que nos costó 1,10, hora y media o algo así) y aprovechamos que el temporal daba una tregua para recorrer la pasarela del Puente Colgante. El ticket se compra en la tienda de recuerdos y cuesta 8 euros. Es caro, pero nos apetecía darnos el capricho. Se sube en ascensor y está incluido el regreso en la barquita. Todavía hay un entrada más cara si se desea contar con la audio-guía, que no me parece en absoluto necesaria.
El Puente con su barquita desde el acceso de Guecho.
Ya en la pasarela hay diversos paneles informativos, que cuentan la historia del puente, aunque sin duda lo mejor son las fabulosas vistas que se tienen de Portugalete, Santurce, Guecho y la ría de Bilbao. La estructura es abierta y quizás haya a quien le dé vértigo, lo que no fue nuestro caso.
Lo malo fue que estando arriba comenzó a caer otro tremendo aguacero y tuvimos que salir corriendo antes de tiempo, aunque sí que pudimos estar lo suficiente para contemplar el panorama y sacar algunas fotos.
Lo malo fue que estando arriba comenzó a caer otro tremendo aguacero y tuvimos que salir corriendo antes de tiempo, aunque sí que pudimos estar lo suficiente para contemplar el panorama y sacar algunas fotos.
Salida de la ría al mar, con Guecho a la derecha.
Vista de Santurce, a la izquierda.
La pasarela.
Vista del interior de la ría, hacia Bilbao, con Guecho a la izquierda y Portugalete a la derecha.
Vista panorámica de Portugalete, a la derecha.
Vista de Santurce, a la izquierda.
La pasarela.
Vista del interior de la ría, hacia Bilbao, con Guecho a la izquierda y Portugalete a la derecha.
Vista panorámica de Portugalete, a la derecha.
Como habíamos tenido que tirar los paraguas, volvimos al centro de Guecho para comprar otros. De modo increíble, no encontramos ninguna tienda donde los vendieran (ni unos chinos encontramos), así que tuvimos que encomendarnos a los chubasqueros. Con ese tiempo, tampoco pudimos hacer otra rutita a pie que teníamos prevista, desde el Castillo de Punta Galea hasta Sopela, recorriendo la línea costera. Así que tuvimos que conformarnos con ir con el coche hasta el castillo, del que solamente conservan algunos restos muy deteriorados. Luego fuimos caminando por la calle hasta donde comienza el sendero, que ofrece una primera vista de los acantilados.
Entorno de los restos del castillo de Punta Galea
Comienzo de la ruta de los acantilados.
Otra vez empezó a llover con fuerza, así que, cansados de luchar contra los elementos, renunciamos a ir a Plentzia, donde nos hubiera gustado echar un vistazo a su playa y sus formaciones rocosas y emprendimos viaje hacia Balmaseda, donde teníamos nuestro alojamiento de esa noche. Por el camino nos acercamos hasta el llamativo Castillo de Butrón, que se encuentra en el término municipal de Gatika, y cuyas torres vimos sobresalir entre el boscaje desde bastante lejos, aunque luego nos costó bastante encontrarlo una vez metidos en la carreterita que zigzaguea entre los árboles, ya que está rodeado de una frondosa vegetación. Cuidado con un cartel que anuncia “castillo de Butrón”, y que en realidad lleva a un camping y despista bastante.
Al fin, llegamos hasta la construcción y vimos dos de sus fachadas puesto que solamente se puede visitar desde el exterior. Es un bien protegido, pero lamentablemente el edificio se encuentra un tanto descuidado. Ya en la Edad Media existía en este lugar una Casa-Torre de la familia de los Butrón. Sin embargo, su aspecto actual proviene de una remodelación que realizó el Marqués de Cubas a finales del siglo XIX, siguiendo el gusto de la época por los castillos de cuento de hadas
. De nuevo la lluvia empezó a caer de manera inclemente y apenas pudimos tomar unas fotos, intentando resguardar el objetivo de la cortina de agua. ¡Vaya día!
Desde allí hasta Balmaseda el recorrido se tornó casi tenebroso por los nubarrones negros que oscurecían la tarde, algunos bancos de niebla, la lluvia y el viento. Parecíamos estar reviviendo la escena de la llegada del sevillano al País Vasco en la película “Ocho apellidos vascos”. Y es que un 24 de julio, cuando media España se asaba, no podíamos por menos que pensar: ¡Madre mía! ¿Dónde nos hemos metido?