El recorrido de la jornada era el siguiente:
BALMASEDA/CASCADA DE GUJULI/ORDUÑA/TORRE-PALACIO DE LOS VARONA/SALINAS DE AÑANA/MIRADOR DE ARAMAIO. Noche en Elorrio.
BALMASEDA/CASCADA DE GUJULI/ORDUÑA/TORRE-PALACIO DE LOS VARONA/SALINAS DE AÑANA/MIRADOR DE ARAMAIO. Noche en Elorrio.
Sobre la marcha tuvimos que cambiar el itinerario de este día porque el tiempo no iba a ser el más propicio para hacer la caminata que teníamos prevista en el Parque Natural de Urkiola. Quedaría para la jornada siguiente, en que se anunciaba una notable mejoría climatológica.
El recorrido definitivo aparece más o menos así en GoogleMaps. Unos 173 kilómetros, con un tiempo aproximado en el coche de unas tres horas y cuarto.
BALMASEDA.
Era casi de noche cuando llegamos a Balmaseda. Afortunadamente, ya apenas llovía. Fuimos directamente hacia nuestro alojamiento, el Hotel Convento San Roque, de dos estrellas. El edificio, un antiguo convento de monjas de clausura del siglo XVII, ha sido restaurado y nos encantó en cuanto lo vimos. Está magníficamente situado muy cerca del casco antiguo y a un par de minutos caminando del Puente Medieval, tiene parking gratuito y la habitación era una pocholada: grande, cómoda y decorada en un encantador estilo romanticón. Las 19 habitaciones de que consta el hotel eran las celdas de las monjas clarisas que lo habitaban. El exterior es igualmente atractivo. Nos costó 69,30 euros una noche en habitación doble superior.
La habitación que ocupamos y el exterior del antiguo convento, hoy hotel.
El antiguo claustro iluminado: se utiliza para servir los desayunos.
Adosado al edificio del hotel se encuentra la Iglesia del Monasterio de Santa Clara, que actualmente es un museo y la sede de la Asociación de Turismo de las Encartaciones-Enkartur.
Balmaseda (Valmaseda en castellano) está a unos 30 kilómetros de Bilbao y tiene algo más de 7.000 habitantes censados en la actualidad. Pertenece a la comarca de las Encartaciones y se encuentra en un terreno accidentado, flanqueado por numerosos montes, entre los cuales discurre el río Cadagua y sus afluentes, formando un estrecho valle donde se asienta la población, que fue la primera villa del Señorío de Vizcaya. Fue fundada en 1199 por Don Lope Sánchez de Mena, señor de Bortedo, que consideró su abrupto territorio muy apropiado para edificar una ciudad fortificada, aprovechando, además, las buenas comunicaciones existentes con Castilla a través de una antigua calzada romana. Recibió el fuero de Logroño y la localidad pronto se convirtió en un importante centro comercial, de obligado paso entre Castilla y el Cantábrico, que mantuvo su importancia hasta la apertura de otra ruta por Orduña en el siglo XVIII. En su decadencia posterior influyeron también los daños causados por la Guerra de la Independencia y las Guerras Carlistas. La llegada del ferrocarril supuso un nuevo impulso para una villa bastante condicionada en su crecimiento por su tortuosa localización geográfica. En su economía actual destacan las industrias del metal y el mueble.
En el hotel, nos facilitaron un mapa turístico y todo tipo de información. Aunque había restaurante en el propio establecimiento, preferimos salir a dar un paseo por el casco antiguo y aprovechar para cenar algo ligero. El edificio del antiguo convento se encuentra en el vértice del recorrido turístico recomendado, que consta básicamente de cuatro calles paralelas (la Cuesta, Corredera, Pío Bermejillo y Martín Mendía) que confluyen en la Plaza de San Severino. Más a la izquierda mirando desde nuestro alojamiento se encuentra el río Cadagua, con su Paseo Martín Mendía y el Puente Medieval. Es un itinerario corto, que no lleva demasiado tiempo.
Foto del útil mapa turístico que nos entregaron en el hotel.
Como había llovido y hacía bastante fresquito, el suelo estaba mojado y apenas había gente por las calles. Para nada daba la impresión de encontrarnos en pleno verano. Tampoco había demasiado ambiente en plan de bares, pero encontramos uno en la Plaza de San Severino, donde tomamos unas croquetas, una ración de ensaladilla y unos pinchos de morcilla y tortilla, con unas cervezas con limón. Nos cobraron 11 euros y estaba todo muy rico. Después dimos una vuelta para ver los monumentos iluminados y volvimos al hotel porque no había mucho más que hacer por allí.
Resumen de nuestro paseo nocturno. Sobre todo me gustó la iluminación de la Plaza de San Severino y la del Puente Medieval.
Plaza de San Severino de noche.
A la vera del río Cadagua.
Puente Medieval iluminado.
Iglesia de San Severino.
Ayuntamiento.
Puente Medieval iluminado.
Iglesia de San Severino.
Ayuntamiento.
Al día siguiente nos quedamos en el hotel a desayunar, pues era un buen reclamo poder disfrutar del antiguo claustro del antiguo convento, donde se servían los desayunos. Lo malo fue que la recepcionista estaba para todo y pese a su amabilidad y sus buenas intenciones, como casi todos los clientes coincidimos a la misma hora, la situación fue un tanto caótica. Pero no era culpa de la empleada, que bastante hacía con intentar multiplicarse.
Claustro y exterior del antiguo convento.
Después fuimos a hacer nuestro pequeño recorrido turístico siguiendo más o menos el itinerario de la noche anterior, aunque ahora a la luz del día. La mañana estaba oscura y el cielo aparecía cubierto por densos nubarrones; sin embargo, había dejado de llover y los pronósticos del tiempo anunciaban una clara mejoría a partir del mediodía. ¡Menos mal! De modo que pudimos visitar tranquilamente los lugares más importantes de la villa, empezando por la Plaza de San Severino, la más amplia y bonita en su conjunto, embellecida con numerosos maceteros con flores y donde se encuentran algunos de los edificios más notables, entre los que sobresalen la Iglesia de San Severino y el Ayuntamiento.
La Iglesia de San Severino es gótica, del siglo XV, pero con bastantes añadidos barrocos procedentes de reformas realizadas en el siglo XVIII. Destacan las portadas y los ventanales góticos.
El interior tiene altas bóvedas de crucería y tres capillas.
El Ayuntamiento fue construido en el siglo XVIII en estilo barroco, pero fue muy modificado y tiene soportales con una galería de columnas que recuerdan el estilo mudéjar.
La otra zona más interesante de Balmaseda es el Paseo Martín Mendía, que va por la orilla del río, desde el que se pueden ver bonitas vistas donde las aguas hacen las veces de espejo; una lástima que la mayor parte de los edificios que se reflejan en el Cadagua no sean especialmente atractivos, a excepción de la Iglesia de San Juan (siglo XV con torre y pórtico posteriores) y del propio Puente Viejo.
El Puente Viejo es la imagen más característica de Balmaseda. Data del siglo XIII y era un punto muy importante de la ruta comercial entre Castilla, el Señorío de Vizcaya y el mar Cantábrico. Además, servía de vigilancia y control aduanero, con el cobro de los consiguientes impuestos.
Se puede contemplar muy bien desde la zona del río adyacente a la plaza de San Juan.
En esa plaza se encuentra la Iglesia de San Juan, del siglo XV, con torre del siglo XVIII y pórtico del siglo XX. Actualmente es un museo. También resulta muy bonita su imagen desde el río
Además del conjunto de casas del casco viejo, otros edificios destacados son los palacios de Urrutia y de Horkasitas, y un par de casas de indianos.
CASCADA DE GUJULI.
Teniendo en cuenta las condiciones meteorológicas, nos vimos obligados a cambiar el itinerario inicialmente previsto. Así que intentamos cuadrarlo de la mejor manera, evitando en lo posible pasar por autovías y repetir itinerarios. De modo que, pasando por Arceniega (nos pareció un pueblo muy interesante con sus sobrias casas de piedra, pero preferimos no detenernos a visitarlo por si apurábamos demasiado el tiempo), fuimos hacia Orduña, localidad que no figuraba en nuestro recorrido primitivo, como tampoco lo estaba la Cascada de Gujuli pues nos imaginábamos que, dada la época del año, aparecería muy mermada. Sin embargo, como nos encontrábamos muy cerca y faltaba todavía un rato para la hora de almorzar, decidimos ir hasta allí, pasando previamente por un alto de montaña desde el que pudimos contemplar unas estupendas vistas del valle.
Hay dos formas de contemplar la cascada, que se encuentra en el Parque Natural de Gorbea: una fácil, desde un accesible mirador, y otra más complicada, caminando hasta la parte superior, desde donde cae el agua. Casi sin pretenderlo, ya que nos dejamos guiar por el navegador, empezamos por la segunda opción, llegando hasta la iglesia románica del Barrio Bajo de Goiuri. Junto a ella dejamos el coche y seguimos andando hasta las vías del tren, que hay que cruzar, para luego caminar unas decenas de metros hasta el promontorio rocoso desde el cual se precipita el agua de la cascada. No llegamos al final. Con todo lo que había llovido el día anterior, el terreno estaba muy resbaladizo y no quisimos arriesgarnos. Así que volvimos al coche y retrocedimos hasta encontrar el parking que da acceso al mirador tradicional, desde el que se ve frontalmente la cascada, y que se alcanza en un cómodo paseo de unos 600 metros. Si utilizáis GoogleMaps como navegador, poned en el destino “mirador de Gujuli”, porque si ponéis “cascada de Gujuli” os conducirá al otro sitio que he mencionado. En la foto de GoogleMaps se aprecia todo esto muy bien:
El artilugio metálico está plantado en pleno bosque, sobre un barranco que mira de frente a otro, por el que se precipita la cascada, que alcanza los 100 metros de altura y que ofrece también el panorama de un gran hayedo de gran valor ecológico. Las ramas de los árboles estorban un poco, pero se podía ver bien la caída de las aguas del río Jaundia (afluente del Altube), un hilillo apenas, como nos habíamos imaginado. El panorama debe ser más impactante en primavera, tras un periodo de lluvias, y en otoño, con las tonalidades marrones del bosque. Pese a todo, el paseo resultó agradable y no nos arrepentimos de haber ido.
ORDUÑA.
Después retrocedimos hasta Orduña. Aparcamos sin problemas muy cerca de la Iglesia fortificada de Santa María. Como ya era casi la hora de comer, decidimos dejar la visita turística para después y fuimos en busca de un restaurante. No teníamos referencias y tampoco nos apetecía nada especial, así que subimos por la calle Burdín, llegamos a la Plaza de los Fueros (la Plaza Mayor) y empezamos a mirar por aquí y por allá. No vimos demasiada oferta, así que nos metimos por la calle Burgos y entramos en un local que tenía buena pinta y servían menús del día por 15 euros. El servicio fue rápido, la camarera muy amable y las croquetas y el pescado estaban muy ricos.
Plaza de los Fueros.
Luego fuimos a dar una vuelta por el casco antiguo. Me ha sorprendido leer que ésta es la única población vizcaína que ostenta el título de ciudad (por cédula real de Enrique IV en 1467) y se encuentra entre las provincias de Álava y Burgos, en el margen izquierdo del río Nervión. En sus proximidades hay varias sierras con alturas de hasta 1.000 metros. Se encuentra a 383 kilómetros de Madrid, a 38 de Bilbao, a 35 de Vitoria y a 124 de San Sebastián. Su población actual supera los 4.000 habitantes.
Llegando a Orduña, destacan los altos de su iglesia fortificada.
En estas tierras existen restos prehistóricos del neolítico (entre 2000 y 400 años a.C.), que se conocen como el Dolmen de las Campas de la Choza. Las crónicas de Alfonso III son las primeras reseñas escritas acerca de Orduña y se remontan al siglo VII, durante el reinado de Alfonso I. Este lugar siempre ha sido un punto estratégico de primer orden debido a su situación geográfica, en la ruta de enlace de Castilla con el mar Cantábrico, controlando asimismo el acceso al Señorío de Vizcaya. Su fundación como villa se produjo en 1229, fue dotada de fueros y enseguida se convirtió en un importante enclave comercial, que despuntó durante los siglos XVI, XVII y XVIII, a finales del cual se llevaron a cabo importantes obras para mejorar las vías de comunicación que unían el interior de la península con el mar y la construcción del nuevo edificio de la Aduana. Durante el siglo XIX, las guerras y el traslado de la aduana a la costa trajeron el declive a Orduña, que perdió sus fueros al final de la primera guerra carlista. No se produjo en la ciudad desarrollo industrial importante, aunque cabe destacar la apertura del Balneario de la Muera para atraer turistas, ya a comienzos del siglo XX. Actualmente se está intentando fomentar el turismo puesto que la ciudad tiene un entorno natural muy bello, con estupendos lugares para visitar y hacer senderismo: el Salto del Nervión, el Monumento Natural del Monte Santiago, la Cascada de Gujuli, el Cañón de Delica… También cuenta con un casco histórico bastante bien conservado pese a que en el siglo XVI fue casi completamente destruida por un incendio y fue declarado Monumento Histórico-Artístico por el Gobierno Vasco desde 1997. También se quiso reactivar el turismo termal, convirtiendo el edificio de la antigua Aduana en Balneario, pero este intentó fracasó y el hotel cerró en 2014 por falta de recursos. Lo cierto es que encontramos muy pocos visitantes en Orduña, quizás porque era el momento del almuerzo. Estuvimos dando una vuelta por el centro y vimos lo más destacado, que es lo siguiente:
La Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción destaca ya desde la carretera, concediendo a la ciudad una seña especial. Fue construida en el siglo XV en estilo gótico vasco y formaba parte de las murallas, con lo cual se trata de una iglesia-fortaleza. Dispone de tres naves y capillas, pero no pudimos visitar su interior porque estaba cerrada.
Caminando hacia la parte posterior, llegamos hasta el recinto fortificado del siglo XIII, desde donde se tienen unas bonitas vistas de las propias murallas y del entorno. Originariamente contaba con siete puertas, pero actualmente solamente se conserva el Portal Oscuro, unido a la Casa Consistorial.
La Plaza de los Fueros, porticada y de considerables dimensiones. Aunque contiene edificios de diversas épocas, desde la fundación de la primitiva villa, en este lugar se desarrollaba la mayor parte del comercio.
En torno a la Plaza de los Fueros y calles adyacentes se encuentran buena parte del resto de edificios destacados de la ciudad, como la llamativa Iglesia de la Sagrada Familia, de estilo barroco, la Casa Consistorial, que aúna dos edificios de épocas diferentes, una torre medieval y una construcción barroca.También vimos allí la antigua Aduana, edificio neoclásico construido en época de Carlos III.
Pueden citarse también palacios como los de Mimenza, Díaz de Pimienta y Velasco. El Palacio Ortés de Velasco o de Arbieto se encontraba muy cerca de donde habíamos dejado el coche. Data del siglo XVI, es de estilo renacentista y trazado militar.
Cuando nos íbamos, ya en la carretera, nos llamó la atención una construcción extraña en lo alto de un monte. Luego nos enteramos que es el Monumento del Txarlazo, que fue uno de los primeros construidos en España con hormigón armado hace más de cien años. Rinde homenaje a la patrona de la ciudad, Nuestra Señora de la Antigua, y tiene un mirador en su parte superior. Como no lo sabíamos, no fuimos a visitarlo. Debe de proporcionar buenas vistas del valle de Orduña. Claro que también las tuvimos desde el puerto de Orduña.
Entorno de Orduña con sus picudos montículos.
Monumento del Txarlazo, en lo alto del monte.
Vistas desde el Puerto de Orduña.
Monumento del Txarlazo, en lo alto del monte.
Vistas desde el Puerto de Orduña.
TORRE-PALACIO DE LOS VARONA.
Como nos pillaba de paso en nuestra ruta hacia las Salinas de Añana, nos desviamos unos pocos kilómetros para ver el que está considerado como el conjunto de arquitectura militar del siglo XIV mejor conservado de la provincia de Álava. Se encuentra en la población de Villanañe.
Al interior solamente se puede acceder mediante visita guiada. Junto a otras personas estuvimos aguardando que alguien viniera a realizarla dentro el horario que estaba anunciado en el cartel informativo, pero nadie apareció. Así que después de casi una hora de vana espera, decidimos marcharnos porque no podíamos perder más tiempo allí.
Sin embargo, no nos arrepentimos de habernos acercado. Nos gustó tanto el exterior del edificio como su localización: el campo tenía un encanto especial, con su manto dorado de girasoles, al que los muros de sillería de la Iglesia de Santa María ,del siglo XVI ,proporcionaban un hermoso contrapunto.
SALINAS DE AÑANA. VALLE SALADO.
Poco después llegamos a Añana, municipio situado apenas a 30 kilómetros de Vitoria. Este municipio consta de dos pueblos: Atiega y Salinas de Añana, que es la capital.
Salinas de Añana tuvo su primer fuero en 1140, concedido por Alfonso VII de León y como Señorío sufrió a lo largo de los siglos diversas vicisitudes, repartiéndose entre reyes, infantas, nobles y damas. El motivo de tal interés y trasiego se debe a la riqueza que le proporcionaban sus salinas. Si bien se dice que los romanos ya las conocían, la primera referencia cierta que existe de su explotación data del año 822. Su formación se debe a los manantiales de agua salada que se forman en el río Muera, debidos a que los cursos subterráneos de agua atraviesan sedimentos de sal antes de salir a la superficie. Estas salinas junto con las de Poza de la Sal fueron las más importantes de la Península Ibérica y la calidad de su sal era excelente.
En un principio fueron explotadas por pequeños propietarios que constituían la Comunidad de Caballeros Herederos de las Reales Salinas de Añana. Más tarde fueron los monasterios los que se hicieron con el negocio de la sal, hasta que en 1564 los manantiales pasaron a la Corona, constituyendo un monopolio real que no finalizó hasta 1869, cuando cada propietario quedó libre para elaborar y vender su sal. La decadencia llegó en los años 60 del siglo pasado con la industrialización y las salinas se abandonaron, deteriorándose rápidamente las maderas que, formando terrazas, sustentaban los canales que encauzaban el agua de la que se extraía la sal y que ofrecía un paisaje muy especial y también bastante atractivo desde el punto de vista turístico. Por eso se decidió recuperarlo y convertirlo en monumento natural. Incluso opta a ser Patrimonio Mundial de la Unesco.
Existen visitas guiadas, con diversas actividades, para recorrer las antiguas instalaciones ahora restauradas. Como estábamos en ruta, era difícil prever con anticipación el horario y tampoco teníamos un interés demasiado grande. Además, por un camino paralelo a la carretera se puede ver perfectamente todo el conjunto, existiendo paneles informativos y varios miradores.
Llegamos a Salinas por la parte de la Iglesia y recorrimos todo el camino hasta la salida en el coche, buscando un sitio donde dejar el vehículo. Todos los aparcamientos públicos estaban llenos, así que dimos la vuelta y fuimos a uno que está a unos treinta o cuarenta metros de la Iglesia. Después hicimos a pie el entretenido itinerario desde el que se divisan las salinas y que, en pronunciada cuesta, va paralelo a la carretera hasta el final. La verdad es que llama la atención contemplar las más de cinco mil eras, es decir, las plataformas de madera sobre las que se vierte el agua salada (muera) para obtener la sal por evaporación. Poco a poco el sol fue ganando terreno a las nubes y el brillo del agua con sus diferentes colores le dio un especial encanto al paisaje. En mi opinión es una visita bastante recomendable pues no lleva mucho tiempo y se encuentra muy carca de Vitoria, desde donde se puede llegar muy fácilmente.
También se puede ver (queda muy chula en las fotos) la Iglesia de Santa María de Villacones, situada en la zona más baja del pueblo, junto al cauce del río Muera. Fue construida en varias épocas y se conservan algunos soportes del siglo XIII. El antiguo templo medieval fue reconstruido en el siglo XV y la torre data de 1700. Estaba cerrada y no pudimos ver el interior, que alberga una imagen de principios del siglo XIV. Si se tiene tiempo, también se puede dar un paseíto por el pueblo.
MIRADOR DE ARAMAIO (la Suiza vasca).
La vista de las Salinas nos dejó un buen sabor de boca y nos dirigimos hacia la siguiente etapa del día: el mirador de Aramaio. Recorrimos unos 55 kilómetros de paisaje variado hasta llegar a los frondosos bosques en torno al Parque Natural de Urquiola, por la carretera A-2620, en las proximidades del Alto de la Krutzeta, muy cerca del cruce de Olaeta y que conduce a la Ermita de San Cristobal. Hay que ir con cuidado para no pasárselo porque se trata de una especie de balcón, situado en alto, en la orilla de la carretera (a la izquierda viniendo de Vitoria y a la derecha viniendo de Aramaio), al que hay que subir por un pequeño sendero.
Estas tierras fueron vizcaínas hasta 1498, en que se incorporaron a Álava. Según se cuenta, el rey Alfonso XIII fue en 1905 hasta Aramaio para saludar a su profesor de ciencias, que veraneaba allí. Y al contemplar las vistas desde el alto de la Cruceta, comentó que el lugar parecía como una pequeña Suiza. De ahí procede esa denominación. Ya era tarde, estaba nublado y no había demasiada luz, pero el paisaje realmente nos pareció bonito. Sin embargo, como nos aclaró el panel informativo, lo que estábamos contemplando no era el que fue antaño, en el que dominaban los bosques de robles y hayas, sin pastizales ni prados, sino el resultado de la intervención humana durante siglos, dando lugar a la llamada campiña atlántica.
Retrocedimos unos metros y tomamos la carretera que se interna en el Parque Natural de Urquiola. Unos pocos kilómetros después nos encontramos con un pequeño aparcamiento a la izquierda, frente a un sendero que lleva a la Ermita de San Cristobal. Desde allí, obtuvimos una perspectiva diferente del Valle de Aramaio. Como no cuesta mucho trabajo llegar allí, si se está cerca, no viene mal pasarse y asomarse a ver el panorama.
Lo que nos quedaba a continuación era el trayecto hasta Elorrio, donde teníamos alojamiento esa noche. Por el camino, descubrimos bucólicos paisajes con caballos pastando, ya muy cerca de la población de Aramaio, en la que nos sorprendieron unos edificios de apartamentos bastante modernos, que no cuadraban demasiado con el entorno.Sólo fueron 25 kilómetros hasta el hotel, pero se nos hicieron muy pesados, sobre todo la circunvalación de Mondragón, donde nos encontramos las sempiternas retorcidas carreteras vascas, pero aquí con mucho tráfico.