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ETAPA 6
Palas de Rei (Lugo) – Santiago de Compostela
El inconfundible sonido de la lluvia me despertó antes de que sonara el despertador. Pensé que teniendo en cuenta que era enero y que estábamos en Galicia, si me llovía sólo un día, se podía considerar bastante buena suerte. Y además así podía decir que había sufrido casi todas las opciones de tiempo posibles.
La última etapa había sido planeada para que fuera más corta y poder llegar a Santiago con tiempo de sobra. Como la última etapa del Tour, un paseo por los Campos Elíseos.
Desayunamos en el bar del albergue una tostada de aproximadamente un metro cuadrado. Con la tripa llena, bajo la lluvia y creyendo tener claro donde se enganchaba el Camino, salí en la que sería la última etapa de mi Camino de Santiago. Finalmente no tenía tan claro por dónde era y aunque no me perdí tanto como el día anterior, sí que hice una vuelta turística por el pueblo de Palas de Rei antes de empezar a ver las muy deseadas flechas amarillas.
Llovió durante la primera hora, lo justo para darle algo más de épica a mi Odisea. Mezclé tramos de carretera junto con pistas que pasaban por bosques centenarios donde, con el día oscuro y neblinoso, era fácil imaginarse a la Santa Compaña andando de cruceiro en cruceiro. El Camino ya cerca de Santiago de Compostela responde, en mi opinión, más que en ningún otro sitio a la imagen que todos tenemos en la cabeza de lo que debe ser el Camino y Galicia.
Un rato después y con el consabido sube y baja de la carretera, salió el sol, lo que interpreté como una señal de que el destino ya estaba cerca. Tenía tantas ganas de llegar que ni siquiera paré en Arzúa a tomar algo.
En un desvío de carretera en el que dudé, pregunté a un matrimonio por el monte do gozo y me dijeron que ya casi estaba allí. Sólo tenía que dejar la carretera y en un desvío claramente indicado doscientos metros más adelante, ya cogería una pista que me llevaría al deseado monte. Lo que no me dijeron es que casi todo era cuesta arriba, algo que a estas alturas ya no hace mucha gracia.
Tras pasar junto a la televisión gallega y gritar “¡Viva México!” a un peregrino que llevaba una bandera mejicana enorme, llegué al monumento que erigieron hace años con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II. Había quedado con Salva junto a la estatua de los dos peregrinos y allí no veía ni a uno ni a los otros. Tras dar varias vueltas, por fin vi, a lo lejos, la figura de los dos peregrinos apuntando hacia Santiago y al lado a un tipo delgado y con el pelo blanco.
El nombre del Monte do Gozo está muy bien puesto porque cuando llegas allí se siente “Moito gozo”. Pero moito moito. Mientras Salva bajaba a Santiago con el coche para intentar grabar mi llegada a la Plaza del Obradoiro, yo me quedé solo junto con los dos peregrinos, disfrutando del momento único y recordando muchos de los momentos que había vivido desde que salí de mi casa hacía ya seis días, que parecían muchos más.
Una excursión de japoneses perturbó mi paz, aunque no me importó mucho. Me hicieron fotos robadas, algunos se hicieron fotos conmigo, hicieron fotos de mi bicicleta y se volvieron a ir. Como un grupo de termitas que llegan, toman lo que quieren y se vuelven a ir.
El Monte do Gozo fue bastante parecido a lo que yo había pensado que iba a ser antes de llegar. No ocurrió lo mismo con la entrada a Santiago de Compostela. Después de un descenso rápido por carretera, entré a la ciudad pasando al lado de un hospital y un polígono industrial, para después darme de bruces con todo el tráfico de la ronda. Sorprendido por la normalidad de la entrada, supuse que me había vuelto a perder y pregunté a una chica embarazada por la catedral. Me dijo que iba bien, que siguiese recto y que pronto encontraría algún indicador. Así lo hice y finalmente, di con edificios antiguos y calles empedradas, pero como homenaje a lo que había sido todo mi Camino de Santiago, debí perderme algún indicador porque la calle en la que desemboqué no era la que llega a la Plaza del Obradoiro a través de la famosa entrada porticada, sino otra que llega a la misma esquina de la plaza. Pero me dio igual; según avanzaba por la calle San Francisco empecé a escuchar el clásico sonido de una gaita gallega y no pude evitar que se me pusiera la carne de gallina. Lo había conseguido. Estaba pisando por donde otros peregrinos igual que yo llevan siglos pisando, estaba en la Plaza del Obradoiro. Acababa de completar el Camino de Santiago.
Datos de la etapa: 73,3 kilómetros, 1158 metros de desnivel.
La canción con la que llegué a Santiago fue “Scarborough fair”. No la versión de Simon y Garfunkel sino en alguna otra.
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