Teníamos ganas de hacer esta ruta desde que nos enteramos que el pasado mes de abril se había abierto esta ruta de senderismo tan atractiva, si bien por su situación y características (también por la pandemia, claro está) nos costó un poquito encontrar el momento perfecto para ir. Y es que por la distancia y la obligación de atenerse a un horario concreto necesitábamos al menos alojarnos la noche anterior en las proximidades del punto de inicio.
Al fin, teniendo en cuentas unas estupendas previsiones meteorológicas, decidimos aprovechar el puente de la Virgen de la Almudena (Patrona de Madrid), ya que el 9 de noviembre era martes. Para nosotros esta fecha siempre suele constituir una buena opción para hacer algún viajecito, pues solo es fiesta en la capital, con lo cual, salvo para comer en los alrededores, no suele haber muchos problemas en las carreteras ni las aglomeraciones propias de festivos a nivel nacional.
Aunque la escapada duró cuatro días y tres noches, con alojamiento en Saucelle, Ahígal de los Aceiteros y Ávila, en esta tapa únicamente contaré lo relacionado con el Camino de Hierro.
UBICACIÓN DE LA RUTA.
El inicio de la ruta se encuentra en la antigua estación de ferrocarril de La Fregeneda, en la provincia de Salamanca, muy cerca de la frontera con Portugal, de hecho al final de la misma se puede pisar suelo luso, atravesando el Puente Internacional.
La estación dista 109 kilómetros de Salamanca capital, lo que supone alrededor de una hora y media de viaje en coche. Desde Madrid (vía Ávila y Salamanca) hay 321 kilómetros (unas tres horas y tres cuartos en el coche). Como simple referencia, pongo una captura del recorrido recomendado por Google Maps, aunque es posible evitar los peajes tomando la N-VI en vez de la AP-6 desde Guadarrama, pasando el Puerto del León y hasta Villacastín, lo que resulta interesante los días en que no hay mucho tráfico, como fue nuestro caso. En fin, esa es una decisión de cada cual.
ANTES DE HACER LA RUTA.
Obviamente, lo primero es decidir el día que se desea ir, teniendo en cuenta que los lunes (salvo festivos y puentes, en cuyo caso el cierre se cambia a otro día) está cerrado por mantenimiento, al igual que un mes en verano a determinar. En cualquier caso, hay que pensarlo bien. Lo mejor es escoger una jornada con tiempo seco (si llueve, las vías, las traviesas y las piedras pueden resbalar) y con buena visibilidad para apreciar mejor las vistas, que son espléndidas. También conviene evitar los días más calurosos del verano, pues las sombras son escasas (salvo en los túneles) y pueden alcanzarse temperaturas muy elevadas, con lo cual el recorrido se convertiría en un horno. En invierno, se debe tener cuidado con el frío y las nieblas, que deslucirían bastante el recorrido. Hay aforo limitado y se pueden modificar las reservas hasta con cinco días de antelación.
La reserva se hace por anticipado en la página web www.caminodehierro.es/, donde se facilita todo tipo de información. Hay tres tarifas: general (5 euros), reducida para estudiantes, jubilados, familias numerosas… (4 euros) y vecinos de Hinojosa del Duero y La Fregeneda (2,5 euros). La entrada incluye un seguro de accidentes, el préstamo de una linterna para utilizar en los túneles y, lo más importante, el autobús de vuelta desde el final de la ruta en el Muelle de Vega Terrón hasta la estación de La Fregeneda, inicio de la ruta y aparcamiento.
ALOJAMIENTO LA NOCHE ANTERIOR.
La noche anterior nos alojamos en la Posada de los Aceiteros, recomendada por varios foreros y que fue un acierto completo, ya que no resulta fácil encontrar sitios donde pernoctar cerca de La Fregeneda. Situada en la localidad de Ahígal de los Aceiteros, a 23,5 kilómetros del inicio de la ruta, unos 25 minutos en el coche, está ubicada en una casa antigua rehabilitada, pero que ha mantenido la esencia y los detalles de su época, lo que confiere un indudable encanto, por lo menos para nosotros. Conviene reservar con antelación, pues tiene mucha demanda. La habitación que nos asignaron (la única ya disponible) era muy grande, confortable, con buena calefacción y una cama enorme, igual que el cuarto de baño. El desayuno fue muy completo, con productos típicos (embutido, dulces), pan tostado, zumo y tres tipos de fruta (melón, piña y plátano). El encargado, sumamente amable, prepara el desayuno con tiempo suficiente si se le avisa de que se va hacer el Camino de Hierro. Su restaurante, aunque pequeño, nos pareció estupendo. Fue una sorpresa, los platos elaborados y muy ricos. Además, se ciñen a tus deseos, con lo cual el menú no es rígido, sino que se pueden combinar y compartir entrantes, principales y postres a voluntad de cada cual. Nos encantó. Y el precio, para repetir: 73 euros alojamiento, desayuno y cena (tres entrantes a compartir, dos postres y bebidas). En fin de semana supongo que es más caro, pero en cualquier caso nos gustó mucho y lo aconsejo.
Ahígal de los Aceiteros es un pueblo pequeño pero muy pintoresco. Merece una visita. Llegamos pasadas las siete y media, con lo cual ya era de noche. Después de cenar dimos una vuelta y saqué algunas fotos. Fue una pena no haber podido dar un paseo a la luz del día. En fin, otra vez será.
LA RUTA.
Según el folleto informativo, que se facilita al principio de la ruta, los datos oficiales son los siguientes:
- Longitud: 17 kilómetros
- Duración: 6 horas
- Desnivel de subida: 0 metros; desnivel de bajada: 330 metros
- Tipo de recorrido: travesía
- Dificultad: media. Además de la considerable distancia, lo más importante a tener en cuenta es que se pasa por 20 túneles sin ninguna iluminación, algunos muy largos, y 7 puentes a gran altura, por lo cual esta ruta no resulta apropiada para personas con claustrofobia y/o vértigo.
Panel informativo al inicio de la ruta.
- Hay un itinerario circular reducido de ida y vuelta hasta el túnel número 3 (obligatorio para menores de ocho años, que no pueden seguir más adelante) que supone unos 8 kilómetros con tres horas y media de duración.
- Horarios: Otoño/invierno (15 de octubre a 31 de marzo): acceso exclusivamente de 9 a 10 horas. Las 16:30 es la hora límite para finalizar la ruta. Primavera/Verano (1 de abril a 14 de octubre): acceso exclusivamente desde las 07:30 hasta las 08:30 horas, siendo las 15:00 la hora límite para finalizar la ruta.
NUESTRA RUTA.
Como simple referencia, los datos de nuestra ruta en mi copia de wikiloc fueron 17,25 kilómetros de longitud, una duración de 5 horas y 18 minutos y un desnivel de 340 metros (descenso). Acompaño también una captura del perfil que resultó.
Teníamos el acceso de 09:00 a 10:00, así que desayunamos en torno a las 08:15. Desde la posada, salimos a la carretera SA-324 en dirección a Lumbrales, y allí tomamos la CL-317 hacia La Fregeneda. Hay que ir atentos al indicador de carretera que pone “Camino del Hierro”, muy cerca del cual sale, a la derecha, una pista de tierra que conduce al inicio de la ruta.
Sobre las 09:20 llegamos a la antigua estación, donde aparcamos el coche. El encargado esperó unos minutos para que se reuniera un grupo, nos solicitó el DNI, comprobó las reservas impresas o descargadas en el móvil, nos pidió que apuntásemos los números de teléfono por si surgía algún problema y nos dio algunas instrucciones, por ejemplo, respetar el itinerario establecido, circular por el centro en los túneles (salvo en el primero y en el tercero, que se puede ir por la derecha) y por los extremos, junto a las barandillas, en los puentes, preferentemente por la izquierda, desde donde se contemplan las mejores vistas. Además, nada de molestar a los murciélagos en el túnel 3. También nos entregó un folleto informativo y una pequeña linterna, que deberíamos devolver al final de la ruta.
Inicio en la antigua estación de La Fregeneda.
Tras hacer las fotos de rigor, empezamos a caminar por un sendero que existe paralelo a las vías, cuyas traviesas de madera se encuentran a diferente distancia entre sí y en diverso estado de conservación, algunas son nuevas mientras que otras aparecen bastante desgastadas o podridas. Por ello, resulta mucho más cómodo utilizar el sendero paralelo que existe a lo largo de casi todo el recorrido, a un lado u otro de las vías.
Enseguida llegamos al Túnel 1, La Carretera, el más largo de todos, con 1.593 metros. Siguiendo el consejo que nos habían dado, nos pegamos a la derecha y encendimos la linterna, totalmente indispensable, pues una vez dentro no se veía nada, salvo un punto de luz muy al fondo que no disipaba la oscuridad en que nos hallábamos sumidos. Además de las que nos prestaron, mi marido llevaba una linterna algo más potente y yo un frontal. Nos vinieron bien, sobre todo en este túnel, que se me hizo larguísimo. No es que me produjera ansiedad, pero estaba deseando salir. Creo que resultaría muy problemático para personas con claustrofobia.
Ya fuera del túnel divisamos nuestro primer puente, llamado Pingallo por nombre del río sobre el que cruza. Sus datos parecían modestos: 11 metros de longitud y a 4 metros de altura. Llevábamos recorridos 2 kilómetros.
Durante este primer tramo, nos dirigimos hacia el sur. El sol todavía estaba bajo y producía reflejos molestos sobre el paisaje, especialmente a la izquierda, donde veíamos árboles, matorrales y espectaculares cañones.
Caminábamos en paralelo a los raíles de una antigua vía férrea que se conocía como Línea del Duero debido a que casi la totalidad de su recorrido transcurría en paralelo a dicho río. A finales del siglo XIX se decidió mejorar la comunicación entre Salamanca y Oporto, por lo cual entre 1883 y 1887 se construyó un ramal ferroviario de 78 kilómetros y 9 estaciones entre La Fuente de San Esteban y Barca d’Alva. Grandes promotores del proyecto fueron Adolfo Galantes, Diputado a Cortes por Vitigudino, y Ricardo Pinto da Costa, diplomático y hombre de negocios portugués, a quien se concedió en 1888 el Condado de Lumbrales como reconocimiento a su espíritu modernizador.
Según íbamos avanzando, observamos que existen vallas de madera a lo largo de casi todo el recorrido, lo que lo convierte en bastante seguro pese a que se camina a gran altura, vislumbrando precipicios de muchos metros. No hay que olvidar que todo el itinerario va en continuo descenso, aunque tan paulatino que apenas lo apreciábamos. Si bien es cierto que durante casi todo el trayecto cabe la posibilidad de sujetarse a alguna barandilla, las personas propensas pueden padecer vértigo.
El túnel 2, Las Majadas, de solo 33 metros, lo pasamos sin necesidad de utilizar la linterna. Muy diferente fue el caso del túnel 3, llamado Morgado, con 423 metros de longitud. Cerca del acceso existe un panel explicativo sobre la existencia de colonias de murciélagos en su interior. Se calcula que puede haber unos 12.000 ejemplares y durante el periodo de cría, a principios del verano, el túnel permanece cerrado para evitar los perjuicios que, aun sin darse cuenta, pudieran ocasionarles los senderistas. Por ello, se ha habilitado un sendero alternativo que rodea el túnel por el campo exterior. Estuvimos pensando si tomarlo (se puede en cualquier época), pero suponía emplear más tiempo y ante la duda decidimos descartarlo. En la verja que da entrada al túnel se advierte que no se ilumine con las linternas las partes altas y, por supuesto, está prohibido molestar y fotografiar a los murciélagos. Aunque no vimos ninguno por estas lógicas restricciones, sí que los escuchamos, y sus sonidos me recordaron una especie de risa. Este túnel también lo pasé caminando por la derecha.
Al salir, la dirección de la ruta cambió, giramos hacia el norte y comenzamos a divisar el imponente cañón fluvial del río Águeda, que ya nos acompañaría hasta el final.
Como aperitivo, el Puente del Morgado, sobre el arroyo de su nombre, de 105 metros de longitud y 21 metros de altura. Ni que decir tiene que supuso el primer gran alto en el camino para sacar fotos que captaran más o menos el impresionante lugar que atravesábamos. Como en todos los puentes, plataformas de madera y barandillas metálicas a cada lado garantizan la seguridad de los senderistas, si bien se debe caminar con precaución a causa de los huecos que se abren a ambos lados de las vías. Además de la propia seguridad, es necesario llevar bien sujetas las pertenencias, ya que resultaría imposible recuperar cualquier objeto, pues caería a un profundo vacío.
Naturalmente no hay que cometer ninguna imprudencia en estos tramos. Por lo demás, los paisajes resultan impresionantes.
Debido a lo escarpado del terreno, incluido actualmente en el Parque Natural de Arribes del Duero, esta iniciativa se convirtió en un reto para la ingeniería civil del siglo XIX. Y una ojeada a los paisajes que contemplábamos nos daba una idea de las dificultades que se afrontaron en el curso de dichas obras, iniciadas con el sonido de una bocina en la cima del monte Pingallo, seguida por la explosión de los primeros barrenos. En total, se produjeron más de 1.400 detonaciones para perforar las rocas y hacer numerosos túneles que, junto con la construcción de varios puentes de estructura metálica a gran altura, permitieron salvar los grandes desniveles existentes.
Tras superar el túnel 4 (Poyo Rubio), de 84 metros de longitud, llegamos a otro puente con el mismo nombre, de 113 metros de longitud y a una altura de 22 metros. De nuevo, unas vistas imponentes y un trago de saliva al mirar al fondo a través de las aberturas, junto a las vías.
Todos los puentes y túneles, incluso los más cortos, tienen su nombre, y la denominación del túnel número 5, de 76 metros, nos llamó la atención: La Belleza. No sé: ¿será por las rocas negras negrísimas del interior o por el entorno exterior?
A lo largo de todo el recorrido hay carteles informativos sobre el kilómetro y el lugar donde nos encontramos, y también se puede consultar el folleto que entregan a la entrada. De este modo siempre podemos modular nuestro paso para no pasar apuros respecto al horario máximo establecido para completar la ruta.
La dificultad de las obras hizo necesario en determinados momentos emplear hasta 2.000 trabajadores, que debieron soportar condiciones laborales y climatológicas sumamente duras, lo que, unido a unas medidas sanitarias deficientes y a la aparición de epidemias, trajo consigo un coste humano dramático, que se tradujo en muchas muertes, hasta el punto de que fue preciso construir un nuevo cementerio en La Fregeneda.
El túnel 6 (Poyo Valiente, 358 metros) nos volvió a requerir la utilización de las linternas. Aquí empecé a entender la recomendación de ir por el centro, sobre las vías, ya que algunas baldosas de los laterales se movían, tenían agua o presentaban agujeros, lo que podía resultar peligroso por la escasa luz. No me pareció cómodo por la distinta longitud de los pasos que debía dar y por la gran cantidad de piedras, pero acabé acostumbrándome. De todas formas, no hay que quitar la vista de la zona donde se pisa porque en algunas traviesas hay tornillos que sobresalen y pueden ocasionar tropiezos. Pero, bueno, se supera sin demasiados problemas llevando cuidado.
Una de las cuestiones que frustran un poco es no poder ver de frente los puentes por donde se pasa, de la forma en que aparecen en los reportajes de televisión o vídeo. El Puente de Poyo Valiente, con 36 metros de altura y 137 de longitud, fue en su época uno de los más largos de sus características construidos en curva. Allí, a través de una rendija, pude tomar una fotografía lateral que da una pequeña idea de su forma y de su altura.
Locomotoras de vapor movieron pequeñas composiciones, incluso coches de ejes, hasta el año 1970, cuando fueron sustituidas por otras de motores diésel, capaces de llevar vagones más modernos para transporte de viajeros y arrastre de mercancías.
El túnel 7 (del Pico, 46 metros) no exige linterna, pero me llamó la atención por los colores que tenía la roca que atraviesa, mientras que el número 8 (Cega Verde, 86 metros) presentaba mucha hierba en torno a los raíles, lo que parecía anunciar un ligero cambio en la vegetación. Igualmente, resultaba curioso toparse con los oxidados carteles de “atención al tren”, que todavía se conservan en varios puntos.
La línea férrea no llegó a cumplir el siglo de vida, ya que las pérdidas económicas derivadas del mantenimiento y la escasa afluencia de viajeros, que no superaba los cinco de media diariamente, desencadenó su cierre, que se produjo el 1 de enero de 1985. En 1999 fue declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento. Y ya en 2021, en pleno marco de la pandemia por el coronavirus, se inauguró la ruta senderista llamada Camino de Hierro, para la cual se rehabilitaron los últimos 17 kilómetros de la vía, incluyendo 20 túneles y 10 puentes.
Continuamos divisando paisajes espectaculares y atravesando túneles, el 9 (Martín Gago, de 62 metros), el 10 (La Cortina, 78 metros), el 11 (Cega Viña, 94 metros) y el 12 (Los Llanos, 149 metros), tras el cual llegamos al Puente del Lugar, de 140 metros de longitud y 41 metros de altura. Este puente hay que llevarlo en mente, ya que es el único cuyo frente se puede contemplar bastante bien, tras superarlo, desde un pequeño mirador natural al lado izquierdo del camino. Tendremos que ir atentos porque es fácil pasarlo por alto. Con precaución (la foto sale en el folleto informativo), se puede obtener una bonita imagen.
En el kilómetro 11 de la ruta hay servicios y un banco (solo uno, sí), donde nos sentamos para tomar algo de fruta. A partir de aquí, las chumberas repletas de frutos cobraron protagonismo en el paisaje, poniendo una atractiva nota de color. Pasamos por el túnel 13 (El Lugar, 127 metros), el 14 (La Barca, 135 metros) y, tras cruzar el número 15, llegamos al Puente de los Poyos, de 135 metros de longitud y 39 de altura, uno de los más destacados de la ruta, puesto que se atribuye a la escuela de Eifell. Todo su entorno es también imponente.
Las chumberas escoltaron nuestro camino hasta el túnel 16 (La Porrera), que con sus 330 metros nos obligó de nuevo a utilizar las linternas. Al salir, estábamos mucho más cerca del río, lo que pudimos constatar al llegar al Puente de los Riscos, de 71 metros de longitud y ya solo a 22 metros de altura. Las aguas del río Águeda brillaban azules a nuestros pies.
El túnel 17 (Los Riscos, 200 metros) nos condujo a un horizonte de olivos, almendros, encinas, enebros, alcornoques, chumberas y matorrales, con la perenne presencia del río, excavando un cañón cada vez menos abrupto. Sin embargo, fue la salida del túnel 18 (El Gazaro, 72 metros) la que nos deparó una preciosa sorpresa otoñal al divisar en la distancia los tonos marrones y amarillos de los viñedos, cultivados en terrazas, al otro lado del Águeda, que nos acompañarían hasta el final del recorrido. ¡Qué colores tan bonitos! Parecía que estábamos frente a un óleo.
Luego, ya a muy poca distancia del río, el panorama se hizo todavía más bucólico y la cámara de fotos echaba humo, aunque las imágenes que pude captar no le hacen justicia al precioso escenario natural que contemplábamos. Toda la ruta estaba resultando espectacular, pero esa parte, mirando a un lado u otro, constituyó la guinda del pastel.
Un cartel nos anunció que estábamos en el kilómetro 78 del recorrido, a punto ya de llegar a nuestro destino, si bien antes pasamos por el Puente de las Almas, de 133 metros de longitud y 19 de altura. Ya solamente nos faltaba cruzar dos túneles, el 19 (Las Almas, 73 metros) y el 20 (El Muelle), que con sus 239 metros nos obligó a sacar las linternas por última vez, casi como despedida de la ruta.
Enseguida llegamos al Puente del Embarcadero y al Muelle Fluvial de Vega de Terrón, único en toda Castilla-León, lugar donde el río Águeda se entrega al Duero. Allí uno de los empleados de la ruta aguardaba a los senderistas que íbamos llegando para recoger las linternas e indicarnos el autobús que nos devolvería a la antigua estación de La Fregeneda donde habíamos dejado los coches. Antes tuvo la amabilidad de concedernos unos minutos para cruzar el Puente Internacional, lo que nos permitió fotografiarnos con un pie en España y otro en Portugal. La imagen lucía muy bonita con el reflejo del paisaje en el agua.
Eran las tres de la tarde, así que todavía hubiésemos podido quedarnos un rato por allí o incluso tomar nuestro bocadillo, pero como no sabíamos cuánto tiempo tendríamos que esperar a que saliera el siguiente transporte, decidimos aprovechar aquel y disponer así de más tiempo por la tarde, pues esa noche ya nos alojaríamos en Ávila.
Durante casi cinco horas y media habíamos recorrido 17 kilómetros, de los cuales 4 kilómetros fueron por túneles y 1,5 sobre puentes a gran altura. Lógicamente, estábamos algo cansados porque la distancia no es ninguna broma, pero no tanto como en otro tipo de rutas incluso más cortas, donde reinan los desniveles y las piedras; además, siempre fuimos sobrados de tiempo, sin que notásemos la presión de tener fijado un límite horario máximo, todo lo contrario de lo que nos sucedió en Muniellos, por ejemplo. Otra ventaja fue que al tratarse de un día laborable no había demasiadas personas en la ruta, con lo cual pudimos caminar casi todo el tiempo prácticamente en solitario, lo que, al parecer, no sucede durante los fines de semana. Aunque creo que existe un límite diario de 300 visitantes, no sé hasta qué punto puede resultar molesto toparse con mucha gente –si es que ocurre- al atravesar los túneles y pasar los puentes.
En resumen, este magnífico recorrido me pareció bastante asequible para la mayoría de senderistas habituales, salvo que padezcan vértigo o claustrofobia. Lo que sí aconsejo es escoger muy bien el momento para realizarlo, evitando las jornadas más frías del invierno o más calurosas del verano, preferentemente en primavera u otoño, y a ser posible en una jornada sin lluvia y con buena visibilidad para disfrutar de las panorámicas de la forma mejor y más cómoda. En cualquier caso, en mi opinión merece mucho la pena.