Primer madrugón del viaje, aunque el jet lag empezaba a hacer estragos y ya no sabíamos realmente qué hora era. Poco antes de las 6:00 de la mañana ya estábamos en pie para, después de arreglos y desayunando con calma, ponernos en marcha hacia la visita fuerte del día, el templo Senso-ji. Era un trayecto cercano a nuestro hotel, a apenas dos paradas de metro y quisimos ir muy temprano para evitar la masificación turística que sabemos que se produce en este tipo de lugares. Poco después de las 7:00 de la mañana cogíamos el metro y llegábamos pronto para ver la puerta Kaminarimon.
Son muchos los sitios donde habíamos leído que era prácticamente imposible hacerse una fotografía aquí sin que apareciera más gente, pero lo conseguimos. Apenas alguna silueta al fondo en algunas fotos pero, en general, nadie a los alrededores de la puerta, poca gente por la calle y sólo algunos que pasaban por allí sin pararse a turistear, por lo que pudimos hacer todas las fotos que quisimos sin molestias. No sería igual una o dos horas después cuando aquello ya empezaba a masificarse y, entonces sí, era imposible hacerse una fotografía a solas.
Como habíamos llegado muy temprano, las tiendas de la calle Nakamise estaban en su gran mayoría todas cerradas, por lo que el lugar estaba tranquilo y llegamos al templo tranquilamente y con muy poca gente por la zona. Ya habría tiempo después para ver las tiendas abiertas. Nuestro primer templo nos dejó un lugar espectacular, amplio, donde se respiraba paz a esas horas y en el cual pudimos contemplar multitud de detalles, pasear por el pequeño jardín que se encuentra a su lado (en ésto sí que es verdad que hay templos con jardines infinitamente superiores, pero estando metido dentro de una zona urbana de Tokio, era de esperar) y ver las demás estructuras a su alrededor como la pagoda o algún que otro templo y santuarios más pequeños.
Poco a poco iba acercándose más y más gente, muchos de ellos lugareños que se paraban delante del templo a hacer sus oraciones y continuaban luego tranquilamente su camino adonde fueran. Más nos sorprendió ver niños de apenas unos cinco años de edad yendo solos en muchas ocasiones y dirigiéndose al colegio sin problemas ni gente extrañado de que fueran solos. Uno de los tantos choques culturales que aquí en España seríamos incapaces de ver o pensaríamos que algo extraño está pasando. Veríamos muchos más durante todo el viaje, incluso subiendo solos y sin problema a metro, tren o autobús. Un par de horas después ya había mucho turista en la zona y todas las tiendas de la calle Nakamise estaban abiertas, por lo que nos dirigimos a echar un vistazo, ver si había algo interesante para comprar como recuerdo o para la familia y seguir conociendo la cultura del país.
Teníamos previsto, al terminar con el templo acercarnos y subir a la Tokyo Skytree y así hicimos. Dos paradas de metro y estábamos bajo los pies de esta inmensa torre que parece mentira a veces que se sostenga en pie y más conociendo las condiciones de ciertas catástrofes en el país. Después de subir y subir un montón de escaleras mecánicas en el exterior de la torre, llegamos a su base y adquirimos los tickets para entrar. No parecía ser un día de muchas colas, pues aunque había gente, en un par de minutos estábamos delante del mostrador y compramos nuestros billetes para, acto seguido, encaminarnos hacia el ascensor que nos llevaría al piso más “bajo” de la torre, que si no recuerdo mal ya está a más de 300 metros de altura.
En Tokio pensábamos subir a esta torre y al edificio del Gobierno Metropolitano, que es gratuito. Un mirador, al final, pues es eso, un sitio alto donde ver toda o casi toda la ciudad desde una vista privilegiada. Lo cierto es que Tokio no se terminaba nunca y, miraras donde miraras, había edificios y más edificios por todos los lados. Sólo al fondo se veía menor concentración, pero muy muy al fondo. La lástima es que el día, aunque no muy nublado, no estaba claro del todo y no pudimos ver la silueta del Fuji a lo lejos. Pero siempre es curioso ver lo pequeño que parece todo desde arriba, desde el templo Senso-ji hasta otros sitios que teníamos pendientes de visitar y visualizamos desde allí arriba. Estuvimos pensando en si hacer el desembolso extra para subir hasta el piso superior, pero finalmente lo descartamos y nos fuimos a dar la vuelta por el centro comercial justo a los pies.
Un centro comercial enorme, de ocho plantas y multitud de tiendas de todo tipo. Entramos al primer Centro Pokémon que encontramos y estuvimos curioseando por algunas tiendas más para, finalmente, descansar y comer antes de salir hacia nuestro próximo destino. Pese a que teníamos planificado ir a Roppongi, finalmente lo descartamos y nos acercamos al templo Zojo-ji, que no lo teníamos puesto en el planning pero sí entraba dentro de sitios posibles a ir si teníamos hueco, así que vimos que no quedaba excesivamente lejos y allí que nos fuimos.
Pese a no tener la supremacía que habíamos visto en el Senso-ji, lo cierto es que el templo Zojo-ji también tenía su grandeza, con un jardín algo más extenso, un edificio principal al que podíamos acceder y sentarnos cómodamente viendo cómo algún tokiota entraba a rezar y una zona llena de estatuas Jizo que, con sus coloridos atuendos, siempre impresionan. También tenía un par de árboles colocados expresamente para colgar los deseos que se suelen pedir en los festivales de verano que estaban próximos a realizarse y, por último, la vista del templo junto a la torre de Tokio en sus espaldas siempre ofrece el contraste de esta ciudad entre lo tradicional y lo moderno. Hicimos bien en desviarnos y pasarnos por allí.
Ahora sí, nos encaminamos hacia Shinjuku, pues teníamos reservadas desde hacía días las entradas al VR-Zone, un gran local lleno de juegos de realidad virtual. Antes de llegar y aprovechando el tiempo que teníamos, pues las entradas van con fecha y hora para evitar masificaciones, entramos en la oficina de JR de la enorme estación de Shinjuku (¿estación?, aquello es casi una ciudad por sí misma) y reservamos todos los trayectos que se podían reservar con el JR Pass. Pobre hombre, estuvo un buen rato ya que reservamos todos los viajes a Nikko, Takayama, Fukui, Kioto, Himeji, Hiroshima, etc., pero como todos los japoneses, muy servicial y atento. Daba gusto.
De camino al VR-Zone cruzamos buena parte de Shinjuku. Pese a que teníamos previsto visitar la zona varios días después, ya que estábamos por allí y teníamos algo de tiempo hasta que se hiciera la hora, aprovechamos. Decenas de locales, de tiendas y cientos de personas por cualquier lado. Entramos en muchos de los locales con juegos y máquinas recreativas (partidita a un Mario Kart con volante incluido) y las máquinas de ganchos para conseguir figuras principalmente. Lleno de ellas por todos los lados y lleno de japoneses que intentaban una y otra y otra y otra vez hacerse con su figura. ¡Si les saldría más barato comprársela de primeras! Pero allí estaban intentándolo. Probamos un par de tiradas en alguna que parecía que le quedaba poco, pero nada, la casa siempre gana… También nos acercamos a ver por fuera el conocido Robot Restaurant y fue un espectáculo, pues japoneses de locales cercanos estaban justo en la puerta de este restaurante promocionando, a grito suelto, sus locales mientras veías cerca a dos robots paseándose y haciendo locuras. Por detrás, multitud de gente móvil en mano haciendo fotos, nosotros incluidos.
Llegamos al fin al VR-Zone después de varias calles y avenidas más y de ver la cabeza de Godzilla por allí. Habíamos adquirido las entradas que permitían escoger cuatro juegos, uno por cada grupo de color, aunque al final no le hacían mucho caso a los colores y podríamos haber jugado al mismo todas las veces que quisiéramos. El que más queríamos hacer era el del Mario Kart y con razón, pues es el que tenía la cola más larga y donde se veía a la gente disfrutar. Llegado nuestro turno, nos explicaron las normas, nos sentamos en el kart, nos colocaron los sensores en las manos, el caso de realidad virtual y los auriculares para que la experiencia fuera lo más inmersiva posible. Le dimos nuestra cámara de vídeo a una japonesa que trabajaba en esta atracción y que, sin ningún problema, nos grabó durante todo el recorrido (alrededor de tres minutos). Íbamos en grupos de cuatro y nos tocó junto a una pareja de japoneses. Era curioso pues lo que hablábamos lo escuchábamos todos gracias al micro. Después de una intensa carrera donde, para coger los objetos, teníamos que levantar las manos (grandísimo el martillo que podías usar para…, pegar martillazos y luego lo ridículo que te veías en el vídeo), finalmente gané la partida a los japoneses (victoria que me apunto con mucho orgullo, que en el Mario Kart online es imposible hacer eso) y nos fuimos a otros juegos.
Probé también el de Dragon Ball Z, que consistía en lanzar unos rayos de energía, acumular fuerza y luego preparar y lanzar un Kame Hame Ha. Fue divertido aunque con muchas explicaciones dentro del juego que cortaban el ritmo (y además en japonés). Los otros dos juegos fueron uno en el que íbamos en una nave sentados y teníamos varios objetivos a los que eliminar, otro en el que estuvimos en una plataforma con una enorme pistola para eliminar a cientos de enemigos y yo pobré uno más, el de Evangelion, aunque fue menos movidito de lo que esperaba y un poco caótico. En definitiva, pasamos una divertida tarde haciendo algo distinto y saliéndonos del turisteo habitual (prácticamente no había ningún extranjero por allí). Cuando salimos ya era de noche, así que tranquilamente volvimos a la estación de Shinjuku viendo las calles iluminadas, los neones y la vida más nocturna de la ciudad (famosa japonesa violinista en mano promocionando un concierto en un escaparate de una tienda de allí).
Terminamos así nuestro segundo día en Japón y primero que lo hicimos completo y que aprovechamos bien. Al día siguiente visitaríamos Odaiba y haríamos el tour en kart, pero hablamos con la empresa para aplazarlo al viernes, dos días después, ya que daba lluvia (como así sucedió) y corría peligro de cancelarse.