Día de excursión, Nikko nos esperaba con gran interés por nuestra parte debido a lo bien valorado que está. El madrugón no nos lo iba a quitar nadie, pues el shinkansen desde Ueno hasta Utsonomiya lo teníamos reservado a las 6:30 de la mañana aproximadamente, por lo que debíamos madrugar para estar en Nikko a primera hora de la mañana, sobre las 8:30, y empezar las visitas sin la aglomeración de gente.
El viaje en shinkansen muy cómodo, espaciado y sin ningún sobresalto para, en poco más de una hora, llegar hasta Utsonomiya donde cogeríamos otro tren más local hasta Nikko. En este último tren encontramos numerosos estudiantes por toda la estación que subieron y se dirigían a clase. Íbamos por el camino pensando que a dónde se dirigirían aquellos chavales, pues no es que se bajaran en la primera o segunda parada, sino que algunos se bajaban en paradas a 40 o 50 minutos de donde habían cogido el tren. ¿No tenían institutos más cercanos a los que ir? Nunca lo hemos descubierto, pero es algo que vimos por todo Japón. Por las fechas que eran no sabíamos realmente si estaban de vacaciones o no (raro sería, pues iban todos con mochilas y el uniforme escolar), pero buscamos y vimos que las clases terminaban a mediados del mes de julio, así que todavía les quedaba un tiempo.
Llegamos tranquilamente a Nikko y adquirimos el billete Chuzenji Onsen Free Pass, pues queríamos llegar a visitar las cascadas Kegon y este billete nos salía más económico según las cuentas que habíamos realizado. Esperamos pacientemente el bus en un día que, hoy sí, lucía espléndido, con Sol y calor, excelente para ver el pueblo. Era nuestra primera vez en un autobús japonés después de haber leído en muchos sitios cómo utilizarlos, la subida por la puerta de atrás, el pago al salir delante, la pantalla con los pagos dependiendo de dónde vinieras, etc., y no fue muy complejo de entender cuando ya veníamos sabedores del tema.
Nuestra primera parada era la “última” en los términos en que la gente parece que visita los tres santuarios y templos famosos desde abajo hasta arriba. Preferimos ir desde arriba hasta abajo, sabiendo además que el último templo estaba en obras y quizá no entrábamos, así que paramos cerca del mausoleo Taiyuinbyo y el santuario Futarasan. Dimos una vuelta exterior y los vimos por fuera, aunque sinceramente tampoco es que encontramos la entrada exacta, pero nos hicimos una primera idea de lo que podía ofrecernos el lugar. Paseando tranquilamente entre el frondoso bosque bien cuidado entre uno y otro por un camino de piedras lleno de linternas típicas japonesas, llegamos al plato fuerte, el santuario Toshogu.
Allí ya había un grupo numeroso de gente, la mayoría chinos. La verdad es que, creo, fue el santuario o templo más caro que visitamos, o uno de los que más. También es verdad que mereció la pena. Después de unas escaleras bastante empinadas, entramos al santuario en una especie de camino con varios edificios entre los que destacaba uno que quedaba a nuestra izquierda sobre el que había mucha gente parada cámara en mano. Allí se encontraban los tres monos tan típicos del Whatsapp con las manos tapándose la boca, las orejas y los ojos y que, como ya habíamos leído, eran bastante más pequeños de lo que parecen en las fotos.

Continuamos el camino pasando por algún torii y admirando la arquitectura tanto de los edificios como de la decoración que llevaban, llenos de dragones tallados maravillosamente u otras figuras tanto humanas como fantásticas. Subiendo otras escaleras parece que llegamos a otro de los lugares principales, con el edificio principal al frente aunque con algunos andamios en obras. No accederíamos a él, pero sí nos dirigimos a la derecha donde el camino continuaba para salir de la estructura de edificios principal y encontrar un camino de piedra que bordeaba la montaña (el paisaje siempre espectacular con el bosque montañoso alrededor) y llegaba a unas escaleras que subían de forma muy pronunciada. Aunque no eran excesivamente muchas, sí había una buena cantidad de ellas y con la suficiente pendiente como para cansarte subiéndolas. El calor tampoco ayudaba, por mucho que los árboles nos protegían del Sol directamente. Veías, además, ancianos ayudados por familiares subir lentamente hasta arriba del todo.
Ya arriba, una pequeña zona de descanso con su fuente y su máquina de bebidas (la papelera de esa zona estaba desbordada de tanta botella y zumo), y un pequeño edificio con un mausoleo detrás y en donde se veía un grupo de gente dentro rezando oraciones junto a un monje. Después de unos minutos de descanso, procedimos de nuevo a bajar, con cuidado de no caer pues había zonas pronunciadas, y volviendo a la zona de edificios principales que cada vez estaba más y más repleta de gente. Justo cuando íbamos a salir recordamos la figura de los elefantes tallados por un escultor que nunca había visto un elefante. La teníamos justo enfrente del edificio donde estaban los monos y, quizá por esto mismo, pasaba más desapercibida, pero era curioso de ver.
Finalizada la visita a este imponente santuario, continuamos la bajada (buena elección ante las zonas con más pendientes) y llegamos al templo Rinnoji, en obras y tapado completamente, por lo que al final decidimos no visitarlo pese a que sabíamos que se podían incluso visitar las obras desde arriba del templo. Continuamos bajando, andando esta vez, hasta volver a encontrar el pueblo justo en la zona donde está el puente Shinkyo, aunque no estaba muy concurrido de gente. Después de buscar algún sitio para comer algo, nos fuimos a la parada de bus a esperar al que nos llevaría a la zona de las cataratas.
Sabíamos que estaba a un buen trozo de camino, pero la verdad es que no estaba nada cerca. El pueblo parecía dividirse en varios tramos e incluso parecía que se juntaba todo en esa carretera principal y apenas habían calles secundarias. Dejando ya casi atrás el pueblo, nos adentramos en más zona montañosa, con frondosos árboles y comenzamos una subida hacia arriba en un trayecto casi de un hora de duración. Por fin, llegamos arriba del todo donde vimos el lago a nuestra izquierda aunque nuestro objetivo quedaba a la derecha y estaba perfectamente señalizado. Nos dirigíamos hacia las cataratas, en cuya entrada habían unos cuantos puestos de comida y souvenirs.
Nada más adquirir nuestra entrada para bajar al mirador de las cataratas, un amable trabajador vestido de traje y corbata (se moriría de calor el pobre) nos hizo señas para que le siguiéramos y nos llevó hasta el ascensor por el cual bajaríamos montaña abajo durante un rato, más o menos un minuto aproximadamente (no iba muy rápido) hasta llegar a un largo pasillo en el que parecía que estuviéramos en el polo norte, pues hacía bastante frío y estaba muy húmedo debido a todo el agua subterránea que allí se acumula. Salimos por fin al mirador, compuesto de dos plataformas y con una pequeña tienda y donde se pueden observar perfectamente las cataratas, especialmente la principal. Quizá podría estar algo más cerca, pero está en buen lugar para poderse observar bien.

Visitada la catarata queríamos dar una vuelta más por la zona, acercarnos al lago y luego bajar en autobús hasta una parada que nos dejara relativamente cerca para ver el abismo de Kanmangafuchi, pero un pequeño malestar acabó por hacernos volver más prematuramente de lo que teníamos previsto y nos hubiera gustado, por lo que cogimos de nuevo el autobús pero ya pensando en llegar hasta la estación. La bajada fue por otra cara de la montaña, mucho más boscosa, llena de vegetación y en la que, a veces, parecía que el autobús se iba a caer cuesta abajo en una zona llena de curvas y con vistas espectaculares. Ya abajo descartamos totalmente seguir con la visita pese a dejarnos varias cosas que nos hubiera gustado ver y tomamos rumbo a la estación.
Volvimos a coger el tren de vuelta a Utsonomiya y allí paramos un rato para tomar algo en los alrededores de la estación mientras veíamos si podíamos reservar un shinkansen a Tokio más temprano que el que teníamos ya reservado. Sin embargo, no pudimos encontrar ninguno en horas cercanas que tuviera asientos libres, por lo que es un buen consejo el que se reserven los asientos con bastante antelación u os quedaréis muchas veces sin posibilidad de coger el tren que queríais coger. Por tanto, decidimos subir al primero que pasaba y usar uno de los dos vagones que tienen con asientos no reservados, a ver si había suerte y teníamos sitio. Pero no fue así ya que los vagones estaban llenos y tuvimos que hacer gran parte del trayecto de vuelta de pie en los pasillos entre los vagones. En la última parada antes de Tokio sí que pudimos sentarnos y llegar más cómodos al último trayecto antes de volver al hotel.
Al día siguiente sería el último día en Tokio y debíamos visitar el santuario Meiji y la zona de Shinjuku como principales.