Junio en Japón hacía honor a su fama y la lluvia seguía haciendo acto de presencia sin muchos descansos. Pese a ello, se comportaba y excepto algunos momentos donde parecía apretar, nos dejó libertad en gran parte del día y un ambiente quizá no tan caluroso, aunque el bochorno continuaba igual. Hoy salíamos en nuestra primera excursión y visitaríamos Kamakura. Nos planteamos Yokohama también, pero no nos acababa de atraer lo que podía ofrecernos así que preferimos Kamakura y ya veríamos por la tarde lo que extenderíamos.
A las 7:00 de la mañana ya estábamos en nuestro habitual tren de la línea Chuo/Sobu que tanto utilizamos estos días, aunque en esta ocasión no necesitábamos cambiar a la Yamanote. Después de un cambio de trenes (alucinamos con la cola que había para subir a unas escaleras mecánicas, toda bien organizada, sin prisas, mucho silencio y sólo interrumpida por algunos turistas chinos que intentaban colarse sin problemas), estuvimos ya en el tren que nos llevaría hasta la estación de Kamakura en prácticamente una hora.
Al llegar, compramos el billete para la estación de Hase, que no estaba incluido en el JR Pass. El trayecto fue muy corto (apenas dos paradas), pero inmensamente bonito y distinto. Parecía que habíamos retrocedido a otra época después de un par de días en la magnificiencia de Tokio. Aun así, era incluso más pues por aquí no vemos ese tipo de trenes que, literalmente, casi atravesaban a las casas y edificios cercanos. Lento pero sin pausa, el tren recorría el poblado lleno de casitas, con varias pequeñas carreteras (y sus pasos a nivel) y mucha vegetación en todos lados. A veces parecía que estuvieras dentro de un anime de esos que tantas veces has visto y donde salen este tipo de vistas. Llegamos a la estación e iniciamos el recorrido para ver el Gran Buda de Kamakura. No estaba muy lejos, apenas unos minutos caminando. Nos sorprendió la cantidad de estudiantes de muchas edades que iban en el tren, estaban en la estación o directamente iban a los templos con su uniforme y mochilas escolares, ¿era una actividad escolar, un trabajo en grupo, iban porque querían antes de entrar al cole? No lo sabemos, pero allí estaban a todas horas del día y en muchísimos sitios, por lo que no supimos a qué se debía.
Después de entrar al templo, el Gran Buda aparecía rodeado de unos pequeños edificios y coronando un pequeño jardín en su parte más alta. Quizá a veces en las fotografías parece más grande de lo que es en la realidad, pero impresiona igualmente. Dimos una vuelta por el templo que, realmente, parecía tener poca cosa más que ofrecer y estuvimos un rato viendo al Gran Buda aunque no nos decidimos a entrar dentro. Niños y ancianos aparecían por el templo e incluso vimos varios ancianos más con la espalda totalmente curvada y caminando como si fueran agachados todo el rato. Curioseando, encontramos una explicación que hablaba de gente que se había pasado toda la vida recogiendo arroz y que habían terminado con esa postura casi de por vida.
Mucho más bonito fue el templo Hase-dera al que nos acercamos después. Situado en la base de la montaña, el templo se va expandiendo hacia arriba, con su salón principal a medio camino y con varias secciones más a visitar montaña arriba como una ruta llena de flores en la que había indicaciones para ir haciendo fila y entrando poco a poco en horas determinadas. No estaba en esos momentos activa esta restricción y suponemos que para épocas de mayor turismo o cuando florecen las flores, sí que deben regularlo ante la avalancha de gente que irá.
El templo fue espectacular, más por sus exteriores que por sus interiores. Encontramos multitud de figuras por el camino, cientos de ellas, grandes y pequeñas pero colocadas al milímetro. Varios santuarios en su interior que contrastan con su color rojo y zonas excelentemente cuidadas. Al bajar y antes de salir del templo, aún encontramos otras zonas nuevas y llegamos a una pequeña cueva con figuras budistas dentro y a la que accedíamos en fila de uno y donde en algunas secciones debíamos ir algo agachados o no pasábamos. En definitiva, un templo muy recomendable como muchos otros que veríamos en días posteriores.
Volvimos a la estación de Kamakura cogiendo el tren a la inversa y paramos a comer antes de seguir con el recorrido. No conocíamos la calle Komachi, una de las principales de Kamakura, pero vimos mucha gente por allí y zonas preparadas para los festivales de verano, así que nos animamos a dar un paseo. No completamos toda la larga calle, pero sí que fue un buen descubrimiento, lleno de puestos de comida, ropa, manualidades, sitios más tradicionales, etc., así que estuvimos un buen rato por allí viéndolo todo y más o menos a media calle nos volvimos hacia la estación. Desde allí, paramos ahora en Kita-Kamakura para visitar el templo Engaku-ji.
Este templo fue mucho más amplio que los que habíamos visto hasta ahora, en pendiente siempre hacia arriba en la base de un monte y con muchísimos edificios dentro del propio templo. Fue el primer templo donde tuvimos que descalzarnos para entrar en algunas salas llenas de tatamis y con pasillos exteriores con sitios para sentarse a observar el paisaje y, normalmente, una pequeña balsa excelentemente cuidada. Todo ello, junto al silencio reinante, te hacía estar en calma y con ganas de que durara varios minutos más. Dimos una vuelta por todo lo que vimos por el templo, que era bastante grande y seguro que nos dejamos cosas, hasta llegar adonde ya no se podía subir más. Durante nuestra bajada a la puerta principal, unos jóvenes chavales japoneses que tendrían unos 10-12 años nos detuvieron, junto a su profesor, para conversar en inglés con nosotros. Con su esforzado, aunque vergonzoso, inglés y el nuestro, que tampoco es que tengamos un dominio espectacular, fuimos chapurreando cosas y hablando de si conocíamos Nikko. Al final, nos dieron las gracias y continuaron su búsqueda de turistas para mejorar su inglés.
Teníamos previsto algún templo más, como el Meigetsuin y coger un autobús hasta el bosque de bambú de Hokokuji, pero el cansancio acumulado y los varios templos que ya llevábamos este día nos hicieron decidir volver a Tokio…, a otro templo, jajaja. Realmente volvimos al templo Senso-ji para comprar algún recuerdo que habíamos visto allí, nos gustó bastante y no habíamos visto en alguna otra zona como Shinjuku o la Nakano Broadway, y de paso a ver cómo estaba aquello por la tarde-noche, lleno a rebosar de gente.
Nos decidimos a volver caminando hasta el hotel, pues en media horita estábamos, y de camino nos encontramos con el edificio de Bandai y varias estatuas de personajes en plena calle: Son Goku, Doraemon, Pacman entre otros muchos. Un agradable recorrido que no esperábamos hasta llegar al hotel y descansar después del madrugón del día de hoy.

Al día siguiente nos esperaba un día turístico “atípico”, pues realizaríamos el tour en kart y veríamos un partido de béisbol de los Giants.