Al día siguiente tras desayunar en el albergue, muchas cosas dulces como es normal en Marruecos, nos fuimos con un guía a hacer un tour por el desierto y visitar lo más importante. Nos subimos en un Jeep que olía a rata muerta con el guía, un chico la verdad que algo seco, seco como la mojama, aunque luego se soltó un poco, había que hacerle un par de chistes…. nos llevó a visitar el lago en mitad del desierto, nos llevó de rally por las dunas, visitamos una antigua mina donde sacan unas piedras con las que hacen varios souvenirs y luego fuimos a ver cómo viven los nómadas en medio del desierto, que es lo que realmente es interesante de esa excursión. Es curioso cómo viven al día, de los animales que pastorean o la poca agua que tienen de un rio cercano.
A la llegada al albergue comimos un poco de pizza bereber y nos hicimos una siesta, poco más hay que hacer hasta la hora de la salida hacia las haimas. Nos acercaron con jeep hasta la entrada de las dunas, allí había un chaval cuidando de cuatro camellos, en ellos fuimos nosotros y dos italianas que se alojaban en el mismo albergue. El trayecto dura unos 45 minutos y ahí entendí el porqué los marroquís van siempre tapados de arriba abajo, en 45 minutos encima del camello me asé como un pollo. El recorrido por las dunas es divertido, arriba y abajo con los camellos, las estampas que se ven son preciosas. Ya llegados a las haimas, nos recibieron con un té, como no, y estuvimos un rato haciendo el tonto por las dunas hasta que llegó lo precioso, la puesta de sol. Me encantó, y salen unas preciosas fotos. Cenamos en una haima-comedor, un tajine y una sopa con algo de ensalada, la comida en Marruecos es bastante repetitiva siempre. Y luego tras una agradable charla nos fuimos a dormir. Era marzo y cuando cae la noche, en pleno desierto hace algo de fresco, de hecho, esa noche se levantó viento y fue bastante incómodo dormir con algo de frio y viento en el desierto. Las haimas estaban bien, una cama cómoda, aunque con algo de arena… y un baño comunitario de los de echar agua en una jarra.
Al día siguiente nos despertaron justo para la salida del sol, otro acontecimiento que no tiene precio, y poco después, con camello hacia el albergue, donde desayunamos tranquilamente. Pudimos utilizar por última vez la habitación para darnos una ducha y utilizar el baño, para ya con calma, salir hacia Ouarzazate.
A la llegada al albergue comimos un poco de pizza bereber y nos hicimos una siesta, poco más hay que hacer hasta la hora de la salida hacia las haimas. Nos acercaron con jeep hasta la entrada de las dunas, allí había un chaval cuidando de cuatro camellos, en ellos fuimos nosotros y dos italianas que se alojaban en el mismo albergue. El trayecto dura unos 45 minutos y ahí entendí el porqué los marroquís van siempre tapados de arriba abajo, en 45 minutos encima del camello me asé como un pollo. El recorrido por las dunas es divertido, arriba y abajo con los camellos, las estampas que se ven son preciosas. Ya llegados a las haimas, nos recibieron con un té, como no, y estuvimos un rato haciendo el tonto por las dunas hasta que llegó lo precioso, la puesta de sol. Me encantó, y salen unas preciosas fotos. Cenamos en una haima-comedor, un tajine y una sopa con algo de ensalada, la comida en Marruecos es bastante repetitiva siempre. Y luego tras una agradable charla nos fuimos a dormir. Era marzo y cuando cae la noche, en pleno desierto hace algo de fresco, de hecho, esa noche se levantó viento y fue bastante incómodo dormir con algo de frio y viento en el desierto. Las haimas estaban bien, una cama cómoda, aunque con algo de arena… y un baño comunitario de los de echar agua en una jarra.
Al día siguiente nos despertaron justo para la salida del sol, otro acontecimiento que no tiene precio, y poco después, con camello hacia el albergue, donde desayunamos tranquilamente. Pudimos utilizar por última vez la habitación para darnos una ducha y utilizar el baño, para ya con calma, salir hacia Ouarzazate.