Para ese día teníamos reservadas entradas para los Museos Vaticanos a las 13:30 horas. Fuimos en metro, en la línea A (roja) desde Termini, y nos bajamos en la parada de Ottaviano. Según sales de la parada del metro te van a asaltan muchos vendedores de recuerdos y supuestos samaritanos desinteresados a decirte que hoy la basílica o los museos están cerrados y que hagas un tour con ellos, o simplemente indicando mal el camino. No hay problema, solo tienes que seguir hacia adelante, y mientras sigas viendo a estos individuos, vas en buena dirección.
Fuimos en primer lugar a ver la Basílica de San Pedro. Al llegar a la plaza no pudimos evitar abrir la boca ante la grandeza del espacio que nos rodeaba, con las enormes columnas. Hay que decir que ese día era víspera de festivo religioso, en el que los museos iban a estar cerrados y la basílica iba a tener actos especiales, por lo que toda la gente había elegido ese día para visitar el Vaticano. En la plaza se estaban preparando para algún tipo de historia con medios de comunicación (creemos que era la inauguración del portal de Belén), y nos encontramos con mensajes en las pantallas diciendo que la basílica permanecería cerrada ese día de 12 a 14 horas. Íbamos a tener que darnos prisa.

Primero subimos a la cúpula (8 euros todo andando, 10 euros parte andando y parte en ascensor), son más de 500 escalones, los últimos bastante estrechos. Pero cuando llegas arriba recuperas enseguida el aliento con las vistas que hay de Roma y de la plaza de San Pedro. Una pasada. En la bajada es posible salir a la terraza donde se encuentran las estatuas de los Apóstoles.


La salida de la escalera es directamente al interior de la Basílica. Impresionante, lo primero que nos llamó la atención fue su imponente tamaño. Después ya nos fuimos fijando en sus detalles, que son muchos, con ayuda de la audioguía. Destaca en el centro el baldaquino de Bernini, pero para mí, lo mejor es la Piedad de Miguel Ángel. Es increíble todo lo que puede transmitir una escultura.



A la cripta, donde está la tumba de los papas, no pudimos bajar, ya que cuando terminamos de ver la Basílica, habían cerrado el acceso, no sabemos por qué.
Salimos de allí, hicimos las fotos de rigor en la plaza, y nos fuimos en dirección a los Museos Vaticanos. Como era temprano, decidimos comer algo antes. Y fuimos a la pizzería Bonci, aunque tuvimos que andar un poco. De las mejores pizzas que he probado nunca, ya no solo por la masa, sino por la calidad de los ingredientes y lo bien que los combinan. Te las venden al peso, así que nos fuimos a comerlas a un banco cercano. Pedimos 3 tipos de pizza y un suplii, todo delicioso. Lo siento, no tengo foto.
La entrada a los museos fue rápida, gracias a que llevábamos la entrada, ya que había una cola considerable para entrar. Nosotros solo tuvimos que canjear la entrada en unas máquinas y para adentro. Los Museos vaticanos son enormes, es imposible verlo todo, así que hay que organizarse un poco para no llegar al punto fuerte (la Capilla Sixtina) cuando estén cerrando. Desde la misma entrada ya está señalizada la Capilla Sixtina, por lo que, si este es tu único interés o tienes poco tiempo, lo mejor es que vayas siguiendo estas indicaciones, que te llevan por el sitio más directo pasando por algunos museos. Si no, es posible hacer un recorrido un poco más largo pasando por más museos.
Nada más entrar se suben unas escaleras y se sale a un patio, con vistas a la cúpula de San Pedro. Después visitamos la pinacoteca y algún que otro museo pequeño, sin detenernos mucho.

Salimos al famoso patio de la Piña, donde hay maquetas de la Capilla Sixtina, que los guías utilizan para explicar la estructura de la misma.

Uno de los primeros museos que vimos fue el Museo Chiaramonti, donde hay esculturas y monumentos funerarios romanos. Seguimos por el Brazo Nuevo, con escultura clásica, algunas muy interesantes. La del Nilo es muy chula.

Uno de los que más nos gustó fue el Museo Pío Clementino, que tiene auténticas joyas escultóricas. Es de los museos en los que merece la pena detenerse un poco. Una de las que más impresionó fue la del Lacoonte y sus hijos, por la expresividad que transmite.

No vimos la manera de entrar a los museos y etruscos. Vimos la puerta, pero no encontramos el acceso. Seguimos por la galería de los tapices y de los mapas, esta última preciosa en la decoración de sus techos.

Subimos hacia una de las zonas más interesantes, las estancias de Rafael, decoradas con frescos de este autor. Hay algunos muy conocidos como La Escuela de Atenas.

Continuamos por el Apartamento Borgia y la Colección de arte contemporáneo, hasta llegar, por fin, a la Capilla Sixtina. Todo lo que se diga es poco, es impresionante. Solo decir que nosotros llegamos, encontramos sitio para sentarnos en un lateral, y desde allí estuvimos viendo la bóveda y el Juicio Final, obnubilados, y cuando nos dimos cuenta nos estaban echando. Habían pasado 50 minutos y no lo habíamos visto las pinturas del lateral. Es un sitio para disfrutarlo con calma, a pesar de los insistentes gritos de los guardas para que no se hagan fotos y para que se guarde silencio (cuando lo que más molestaba eran sus voces). Me dio pena una chica que llegó cuando ya estaban cerrando y estaba rogando al guarda que le dejara pasar 20 segundos. Debo decir que, aunque la hora de cierre de los Museos Vaticanos es a las 18:00, antes de las 17:00 estaba cerrando la Capilla Sixtina. Tenedlo en cuenta.
Seguimos hasta la salida pasando por museos de relativo interés, y bajamos por la famosa escalera espiral de Giuseppe Momo. De allí fuimos de nuevo a la Plaza de San Pedro a verla iluminada, aunque tenían cerrado el acceso por unos actos con banda de música que había por allí, así que nos limitamos a verla por fuera, con su árbol de navidad.


Fuimos caminando hasta el Castillo de Sant Angelo por la Via della Conciliazione. Es castillo se puede visitar y alberga un museo, pero es otra de las cosas que se queda para otra visita.

Seguimos nuestro paseo nocturno, hasta la Piazza Navona, ¡qué preciosidad! Nos encantó, con sus estatuas de Bernini. Esta plaza es un imprescindible en Roma.

Después fuimos al Panteón. Pensábamos que iba a estar cerrado, según el horario que venía en nuestra guía, pero estaba abierto y entramos. Es un antiguo templo romano reconvertido en iglesia, que destaca por su bóveda esférica con un gran hueco en el centro. A mí me impresionó, con su espacio diáfano circular. Los romanos tenían grandes arquitectos, porque conseguir que esa bóveda tan grande no se caiga no es ninguna tontería. Como curiosidad, en el suelo hay pequeños agujeros para que desagüe el agua que entra por el huevo del techo cuando llueve.

Cansados después de todo el día de pateo, decidimos ir a cenar. Fuimos a la Antica Birreria Peroni, y el sitio nos gustó mucho. Buena comida, buena cerveza, a un precio bastante asequible.

Estábamos tan cansados que decidimos coger el metro, y de paso nos pillaba la Fontana de Trevi. Maravillosa, no había mucha gente, y allí disfrutamos de ella, haciendo fotos, tirando la moneda (a Roma hay que volver). La verdad es que es preciosa. Un helado de camino al metro y dimos por terminado el intenso día.
