Nos levantamos bastante temprano a desayunar para aprovechar al máximo el día, el hostel tenía mesitas por fuera donde desayunar al aire libre, allí se podía respirar aire puro y cargarnos de energías.
La idea era empezar el día por todo lo alto, en un mirador con vistas a la playa, la verdad que cuesta un poco la subida porque es bastante inclinada, pero el camino es muy bonito, con escalones de madera, rodeado de vegetación y vale completamente el esfuerzo.

Cuando llegas arriba hay un desvío hacia el faro y luego si sigues hasta el final del camino te encuentras con las vistas panorámicas de la ciudad y de la primera y segunda playa, las vistas son realmente espectaculares, no había mucha gente por ser temprano y en el lugar se respiraba mucha paz, por lo que nos quedamos un buen rato sacando fotos y contemplando esos paisajes de postal. En uno de los lados se encuentra la famosa tirolina de Morro que se lanzan desde el mirador hacia la primera playa y caen dentro del agua, nosotras nos lo pensamos mientras estábamos ahí viendo a la gente tirarse y la verdad que molaba mucho, pero no nos animamos y bajamos caminando.

Una vez abajo fuimos recorriendo todas las playas, paramos en la primera que te puedes bañar entre las rocas, es muy bonita y hay mucho menos gente que en la segunda, que es la preferida por la juventud.
Después del baño refrescante seguimos caminando, pasando por las playas que ya habíamos conocido el día anterior y fuimos hacia la cuarta playa, que es mucho más grande y tranquila que las anteriores, tienes muchísimo espacio para elegir donde poner la toalla, sin tener a nadie al lado. Para nosotros eso era el paraíso. Ahí nos quedamos un buen rato relajadas, hasta que empezó a picar el sol y fuimos en busca del parador más cercano a comprar unas refrescantes cervezas. En esa zona era más caro todo porque no hay casi bares, pero nos supo a gloria esa cerveza, al rato pasaron unos vendedores con empanadas y ese fue nuestro almuerzo del día, ya que no teníamos intenciones de movernos de la playa ni para comer.

Ese día recorrimos todas las playas hasta donde se podía llegar caminando y luego regresamos, por el mismo camino, antes de que se hiciera de noche, hay partes que si sube mucho la marea no se puede pasar sin mojarse. Una vez en el pueblo recorrimos el centro, la iglesia y la zona de los bares nuevamente, paramos en una tienda que venden Acaí, un postre típico de ahí que se puede combinar con frutas, siropes y todo lo que le quieras echar, compramos uno para probar, pero a nosotras no nos llamó mucho la atención.

Fuimos al hotel a ducharnos y salimos a cenar y comprar los billetes de barco para el día siguiente volver a Salvador de Bahía. Las agencias estaban todas llenas y no conseguíamos barco temprano como queríamos, así que nos ofrecieron un barco semi directo que consistía en ir en barco hasta un pueblo llamado Valença, luego un tramo en bus y por último en otro barco hasta Salvador de Bahía. Tardamos unas 4 horas, pero era más barato y la única forma que teníamos de volver ese día.
Con los pasajes para el día siguiente en mano, nos fuimos tranquilas a comer algo por el paseo de la playa, habían muchos carritos con comida y capirinhas de todos los sabores de frutas que te puedas imaginar, nosotras nos compramos dos tapiocas de pollo con queso y tomate, que te las hacen en el momento y son muy ricas, para beber unas caipi de frutas y nos fuimos a la playa a cenar mirando el mar, esta era nuestra última noche en Morro y nos íbamos con mucha pena porque nos había encantado, pero nos quedaba aún mucho por recorrer de este espectacular país que sabíamos nos seguiría sorprendiendo.