Hicimos esta preciosa ruta senderista durante nuestro viaje del pasado mes de agosto por tierras aragonesas. La idea surgió unos meses atrás, cuando vimos un reportaje en la televisión sobre la comarca del Maestrazgo, sus pueblos y su riqueza natural. La verdad es que no nos costó demasiado decidirnos a volver a Teruel, dado el buen sabor de boca que nos había dejado nuestro recorrido de hace un par de años por Albarracín y su serranía.
PITARQUE.
El itinerario definitivo que seguimos lo iré contando en sucesivas etapas en este diario, pero esta caminata me pareció tan bonita que he decidido dedicarle una etapa completa. La ruta parte de Pitarque, una pequeña localidad de unos cien habitantes, que se asienta a los pies de la montaña de Peñarrubia, junto a la cual nace el río Pitarque, que es un afluente del Guadalope.
Situación de Pitarque en la península según Google Maps.
Por cierto, que llegar a Pitarque tiene (tuvo) su historia, que voy a contar. Siguiendo nuestro recorrido, la tarde anterior llegamos a Aliaga y seguimos la dirección del indicador a "Pitarque", la misma que indicaba nuestro navegador, y que se encontraba a 19 kilómetros. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando al salir de Aliaga nos encontramos con un puente sobre el río junto al que había señal con límite de 1 tonelada, peso que superan la mayor parte de los turismos, el nuestro incluido. Nos quedamos parados sin saber qué hacer y sin nadie a quien preguntar. La verdad es que teniendo tan reciente lo que había pasado en Génova (salvando las distancias, claro), nos dio mucho reparo ignorar la prohibición y nos resignamos a tomar la única alternativa, que era ir por Ejulve, lo que representa una distancia de 50 kilómetros por una carretera llena de curvas y una hora larga de coche. Ya en Pitarque nos contaron que ningún lugareño respeta una señalización un tanto discutible que les supondría dar un rodeo inmenso. Y yo me preguntó: ¿cómo es posible que habiendo una carretera -o pista- asfaltada y en buen estado, la comunicación entre estos dos pueblos quede en entredicho por semejante puente? Si es cierto que existe peligro, ¿no se podría hacer uno en condiciones? Como suceda alguna desgracia, nos lamentaremos todos a toro pasado, como de costumbre.
Aliaga-Pitarque dando el rodeo.
Aliaga-Pitarque por la carretera del puente.
La diferencia resulta abismal, aunque también depende del sitio de procedencia. Por ejemplo, desde Teruel supone hacer 91 kilómetros frente a 122, y tres cuartos de hora más en tiempo. Por otro lado, también es cierto que yendo por la ruta larga se pasa por zonas interesantes y singulares paisajes, como los Órganos de Montoro. En fin, que juzgue y decida cada cual.
Por diversas circunstancias, nos vimos obligados a fijar la fecha de la ruta para un sábado, y tratándose de agosto pensamos que podía estar muy concurrida, así que decidimos alojarnos la noche anterior lo más cerca posible de su inicio y con bastante antelación reservé habitación en la Posada de Pitarque, un pequeño establecimiento hotelero de tipo rural que se encuentra a la entrada del pueblo, a unos tres minutos caminando del comienzo la ruta, una estupenda opción para no estar moviendo el coche a primera hora de la mañana. El alojamiento carece de lujos (el mobiliario es muy sencillo y no tiene ascensor), pero nos sentimos cómodos durante la única noche que pasamos allí ya que la habitación era amplia, con cuarto de baño privado, televisión y unas vistas preciosas al pueblo y a la montaña. Por cierto que para disfrutar de estas vistas, hay que pedir una habitación que dé al valle y no siempre están disponibles. Nosotros la conseguimos por pura casualidad.
Pitarque.
Al fondo, el cañón que conduce al nacimiento del río.
Llegamos a última hora de la tarde y cenamos allí mismo, de tapas. Luego fuimos a dar una vuelta por el pueblo, ya de noche. Es pequeño y estaba casi desierto pues ya eran cerca de las once, así que no nos entretuvimos demasiado.
Al día siguiente también desayunamos en la Posada (desayuno sencillo, con tostadas con tomate y jamón) y también nos prepararon unos bocadillos y bebida para la caminata. Por cierto, que no puedo olvidarme de decir que la señora que lo atiende es un verdadero encanto: amabilísima, servicial y da todo tipo de información y facilidades para que la gente hospedada se sienta a gusto. En total, la cuenta ascendió a 67 euros, así que estupendo. Después cruzamos el pueblo, siguiendo las indicaciones hacia el comienzo de la ruta, que no tiene pérdida.
RUTA AL NACIMIENTO DEL RÍO PITARQUE.
Después de una empinada bajada por las calles del pueblo, con el sonido del agua cayendo a nuestro lado por un canal, llegamos junto al correspondiente panel informativo.
Datos de la ruta.
Longitud total: 8,4 kilómetros (ida y vuelta).
Tipo de recorrido: lineal, se va y se vuelve por el mismo camino.
Duración: dos horas y media aproximadamente, sin paradas.
Desnivel: 150 metros de subida y 20 metros de bajada.
Grado de dificultad: fácil hasta el tramo final en que se complica un poco porque hay que sortear rocas y cruzar el río. Sin embargo, aunque no se llega al nacimiento del río, desde al puente se ve una zona preciosa de cascadas sin hacer el tramo final.
Al comienzo, aunque pedregoso, el sendero es amplio y pica hacia arriba muy ligeramente, con lo cual resultaba muy llevadero y nos permitía disfrutar tranquilamente del paisaje.
En esta zona descubierta suele pegar el sol, pero afortunadamente había algunas nubes y la temperatura no era muy alta pues había habido tormentas la tarde anterior. El valle se abría entre bancales abandonados, permitiéndonos ver el pueblo, que poco a poco iba perdiéndose en la distancia, a nuestra espalda, prácticamente colgado en la montaña.
Poco después, enfilamos la boca del cañón y llegamos a la Ermita de la Virgen de la Peña, en un paisaje cada vez más agreste y boscoso.
Al cabo de unos minutos, ya caminando entre las altas paredes calizas de Peñarrubia y la Peña de la Virgen, llegamos a la primera gran sorpresa de la ruta en forma de fantástica cascada. Vamos, que nada tenía que envidiar en belleza a la de los limones del Caribe, bueno no tan alta ni tan caudalosa, pero... ¡qué bonita!
Pasamos el edificio de la central hidroeléctrica abandonada y seguimos avanzando, con el río ya adivinándose cercano, abriéndose paso sus aguas turquesas entre una espesa vegetación formada por bojes, tilos, olmos, arces, quejigos, avellanos, sauces... De vez en cuando nos encontramos con más caídas de agua, si bien no tan espectaculares como la primera. También vemos varias cuevas, oquedades, incluso mármol. La caminata es una auténtica delicia.
Mirar hacia los lados también resulta muy entretenido, pues las rocas coloradas adquieren formas caprichosas, con arcadas y torres escarpadas semejando almenas de castillos, en los que reinan las rapaces, sobre todo los buitres leonados, muy abundantes en esta zona.
Al fin llegamos a la parte más bella, cerca del nacimiento, con el río encajonado, luchando por hacerse paso entre estrechos de roca. Aquí hay dos caminos posibles, pero no nos podemos resistir a tomar primero el de la izquierda. Lo que nos ofrece es una maravilla. Cruzamos un puente de cemento y nos quedamos prendados con la visión del agua deslizándose a borbotones en unas cascadas que apenas se pueden concebir en Teruel y a finales del mes de agosto. ¿De dónde sale tanta agua?
Avanzamos ahora pegados a la pared de roca, con el río a nuestra derecha. Entramos en cuevas cuyas altas paredes cierran el paso a la luz del sol. El camino se complica y llega un momento en que tenemos que descalzarnos para cruzar el río. Parece que en tiempos hubo ganchos, pero están rotos y la cadena aparece estaba desgajada, en el suelo.
Para llegar a lo que se llama "Chimenea", una especie de agujero en la cueva por donde sale el agua a borbotones dando origen al Pitarque, tuvimos que trepar por las paredes, apoyándonos en unos ganchos anclados a la roca. Son pocos metros y no tiene demasiada dificultad, incluso resulta divertido, pero hay que ir con cuidado.
Mereció la pena llegar al final y contemplar los ojos del Pitarque y después sentarse junto al río escuchando el bramido con despendole de aquel sorprendente torrente de aguas turolenses.
La Chimenea, el nacimiento del Pitarque.
Deshicimos el camino hasta el puente, repitiendo el ritual de descalzarnos para cruzar el río (el agua cortaba de fría... ). Y fuimos por el sendero de la derecha, desde el que se ve el nacimiento de frente. Las aguas lucían su mejor color turquesa, pero las vistas no eran tan espectaculares como desde el margen izquierdo. De todas formas, apenas se tarda diez minutos en hacer este pequeño sendero, así que no era cuestión de quedarse con las ganas.
Comimos tranquilamente nuestros bocatas y regresamos a Pitarque hacia las dos de la tarde, a tiempo de tomar un café cortado en la terraza de la Posada. Nos hubiera dado tiempo de almorzar uno de los menús que ofertan, pero daba igual porque estábamos realmente contentos de haber hecho una ruta tan bonita con tan poco esfuerzo. Aquí sí es cierto el dicho aquel de "más por menos", porque, si bien la parte final es un poco más complicada, llegar hasta el puente es poco más que un paseo largo y las cascadas son preciosas. Si estaban así a finales de agosto (cierto es que había habido tormentas), en primavera y otoño deben ser una auténtica maravilla.
Y con otro paseo por el pueblo, nos despedimos de Pitarque.