SENDERO DEL BARRANCO DEL INFIERNO.
Esta es una de las rutas de senderismo clásicas en Tenerife, que transcurre por un abrupto barranco en las proximidades de la población de Adeje, en el sur de la isla, y que se ha convertido en Reserva Natural de Especial Protección por su alto valor geológico y arqueológico, ya que en su espacio se han encontrado cuevas aborígenes con grabados rupestres. Se trata de una caminata muy atractiva, que cruza un profundo desfiladero hasta terminar en una bella cascada que lleva agua todo el año, pasando de un paisaje abierto y seco al comienzo a otro con bastante agua y una gran riqueza vegetal, casi exuberante en la parte final.
Ubicación del Barranco del Infierno en el mapa de Tenerife según Google Maps.
Sin embargo, este recorrido, muy transitado, estuvo cerrado entre 2010 y 2015 porque se produjeron varios accidentes, algunos mortales, como consecuencia de los desprendimientos de piedras e incluso rocas que suelen producirse entre las paredes más verticales y estrechas del barranco. Incluso después de su reapertura en 2015, se produjo otro accidente mortal, que llevó a reacondicionar el recorrido, estableciendo vigilancia, la utilización de casco obligatorio y un cupo máximo de 300 visitantes al día.
Para realizar la caminata hay que hacer una reserva previa en la página web barrancodelinfierno.es, elegir un turno de acceso entre los disponibles, que varía bien sea invierno o verano, y abonar la entrada, que, creo recordar, cuesta 8,5 euros por adulto no residente. Se abona con tarjeta y el día anterior a la excursión o esa misma mañana te envían un mensaje al móvil con la confirmación e indicaciones sobre donde aparcar el coche y cómo llegar al punto de inicio. Si las condiciones meteorológicas no son buenas, especialmente si llueve o sopla mucho el viento, el acceso se cierra, en cuyo caso la empresa ofrece la devolución del importe pagado o el cambio para otro día. Junto a la reserva hay que presentar el DNI.
El sendero recorre las laderas del barranco.
Teníamos hora para las doce de la mañana, así que salimos con bastante margen de tiempo desde el Parador del Teide y tardamos unos cincuenta minutos en cubrir los 55 kilómetros que nos separaban de Adeje. Dejamos el coche en uno de los aparcamientos que nos habían indicado e hicimos el resto a pie por la Calle de los Molinos, con una cuesta terrorífica que casi nos dejó más cansados que, después, el propio sendero. En una caseta, donde existe un mirador sobre el barranco, nos entregaron el casco, que se debe de llevar puesto obligatoriamente en todo el recorrido, y nos dieron una serie de instrucciones, las más importantes obedecer las señalizaciones y no detenernos en el sendero salvo el tiempo imprescindible para hacer fotos (un minuto como máximo) una vez pasada la zona de la Cogedera, donde el cañón se estrecha muchísimo y, por tanto, aumenta significativamente el peligro de desprendimientos.
Los datos de la ruta son los siguientes: longitud total, 6,5 kilómetros de ida y vuelta por el mismo sendero; unas tres horas y media de duración; y catalogado como de dificultad media-baja. Por supuesto, hay que llevar calzado apropiado para terrenos pedregosos y resbaladizos, en fin, que agarre bien. Antes de empezar, podemos ver la estampa del desfiladero que vamos a recorrer, tan estrecho que la parte baja siempre aparece en la sombra.
Vista del Barranco desde el punto de inicio de la ruta.
La ruta comienza a 350 metros de altitud, que se va incrementando paulatinamente según se avanza por un sendero que se retuerce por la ladera, pero cuyo desnivel no es demasiado fuerte al principio. Resulta cómodo, pero eso sí, a pleno sol empezamos a notar tan fuerte el calor que tuvimos que quedarnos en manga corta. Por lo tanto, ojo en el verano.
Varios paneles informativos nos explicaban lo que íbamos contemplando, incluyendo las características geológicas, la flora y la fauna de los diferentes lugares. El segundo punto de observación nos ofrecía una estupenda perspectiva sobre la población de Adeje y, al fondo, el mar.
Entre el sol y las sombras, hacer fotos era una tortura
Seguimos por el imponente barranco y, tras superar la zona conocida como Bailadero de las Brujas, empezamos ver algunos canales de agua. De momento, no había problemas en detenerse y sacar fotos. Lo peor era el sol, y un intenso calor que no habíamos padecido desde nuestra llegada. Al llegar llevaba jersey y un chubasquero y me tuve que quedar en manga corta. El sendero es estrecho y va pegado al borde del barranco, bastante alto en muchas zonas, pero creo que solo supondría problemas de vértigo a personas muy propensas.
Pasado el Mirador de la Cueva del Marqués, empezamos a ver carteles informando del peligro de desprendimientos y la necesidad de no quitarse el casco bajo ningún concepto. Poco a poco, nos íbamos acercando al cauce del río y al interior del desfiladero.
La zona de La Cogedera, donde se encuentra una especie de baúl con material de primeros auxilios, el último punto para tomarse un pequeño descanso, pues en adelante hay que extremar las precauciones y ya no nos podremos detener salvo un minuto para tomar alguna foto. Aquí se anuncia que hay un vigilante para controlar y dar instrucciones. Allí no vimos a nadie, aunque luego nos lo encontramos más adelante, en busca de unos excursionistas que se habían desviado del sendero. Todo parecía muy controlado, pero el recuerdo de los antiguos accidentes y los carteles recordando las medidas de precaución, nos hacían caminar manteniendo un inevitable estado de alerta, pero que en nada mermaba el disfrute de lo que íbamos viendo.
Zona de La Cogedera.
Rumbo hacia lo más estrecho del cañón.
Rumbo hacia lo más estrecho del cañón.
El sendero sigue paralelo a un arroyo y, de pronto, la vegetación nos envolvió, proporcionándonos sombra y frescor. Esta zona es cómoda para transitar y muy bonita, pero vas con la mosca tras la oreja porque las paredes son impresionantes, muy altas y están muy juntas, de modo que, tal como nos habían dicho, íbamos atentos a cualquier sonido que indicase la caída de alguna piedra. Afortunadamente, el día era tranquilo y no soplaba el viento.
Siento que las fotos estén todas tan oscuras y descoloridas, pero espero que al menos den una idea de lo espectacular que resulta este recorrido, sobre todo al llegar al desfiladero. El sol se quedó en las alturas, al fondo no llegaba y tuve que recuperar el chubasquero porque hacía fresquito.
Solamente había luz en las alturas.
Aparecieron árboles nobles, castaños, por ejemplo, y el arroyo corría muy alegre. Cruzamos varios puentes formados con listones de madera y llegamos a las pozas previas a la sorprendente cascada que se desliza por una pared de roca con una altura superior a los 200 metros, y que, según nos comentaron, nunca se seca. No es que el agua caiga a borbotones, pero el lugar tiene mucho encanto.
Allí vimos a otro vigilante. En esta zona disminuye el peligro de desprendimientos, aunque el tiempo que se concede para hacer fotos suele ser bastante limitado porque no quieren que se produzcan aglomeraciones de gente. En nuestro caso, sólo había una pareja delante y un matrimonio detrás, de modo que pudimos rezagarnos sin que nos pusiera ninguna pega. Estuvimos charlando un poco con él, e incluso se ofreció a sacarnos unas fotos para el recuerdo. Un chaval muy amable, la verdad.
Tras unos minutos en aquel entorno fresco, tan idílico como impresionante, dimos la vuelta y regresamos al inicio de la caminata por el mismo sendero y guardando idénticas precauciones que a la ida. La única diferencia fue que nos tomamos un bocata sentados sobre el baúl de La Cogedera. Una bonita excursión en sol y sombra. Nos gustó mucho.