26/08 (miercoles)
Otro nuevo día, y como siempre, diana relativamente pronto para aprovechar el día.
No he comentado antes que en el hotel no hay opción de solo alojamiento, aunque igual si que lo es, ya que el desayuno siempre estaba incluido, aunque en este caso, por ejemplo, aparte del café a todas horas (de todos los tipos de aguachirri posible), solo había minitetrabiks de zumos, muffies y croissants. A nosotros ya nos iba bien para tomar algo y salir pitando, pero te debes olvidar completamente del concepto “desayuno para aguantar medio día sin comer”. Este es otro de los motivos por el que compramos la mini nevera, ya que podíamos meter batidos, zumos, algo de embutido envasado y chocolate, etc… Todo esto lo íbamos comprando en los supermercados que nos encontrábamos, y luego, en los hoteles, íbamos cambiando el hielo, ya que no hay ningún hotel ni motel de carretera que se precie que no tenga una maquina de cubitos…
El plan de hoy era hacer kilómetros (bueno, millas) para llegar a la tarde noche a Niágara Falls, donde habíamos reservado una noche de hotel. La idea original era pasar dos noches en Niágara, y llegar hasta Toronto para subir a la CN Tower y ver torontoentero, pero conforme fueron pasando los días, nos lo fuimos repensando, y ayudados por las críticas no muy positivas sobre Toronto, decidimos no ir. Así que de momento, pasaríamos una noche en Buffalo, y luego, ya veríamos…
Al comenzar la ruta, tuvimos que escoger entre ir hacia Lancaster o hacia Gettysburg, y la decisión fue unánime: Lancaster, así que en otra ocasión veremos los escenarios de la mayor batalla de la Guerra Civil Americana.
¿Y que hay en Lancaster? Pues por si alguien no lo sabe, es la concentración de Amish y Mennonitas más grande de Pennsylvania. Los Amish (una parte de los Mennonitas mucho más ortodoxos), viven preconizando una vida sencilla, y carente de lujos superfluos, en los cuales incluyen la mayoría de las tecnologías.
Así pues, como habréis visto en más de una película, visten con ropas oscuras que parecen sacados de hace dos siglos, conducen carros de caballos y se dedican a la agricultura y la ganadería pero utilizando antiguos métodos de labranza y pastoreo.
Así que después de un par de horas de coche, nos plantamos en el centro de visitantes de Lancaster. Yo no pude acceder, porque todo el centro estaba en obras, y me quedé en el coche (mal aparcado) mientras las muchachas iban a investigar.
Por lo que les dijeron los “ingleses” (no Amish) de la oficina, los Amish circulan libremente por los alrededores, haciendo vida completamente normal, pero desprecian bastante a los turistas, y no se prestan a dejarse fotografiar ni a dar conversación, y rehuyen bastante la relación con los de fuera de su congregación.
No obstante, hay varios centros de visitantes y poblados Amish, donde unos “amish” domesticados (ingleses disfrazados) te enseñan sus cosas y costumbres, te venden tus productos, te pasean en carro, e incluso te permiten comer en unos aparentemente autóctonos comedores comunitarios. ¡Puro cartón piedra! A la que té fijas un poco, ¡estos “amish” fuman, hablan por el móvil y conducen pick-ups!.
Pero bueno, a fuerza de dar vueltas, y parar aquí y allá, y con bastante teleobjetivo, conseguimos una buena colección de fotografías de los más huraños, y aparentemente auténticos Amish.
Cualquier sitio es bueno para llevar niños:
Versión amish del autobús escolar:
¿Repostando?
Entre las cosa curiosas, se ve esta especie de patinete que utilizan, pero no nos dio tiempo de fotografiar a los que los montaban…
Parece ser, que debido a múltiples accidentes y colisiones con automóviles, el gobierno les ha obligado a instalar luces y frenos en los carros.
Un detalle de los edredones que confeccionan para vender a los turistas…
Otra de las cosas interesantes de la zona, y que no tiene nada que ver con los Amish, son los puentes cubiertos: realmente curiosos, y desde luego, proporcionan una autentica imagen rural “made in USA”. Estuve un rato en uno, esperando a ver si cazaba algún carro Amish transitando por él, pero no fue posible.
Después de todo esto, nos pusimos de nuevo en marcha, con destino Buffalo.
Comimos algo en un área de servicio, intrascendente, pero suficiente para cubrir el expediente.
Al cabo de un rato conduciendo, decidí dejarle el coche a mi mujer, y fue ponerse al volante, y empezar a chispear hasta que le acabo cayendo el diluvio universal, lo que combinado con un trozo de obras que pilló, hizo que me devolviese el volante al cabo de poco más de una hora, pero bueno, al menos me medio hice una siestecilla, que ya lo necesitaba…
Durante el trayecto, también disfrutamos de una inusual actividad policial, ya que vimos como detenían a un par de coches (con toda la parafernalia de luces y sirenas), víctimas de sendos radarazos (suponemos), y también vimos un par de coches patrulla escondidos detrás de los habituales anuncios, al más puro estilo road movie.
Por fin, sobre las 7h de la tarde llegamos al Howard Johnson, nuestro hotel en Niagara Falls. Lo escogimos por tres cosas: era barato, estaba en el lado USA al lado del puente, y tenia parking gratis. Pero era un dos estrellas justito.
Una vez acomodados, y cuando comenzaba a anochecer, le sugerí a mi tropa cruzar la frontera para ver las cataratas iluminadas, a lo que mi hija me contestó escépticamente: ¿ahora?. Y todavía se quedó más a cuadros cuando le dije que íbamos a ir andando… Estaba convencida de que las cataratas estaban en mitad de la montaña, y no se creía que estuviesen allí en medio.
El caso es que cruzamos el puente, y desde este como ya había oscurecido, vimos las cataratas iluminadas: bonito, pero un poco pretencioso. A mi, desde luego, me gustaron más por la mañana, al natural. Hay que decir, que para salir de USA no te decían ni adiós, pero ya vimos que para entrar era diferente, así que antes de salir, aseguraros muy bien de llevar el pasaporte, dinero y cualquier documento que se os ocurra (mi hija llevaba siempre encima una chuleta con todos los teléfonos de embajadas, servicios de emergencias, compañías de seguros y asistencia en viaje, etc…).
En el lado canadiense, una policía solitaria en una garita, nos pegó un vistazo a los pasaportes, los selló, ¡y listos! ¡welcome to Canada!.
Ya le dimos el primer repaso al Hardrock Café y resto de tiendas de souvenirs, mientras íbamos bordeando el río, pero enseguida empezamos a encontrar mucha gente apalancada en los miradores y en cualquier sitio desde el que se viesen las cataratas, y entendimos que esperaban una especie de castillo de fuegos artificiales, así que como no conseguíamos ver gran cosa, y eso no nos atraía mucho, nos fuimos hacia la zona de Clifton Hill.
Esta zona es tal cual como Lloret o Benidorm un viernes de agosto por la noche, es decir, mucho ruido, muchas luces, y muuuuuuucha gente “cargadita”. Lo que pasa, es que como es un entorno bastante de familias y tal, pues el personal no se desmadra en exceso, pero vamos, que es completamente prescindible.
Acabamos en un lugar llamado Boston Pizza, así que podeis imaginar lo que cenamos, aunque barato fue, ya que nos pusimos hasta las orejas, y al final nos trajeron un paquetito con lo que había sobrado para que nos lo llevásemos (¡). En fin , tres personas, pizza a tutiplen y bebidas a rellenar sin limite, postre y expressos para dos , unos 50€ al cambio (casi 70 dolares canadienses). Nota: aquí pagamos todo en tarjeta para no tener que cambiar moneda, pero vimos que aceptan el dólar USA en todas partes, pero te hacen el cambio un poco de aquella manera.
Al salir ya se había acabado el espectáculo, así que nos acercamos a hacer un par de fotos nocturnas.
De vuelta a la frontera, llegamos a los famosos tornos canadienses, y por supuesto, no tenia las monedas de 50 centavos para cruzar, pero es que además, el billete que tenia más pequeño era de 20 dólares, así que lo introduje en la maquina que da cambio (dentro del mismo edificio de aduana canadiense, al lado del torno), y me equipe de monedas de 50 para unos días.
Ahora era al revés, en el lado canadiense echas la moneda, pasas el torno, y no ves ni a un policia, pero en el lado USA….¡versión mini del control de inmigración del aeropuerto! Fila perfectamente ordenada detrás de la raya del suelo, mostradores individuales con el Border Police detrás, y nuevo mininterrogatorio: ¿de donde viene?¿ Cuánto tiempo ha estado en Canada? ¿Cuánto tiempo estará en USA?, etc, etc, etc… Para rematarla, una vez pasamos el control, nos equivocamos de puerta, y en vez de salir por el lado de los peatones, salimos por donde registran los coches. En vez de volver a entrar, seguimos andando, haciéndonos los despistados, pero evidentemente, como en las películas de fugas, oyes que te dan el alto por detrás cuando estás a punto de cruzar la ultima puerta ¿me dispararán si no me paro?
Bueno va…, mejor me paro. Nuevo interrogatorio, nueva revisión de pasaportes ( de mal rollito) y de nuevo el papel de turista tontoelculo parece que funciona, y nos dejan irnos.
En fin, vamos a dormir, que vaya día que llevamos…
27/08 (jueves)
Bien, aquí si que tenemos un desayuno medio decente, así que lo aprovechamos, y hacemos el checkout, ya que la noche anterior decidimos que acabaríamos de ver Niágara por la mañana, y que cuando acabásemos tirábamos para Boston a la hora que fuese, y ya llegaríamos. Hicimos una reserva en un motel que podíamos anular hasta la 10 de la noche, por si se hacia tarde y queríamos parar por el camino.
Cargamos el coche, y nos fuimos hacia el puente a buscar donde dejar el coche, pero después de dar varias vueltas, todo lo que encontramos eran 3$ ó 4$ la hora, así que dimos la vuelta, volvimos al hotel, y lo volvimos a aparcar exactamente donde había pasado la noche. Si me decían algo, les diría que solo lo dejaba hasta las 12h, pero no apareció nadie, así que allí se quedó tan ricamente hasta que nos fuimos.
Como ya habíamos visto el plan, cruzamos rápidamente la frontera hacia el lado canadiense, y nos fuimos directos al Maid of the Mist, soltamos los 15$ de rigor por barba, y nos subimos al segundo barco de la mañana (creo que empezaba a las 9h), ya que el primero se nos escapó por unos abueletes japoneses que llevábamos delante, y que fue un poema adelantar por las escaleras que bajan al embarcadero.
De esto, ¿qué decir? ¡Es inexcusable! ¡Muy, muy divertido! Y desde luego la prespectiva y la noción de lo que es el salto de agua en sí, es completamente diferente de lo que puedes experimentar viéndolo desde fuera. El impermeable que te dan es una capelina que tapa bastante, pero así y todo te pones chorreando completamente, así que intentar ir solo en pleno verano, porque allí debe hacer fresquete en otras épocas…
Cuando llegas al centro del Horseshoe, entras en una nube de agua pulverizada que se cuela por todas partes, ¡porque además hace un aire de narices! (al menos cuando estuvimos nosotros), y el estruendo del agua es ensordecedor. ¡Es una situación electrizante e inolvidable! Lástima que el display de mi cámara de fotos decidiera empañarse completamente por el interior, lo que me impidió hacer algunas fotos “comme il faut”.
De vuelta a la terraza canadiense, estuvimos un rato paseando de un lado para otro, y finalmente, decidimos ir tirando hacia el coche, mientras íbamos haciendo cuatro compras.
Hay la opción de subir al Skylon, que debe tener muy buena vista, pero es que las alturas y yo no hacemos buena pareja, y aquí había leído que da un poco de “risa”, así que lo desestimamos.
La conclusión general, es que las cataratas en si son un gran espectáculo, pero el entorno es una burda imitación de Las Vegas, o vete a saber qué… Si tenéis ocasión, una visita relámpago creo que es lo ideal, a no ser que hagáis una ruta USA-Canada y os pille de paso.
Bueno, pues sobre las 12h abandonábamos Niagara, con destino a Boston y 700 km por delante, aunque todo de autopista.
En general, las autopistas son gratuitas, pero en las proximidades de las grandes ciudades suelen ser de pago. En este trayecto, también pagamos algún peaje intermedio, pero son bastantes baratos.
Aprovecho para hacer algún comentario sobre el automovilismo en USA: Olvidaros de ver grandes Cadillacs, o las aparatosas limusinas de Manhattan. Los únicos turismos “made in USA” que se ven son el Dodge Charger, y algún Mustang o Camaro. El resto son japoneses o coreanos. (¡tremenda la cantidad de Hyundais, por ejemplo)
Si queréis algo realmente yankee, lo suyo son los pick-up, un buen Dodge RAM 1500 ó un Chevrolet Silverado de 5.700cc. (de gasolina, por supuesto), y seréis los reyes de la carretera (¡vimos hasta un V8 de 8.1 L!). Se ven más que SEAT IBIZA en España…
Las motos de carretera no existen, así de sencillo. Puedes ver Harley’s a porrillo, pero un motero al estilo español, se pueden contar con los dedos de la mano.
Finalmente, los camiones son un mundo aparte, al contrario que los turismos, aquí solo hay exclusivamente los americanos MACK, CHEVY, FORD, pero siempre inequívocamente americanos, y ¡grandes, muy grandes!
Tras el descubrimiento de la frenética actividad policial del día anterior, decidimos acogernos al “allá donde fueres haz lo que vieres”, así que donde la gente corría un poquito, pues nosotros nos dejábamos ir, y donde iban a paso de tortuga sin motivo aparente, pues nosotros también a pasear.
De todas formas, avanzamos a un ritmo bastante bueno, ya que nos fuimos turnando para conducir y pegar una cabezadita, y comimos algo rápido en un área de servicio de estas típicamente americana, en las que hay absolutamente de todo.
A eso de 100 millas de llegar a Boston empezamos a ver letreros que indicaban Springfield. ¡Hombre, el pueblo de los Simpsons…! Pero no…, no se trataba de ese, si no de otro, con una opción que había descartado previamente porque el horario ya sabía que no nos encajaba ni en sueños: el Basketball Hall of Fame.
Así que tras comprobar que íbamos bien de hora, y que tampoco haríamos nada ya al llegar a Boston, salimos de la autopista y nos acercamos a verlo (no nos separamos más de cinco o seis kilómetros de la autopista).
El sitio estaba cerrado evidentemente, pero hacia tan solo media hora que habían bajado la persiana (¡que lástima!), así que hicimos un par de fotos, chafardeamos lo que pudimos por fuera, y cuando oscureció totalmente reemprendimos la marcha..
Finalmente, a eso de las 9 de la noche llegamos a nuestro hotel en Framingham, en las afueras de Boston. Era un Red Roof Inn, rollo motel de carretera total, con los coches aparcados en la puerta de las habitaciones. Parking gratis y wi-fi de pago
A pie de la autopista, pero en un enclave estratégico para nuestros planes de los días siguientes, ya que a parte de estar a unos 20 kilómetros del centro de Boston, permitía coger la autopista directamente tanto hacia Wrestham, como a Salem o Cap Cod sin tener que entrar en Boston.
Por 79$ los tres por noche, era de lo mejor que se podía encontrar. No había desayuno, sino la eterna cafetera dispuesta a todas horas, y unas maquinas de vending y la maquina de hielo en la calle. Prácticamente pared con pared, un DunkinDonuts que servia para un apaño. Para todo lo demás, imprescindible coger el coche.
Cuando llegamos, un grupo de chicanos en ropa interior en medio de la calle, bebiendo cervezas y con las puertas de las habitaciones abiertas, nos dieron un poco de mal rollo. Luego descubrimos (intuimos) que no eran mas que unos currantes alojados de lunes a viernes comentando la jugada. El viernes desaparecieron todos.
Esa noche nos comimos unos sándwich que nos habíamos hecho en el camino, y caímos redondos en las camas.
Otro nuevo día, y como siempre, diana relativamente pronto para aprovechar el día.
No he comentado antes que en el hotel no hay opción de solo alojamiento, aunque igual si que lo es, ya que el desayuno siempre estaba incluido, aunque en este caso, por ejemplo, aparte del café a todas horas (de todos los tipos de aguachirri posible), solo había minitetrabiks de zumos, muffies y croissants. A nosotros ya nos iba bien para tomar algo y salir pitando, pero te debes olvidar completamente del concepto “desayuno para aguantar medio día sin comer”. Este es otro de los motivos por el que compramos la mini nevera, ya que podíamos meter batidos, zumos, algo de embutido envasado y chocolate, etc… Todo esto lo íbamos comprando en los supermercados que nos encontrábamos, y luego, en los hoteles, íbamos cambiando el hielo, ya que no hay ningún hotel ni motel de carretera que se precie que no tenga una maquina de cubitos…
El plan de hoy era hacer kilómetros (bueno, millas) para llegar a la tarde noche a Niágara Falls, donde habíamos reservado una noche de hotel. La idea original era pasar dos noches en Niágara, y llegar hasta Toronto para subir a la CN Tower y ver torontoentero, pero conforme fueron pasando los días, nos lo fuimos repensando, y ayudados por las críticas no muy positivas sobre Toronto, decidimos no ir. Así que de momento, pasaríamos una noche en Buffalo, y luego, ya veríamos…
Al comenzar la ruta, tuvimos que escoger entre ir hacia Lancaster o hacia Gettysburg, y la decisión fue unánime: Lancaster, así que en otra ocasión veremos los escenarios de la mayor batalla de la Guerra Civil Americana.
¿Y que hay en Lancaster? Pues por si alguien no lo sabe, es la concentración de Amish y Mennonitas más grande de Pennsylvania. Los Amish (una parte de los Mennonitas mucho más ortodoxos), viven preconizando una vida sencilla, y carente de lujos superfluos, en los cuales incluyen la mayoría de las tecnologías.
Así pues, como habréis visto en más de una película, visten con ropas oscuras que parecen sacados de hace dos siglos, conducen carros de caballos y se dedican a la agricultura y la ganadería pero utilizando antiguos métodos de labranza y pastoreo.
Así que después de un par de horas de coche, nos plantamos en el centro de visitantes de Lancaster. Yo no pude acceder, porque todo el centro estaba en obras, y me quedé en el coche (mal aparcado) mientras las muchachas iban a investigar.
Por lo que les dijeron los “ingleses” (no Amish) de la oficina, los Amish circulan libremente por los alrededores, haciendo vida completamente normal, pero desprecian bastante a los turistas, y no se prestan a dejarse fotografiar ni a dar conversación, y rehuyen bastante la relación con los de fuera de su congregación.
No obstante, hay varios centros de visitantes y poblados Amish, donde unos “amish” domesticados (ingleses disfrazados) te enseñan sus cosas y costumbres, te venden tus productos, te pasean en carro, e incluso te permiten comer en unos aparentemente autóctonos comedores comunitarios. ¡Puro cartón piedra! A la que té fijas un poco, ¡estos “amish” fuman, hablan por el móvil y conducen pick-ups!.
Pero bueno, a fuerza de dar vueltas, y parar aquí y allá, y con bastante teleobjetivo, conseguimos una buena colección de fotografías de los más huraños, y aparentemente auténticos Amish.




Cualquier sitio es bueno para llevar niños:

Versión amish del autobús escolar:

¿Repostando?

Entre las cosa curiosas, se ve esta especie de patinete que utilizan, pero no nos dio tiempo de fotografiar a los que los montaban…

Parece ser, que debido a múltiples accidentes y colisiones con automóviles, el gobierno les ha obligado a instalar luces y frenos en los carros.

Un detalle de los edredones que confeccionan para vender a los turistas…

Otra de las cosas interesantes de la zona, y que no tiene nada que ver con los Amish, son los puentes cubiertos: realmente curiosos, y desde luego, proporcionan una autentica imagen rural “made in USA”. Estuve un rato en uno, esperando a ver si cazaba algún carro Amish transitando por él, pero no fue posible.



Después de todo esto, nos pusimos de nuevo en marcha, con destino Buffalo.
Comimos algo en un área de servicio, intrascendente, pero suficiente para cubrir el expediente.
Al cabo de un rato conduciendo, decidí dejarle el coche a mi mujer, y fue ponerse al volante, y empezar a chispear hasta que le acabo cayendo el diluvio universal, lo que combinado con un trozo de obras que pilló, hizo que me devolviese el volante al cabo de poco más de una hora, pero bueno, al menos me medio hice una siestecilla, que ya lo necesitaba…
Durante el trayecto, también disfrutamos de una inusual actividad policial, ya que vimos como detenían a un par de coches (con toda la parafernalia de luces y sirenas), víctimas de sendos radarazos (suponemos), y también vimos un par de coches patrulla escondidos detrás de los habituales anuncios, al más puro estilo road movie.
Por fin, sobre las 7h de la tarde llegamos al Howard Johnson, nuestro hotel en Niagara Falls. Lo escogimos por tres cosas: era barato, estaba en el lado USA al lado del puente, y tenia parking gratis. Pero era un dos estrellas justito.
Una vez acomodados, y cuando comenzaba a anochecer, le sugerí a mi tropa cruzar la frontera para ver las cataratas iluminadas, a lo que mi hija me contestó escépticamente: ¿ahora?. Y todavía se quedó más a cuadros cuando le dije que íbamos a ir andando… Estaba convencida de que las cataratas estaban en mitad de la montaña, y no se creía que estuviesen allí en medio.
El caso es que cruzamos el puente, y desde este como ya había oscurecido, vimos las cataratas iluminadas: bonito, pero un poco pretencioso. A mi, desde luego, me gustaron más por la mañana, al natural. Hay que decir, que para salir de USA no te decían ni adiós, pero ya vimos que para entrar era diferente, así que antes de salir, aseguraros muy bien de llevar el pasaporte, dinero y cualquier documento que se os ocurra (mi hija llevaba siempre encima una chuleta con todos los teléfonos de embajadas, servicios de emergencias, compañías de seguros y asistencia en viaje, etc…).


En el lado canadiense, una policía solitaria en una garita, nos pegó un vistazo a los pasaportes, los selló, ¡y listos! ¡welcome to Canada!.
Ya le dimos el primer repaso al Hardrock Café y resto de tiendas de souvenirs, mientras íbamos bordeando el río, pero enseguida empezamos a encontrar mucha gente apalancada en los miradores y en cualquier sitio desde el que se viesen las cataratas, y entendimos que esperaban una especie de castillo de fuegos artificiales, así que como no conseguíamos ver gran cosa, y eso no nos atraía mucho, nos fuimos hacia la zona de Clifton Hill.
Esta zona es tal cual como Lloret o Benidorm un viernes de agosto por la noche, es decir, mucho ruido, muchas luces, y muuuuuuucha gente “cargadita”. Lo que pasa, es que como es un entorno bastante de familias y tal, pues el personal no se desmadra en exceso, pero vamos, que es completamente prescindible.

Acabamos en un lugar llamado Boston Pizza, así que podeis imaginar lo que cenamos, aunque barato fue, ya que nos pusimos hasta las orejas, y al final nos trajeron un paquetito con lo que había sobrado para que nos lo llevásemos (¡). En fin , tres personas, pizza a tutiplen y bebidas a rellenar sin limite, postre y expressos para dos , unos 50€ al cambio (casi 70 dolares canadienses). Nota: aquí pagamos todo en tarjeta para no tener que cambiar moneda, pero vimos que aceptan el dólar USA en todas partes, pero te hacen el cambio un poco de aquella manera.

Al salir ya se había acabado el espectáculo, así que nos acercamos a hacer un par de fotos nocturnas.


De vuelta a la frontera, llegamos a los famosos tornos canadienses, y por supuesto, no tenia las monedas de 50 centavos para cruzar, pero es que además, el billete que tenia más pequeño era de 20 dólares, así que lo introduje en la maquina que da cambio (dentro del mismo edificio de aduana canadiense, al lado del torno), y me equipe de monedas de 50 para unos días.

Ahora era al revés, en el lado canadiense echas la moneda, pasas el torno, y no ves ni a un policia, pero en el lado USA….¡versión mini del control de inmigración del aeropuerto! Fila perfectamente ordenada detrás de la raya del suelo, mostradores individuales con el Border Police detrás, y nuevo mininterrogatorio: ¿de donde viene?¿ Cuánto tiempo ha estado en Canada? ¿Cuánto tiempo estará en USA?, etc, etc, etc… Para rematarla, una vez pasamos el control, nos equivocamos de puerta, y en vez de salir por el lado de los peatones, salimos por donde registran los coches. En vez de volver a entrar, seguimos andando, haciéndonos los despistados, pero evidentemente, como en las películas de fugas, oyes que te dan el alto por detrás cuando estás a punto de cruzar la ultima puerta ¿me dispararán si no me paro?
En fin, vamos a dormir, que vaya día que llevamos…
27/08 (jueves)
Bien, aquí si que tenemos un desayuno medio decente, así que lo aprovechamos, y hacemos el checkout, ya que la noche anterior decidimos que acabaríamos de ver Niágara por la mañana, y que cuando acabásemos tirábamos para Boston a la hora que fuese, y ya llegaríamos. Hicimos una reserva en un motel que podíamos anular hasta la 10 de la noche, por si se hacia tarde y queríamos parar por el camino.
Cargamos el coche, y nos fuimos hacia el puente a buscar donde dejar el coche, pero después de dar varias vueltas, todo lo que encontramos eran 3$ ó 4$ la hora, así que dimos la vuelta, volvimos al hotel, y lo volvimos a aparcar exactamente donde había pasado la noche. Si me decían algo, les diría que solo lo dejaba hasta las 12h, pero no apareció nadie, así que allí se quedó tan ricamente hasta que nos fuimos.
Como ya habíamos visto el plan, cruzamos rápidamente la frontera hacia el lado canadiense, y nos fuimos directos al Maid of the Mist, soltamos los 15$ de rigor por barba, y nos subimos al segundo barco de la mañana (creo que empezaba a las 9h), ya que el primero se nos escapó por unos abueletes japoneses que llevábamos delante, y que fue un poema adelantar por las escaleras que bajan al embarcadero.

De esto, ¿qué decir? ¡Es inexcusable! ¡Muy, muy divertido! Y desde luego la prespectiva y la noción de lo que es el salto de agua en sí, es completamente diferente de lo que puedes experimentar viéndolo desde fuera. El impermeable que te dan es una capelina que tapa bastante, pero así y todo te pones chorreando completamente, así que intentar ir solo en pleno verano, porque allí debe hacer fresquete en otras épocas…




Cuando llegas al centro del Horseshoe, entras en una nube de agua pulverizada que se cuela por todas partes, ¡porque además hace un aire de narices! (al menos cuando estuvimos nosotros), y el estruendo del agua es ensordecedor. ¡Es una situación electrizante e inolvidable! Lástima que el display de mi cámara de fotos decidiera empañarse completamente por el interior, lo que me impidió hacer algunas fotos “comme il faut”.


De vuelta a la terraza canadiense, estuvimos un rato paseando de un lado para otro, y finalmente, decidimos ir tirando hacia el coche, mientras íbamos haciendo cuatro compras.
Hay la opción de subir al Skylon, que debe tener muy buena vista, pero es que las alturas y yo no hacemos buena pareja, y aquí había leído que da un poco de “risa”, así que lo desestimamos.




La conclusión general, es que las cataratas en si son un gran espectáculo, pero el entorno es una burda imitación de Las Vegas, o vete a saber qué… Si tenéis ocasión, una visita relámpago creo que es lo ideal, a no ser que hagáis una ruta USA-Canada y os pille de paso.
Bueno, pues sobre las 12h abandonábamos Niagara, con destino a Boston y 700 km por delante, aunque todo de autopista.
En general, las autopistas son gratuitas, pero en las proximidades de las grandes ciudades suelen ser de pago. En este trayecto, también pagamos algún peaje intermedio, pero son bastantes baratos.
Aprovecho para hacer algún comentario sobre el automovilismo en USA: Olvidaros de ver grandes Cadillacs, o las aparatosas limusinas de Manhattan. Los únicos turismos “made in USA” que se ven son el Dodge Charger, y algún Mustang o Camaro. El resto son japoneses o coreanos. (¡tremenda la cantidad de Hyundais, por ejemplo)
Si queréis algo realmente yankee, lo suyo son los pick-up, un buen Dodge RAM 1500 ó un Chevrolet Silverado de 5.700cc. (de gasolina, por supuesto), y seréis los reyes de la carretera (¡vimos hasta un V8 de 8.1 L!). Se ven más que SEAT IBIZA en España…
Las motos de carretera no existen, así de sencillo. Puedes ver Harley’s a porrillo, pero un motero al estilo español, se pueden contar con los dedos de la mano.
Finalmente, los camiones son un mundo aparte, al contrario que los turismos, aquí solo hay exclusivamente los americanos MACK, CHEVY, FORD, pero siempre inequívocamente americanos, y ¡grandes, muy grandes!
Tras el descubrimiento de la frenética actividad policial del día anterior, decidimos acogernos al “allá donde fueres haz lo que vieres”, así que donde la gente corría un poquito, pues nosotros nos dejábamos ir, y donde iban a paso de tortuga sin motivo aparente, pues nosotros también a pasear.
De todas formas, avanzamos a un ritmo bastante bueno, ya que nos fuimos turnando para conducir y pegar una cabezadita, y comimos algo rápido en un área de servicio de estas típicamente americana, en las que hay absolutamente de todo.
A eso de 100 millas de llegar a Boston empezamos a ver letreros que indicaban Springfield. ¡Hombre, el pueblo de los Simpsons…! Pero no…, no se trataba de ese, si no de otro, con una opción que había descartado previamente porque el horario ya sabía que no nos encajaba ni en sueños: el Basketball Hall of Fame.
Así que tras comprobar que íbamos bien de hora, y que tampoco haríamos nada ya al llegar a Boston, salimos de la autopista y nos acercamos a verlo (no nos separamos más de cinco o seis kilómetros de la autopista).



El sitio estaba cerrado evidentemente, pero hacia tan solo media hora que habían bajado la persiana (¡que lástima!), así que hicimos un par de fotos, chafardeamos lo que pudimos por fuera, y cuando oscureció totalmente reemprendimos la marcha..

Finalmente, a eso de las 9 de la noche llegamos a nuestro hotel en Framingham, en las afueras de Boston. Era un Red Roof Inn, rollo motel de carretera total, con los coches aparcados en la puerta de las habitaciones. Parking gratis y wi-fi de pago
A pie de la autopista, pero en un enclave estratégico para nuestros planes de los días siguientes, ya que a parte de estar a unos 20 kilómetros del centro de Boston, permitía coger la autopista directamente tanto hacia Wrestham, como a Salem o Cap Cod sin tener que entrar en Boston.
Por 79$ los tres por noche, era de lo mejor que se podía encontrar. No había desayuno, sino la eterna cafetera dispuesta a todas horas, y unas maquinas de vending y la maquina de hielo en la calle. Prácticamente pared con pared, un DunkinDonuts que servia para un apaño. Para todo lo demás, imprescindible coger el coche.
Cuando llegamos, un grupo de chicanos en ropa interior en medio de la calle, bebiendo cervezas y con las puertas de las habitaciones abiertas, nos dieron un poco de mal rollo. Luego descubrimos (intuimos) que no eran mas que unos currantes alojados de lunes a viernes comentando la jugada. El viernes desaparecieron todos.
Esa noche nos comimos unos sándwich que nos habíamos hecho en el camino, y caímos redondos en las camas.