Al día siguiente por la mañana cogimos el ferry hacia Hvar Town, donde íbamos a pasar el día antes de ir a Split. Lo primero que hicimos cuando llegamos fue buscar una consigna para dejar las maletas. Nos volvimos un poco locos para encontrarla, porque la consigna era una tienda, que te las guardaban en un cuarto que tenían por allí. Me pareció muy caro, 50 kn por cada maleta pequeña.
Una vez libres de cargas, nos dispusimos a recorrer la ciudad. Al primer sitio donde fuimos, antes de que hiciese mucho calor, fue a la Fortaleza Española (Tvrdava Fortica). Esta fortaleza está en un alto, visible desde toda la ciudad y es el mejor mirador de la zona. El nombre de “española” le viene por unos ingenieros españoles que colaboraron en su construcción. La subida andando es exigente, pero nada que no se solucione parando a admirar el paisaje un par de veces.


Nosotros decidimos no entrar a la fortaleza, porque lo que más nos interesaban eran las vistas, y esas se pueden ver desde fuera. Ciertamente merece subir para admirar las espléndidas vistas de la bahía de Hvar y las islas Pakleni.

Fuimos bajando y ya callejeamos un poco descubriendo los encantos de la ciudad. La plaza de San Esteban es el centro neurálgico, y donde se encuentran algunos de los principales monumentos, como la Catedral, el Arsenal, el Palacio del Rector,... Situada junto al puerto, es la plaza más grande de Dalmacia.




Después compramos algo de comer y fuimos por el paseo marítimo que sale hacia el oeste, que enlaza varios hoteles y playas, hasta que vimos un sitio que nos apeteció sentarnos a comer. Después pasamos un buen rato bañándonos, hasta que se levantó un viento fuerte y se hizo desagradable estar allí. En esa zona hay varias playas públicas y sobre todo muchos beach club. El agua muy clara, aunque había pocos peces.


Compramos el billete para el siguiente ferry que salía para Split y volvimos al puerto. Antes, pasamos la torre de una iglesia abandonada y fuimos al monasterio franciscano, situado junto a una pequeña playa en un entorno idílico.


Hicimos tiempo paseando por las callejuelas de Hvar, realmente encantadoras, hasta que salió el ferry. Para entonces el viento ya era muy fuerte y el viaje en barco fue una pesadilla. Los movimientos y las olas daban miedo, las luces se apagaban, los empleados no daban abasto repartiendo bolsas para vomitar,… El trayecto de poco menos de una hora se nos hizo larguísimo.


En Split nos alojábamos las siguientes dos noches en un apartamento estratégicamente situado cerca del puerto, cerca del centro y cerca de la oficina del coche de alquiler.
Después de la ducha y de reponernos del susto del barco, salimos a cenar tranquilamente. Tras intentarlo en un restaurante muy recomendado pero que estaba lleno, cenamos en la konoba Marjan, también recomendado. Comimos un goulash de pulpo espectacular, un arroz negro bastante rico y unos mejillones, que bajaron el nivel de la comida ya que estaban muy salados.
De vuelta al apartamento dimos un primer paseo por el palacio de Diocleciano, muy animado por la noche. En el peristilo había música en directo y allí nos quedamos un rato, maravillándonos con la belleza del entorno. Al día siguiente lo recorreríamos con más calma.
