Mientras preparaba el viaje a Nueva York, descubrí que una de las visitas imprescindibles que se aconsejan es el tour de contrastes. Pero ¿en qué consiste? Básicamente se trata de un itinerario por diferentes barrios (Harlem, Bronx, Queens, Long Island y Brooklyn) para conocer algunos de sus lugares emblemáticos y, en especial, la diferente forma de vida de sus residentes. A lo largo del recorrido, se realizan varias paradas, se camina por algunos lugares y se escuchan las explicaciones del guía acerca de cada sitio. Evitando los lugares más conflictivos, se puede hacer por libre, si bien quizás no compense aunque se utilice el metro porque hay que recorrer muchos kilómetros y requiere bastante tiempo.
Es posible contratarla desde España o allí, directamente. Existen muchas opciones: privada, vip, en furgoneta, metro, autobús… También varían los precios, los vi desde 25 hasta 70 dólares por persona. El itinerario es similar en todos los casos, y el recorrido dura entre tres horas y media y cinco horas, lo que, por lo que he podido averiguar, depende de cómo esté el tráfico, los tramos que se hagan a pie o en transporte público y lo que se enrolle el guía y por dónde vaya. Nosotros lo llevábamos incluido en el viaje y lo que vimos e hicimos estuvo acorde con lo que he leído del resto de tours con algunas salvedades que tampoco me parecieron sustanciales respecto a mis expectativas. Llevábamos un guía local que lo explicó todo con pelos y señales, quizás dando un exceso de información.
A toro pasado, pienso que el interés del tour viene dado por cómo amenice el guía su itinerario en cuanto a la historia de los barrios, su evolución y su modo de vida, añadiendo anécdotas y su relación con artistas, cantantes y personajes famosos. Para lograrlo, cada uno utiliza su sistema buscando convertir su excursión en más atractiva que otras opciones, de modo que funcione el boca a boca. Cada tour empieza en un lugar diferente, pero como característica común desde Midtown se suele ir hacia el norte, pasando -o no- por Harlem y luego al Bronx. No voy a hacer una descripción detallada del recorrido que seguimos porque cruzamos tantos puentes, carreteras y calles que sería incapaz de situarme correctamente; ni tampoco acerca de la gran cantidad de apuntes que nos proporcionó el guía, pues es mejor oírlos directamente mientras se va descubriendo cada sitio. Sin embargo, no resisto la tentación de dar mi opinión (muy personal, por supuesto) respecto a algunos aspectos que se repiten en todos los tours.
Las habituales panorámicas matutinas llegando desde Nueva Jersey. Lástima la luz de frente.
Fuimos hacia el norte por la Avenida Madison, cruzamos el puente sobre el río Harlem y llegamos hasta Macombs Dam Park, junto al estadio de béisbol de los Yankees. Allí dimos un paseo y le sacamos fotos. También contemplamos la estación de metro que utilizan los seguidores para llegar al estadio.
Después recorrimos una parte del Bronx, pasando por la Comisaria del Fuerte Apache (la de la película de Paul Newman), la Corte de Justicia, la Avenida Gran Concord y la zona sur, donde abundan los grafitis y memoriales de pandilleros, algunos fallecidos en peleas callejeras. Nos detuvimos en la plaza donde se encuentra el que recuerda al rapero puertorriqueño Big Pun, quien, paradójicamente, no murió en una trifulca, sino de un paro cardiaco por sobrepeso. También entramos en una tienda para probar especialidades de comida local que preparaban allí mismo. Tuvieron bastante éxito los dulces y las empanadillas.
Durante el trayecto se comentó que, aunque la situación ha mejorado mucho en los últimos tiempos, todavía sigue habiendo zonas no recomendadas para los foráneos en el Bronx, donde nos llamó la atención que el metro circula casi siempre por vías en alto. No faltaron las explicaciones sobre lo chungas que son varias calles, en las que había chicos con indumentarias supuestamente de pandilleros (gorras, pantalones caídos, bates o bastones), a quienes no debíamos fotografiar. Tampoco me apetecía, la verdad. No faltaron las zapatillas colgadas, las fachadas de casas marcadas con placas por el ayuntamiento o la policía por haber sido objeto de redadas, tiroteos o tráfico de drogas; igualmente, pasamos por una zona del río donde al parecer tenían lugar las espeluznantes pruebas a los novatos que pretendía ingresar en las pandillas. En fin, sin poner en entredicho ni mucho menos lo que nos contó el guía, me pareció que todo forma parte del ritual de una excursión muy demandada por los turistas y en la que no pueden faltar ciertos ingredientes que aparecen en los reportajes, series o películas que todos conocemos.
Rumbo a Queens, cruzamos varios puentes que nos dejaron unas vistas espectaculares del skyline de Nueva York, por mucho que la luz del sol de frente y la propia distancia emborronasen la nitidez de las fotos. Además, yo estaba del lado malo y no me salieron muy bien. Aun así, no me resisto a poner una muestra por si alguien quiere probar suerte. Las panorámicas eran alucinantes.
En el barrio Malba, nos mostraron chalets de gran tamaño y bonito diseño, con amplios y cuidados jardines, si bien no me deslumbraron, pues los encontré similares a los que puede tener en cualquier otra parte del mundo gente de clase alta sin más; porque, seamos sinceros, los realmente ricos no residen en casas que puedan contemplar los turistas desde una furgoneta o un autobús. No saqué fotos allí, ni tampoco del kilométrico cementerio de la ciudad, que divisamos desde la carretera. Después nos dirigimos hacia Flushing Meadows Corona Park, el parque más importante de Queens y uno de los más grandes de Nueva York, que ha sido sede de Ferias Mundiales en 1939 y 1964. Tras pasar junto al estadio de los Mets, fuimos caminando hasta las pistas de Tenis donde se celebra cada año el Open Usa, torneo que ha ganado Rafa Nadal en cuatro ocasiones y donde hace poco más de un mes Carlitos Alcaraz logró su primer Gran Slam. Soy una gran aficionada al tenis y me gustó mucho conocer el gigantesco pabellón principal, aunque solo fuese desde el exterior.
En este parque se han rodado varias películas, algunas tan famosas como Men in Black (Hombres de Negro), que convirtió las torres del Pabellón de Nueva York en naves alienígenas y que en la actualidad se encuentra en mal estado de conservación. Otro de sus iconos es la Uniesfera, una fuente que envuelve un enorme globo terráqueo construido en acero. A un lado se halla el Museo de Queens, que contiene una enorme maqueta de Nueva York.
Desde allí, volvimos a Manhattan y almorzamos en el restaurante Tick-Tock antes de proseguir el tour de contrastes. Esta vez nos pusieron sopa de picadillo, tortilla de verduras con patatas fritas y arroz con leche. A continuación, volvimos a surcar el centro de Manhattan, observando todo tipo de edificios, casas y calles, incluyendo una limusina blanca, un cocodrilo verde y un gorila amarillo.
Aunque no se comente en el tour, uno de los más obvios contrastes de Nueva York lo representan esas pequeñas casas de cuatro o cinco plantas rodeadas de colosos de cincuenta pisos y más. Parece mentira que subsistan, pero ahí siguen. En algunos pueblos y ciudades de España no han tenido tanta suerte.
Tras cruzar el río East, llegamos a Long Island, en el distrito de Queens, donde estuvimos paseando un buen rato, contemplando una de las panorámicas más espectaculares de Nueva York desde el Gantry Plaza State Park.
Este lugar se ubica en una zona de antiguas fábricas y astilleros, cuyas instalaciones se han restaurado de modo que ahora forman parte del entorno, colaborando a aumentar su atractivo, con los antiguos malecones convertidos en privilegiados miradores. Con la tarde fantástica de sol que teníamos, la máquina de fotos echaba humo en tanto jugábamos a identificar cada uno de los rascacielos que casi parecíamos poder tocar con la palma de la mano desde el otro lado del río, como la torre Chrysler y el edificio de las Naciones Unidas, que teníamos justo enfrente. Al fondo, a la derecha, se adivinaban la isla de Belmont, el Queensboro Bridge y las letras rojas del famoso cartel de Pepsi Cola. Una gozada de sitio y no demasiado concurrido.
Siguiendo con el tour de contrastes, continuamos hacia Brooklyn para conocer el barrio de Williamsburg, muy de moda en los últimos tiempos por su carácter multicultural. Allí se asienta la segunda comunidad judía ortodoxa más grande del mundo, integrada por más de 75.000 personas y que fuimos a visitar. Ya desde la carretera de acceso, distinguimos la larga fila de autobuses amarillos rotulados en su propia lengua, que utilizan para su propio transporte escolar, con cristales oscuros y zonas separadas para niños y niñas, pues tienen colegios exclusivos para mantener sus costumbres y su estricta forma de vida.
Dimos una vuelta a pie por el barrio, que estaba bastante más sucio que el resto de Nueva York, lo que ya es decir. El paseo resulta muy ilustrativo sobre la peculiar manera de vestir de los miembros de esta comunidad ultra ortodoxa, cuyas mujeres adultas deben raparse el pelo y cubrirse la cabeza con un pañuelo o ponerse una peluca. Aunque se dice que las mujeres y los hombres tienen prohibido caminar juntos, vimos algunas parejas, muy jóvenes, llevando ambos de la mano a sus hijos. ¿Maridos progresistas? Pues no sé. Asimismo, nos llamó la atención que muchos hombres fuesen hablando con sus teléfonos móviles mientras caminaban incluso más deprisa que en Manhattan, y también la gran cantidad de niños pequeños que había, incluso madres y padres empujando carritos con un par de bebés y otros dos o tres críos a su alrededor. Se casan muy jóvenes y el índice de natalidad de esta comunidad es muy alto. No les gusta que les hagan fotos, algo perfectamente comprensible y respetable, así que solo capté alguna imagen aislada desde el autobús, que he distorsionado para que no se reconozca a nadie.
A continuación, cruzamos el Puente de Manhattan y nos dirigimos a otro de los puntos de mayor atracción turística de Nueva York, el Puente de Brooklyn, que estaba a rebosar de gente con la puesta de sol ya en ciernes. Tiene una longitud de 1.834 metros, una altura máxima de 84 y se tarda en recorrer a buen paso por al menos veinte minutos de extremo a extremo, si bien el panorama en ambos lados y desde los dos extremos resulta tan atractivo y se toman tal cantidad de fotos que el tiempo se alarga inevitablemente. Por la parte superior pasan los peatones, los corredores y las bicicletas (cuidado con ellas) y, además, suele estar plagada de vendedores ambulantes con sus mercancías instaladas en el suelo, de modo que no queda mucho sitio libre para dar un paseo tranquilo. Los coches circulan por un nivel inferior, al que no puede acceder autobuses y otros vehículos de gran tonelaje.
Este puente, que une Manhattan con Brooklyn, se construyó entre 1870 y 1883, y durante seis años fue el puente colgante más largo del mundo. Aparte de haberse convertido en un icono de Nueva York, en el momento de su inauguración fue un emblema innovador de la ingeniería del siglo XIX por la pionera utilización del acero en gran escala para su construcción. En 2017, Estados Unidos lo remitió a la UNESCO como candidato para ser declarado Patrimonio de la Humanidad.
El Puente de Brooklyn desde el de Manhattan (arriba) y navegado por el río East (abajo).
Por lo demás, poco se puede decir. Lo mejor de este puente es contemplarlo con sus cables y farolas de estilo retro, recorrerlo y mirar en todas direcciones para descubrir edificios, otros puentes e islas; incluso a lo lejos intuir la silueta verde de la Estatua de la Libertad. Tuve claro que quería volver más adelante.
Tras decenas de fotos, volvimos a cruzar el Puente de Manhattan, que nos ofreció vistas inéditas al atardecer. No tiene tanta fama como el de Brooklyn, pero cuenta con un acceso monumental y una pasarela para peatones. Aunque sus panorámicas más repetidas son las que se obtienen desde DUMBO, proporciona otras, también magníficas y bastante menos conocidas. Tuve ocasión de regresar otro día con mejor luz.
El Puente de Manhattan y la playa de los guijarros desde el Puente de Brooklyn.
Atardecer desde el Puente de Manhattan.
A continuación, nos trasladamos hasta Chinatown y Little Italy, zonas que recorrimos a pie. En el barrio chino, recorrimos las típicas tiendas con toda clase de artículos (falsificaciones incluidas) y puestos que ofertaban comestibles “raros”, si bien no vimos animales vivos a la venta, como me habían comentado que unas amigas de cuando estuvieron hace tres o cuatro años. Menos mal. La pandemia debió acabar con tales prácticas.
Aunque la zona china se mezcla con la italiana, invadiéndola casi, a juzgar por la enorme cantidad de terrazas instaladas en calzadas y aceras al anochecer, la Pequeña Italia, parece que ha dejado de ser un barrio popular, con turbios antecedentes mafiosos, para convertirse en un lugar eminentemente turístico, plagado de cafeterías, restaurantes y tiendas de recuerdos. Aquí empecé a notar que la cámara no iba bien con poca luz.
Y allí finalizó el tour de contrastes, que (en mi opinión) no hace sino poner de manifiesto las penas y glorias, opulencias y miserias de cualquier gran ciudad del mundo por mucho que nos encontrásemos en Nueva York, lo que ni mucho menos significa que no merezca la pena el recorrido, pues es muy interesante.
Después de casi doce horas de trasiego, bien entrada la noche, volvimos al hotel para cenar.