El programa de esta jornada ofrecía como visita incluida un tour de compras en unos conocidos outlets de Nueva Jersey, dado que el famosísimo Century 21 de Nueva cerró. Sin embargo, nosotros –con el tipo de cambio del dólar y los precios americanos- no teníamos intención de comprar nada y menos aún nos apetecía perder varias horas recorriendo tiendas en busca de chollos. No es que lo esté criticando, cada cual entiende estas cosas a su manera y dedica su tiempo a lo que le gusta, pues no faltaba más, pero confieso que no me seducen especialmente las compras ni las tiendas, y menos cuando estoy de vacaciones. Así que le comentamos al guía que iríamos por nuestra cuenta. Naturalmente, no puso ninguna pega; al contrario, la noche anterior tuvo el detalle de acompañarnos hasta la parada del autobús que teníamos que coger para trasladarnos a Manhattan, y que se hallaba a unos pocos minutos caminando desde el hotel.
Esa mañana queríamos hacer un crucero que salía a las 10, así que desayunamos temprano y dejamos el hotel sobre las ocho para ir con tiempo suficiente. Cogimos el autobús 190 hasta Port Authority Bus Terminal. Cuesta 3 dólares (2,75 con la metrocard de recarga). Era sábado y, pese a que el tráfico era denso, los atascos no tenían nada que ver con los de los días anteriores, de modo que llegamos en torno a las ocho y media. En teoría, tardaríamos un cuarto de hora en alcanzar el muelle desde donde zarpan los barcos turísticos de la compañía Circle Line Sightseeing Cruises.
Caminando por las calles de la ciudad que se desperezaba, nos encontramos con muchas personas sin hogar, durmiendo en el suelo o entre cartones. También vimos colas en la puerta de algunas iglesias y otros centros caritativos, donde se ofrecía comida caliente a las personas necesitadas. Decir que, aparte del lógico sentimiento de pesar que produce ver a la gente así, la situación no nos generó sensación de inseguridad, pues cada uno se ocupaba de lo suyo sin meterse con nadie. De pronto, nos pareció que tardábamos demasiado y nos dimos cuenta de que íbamos en dirección contraria, hacia el río East en vez de hacia el Hudson. Nos tocó retroceder, recorriendo el entretenido entorno de la calle 42, con los enormes carteles de sus escaparates, algunos de los cuales ya estaban encendidos. Todo un contraste con el ambiente de pobreza anterior.
Muy cerca de nuestro destino se encuentran los rascacielos del nuevo barrio de Hudson Yards, que nos sirvieron de referencia ya desde lejos.
Llegamos al muelle sobre las nueve y veinte. Se incluyen varios cruceros en las tarjetas turísticas, pero nos interesaba el Best of New York City, de dos horas y media, el único que da la vuelta completa a la isla de Manhattan, surcando tres ríos y atravesando veinte puentes. Entonces solo lo ofrecía la Go City, y esa fue la razón principal de preferir esta tarjeta a la Sightseeing Pass. Antes de ponernos en la cola para subir al barco, fuimos a la taquilla, donde nos dieron los billetes tras escanear el código QR de las tarjetas. Conviene ir pronto para coger buen sitio, pues las mejores vistas se obtienen en la cubierta superior, al aire libre, del lado izquierdo, junto a la barandilla. El barco tiene dos grandes salas interiores climatizadas, pero, aunque la mañana amaneció con algunas nubes y soplaba un viento bastante fresco, que imaginábamos se notaría más durante la travesía, preferimos aguantar en el exterior todo el tiempo posible.
Antes de embarcar, empezamos con el ritual de la foto que te hacen en las atracciones, sobre todo en los cruceros y en los observatorios. Como era el primero, esta vez nos pilló por sorpresa y accedimos. Naturalmente, no teníamos intención de comprar esas fotos. ¡Menudos precios! De modo que en lo sucesivo pasamos de largo con un "no photo" y sin problemas.
Nada más zarpar, nos quedó claro que el crucero no nos iba a decepcionar en absoluto, y pese a que en algunos tramos el sol daba de frente las vistas eran fantásticas. El barco se dirigió hacia el sur por el río Hudson, mientras a nuestra izquierda quedaba la zona de Midtown, con sus rascacielos más emblemáticos ante nuestros ojos.
Entre lo más espectacular, por tenerlo muy cerca, el nuevo barrio Hudson Yards con sus altísimos rascacielos, algunos todavía en construcción, entre los que enseguida atrajo nuestra mirada el observatorio Edge, en el piso cien del edificio 30 Hudson Yards, que teníamos intención de visitar al día siguiente. Igualmente, rodeado de altísimas moles de cristal, pudimos distinguir la inconfundible estampa de The Vessel.
Un poco más adelante, apareció a la derecha, la señorial figura del Empire State, elegante e inconfundible. Y es que este edificio posee un halo especial que eclipsa a los demas en cualquier skyline de Nueva York.
A lo largo del trayecto, un guía fue explicando en directo y en inglés la historia de la ciudad y todo lo que se veía a un lado y otro. Creo que hay auriculares para seguir el relato en varios idiomas, pero preferimos adivinarlo por nuestros propios ojos, para lo cual nos vinieron muy bien los recorridos que habíamos hecho en los dos días previos. Así lo disfrutamos más, aunque inevitablemente se nos pasaron algunos detalles por alto.
El panorama se fue abriendo según avanzábamos de camino hacia la orilla occidental del Bajo Manhattan, que surgía a contraluz, si bien sabíamos que la situación cambiaría a mejor en cuanto el barco virase hacia el norte para tomar el río East.
Pero antes íbamos a disfrutar de uno de los platos fuertes de la jornada: la Estatua de la Libertad, que como todo el mundo sabe fue un regalo que le hizo Francia a Estados Unidos en 1886, convirtiéndose posteriormente en un auténtico emblema de Nueva York.
Al acercarnos, las masas se pusieron (perdón, nos pusimos) de pie en la cubierta y tuve que esforzarse para captar la estatua con la cámara entre una auténtica maraña de cabezas, ya que quedaba a la derecha, al lado contrario al que estábamos. Sin embargo, no podíamos movernos si no queríamos perder el sitio, ya que el barco iba prácticamente lleno y ya sabemos aquello de que "el que se fue a Sevilla..."
El barco viró, se detuvo unos momentos bastante cerca de la estatua y la isla donde se asienta quedó de nuestro lado, ofreciéndonos un panorama espléndido, inolvidable realmente, con el perfil de los rascacielos de New Jersey de un lado y el Distrito Financiero de Manhattan al otro. Apreciamos entonces su enorme altura (93 metros) al compararla con la multitud que movía en su base, como si fuera una interminable sucesión de diminutas hormigas. ¡Madre mía, la cantidad de gente que había allí, y solo eran las diez y media de la mañana! Sin duda, será una de mis estampas favoritas entre las muchas que me traje de este viaje, aunque quedará sobre todo en mi memoria, pues las fotos no le hacen justicia. A un lado distinguimos también el perfil de la Isla de Ellis, que se convirtió en la aduana de la ciudad a finales del siglo XIX, acogiendo la llegada de 12 millones de inmigrantes entre 1892 y 1954, y cuyo edificio principal es actualmente un museo.
Teniendo ya el Distrito Financiero de frente, pudimos comprobar la altura del One World, que sobresale claramente por encima del resto de los edificios, realidad que, sin embargo, se pierde desde otras perspectivas.
También eran buenas las vistas de Nueva Jersey.
El barco se dirigió hacia el río East, dejándonos ver de frente Battery Park, donde se cogen los barcos que van a la Estatua de la Libertad, y los rascacielos de cristal del Distrito Financiero, también en contraste el entorno del Puerto de South Street, que cuenta con algunas de las edificaciones más antiguas del Bajo Manhattan. A la luz del sol, las panorámicas eran fantásticas.
Y todavía lo fueron más cuando al fondo apareció el Puente de Brooklyn, enmarcando una de las postales más famosas de Nueva York, aunque esta vez tomada desde el río. No tardó en presentarse también el Puente de Manhattan, construido en 1901.
El paso por debajo de ambos puentes nos volvió a proporcionar unas vistas estupendas. Lo malo era que cada vez notábamos más un viento que se había vuelto bastante frío.
Superado Williamsburg Bridge (en esa zona vimos muchas gruas, deben de estar haciendo alguna obra importante), empezamos a vislumbrar el skyline del Midtown, reconociendo nítidamente edificios como el Empire State, de nuevo el 30 Hudson Yards, el Summit One Valderbit, el precioso Chrysler (¿por qué en las fotos nunca sale tan bonito como es? y la sede de las Naciones Unidas.
También nos llamaron la atención unas chimeneas muy altas de lo que parecía ser unas antiguas fábricas. Estaba intrigada y cuando lo consulté en internet me enteré de que pertenecen a la Consolidated Edison Company of New York, que prové de electricidad, gas y calefacción urbana a la ciudad y se encuentran en la calle 15. Tiene su sede central en el Distrito Financiero, en un edificio al que me referiero en otra etapa.
Pegadas al pintoresco puente de Queensboro, de 1909, que comunica Manhattan con la Isla de Roosevelt, pudimos contemplar las cabinas rojas del teleférico que va hasta allí. Y pasado el puente, otro perfil de las construcciones del Alto Manhattan.
Más al norte, dejamos el río East para tomar el Harlem, en cuyo barrio los rascacielos modernos comenzaron a desaparecer. Con otro tipo de panorama y el aire todavía más frío, decidimos ir a tomar un café calentito. Perdimos nuestras sillas privilegiadas junto a la barandilla, pero necesitábamos entrar en calor. Ya con el vaso del café (estaba ardiendo) en la mano, notamos la temperatura de las salas interiores demasiado alta porque había calefacción, así que nos dirigimos a la proa, que ofrecía unas vistas fantásticas y donde había poca gente. Para evitar el frío, entrábamos y salíamos al exterior, según lo que veíamos nos gustase más o menos.
En la zona norte, con Harlem a nuestra izquierda y el Bronx a nuestra derecha, pasamos bajo varios puentes, como Robert Kennedy, Willis Avenue, Thrid Avenue, Park Avenue, Madison Avenue, Harlem River Swing, Macombs Dam, High Bridge, Washington Bridge, University Heights... Y otros que no recuerdo. No nos hubiese venido mal contar in situ con un mapa, pues nos resultaba difícil seguir las explicaciones en inglés que se daban por los altavoces.
Divisamos parques y edificios llamativos, como el Manhattan Center for Science and Mathematics, hasta que pasado el Broadway Bridge llegamos a las zonas verdes del Inwood Hill Park, donde el barco vira hacia el sur para encarar de nuevo el río Hudson a través del Henry Hudson Bridge y del Spuyten Duyvil Railroad Bridge.
De nuevo con un espectacular panorama de rascacielos al fondo, pasamos bajo el puente de George Washington y contemplamos a la derecha de una de sus patas la estampa del Little Red Lighthouse, un pequeño faro de color rojo actualmente inactivo. Pese a que de lejos parece diminuto en comparación con el gigantesco tamaño del puente, mide 12 metros de alto y se puede visitar. También distinguimos la cúpula del enorme mausoleo en memoria del General Grant.
El sol estaba un poco oculto entre las nubes y el panorama que se nos ofrecía del Alto Manhattan tenía un toque misterioso que atraía sin remedio, pero que las fotos no reflejan en absoluto.
Y con New Jersey a la derecha y el skyline de Nueva York a la izquierda, regresamos al punto de partida. Pese a que pasamos un poco de frío (no nos habíamos abrigado demasiado a causa del calor del día anterior), nos gustó mucho esta excursión en barco, ya que nos permitió contemplar panorámicas inéditas e impresionantes.
Como nos pillaba de paso y a la hora justa, fuimos al Tick-Tock para comer. Nos pusieron ensalada, hamburguesa con patatas fritas y arroz con leche.