En cuanto a las conclusiones, la principal es que me ha gustado mucho el viaje, y que conocer Nueva York supone una experiencia por la que merece la pena hacer un vuelo de ocho horas. Otra cosa es el momento elegido. Todo estaba carísimo, pues a la inflación que también padecen los americanos, se unía el cambio poco favorable en estos momentos del euro respecto al dólar. Claro que la situación todavía puede empeorar, así que no me arrepiento ni mucho menos, sobre todo por la magnífica climatología de que disfrutamos.

Creo que Nueva York es una ciudad que cualquier persona a quien le guste viajar debe visitar al menos una vez en la vida, al margen de cómo luego la juzgue cada cual. A mí marido le gustó el viaje, pero no la vorágine urbana. A mí, personalmente, me resultó espectacular, tanto en lo bueno como en lo malo. Sobre lo primero, la encontré animada, multicultural, diferente de las ciudades europeas, con acusados contrastes en su arquitectura y en la forma de vida de sus gentes, pero que tiene de todo, y en la que a cada paso se descubren rincones nuevos y panorámicas impactantes. Respecto a la seguridad, no le vi mayores problemas que a otras grandes ciudades, ni siquiera cuando me moví sola, al menos de día y a primeras horas de la noche.
Significativo mensaje antiviolencia en la 5ª Avenida.


Para los hispanohablantes no hay especial inconveniente si no se domina el inglés; muchos rótulos están en castellano y siempre habrá alguien que te entienda, pues en casi todos sitios se oye hablar español. Y, por mucho que ahora haya otras con edificios incluso más altos y perfiles impresionantes, en mi opinión es la genuina ciudad de los rascacielos, pues compagina como ninguna los evocadores rascacielos clásicos de la primera mitad del siglo XX con los futuristas del siglo XXI.


Vista desde la 5ª Avenida en la que destaca la icónica fachada del Hotel Plaza.

Respecto al lado negativo, junto a una extrema opulencia, se aprecia mucha pobreza, gente sin hogar y desatendida social y sanitariamente, está sucia y envuelta en fuertes olores, el tráfico es insufrible, el ruido infernal y los precios compiten en altura con los rascacielos. Y tampoco me gustó lo de las bolsas de basura en las calles. Vimos alguna que otra rata pululando alrededor. No es que eso sea algo exclusivo de Nueva York, por supuesto, pero podrían mejorar un poco el sistema y que no obligue a caminar entre bolsas de basura cuando se acerca la tarde, no siempre tan bien colocadas como las de estas fotos. En algunos sitios sí que hay algún tipo de contenedor, como los de la foto de abajo a la derecha, pero quizás estén colocados por las propias tiendas. Respecto a las chimeneas, en realidad son respiraderos de vapor y no contaminan, pero se nota el calor y me imagino que resultan molestos en verano.




El guía español que nos acompañó fue excelente y el viaje estuvo bastante bien organizado (lo que no sucede siempre), con suficiente margen de maniobra para aprovechar por nuestra cuenta los días libres sin perder servicios. Por supuesto, hubiera preferido prepararlo yo, si bien tampoco creo que nos hubiésemos ahorrado mucho, teniendo en cuenta que las reservas no las podíamos hacer con mucha antelación y que queríamos vuelo sin escalas sí o sí. Incluyendo seguro, tarjetas turísticas y la excursión a Washington, el total de gastos ascendió a unos 1.950 euros por persona. Respecto a la comida ya tenemos cierta edad y para nosotros fue una ventaja no subsistir todos los días a base de dulces, perritos y hamburguesas, a los que tampoco renunciamos, claro está


Un asunto importante es la planificación previa de las visitas para aprovechar mejor el tiempo disponible. Lo mejor es consultar un buen mapa, dividir Manhattan en zonas, consultar horarios y precios de los sitios y elegir el orden atendiendo a su proximidad. Así sabremos si nos interesa comprar una tarjeta turística (imprescindible para ahorrarse un dinerito en caso de querer visitar varias atracciones), cuál de ellas y una vez escogida, mirar en internet para obtener descuentos antes de pedirla. Sin embargo, por mucha planificación que se quiera llevar, las cosas no siempre salen redondas. En mi caso, a toro pasado, cambiaría el orden de algunas actividades y la forma de hacerlas, aunque tampoco me quejo, porque disfruté mucho lo que vi, si bien tuve que replantear unas cosas y prescindir de otras tras apuntarnos al viaje a Washington.

También hay que considerar el tiempo que requiere cada sitio. Los observatorios de los rascacielos suelen ser de lo más demandado, pero no es lo mismo acudir en horas de máxima afluencia, cuando se forman colas interminables para entrar y utilizar los ascensores, que si hay poca gente. Bueno, esto es muy particular. Nosotros preferimos la tranquilidad y tanto en el Empire State, el TOR y el One World tardamos aproximadamente una hora en total; solo en el Edge, ya por la tarde, encontramos colas y perdimos más tiempo. En cuanto al Summit, tenía reservada hora para las 18:30 con bastante antelación, pero me vi obligada a cancelar la visita (sin coste, afortunadamente, pues menudos precios se gastan) porque nos cambiaron el día de la excursión a Washington y justo coincidía. Luego, ya no hubo oportunidad de cuadrarlo. Me planteé también utilizar el autobús turístico (incluido en la tarjeta como una atracción a lo largo de un día), pero lo descarté a causa de los atascos de tráfico.
Imprescindible el Empire.


En cuanto a los desplazamientos por la ciudad, lo más rápido es el metro, naturalmente, aunque nosotros apenas lo utilizamos, así que nos sirvió la metrocard recargable (que pueden usar varias personas). No nos importa caminar y siempre que sea posible preferimos movernos a pie, alternando calles y avenidas, para conocer un poco el pulso de la ciudad y retratar su vidilla. Nos ayudó mucho el tiempo magnífico de que disfrutamos, con sol y temperaturas en torno a los veinte grados. De encontrarnos con mucho calor, lluvia o frío, los paseos no serían tan agradables y hubiésemos tenido que cambiar de estrategia. También fue una ventaja que en Manhattan los desniveles apenas existen, con lo cual moverse sin afrontar cuestas resulta más cómodo y fácil. En seis días me hice casi noventa kilómetros andando (cincuenta en dos días), pero como suelo caminar mucho, unos diez o doce kilómetros diarios, aunque acababa cansada, lo llevé bien. Por cierto que he leído que los americanos (supongo que los neoyorquinos son una excepción) caminan solamente unos 140 kilómetros de media al año frente a 345 de los europeos. ¡Qué horror, vaya estadística! Así se explica su sobrepeso.

Con lo que me quedé un poco frustrada fue con las fotos nocturnas, y ya no digamos con las panorámicas. Me quedaron fatal, y en menudo destino... He llevado la cámara a que la revisen de nuevo. Espero que mejore para la próxima ocasión.

Después del tocho que he preparado, no me queda mucho que añadir, solo dar las gracias a quienes hayan tenido la paciencia de leerlo o al menos ojearlo un poco hasta el final; espero que a alguien le pueda ser de utilidad siquiera un poquito. Y, por supuesto, si alguien aprecia un error o una cita incorrecta, le agradecería muchísimo que me lo dijera.

Aunque me gustaría, no sé si volveré a Nueva York, pero si lo hago creo que no será como destino único, sino para combinarlo, por ejemplo, con las Cataratas del Niágara, que tengo muchas ganas de visitar. En cualquier caso, siempre guardaré un estupendo recuerdo de este viaje.
Así que… ¡See you again, New York!
