Está a punto de amanecer. Nuestro avión de Vueling sale puntual desde la terminal 1 del aeropuerto de Barcelona.
Me ha tocado un asiento en el pasillo, al lado de una señora que vive en Padua. Durante los últimos 15 minutos del viaje, me pregunta si he estado antes en Venecia. Le explico que es mi tercera vez en la ciudad, y me recomienda ir a ver la escalera de caracol del Palacio Contarini. Me parece curioso que antes casi nadie hablase de ella, y ahora, buscando información, la encuentro por todas partes como uno de los “must” de Venecia. Ella me explica, mientras el avión se tambalea entre las nubes, que va cada año a Tenerife por el clima.
Casi sin darme cuenta, tocamos tierra a las 08:40, veinte minutos antes de lo previsto, en el aeropuerto de Marco Polo. El tiempo real de vuelo ha sido de 1 hora y 15 minutos. Recorremos un pasillo con fotos de palacios venecianos y de campanarios de iglesias y llegamos al hall principal del aeropuerto.
Desde aquí, tenemos varias opciones para llegar a Venecia. Escogemos el vaporetto, que cuesta 15€ (27€ si se compra ida y vuelta) y no es el medio de transporte más rápido ni el más barato para llegar, pero la primera vez que vinimos las tres a Venecia llegamos en vaporetto, y queremos repetir la experiencia.
Subimos a la primera planta y tomamos la rampa que conduce hacia el embarcadero. Llegamos en menos de 10 minutos y nos ponemos en la cola para esperar el barco de la compañía Alilaguna, que es el que se encarga del recorrido entre el aeropuerto y la ciudad.
Escogemos la línea B, de color azul (porque es la primera en llegar), que nos dejará en la parada Fondamenta Nove, parando previamente en Murano. Actualmente, hay dos líneas que hacen el recorrido del aeropuerto a Venecia. La azul, que recorre Venecia por el este, parando en algunas islas, y la naranja, que lo hace por el oeste, a través del Gran Canal.
A medida que nos acercamos a la isla principal, empiezan a aparecer las bricole de madera a modo de balizas de navegación y los pequeños islotes rocosos en los que se han instalado las aves y la vegetación. Abrimos la ventana del vaporeto para respirar el aire gélido de la laguna por primera vez.
Bajamos del vaporetto en Fondamenta Nove y nos encontramos de frente con la isla de San Michele y los muros de su cementerio. Visité la isla hace un tiempo en verano y creo que es una parada que merece la pena hacer de camino a Murano.

Damos un paseo por los callejones poco transitados del barrio, entre fruterías, panaderías y plazas con pozos, sin ninguna prisa por llegar al hotel porque ya estamos en Venecia, y compramos un par de pastas a precio normal para comer por el camino.
Nuestro hotel, el Caneva, está a 10 minutos de la parada del vaporetto, en el barrio de Castelo pero justo al lado de los barrios de San Marco y Cannaregio. La ubicación es difícil de mejorar porque estamos a menos de 5 minutos del puente de Rialto y a unos 10 de la plaza de San Marco. Hemos pagado 186€ por dos noches en habitación triple. En la entrada del hotel hay una máquina con cafés a 0,70€, con o sin leche, descafeinados, chocolate caliente y otras opciones. Compramos uno cada una y nos vamos hacia la plaza de San Marcos.
San Marcos
El paseo de 10 minutos que conduce hasta la plaza atraviesa las calles del barrio homónimo, llenas de tiendas de toda clase de productos típicos de Venecia, como cristal y máscaras, y de turistas. Diría que el 50% de los turistas que hay ahora mismo en la ciudad estamos paseando por este barrio. Merece la pena ir parando para admirar los animalillos de cristal, los dulces y las máscaras de papel maché que abarrotan los escaparates de marquetería oscura y terciopelo rojo. Parece que perderse por estas calles no supone ningún problema porque todos los caminos conducen a San Marcos. Aunque, de todas maneras, el camino que en teoría es el más directo para llegar está indicado en las esquinas de las principales calles.
Finalmente, encaramos la calle Merceria Orologio para atravesar el arco de la torre del reloj. Ya estamos en “la plaza más bonita del mundo de la ciudad más bonita del mundo”.
[Las plazas y, tal y como debería pasar con las estaciones de tren, tienen que definir parte del carácter de cada ciudad porque en ellas se desarrolla la vida y suelen estar ubicados los monumentos de mayor importancia.
En, por ejemplo, la Grand Place de Bruselas, abundan los adoquines, las cervecerías y los edificios gremiales; en Alexanderplatz, en Berlín, el homigón, la extravagancia socialista y los símbolos de la unión entre los pueblos.
La plaza de San Marcos de Venecia, igual que la plaza del Comercio de Lisboa, está abierta al mar y rodeada de arcadas bajo las que descansan comercios y cafeterías , pero, a diferencia de esta última, San Marcos no ha sufrido ninguna devastación a causa de ningún terremoto o maremoto (el acqua alta no puede competir de ninguna manera con el maremoto que arrasó parte de Lisboa en 1755), así que conserva intactos algunos edificios que representan el esplendor de tiempos pasados de la Serenísima República de Venecia].
Lo primero que se ve al entrar bajo el arco de la torre del reloj es la maravilla arquitectónica de la basílica de San Marcos, de estilo bizantino, el Campanile a un lado, que contrasta por su estructura de ladrillo, y la inmensidad de la plaza rodeada de edificios de piedra blanquecina con soportales, entre los que se encuentra el Museo Correr al fondo, delante de la basílica. Más adelante, en el tramo que se abre al mar, están el Palacio Ducal y la Bibilioteca Marciana.

No hay mucha gente paseando por aquí. Nada que ver con el volumen de turistas que encontramos en verano, cuando ni siquiera se veía el suelo de la plaza justo delante de la basílica. Volvemos a recordar que estamos en temporada navideña cuando vemos el árbol de Navidad delante del Palacio Ducal, sobre un pedestal, y las luces que decoran el interior de las arcadas de todos los edificios de alrededor de la plaza. Hace mucho frío y la decoración navideña aporta calidez.

Nos acercamos hasta el extremo del Palacio Ducal, parcialmente cubierto por los andamios de los trabajos de restauración de su fachada, pasamos el pilar coronado por el león de San Marcos, símbolo de Venecia, y llegamos al mar.

Esta, no solo es la plaza más bonita del mundo (bajo mi punto de vista, y del mundo hasta donde yo lo conozco) por su calidad y variedad arquitectónica, sus dimensiones y la manera en que distribuyen en ella todos sus edificios, sino también por la belleza paisajística de todo su entorno, incomparable al que pueda tener cualquier otra plaza que haya visto. Llegar hasta el mar de la laguna y ver las góndolas mecerse suavemente sobre el agua con la silueta de la iglesia de San Giorgio Maggiore como telón de fondo es algo que no tiene precio. Más allá, entre los briccoles de madera, aparece la cúpula de Santa Maria della Salute, y hacia el lado opuesto, el paseo marítimo de la riva degli Schiavoni.

Predominan los colores pastel, las características farolas rosas de Venecia, el negro de las góndolas, el gris del cielo y el azul verdoso del mar. Hay una bruma ligera que envuelve los edificios que quedan a lo lejos, así que ahora mismo, estar aquí es como estar dentro de un sueño.
No tenemos pensado visitar ninguno de los museos que se encuentran aquí, pero tampoco lo hemos descartado.
Venecia es, en sí misma, un museo al aire libre, así que visitar los museos cubiertos de la ciudad es una cosa que dejaremos a la improvisación.
La primera vez que vine, subí al Campanile. La segunda, visité la Galería de la Accademia, y esta vez, ya se verá. Pasear por Venecia no cansa nunca y siempre se acaban encontrando callejuelas, puentes y rincones que habían pasado desapercibidos en visitas anteriores.
Desde aquí, vamos hacia el puente della Paglia para añadirnos a la pequeña multitud que contempla el puente de los Suspiros, uno de los más emblemáticos de la ciudad. Siempre hay tráfico de góndolas navegando bajo este puente.

Volvemos a la plaza para recorrerla a través de las arcadas.
Pasamos por el Florian, una de las cafeterías más famosas y antiguas de la ciudad. De hecho, se dice que es la cafetería más antigua del mundo, inaugurada en 1720, y toda su decoración evoca tiempos de gloria, en dorado y con cuadros de diferentes estilos. También es famosa por el -elevado- precio de su café.
Nos tomamos uno la primera vez que vinimos a Venecia y creo que es una de esas “turistadas” que vale la pena hacer al menos una vez. Soy de la opinión de que debemos contribuir en la medida de lo posible a que los locales de esta clase no echen nunca el cierre. Son parte del patrimonio de la ciudad y el ayuntamiento (no sé si lo hace) debería protegerlos también. Sobre si deberían o no bajar el precio de los cafés, es una cuestión en la que no voy a entrar por falta de conocimiento en la materia y porque el asunto daría para largo.
Caminamos a través de las arcadas, entre heladerías, tiendas de joyas y de figuras de cristal, y volvemos al punto de inicio, justo debajo de la torre del reloj astrológico, que es otro de los edificios que más destacan en la plaza. Es hora de pensar en ir a comer.
Apunté varios restaurantes recomendados en el foro. Justo en este barrio está la rosticceria Gilson, así que iremos hacia allí. Cuando llegamos, la encontramos llena, tanto las mesas como la barra, y vemos que hay gente esperando. En el mostrador de la barra van reponiendo la comida sin pausa y todo tiene una pinta estupenda. El idioma que más se escucha es el italiano, lo cual nos da a entender que no estamos en el típico restaurante turístico de los que abundan en el barrio de San Marcos.
Para mi madre, la hora de la comida es algo que no puede esperar, así que salimos de allí a la aventura, en busca de algún otro restaurante.
Aparece una camarera en la puerta de uno de los establecimientos que hay en las incontables callejuelas del barrio y abduce a mi madre hasta el interior del local, así que no podemos hacer nada para salvar la situación. Se trata del bar Novo, que anuncia en la puerta un menú turístico de dos platos. Pensamos que lo mejor que podemos hacer es probar la comida sin dejarnos sugestionar, así que no buscaremos ninguna reseña sobre el restaurante.
Los platos llegan a nuestra mesa y a la de los otros clientes, todos españoles y orientales. Cantidad bien, calidad no tanto. Lo que más destaca del lugar es la falta de interés que muestra la camarera, sentada en una de las mesas vacías del pequeño local, mirando el móvil mientras van saliendo los platos de la cocina.
Pagamos 66,40€ entre las tres. No se puede decir que hayamos comido muy mal, pero está claro que “bien” no es el adverbio que corresponde. Cuando se tiene hambre, vale casi cualquier cosa. Y mirándolo con perspectiva, no tengo tan mal recuerdo de esta comida porque no será el peor lugar en el que vayamos a comer en Venecia. El ganador todavía está por llegar.

Damos un paseo corto hasta el hotel. Queremos descansar un rato porque el viaje en avión siempre nos deja algo chafadas, y están empezando a caer algunas gotas. La idea para la tarde es explorar un poco más en profundidad el barrio de San Marcos, cosa que nunca antes habíamos hecho. Poco después, salimos para aprovechar el rato de luz que nos queda.
Por suerte, la lluvia no ha durado mucho. Primero, vamos hacia Rialto para ver el famoso puente y el Gran Canal. De camino, pasamos por la farmacia Morelli, en la que hay una pantalla luminosa con el recuento de la población que todavía reside en Venecia: 49.767 y disminuyendo cada año. Se encuentra en el campo San Bartolomio, una de las plazas con mayor movimiento de gente del barrio, que conecta con el campo de San Salvador a través de la calle Marzarieta Due Aprile. Es una de las zonas más turísticas del barrio, está llena de cadenas de ropa, y es lugar de paso casi inevitable cuando se va desde Rialto a San Marcos o a la inversa.

En una de sus esquinas se encuentra la lámpara de hierro del dragón con paraguas adosada a la pared de un edificio, que posiblemente es la más fotografiada de Venecia. Es el recuerdo que queda de la tienda de paraguas y objetos de cuero que había en esa esquina y que cerró hace varios años.

Vemos las escaleras blancas del puente al fondo de una de las calles. El de Rialto, es el puente más antiguo de los que cruzan el Gran Canal, y es otra de las imágenes que mejor representan la belleza de la ciudad. Los vaporettos y las góndolas navegan bajo su gran arco y las vistas del Gran Canal desde lo alto del puente son de las más bonitas que se pueden conseguir, con las terrazas de los restaurantes turísticos a la derecha del canal, decoradas con flores y farolillos de colores, los palacios y las mansiones a ambas orillas y las paradas de góndolas. Es difícil resistirse a hacer una foto cada vez que se pasa por el puente.
Aquí se reune el otro 50% del turismo que hay por la ciudad. Más bien diría que el 80 o 90% de los visitantes que vamos a encontrar en Venecia están en los alrededores de este barrio, y prácticamente todo el resto debe estar caminando por la calle que va desde la estación a San Marcos.
Ahora no vamos a cruzarlo, así que volvemos atrás en dirección al palacio Contarini del Bovolo para ver su escalera exterior de caracol.
De camino, cruzamos el puente del Lovo, que nos sorprende por la visión del Campanile de San Marcos al fondo, sobre el canal.

Paseamos por calles y plazas más o menos pequeñas y más o menos elegantes, todas llenas de comercios, hasta llegar al palacio, del siglo XV. La escalera es un elemento curioso y muy estético.

A partir de este punto, nos perdemos gustosamente por el barrio y acabamos en la calle dei Assassini, apenas iluminada, en la que no cuesta imaginar el porqué de su nombre.
Seguimos la ruta por el barrio hacia el campo de San Fantin, en el que está el Teatro La Fenice, con un interior espectacular que no vamos a visitar. En la plaza hay algo de ambiente, parece que de gente local, y restaurantes y bares que parecen algo caros pero buenos. A la izquierda del teatro encontramos un rinconcito con unas escaleras con arcadas que nos parece encantador con la iluminación nocturna de Venecia. Cerca de la plaza, encontramos también una perfumería que más bien parece un museo: The Merchant of Venice, con su interior de madera con esculturas de mármol y frascos de colores diseñados con buen gusto por todas partes.

Cruzamos algunos puentes, todos bonitos, y volvemos a perdernos. No pasa nada porque el plan era visitar este barrio, y eso es justo lo que estamos haciendo. Pese a ser el barrio más turístico, apenas encontramos gente por el camino. Acabamos llegando a una calle ancha y elegante llena de tiendas de lujo: la calle Larga XXII Marzo, que está bien iluminada y decorada con luces navideñas. Cruzando el campo San Moise con su iglesia, esta calle conecta al final con las arcadas de la plaza San Marcos. Acabamos de recorrer lo que parece ser la zona con las tiendas más lujosas y exclusivas de Venecia.
Ya que hemos llegado a San Marcos, entramos a la plaza para verla iluminada. El árbol de Navidad que antes era verde, ahora parece dorado, y su luz se refleja en el suelo, que todavía sigue mojado. Las luces bajo las arcadas también están encendidas y también son doradas. Qué buen gusto han tenido a la hora de escoger las luces de Navidad. Pero cómo no lo van a tener, si son venecianos... Las farolas rosas que iluminan la plaza tienen un halo de humedad a su alrededor que hace parecer todo el entorno un lugar algo fantasmagórico.

Salimos de la plaza que parece un sueño y volvemos a las calles del centro para ir a cenar algo. Tengo apuntado un restaurante que mucha gente recomendó en el foro. Se trata de Al Nono Risorto, en el barrio de San Polo.
Esta vez, sí cruzamos el puente de Rialto para llegar hasta el restaurante, y caen algunas fotos más. La humedad es bastante molesta para los humanos, pero al Gran Canal le queda muy bien.

Paseamos por las calles del barrio de San Polo, en las que tampoco hay casi nadie. Aquí abundan los bares y los pequeños establecimientos de comestibles, conocidos popularmente como badulaques.
Llegamos al restaurante y lo que vemos desde fuera ya nos gusta: una carta con pizzas entre los 6 y los 12€. El local es bastante austero, tiene un punto vintage, una terraza que ahora está cerrada, y han tenido buen gusto para escoger la música que suena. El ambiente es muy agradable. Pedimos 3 pizzas que están bastante buenas, un agua y una cerveza, más los 2€ del cubierto por persona, todo por 41,50€. Buen precio, buen ambiente y buen servicio. Sin duda, recomiendo esta trattoria,en la que seguro que repetiré cuando vuelva a Venecia.
Volvemos al hotel dando un paseo, sintiéndonos victoriosas por no haber vuelto a ser timadas en una ciudad en la que salir a comer o a cenar parece una lotería.
