Hoy dedicaríamos toda la mañana a recorrer el casco viejo de Jeddah, algo imprescindible en cualquier visita a la segunda ciudad saudí. Pusimos la dirección en el Nokia y llegando, nos dimos cuenta que es imposible entrar dentro de la ciudad vieja de Al Balad, pues están cortadas todas las calles con vallas o policías, así que aparcamos lo más cerca posible de sus límites, poniéndole al parquímetro (en árabe) hasta 6 horas por unos pocos euros.
El laberinto de callejuelas es grande y lo mejor es perderse por su interior deambulando sin demasiado orden por su entramado.
El 70% de los edificios están en ruinas o restaurándose (muy lentamente) y el resto, se nos ofrece con balconadas en madera, trabajadas en complicadas e inverosímiles celosías, pintadas en verdes, azules o marrones, y con hechuras de hace uno o más siglos.

Hay mezquitas, edificios singulares, mercados y pequeñas tiendas que venden de todo (pero solo vimos una tienda de recuerdos, donde afortunadamente, compramos alguna cosilla, ya que en todo el país, no volvimos a ver ninguna otra dedicada a este tema). Algo más allá del Nassif House Museum (que por cierto, estaba cerrado), encontramos el barrio de las joyerías, donde se compra y vende oro con ese color tan típico de los países árabes.

Hay pocas indicaciones, por lo que toparnos con algún solar con restos arqueológicos es una sorpresa agradable. Por supuesto que, como en toda Arabia Saudí, caminar por aquí es totalmente seguro, pues en ningún momento tuvimos sensación alguna de peligro (salvo que nos cayera algún muro en mal estado). Este paseo nos podrá llevar de 3 a 4 horas y acabaremos bastante cansados, por lo que en cualquier parte podremos adquirir agua o refrescos, fruta y dulces o pan, o bien tomar un café. En las ciudades saudíes (especialmente Jeddah y Riyadh) no existe transporte público (salvo taxis) como metro o autobuses de rutas claras (si hay algunos microbuses bastante viejos, pero no se sabe adónde van ni de dónde vienen), por lo que si llevamos coche alquilado, deberíamos aprovecharlo, aun a riesgo de estar unas horas secuestrado en un embotellamiento o de que nos mate cualquier conductor irresponsable, ya que las distancias son enooooormes (de muchos kilómetros).
A nuestro regreso paseamos por la cercana Corniche, llegándonos hasta la orilla para ver el altísimo jet d’eau de la fuente del Rey Fadh, que dicen que sube hasta 265 m y que solo lo vimos encendido por las noches.

Antes, habíamos paseamos por la abigarrada calle Palestine, donde entramos a algún centro comercial, como el Blue Square, inmenso y muy aparente por fuera, pero que por dentro parece que ha sufrido un bombardeo, pues todas las tiendas están cerradas o directamente abandonadas, debiendo subir al primer piso para sorprendernos con el fasto y las luces de decenas de boutiques, a cual más lujosa, dedicadas exclusivamente a trajes de novia y demás complementos para bodas. Cientos de vestidos de colores, repletos de sedas y lentejuelas, con atrevidísimos escotes (¿quién se pone esto si van todo el día tapadas de negro?), espaldas al aire, faldas abiertas y transparencias que ni en el Moulin Rouge de París.

Tras preguntar nos enteramos que las bodas aquí son una gran fiesta (de 3 a 5 días), pero donde la novia no conocerá al novio hasta el enlace (los padres eligen a las parejas y negocian el contrato matrimonial) y que todos estos descocados vestidos los usa la novia a solas en un local cerrado y exclusivo con sus amigas y familiares femeninos durante esos 3 días previos a la boda. En esta avenida hay abundancia de restaurantes y locales de ocio (también de fast-food local y americano) y el público no se retira hasta bien entrada la madrugada.