La capital de Rumanía es una ciudad grande, con distancias que a veces cuesta bastante tiempo recorrer por culpa de los atascos. Situada a orillas del río Dambovita, cuenta con más de dos millones y medio de habitantes (casi cuatro si se incluye su área metropolitana), lo que la convierte en la quinta ciudad más poblada de la Unión Europea.

En 1459 aparece nombrada en documentos por primera vez, fue residencia de nuestro ya viejo conocido príncipe de Valaquia Vlad Tepes, estuvo dominada por los griegos hasta 1821 y en 1862 se convirtió en la capital de Rumanía, lo que la transformó completamente a nivel industrial, cultural, económico y de comunicaciones. Su arquitectura es una mezcla de estilos neoclásicos, comunistas y contemporáneos. El edificio del Parlamento, construido por Ceausescu en la década de los 80 del pasado siglo, es el segundo edificio público administrativo más grande del mundo tras el Pentágono. Tiene una superficie de 330.000 m2, más de 3.000 habitaciones y dos centenares de baños. No me coincidió el horario para visitarlo.

Otros lugares destacados son el Arco del Triunfo, de 1935, cuyo modelo fue el Arco del Triunfo de París, el Monumento del Renacimiento, el Ateneo, la Casa de la Prensa, el Museo Nacional de Arte, el Museo de Historia Natural, el Teatro Nacional, la Ópera, el Palacio del Patriarcado ortodoxo, la Plaza de la Revolución, la Avenida de la Victoria (la arteria más importante y antigua de la ciudad)… Y, también, numerosos parques.




Pese a que muchos de sus edificios se vieron afectados por los bombardeos de la II Guerra Mundial, el terremoto de 1977 y los controvertidos afanes urbanísticos de Ceausescu, el centro histórico ha conservado una parte de su arquitectura de finales del siglo XIX y de entreguerras. La impresión que me llevé al recorrer la zona fue un poco contradictoria, por la belleza indiscutible de algunos de los edificios, en cuyas fachadas abundan las esculturas, y el mal mantenimiento, incluso la suciedad y el abandono aparente de otros, si bien me pareció que se están llevando a cabo bastantes obras de restauración.



Como no está muy extendida, esta zona puede recorrerse a pie con facilidad. Además, por la tarde y por la noche hay bastante ambiente para cenar o tomar algo en cafeterías, bares y restaurantes, algunos de los cuales cuentan con terrazas. Uno de los lugares más destacado es el Pasaje Macca Vilacrosse, diseñado en estilo francés, con dos cariátides en la entrada y formado por dos pasillos cubiertos que confluyen en una rotonda, cubierta por una estructura de hierro con vidrieras de colores.





Es fácil orientarse, utilizando los planos de los paneles informativos de las calle, donde aparecen los lugares para visitar, como el Museo Nacional de Historia, ubicado en el antiguo Palacio de Correos, con una fachada con cúpulas coronadas por columnas de estilo griego, o el Palacio CEC Bank, de estilo barroco francés, coronado por una cúpula de cristal y situado frente al edificio anterior. Muy cerca está también el antiguo edificio del Banco Nacional de Rumanía, convertido también en museo.



En cuanto a las iglesias, la que más me gustó fue la del Monasterio Stavropoleos, de rito ortodoxo, construida en 1724 en estilo brancovenesc. Aunque es pequeña, me pareció que tenía mucho encanto.


Pensaba salir por la noche para disfrutar un poco del ambientillo y sacar algunas fotos, pero poco después de cenar descargó una estruendosa tormenta con un aguacero que me chafó los planes. En fin, otra vez serám ya que lo cierto es que la visita a Bucarest se me quedó corta. Y es que los atascos y las demoras en las carreteras pueden romper cualquier plan.


