![]() ![]() SANTA MÓNICA Y VENICE BEACH ✏️ Diarios de Viajes de USA
Duchados y desayunados era hora de salir a pasar el día junto al mar. A pesar del tráfico llegamos en una media hora. Lo del tráfico en Los Ángeles es brutal. El día que llegamos usamos el carril llamado Carpool, que es exclusivo para los coches...![]() Diario: 15 días con chavales por la Costa Oeste⭐ Puntos: 4.8 (12 Votos) Etapas: 15 Localización:![]() Duchados y desayunados era hora de salir a pasar el día junto al mar. A pesar del tráfico llegamos en una media hora. Lo del tráfico en Los Ángeles es brutal. El día que llegamos usamos el carril llamado Carpool, que es exclusivo para los coches con más de tres personas dentro y es verdad que en momentos de mucho tráfico se adelantaba bastante. Pero el resto de los días no vimos el rótulo pintado en ningún carril así que los usábamos todos, cambiando de uno a otro según convenía. Es la leche, a todas horas hay tráfico. Yo no llevaba muy bien eso de que nos adelantaran por la derecha y por la izquierda. Y luego los camiones, que no son camiones normales, todos son super largos. En fin, yo no podría acostumbrarme a este nivel de stress. Cuando llegamos a Santa Mónica lo primero que hicimos fue buscar parking. Aunque mi idea era aparcarlo en el parking del muelle por estar allí mismo, mi marido dijo que mejor dejarlo en un parking cubierto y eso hicimos. Muy cerca, en la segunda calle paralela al mar encontramos un parking en el que las primeras horas eran gratis. Nosotros pagamos la tarifa máxima pues estuvimos todo el día. Fueron 20$ y tuvimos el coche vigilado y a cubierto y muy cerca por si necesitábamos algo. De hecho volvimos a por las chaquetas porque la mañana salió torcida y hacía frío. La localización era muy céntrica. Al volver la esquina ya bajábamos las dos calles y estábamos en el Pier. Lo primero de todo bajar y echar un vistazo. Las tiendas y puestos estaban empezando a abrir. La primera impresión no fue la esperada porque yo imaginaba un día soleado y caluroso y resultó estar nublado, con fresco y viento. Para nada apetecía el baño. Vimos el Bubba Gump, la señal del final de la ruta 66 y el Pacific Park que aún estaba cerrado. Dimos un pequeño paseo y volvimos a subir la cuesta del Pier para alquilar unas bicis en un local que vimos en la esquina del parking donde teníamos el coche. Nos gustó porque las bicis se veían nuevas y mejores que en otros sitios. Nos cobraron 30$ las grandes y 20$ la de mi pequeño, por todo el día. Nos dieron cascos y candados. A la hora de sacar las bicis nos dieron dos tikets. Uno con el importe del alquiler y otro con el importe de la fianza y los seguros. Cuando las devolvimos, sólo nos cargaron en la tarjeta el tiket del alquiler. Todo correcto y las bicis muy bien la verdad. Volvimos a bajar ya con las bicis al Pier. La idea era ir desde Santa Mónica a Venice Beach en bici. Cuando les dije a los chicos que había unos 5 kilómetros me dijeron que ni locos andando. En bici tardamos unos 10 minutos o así. Fuimos por el paseo habilitado junto a la playa. Se hizo muy ameno y divertido. Ya en Venice la primera parada fue en el skatepark. Mi hijo pequeño tenía muchas ganas de verlo y allí echamos casi media hora. Atamos las bicis y estuvimos viendo a un grupo de chavales haciendo sus piruetas y demostrando su pericia con el monopatín. Muy entretenido, música y ambiente multiracial. Cogimos otra vez las bicis y seguimos hasta el famoso Muscle Beach, el gimnasio al aire libre junto a la playa, donde dicen que Arnold Swuagse.... entrenaba en sus años mozos. Hoy solo había un chico así que no lucía lo suficiente. Seguimos hasta el final del recorrido y salimos a una calle, ya con coches. En el semáforo giramos a la izquierda y enseguida llegamos a los canales. Ni mi marido ni los chicos sabían de su existencia y se asombraron. No se lo esperaban. Dimos una vuelta, andando con las bicis al lado, por algunos de ellos atravesando un par de puentes. Algunas casas estaban o parecían cerradas pero otras estaban abiertas y molaban mucho con su mobiliario de jardín y sus barbacoas mirando al canal. Fue interesante y bonito. Los chavales empezaron a quejarse. Comer para ellos era urgente así que les propuse que fuesen ellos los que eligieran sitio. Volvimos al paseo y escogieron un bar con mesas en la calle justo en la esquina del Muscle Beach. A mí no me gustó mucho porque era más de lo mismo, rebozados, patatas fritas y poco más pero bueno, allí nos sentamos. Con el altavoz del local en la oreja, las bicis aparcadas a un lado y las vistas al paseo echamos un ratillo. Cuánta diversidad de gente hay en Venice. A la gran cantidad de turistas se unían, jóvenes haciendo deporte, chavales con sus trajes de neopreno y su tabla bajo el brazo, vendedores ambulantes, y por supuesto homeless rebuscando en las papeleras. Al terminar de comer había mucho más movimiento. En el Muscle Beach ya había más cachas luciendo sus musculitos. Incluso estaban entrevistando a una chica super mega musculada ella, con su vestido ajustado contando su vida de superación ante la cámara. Al lado, en las pistas de baloncesto, se jugaba un partido con bastante público. La cosa estaba muy animada. Pensamos dejar las bicis atadas a una farola y pasear un rato disfruntando del ambiente y bicheando las tiendas. Al final compramos alguna camiseta y poco más. Todo era lo mismo, souvenir recuerdo de Venice. Recuperamos las bicis pero fuimos caminando con ellas por el paseo de las tiendas. En dirección a Santa Mónica. A la altura del cartel de Venice Beach pudimos admirar una sesión de fotos a una modelo rubia en biquini rosa y con unas alas al más puro estilo Victoria Secret, aunque no supimos reconocerla. No sabemos si sería más o menos famosa. A esta altura también había músicos callejeros y puestos varios de artesanía. Nosotros nos montamos en nuestras bicis y fuimos volviendo por el paseo de la playa, compartido con patinadores y otras bicis a Santa Mónica. Por el camino vimos pistas de paddel y unas mesas de ping pong pero para jugar con balones de futbol. También vimos algún que otro aseo público tomado por los homeless para su aseo personal pero a estas alturas del viaje ya nada nos sorprendió. Al llegar a Santa Mónica continuamos por debajo del muelle y seguimos pedaleando hasta que nos cansamos. A decir verdad el día había cambiado y ahora lucía un sol maravilloso que incluso nos quemó las piernas. Dimos la vuelta y decidimos parar un poco a descansar en la playa. Pisar la arena fue muy gratificante. Hicimos algunas fotos en la caseta 15 al más puro estilo Vigilantes de la playa. Elegimos esta porque había aparcado un coche de los vigilantes, el típico todoterreno rojo que luciría mucho en las fotos. La vigilante nos dió permiso para subir a la torre y lo dicho, hicimos unas cuantas posturitas imaginando que Mitch Buckanam venía por la orilla corriendo a cámara lenta con la música de la serie de fondo. Me faltó quedarme en bañador rojo (que llevaba debajo), pero había gente y me dió vergüenza jajaja. Mi hijo pequeño no había parado con la bici en todo el día, menos cinco minutos que tardó en comer. Así que estaba ya harto de pedalear. La decisión fue unánime y fuimos a devolverlas. De allí tiramos andando hacia el Third Street Promenade, una calle peatonal con galerías y tiendas chulas. En realidad abarca unas cuantas manzanas y también puedes encontrar restaurantes y cafeterías. Los precios aquí son algo más elevados aunque mi hijo mayor no se pudo resistir y se compró unas botas de futbol en una de las tiendas.. Su hermano pequeño sin embargo se enfadó porque las zapatillas que le gustaron valían más de 300 dólares y le frustró mucho. Compramos unos helados y fuimos volviendo hacia el Pier, atravesando por el Palisades Park. Era media tarde y había mucho ambiente en el muelle. Hicimos fotos de familia en la señal de la ruta 66 y llegamos hasta el final del muelle. Aquí sucedió la que sería la anécdota del viaje. De repente se formó un gran corro alrededor de unos jóvenes muy producidos ellos, cámara en mano, que proponían unirse a un concurso de limbo. Habían 50$ de premio y mi hijo pequeño que es muy echado para alante se apuntó. A mí me pareció la típica engachifa para turistas y le advertí a mi marido para que vigilara su cartera, móvil y demás. La cuestión es que mi hijo iba pasando rondas junto a otras personas y la cosa se iba animando. Lo del limbo por si no lo sabéis es el juego en el que tienes que pasar por debajo de una barra bailando y cada vez la van bajando más hasta que queda un único participante. Pues el caso es que mi hijo ganó. Al finalista le dieron diez dólares como premio de consolación y a mi pequeño le soltaron los otros cuarenta. Ja,ja, fue increible, se puso a dar saltos de alegría y todo el mundo le aplaudía. Estaba super contento. Ni rastro del enfado anterior. Hasta una pequeña entrevista le hicieron en inglés. El chico que había estado grabando todo el concurso me dio una tarjeta con un código QR. Al llegar a casa lo escaneé y resultó ser un grupo musical que estaba promocionando su nuevo single llamado Limbo. Y lo curioso es que deben ser buenos porque esta misma semana han estado actuando en el teatro Apollo, en Harlem, en Nueva York, y siguen de gira. En fin, una anécdota divertida que nos alegró la tarde. El atardecer desde el muelle lució espectacular. Al final, las nubes se habían ido y el final de la tarde se quedó bastante tranquilo. Ver cómo desaparecía el sol, el ambiente del muelle, el mar, las olas en la orilla y la fila de casetas de los vigilantes con una niebla al fondo, era una imagen de postal. Estábamos todos contentos y pensé que la mejor forma de acabar el día era cenando en el Bubba Gump. No había mucha cola así que enseguida entramos. Nos ubicaron dentro, en una mesa junto a la cristalera con unas vistazas chulísimas a la playa. Por supuesto entre otras cosas pedimos gambas y todo estuvo muy rico. Recomendado. No podíamos irnos sin entrar al Pacific Park, el pequeño y rancio parque de atracciones con sus luces de colores nos llamaba. Subimos en la montaña rusa que nos gustó más de lo que esperábamos y que además nos dio dos vueltas. Nos echamos unas risas con un trabajador que nos contó que tenía una compañera que era de nuestro pueblo. Insólito. No llegamos a encontrarla en todo el parque pero nos hizo bastante gracia. Nos entretuvimos jugando en muchos puestos y por supuesto, conseguimos un muñeco en una de las casetas. Nos compramos un último helado y nos despedimos con una foto en su entrada, bajo sus letras de neón que asombrosamente quedó chulísima. Los últimos dólares del día los gastamos en el recreativo. Estos chicos tenían carrete todavía. Yo estaba fundida pero aguanté ese último envite. Casi a las once de la noche dejábamos el muelle y fue la despedida definitiva de Santa Mónica. Un día super bien aprovechado y disfrutado mucho por los chavales. Índice del Diario: 15 días con chavales por la Costa Oeste
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