Por la noche hubo tormenta y cayó un buen chaparrón. Por la mañana, aunque estaba nublado, no parecía que fuese a llover. En cuanto acabamos de desayunar, iniciamos nuestra ruta en coche por la isla, cuyo itinerario fue más o menos el siguiente según Google Maps. En total, hicimos unos 120 kilómetros.
Cala de Benirrás.
Empezamos nuestro periplo visitando esta Cala, perteneciente al municipio de Sant Joan de Labritja, que casi todo el mundo recomienda y que estaba apenas a cinco kilómetros de nuestro hotel, pues supone prácticamente la continuación del litoral desde Port de Sant Miquel hacia el norte.
Como llegamos pronto, el aparcamiento estaba casi vacío y apenas había nadie. La cala es realmente bonita y merece la pena verla así, sin multitudes., recorriendo de punta a punta sus 150 metros de longitud, mientras se vislumbra casi enfrente la Illa Murada. La playa es de guijarros, con algo de arena dorada donde rompen las olas. Dispone de servicios: socorrista, tumbonas, chiringuito, restaurante… Y también se pueden ver los típicos varaderos de madera para cobijar las barcas. Está considerada una de las calas míticas en Ibiza para ver la puesta de sol.
Es Portitxol.
Giramos hacia el sur porque más al norte íbamos a ir en otro momento. No obstante, a esta zona llegamos casi por equivocación. Íbamos buscando un mirador que ahora no recuerdo, cuando aparecimos en la Urbanización Illa Blanca, donde terminaba la carretera. Vimos una vista bonita hacia un enorme peñasco y pensamos que por allí se iba al mirador. Empezamos a bajar por una antigua pista de cemento totalmente rota, para abajo y para abajo… Aquello no parecía terminar nunca. Nos metimos en un bosque, cuya vegetación nos llamó mucho la atención. La pista seguía bajando y bajando… Dudamos. No llevábamos calzado de senderismo.
De pronto, divisamos una figura extraña, era una especie de tótem. No sé lo que significa, pero las vistas desde allí eran fantásticas, supongo que hacia S’Águila, porque no he conseguido localizarlo del todo.
Pero aún no habíamos terminado de bajar. No sabíamos qué hacer, el descenso no parecía acabar, hasta que, al fin, descubrimos la cala escondida de Es Portitxol. Bueno, parecía un sitio donde se puede tener cierta privacidad, pero hay que ganársela… Aun así, nos encontramos a varios senderistas por el camino.
Y es que por allí pasa una ruta que va precisamente hacia el Port de Sant Miquel. Ojalá lo hubiésemos sabido antes. Fue culpa nuestra, ya que luego vimos que lo ponía en unos indicadores junto a la playa y no nos habíamos fijado.
El caso es que entre subidas y bajadas, se nos fue mucho más tiempo del previsto allí y ya era casi la hora de almorzar.
Santa Agnes de Corona.
Lo intentamos sin éxito en este pueblecito diminuto, que apenas consta de una calle y una plazoleta, donde se asienta una iglesia blanca pequeñita pero que desborda encanto. Alrededor hay muchos cultivos de almendra, olivo y algarrobo. Incluso un árbol de porte enorme, seguramente emblemático en la isla, pues había gente mirándolo. No paramos a investigar. Ya eran casi las dos y los restaurantes del pueblo estaban a tope. En fin, ya se sabe que los extranjeros almuerzan pronto y por Ibiza se mueven muchos.
San Antoni de Portmany.
Pasamos por varios restaurantes en la carretera, todos llenos, así que pensamos que el mejor sitio donde era el que, precisamente, menos nos apetecía: la localidad superturística de San Antonio. Había muchísimo tráfico y ningún sitio en el que aparcar, así que se nos ocurrió la idea de ir a Mercadona, cuyo parking era gratuito. Casi a las cuatro de la tarde, tomamos unos bocatas y a correr.
Bueno, no a correr, sino a recorrer un poco San Antonio. Ya que estábamos allí… Dimos un paseo por el puerto y llegamos hasta el Mirador de Ses Variades. Desde luego, había restaurantes, bares, discotecas y terrazas de todo tipo para no aburrirse. Sin embargo, no es nuestro estilo. Así que confirmamos que habíamos acertado no habiendo escogido alojamiento allí. De todas formas, hay que reconocer que en cualquier parte de la isla, los colores del agua del mar son maravillosos.
El cielo casi se había despejado y el sol irrumpió con una fuerza inesperada. Empezó a hacer mucho calor. Como no sabíamos qué tiempo nos podíamos encontrar en los días siguientes, decidimos aprovechar para ir hasta el mirador de Es Vedrá, no fuera a ser que en otro momento lo envolviesen las nubes o la niebla.
Mirador des Vedrá.
En casi un visto y no visto, estábamos en el sur de la isla, el suroeste, más bien. Se notaba que había mucha más gente que en el norte. Para llegar al mirador hay que dejar el coche en un aparcamiento, que ya estaba muy concurrido. Luego, con algunas buenas panorámicas entre los árboles, se camina por un sendero, se supone que unos 500 metros, aunque a mí me parecieron algunos más.
Una vez en el mirador contemplamos unas vistas increíbles del peñasco que tan misterioso nos había parecido al verlo desde Formentera. Se trata de un islote en forma de pirámide, situado a un par de kilómetros de la costa, frente a Cala d?Hort. Por su gran valor ecológico se ha convertido en reserva natural junto con sus vecinos Es Vedranell y Es Illots de Ponent y no se permite desembarcar allí, aunque sí hay barcos que lo rodean. Lo más llamativo de Es Vedrá, además de su peculiar forma, es su altura, pues alcanza los 382 metros, lo que permite que sea divisado desde grandes distancias.
De propiedad privada, ha sido objeto de muchas leyendas, incluso se dice que tiene propiedades mágicas por acumulación de energía. En su suelo, existen subespecies endémicas de flora y fauna, también abundan las aves y las lagartijas; y también es reserva marina. En tiempos, hubo incluso cabras.
Muy recomendable este mirador y no solo por los islotes y la obligada foto de recuerdo con Es Vedrá, sino también por los colores de los acantilados, cuyos tonos verdosos y rojizos se deben a su composición mineral. Y, desde allí, se puede subir hasta la Torre des Savinar. A quien le interese, también puede buscar un sendero secreto hacia una especie de balcón de piedra, en el que aparece Es Vedrá enmarcado por las rocas. Hacía mucho calor y, para nosotros, lo que vimos fue suficiente; además, aún nos quedaban otras cosas por visitar esa tarde.
Cala D’Hort.
Aquí empezaron nuestros problemas con el coche, bueno, no con el coche, sino con dónde dejarlo. Como he comentado, las nubes de por la mañana dieron paso a una tarde espléndida de sol, con calor casi veraniego. Y la gente se lanzó a la playa, copando los aparcamientos de las calas más conocidas, una de las más emblemáticas es Cala D’Hort, desde donde se puede contemplar el Islote Es Vedrá desde una perspectiva diferente a la del mirador anterior.
Muy chula si no estuviese masificada. Me costó encontrar un encuadre sin demasiados bañistas (no me gusta fotografiar a la gente en la playa muy de cerca). Viendo el panorama, es de agradecer que la presión popular consiguiese paralizar el proyecto que hubo a finales del siglo pasado para construir un hotel con más de cuatrocientas habitaciones. Otro de los lugares mítico para observar la puesta de sol en la isla.
Playas de Comte.
Situadas solo a un cuarto de hora de San Antonio, son una sucesión de calas de arena blanca, con aguas de color turquesa y vistas a las islas de Es Bosc, Sa Conillera, Ses Bledes y s’Espartar. Otra vez nos costó mucho trabajo encontrar un sitio para aparcar. Y, de nuevo, estaban a tope de gente, al igual que los quioscos de bebidas y un chiringuito que se ha puesto de moda entre los turistas.
Desde la última cala pude distinguir en la distancia la estampa inconfundible de una torre de vigilancia. En el mapa, vi que se trata de la Torre de Rovira.
Muy bonitas estas calas, sin duda. Sin embargo, vuelvo a lo mismo: demasiado concurridas para mi gusto. Claro que si vienes a Ibiza ya sabes lo que puedes esperar. Así que no se trata de una queja sino de un simple comentario. Sitios así en solitario serían un auténtico paraiso.
También intentamos asomarnos a Cala Bassa y luego a Cala Salada, pero no logramos aposentar el coche en ninguna parte potable; y mira que dimos vueltas... Todo a rebosar. Así que, cansados por el calor y el trasiego de la jornada, regresamos al hotel.
Ya en Port de Sant Miquel, antes de cenar, estuvimos dando una vuelta por los senderos de la cala, que tiene unas panorámicas preciosas si se evitan las moles de los hoteles en el acantilado oriental. La puesta de sol fue fantástica.