Sin haber cenado nada, os podéis imaginar cómo cumplimos con el magnífico desayuno que nos preparó Jo (café, leche, cereales, fruta fresca cortada, yogur y, por encima de todo, los deliciosos croissants y caracolas de pasas de la boulangerie del pueblo)…hay que decir que en panaderia y bollería los franceses nos ganan por goleada.
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Amanecer en la ribera del río Aude
Bien prontito y con no más de 2 ºC en el ambiente, arrancamos la ruta por la D613 con la primera parada en la cercana localidad de Arques, donde anduvimos por los alrededores del castillo que, aunque reformado, tiene un aire especial en medio de una llanura verde rodeada de montañas pobladas de pinos y abetos
Señal característica de toda la zona cátara
El castillo de Arques pertenecía en el siglo XI a la famosa abadía de Lagrasse (que visitaríamos esa misma mañana) que, tras pasar de manos de varios señores feudales de la época, vivió su mayor esplendor a partir de 1216. La arquitectura de la torre, de 23 metros de altura , demuestra que en su construcción primó la comodidad y elegancia frente a aspectos estratégicos o bélicos. Por sus faldas pasaron los cruzados que se dirigían de Termes a Puivert.
Castillo de Arques
Continuamos hacia Termes, donde su castillo, casi en ruinas, se yergue todavía orgulloso en lo alto de un cerro cercano a la localidad. Pueblo minúsculo pero muy auténtico, en el fondo de un valle muy cerrado, donde la gente mayor paseaba tranquilamente alejada de cualquier ruido de las grandes ciudades. Qué envidia…a veces, claro está.
El castillo de Termes fue sitiado por los cruzados de Simón de Monfort hacia el 1210 y, aunque la posición del castillo les permitió aguantar los ataques cruzados, no resistieron a un mal que hoy en día también es mortal: la sed. Cuenta la historia que la lluvia que llenó las cisternas de agua provocó que ésta se pudriese y contaminase, provocando una epidemia de disentería que acabó con el sitio del castillo en tres meses. Estructuralmente, está casi en ruinas, conservándose solamente dos murallas concéntricas que rodean la torre central, que conserva una fachada abierta por una ventana con forma de cruz,…recuerdo de las feroces luchas que, en su nombre, ensangrentaron estas tierras durante el siglo XIII.
Castillo de Termes
La siguiente parada fue el castillo de Villerouge-Termenes, el cual se puede visitar por el interior y donde uno se puede hacer cómo era la vida entre esas paredes hace, como no quiere la cosa, unos 800 años. Consta de torres almenadas en sus cuatro lados . Sus salas, escaleras y torres son el escenario de una animación audiovisual que recuerda la figura de Guillermo Belibaste, último perfecto cátaro que murió en la hoguera en 1321 en este pequeño pueblo. Es curioso la sensación que uno tiene y experimenta en lugares que sabes que tienen historia, que personas hace cientos de años han pisado por donde tú pisas en ese momento,…
Castillo de Villerouge-Termenes
Si se desea revivir un buen manjar como el de la Edad Media, en el castillo está la Rotisserie Medievale, donde se elaboran recetas de la época medieval y donde se come con cucharas y cuchillos, sin platos ni tenedores, con jarros y botijos para beber…curioso al menos, aunque nosotros no tuviéramos tiempo (ni ganas) de probarlo.
Tras Villerouge, nos detuvimos en la magnífica y preciosa aldea de Lagrasse, clasificado más de diez veces como uno de los pueblos más bellos de toda Francia. Mientras recorríamos una de las preciosas callejuelas de este pueblo, nos llegó un olor a la que no nos pudimos resistir: boulangerie-pastisserie…mmm, croissant y caracola al buche. Cruzamos el antíquisimo Pont Vieux del s.XIV para visitar la espléndida, aunque en parte en ruinas, abadía de Santa María, cuyo origen se remonta a la época de Carlomagno, pero, lamentablemente, estaba cerrada a esas horas (poco más de las 12.30), así que nos conformamos con recorrer su bonito entorno al lado del río Orbieu, con la esplendorosa torre contigua a la abadía, reflejo del antiguo esplendor de este pequeño rincón de Francia.
Boulangerie en Lagrasse
Abadía de Santa María en Lagrasse
Pont Vieux de Lagrasse
Con el buen sabor de boca que nos dejó Lagrasse, regresamos a la D613 apretando un poco el acelerador para llegar a hora de comer a la más industrializada Narbonne, donde, aprovechando el buen tiempo, nos zampamos dos bocatas rápidamente en un parque cercano a la zona más céntrica de la ciudad. Mientras hacíamos tiempo a que se abriera la abadía de Fontfroide, nuestra próxima visita, recorrimos el palacio arzobispal y la anexa catedral de los santos Justo y Pastor de Narbona, interesante edificio de un gótico clásico.
Interior catedral de Narbona
La abadía de Fontfroide nos quedaba a unos 10 kilométros de Narbonne, así que en un periquete nos plantamos en la explanada que da acceso al recinto. Nos metimos en una visita guiada de un colegio catalán que venía de visita que nos vino de perlas para conocer todo aquello de ese magnífico edificio que no viene en las guías.
La abadía siempre tuvo un gran prestigio, no obstante fue de ella donde dos de sus monjes fueron los elegidos por el Papa para combatir la herejía cátara, convirtiéndose en un bastión de los cruzados. Estructuralmente, la abadía es un buen ejemplo de arquitectura cisterciense muy bien conservadas, con dependencias privadas para los hermanos legos (religiosos pero no monjes), dormitorios de los monjes, claustro gótico precioso,…
Claustro de la abadía de Fontfroide
Para la vuelta a Esperaza, decidimos volver por la D611 hasta coger el desvío hacia nuestro próximo objetivo: el imponente castillo de Queribus, que llegó a pertenecer a la corona de Aragón en el siglo XII; cercano a la preciosa localidad de Cucugnan, donde se puede admirar un original molino de harina, como los de Don Quijote. Fue uno de los pocos que se mantuvo al margen durante la cruzada contra los cátaros pues perteneció al conde de Barcelona durante esa época.
Castillo de Queribus
Aunque el acceso a Queribus no es fácil, las vistas panorámicas desde su cumbre son magníficas, llegando incluso a intuirse la silueta del que quizás es el más enigmático de todos los castillos cátaros, Peyrepertuse, al que rodeamos por completo, observando las ruinas que le confieren ese aspecto, por qué no, siniestro, como el casco de un barco, que te hace imaginar lo poderoso que llegó a ser y todo lo que en su interior se pudo vivir, pues fue un gran refugio cátaro hasta 1240.
Castillo de Peyrepertuse desde la carretera que lo rodea
Tras la ruta de los castillos, combinamos la salida a Saint Paul de Fenoillet para vivir una de las experiencias más auténticas de todo el viaje: recorrer las Gorges de Galamus.
Se trata de un angostísimo desfiladero a través del río Agly por el que, según la tradición, huyeron gran parte de los cátaros hacia Cataluña. Pues bien, en una de las laderas de este desfiladero, los franceses se “inventaron” una carretera de unos dos kilómetros que une ambas comarcas (Aude y Pirineos Orientales). La carretera es tan estrecha que sólo cabe un coche , salvo en algunas curvas donde hay un pequeño ensanche (que tuvimos que utilizar al cruzarnos con un coche en sentido contrario). Sencillamente espectacular.
A mitad de los dos kilómetros hay una “planicie” que da acceso a la Ermita de San Antonio (de Galamus), del siglo VI, literalmente sobre la roca.
Por las Gorges de Galamus
Tras esta experiencia y ya casi de noche, llegamos a nuestro alojamiento. Tras ponernos guapos salimos a cenar a una creperie (uno de los pocos lugares para comer) donde nos dieron el típico sablazo francés en las bebidas (2 heineken de 25 cl: 8€).
Descansamos pensando en la cantidad de lugares históricos que habíamos visitado ese dia, lugares en los que se juntaron historia, crueldad, ilusión, fidelidad a unos ideales,…
.Descansamos pensando en la cantidad de lugares históricos que habíamos visitado ese dia, lugares en los que se juntaron historia, crueldad, ilusión, fidelidad a unos ideales,…